
Desde varios foros se envía el siguiente mensaje… La educación es una pérdida de tiempo.
La ansiedad invita a acelerar los tragos amargos de la vida, aunque conviene
Institutos de sospechosas procedencias y técnicos online prometen diplomas, enseñar fórmulas y teorías a máxima velocidad. ¿Qué motiva estos apurones educativos? La recompensa inmediata, es decir, cosechar sin haber sembrado.
A nadie le gusta esperar. En consecuencia, renuncian a la medicina y levantan quiniela. Les encantaría ser abogados, pero no soportan las funciones trigonométricas. Mueren por tocar la guitarra y no están dispuestos a aprender el solfeo. Desean arrimarse a Dostoievski, pero rehúyen a la densidad de sus textos. O delinquen para mantener el círculo vicioso y escapista de la droga, en lugar de sentarse a pensar un rato.
La gente pretende disfrutar los beneficios que ofrecen una licenciatura, sin dar absolutamente nada a cambio. Buscan el prestigio y la guita que ganan los arquitectos, sin necesidad de desandar los sinuosos pasillos del estudio. Sueñan la posibilidad de impresionar a propios y extraños con canciones, sin ayuda de las escalas musicales. Dársela de entendidos en literatura, sin haber abierto jamás un libro.
Me cae pésimo el que exige mucho, entregando poco. Menos calificar a la educación de tediosa, inútil o una ciencia de mandarines. Eso sí, admitamos que no todas las disciplinas son de aprendizaje grato, de manera que valdría la pena una pequeña aceleración. Cosas que sean aprendidas en breves cursos. Supóngase, cursos de olvido. Hombres que tratan de olvidar a señoritas que no les dieron bolilla. Fenómeno, con estos cursos cesaría tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas.
Somos conscientes de aquellos que perdieron el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido y creo que la ignorancia es un castigo excesivo para los que debieron laburar mientras estudiaban. Los otros, en cambio, los exploradores de victorias fáciles, no merecen la preocupación de nadie.
Necesitamos volver a explicar que la educación conduce al beneficio intelectual. De modo que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, preferible que no aprenda nada y continúe en las tinieblas de la incultura.
No hace falta éxito, premio, ni dinero para gozar de los sobresaltos del aprendizaje. Simplemente ser amantes del conocimiento.
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¿En qué consiste la educación?
Obsérvese los sujetos que deciden alejarse del ambiente educativo y arroparse en la cultura callejera. ¿Y qué es “tener calle”? La educación de alguien cuyo mérito es la erudición de la calle. Es el abrigo del que no tuvo una buena infancia, como para los que eligen gambetear las sorpresas que concede el aprendizaje.
La calle es una institución pesada, sobre todo en la adolescencia, porque imparte libertad o autonomía, también peligro, vicios, malas juntas, etc. Quita el tiempo en asuntos no relacionados a la educación, sino acordes a la prepotencia. ¿qué se aprende en la calle? ¿A jactarse como el guapo de la cuadra? ¿A colarse en los velorios o en la fila de un trámite? ¿A primeriar en el tránsito? ¿A retrucar usando rimas chuscas?
No hace tanto, una ley estatal inyectó subsidios en el ámbito educativo. Tal medida era no dejar alumno sin instruir. Bárbaro, ¿entonces disminuirán los índices de deserción escolar? En principio, una estrategia maravillosa y pésima noticia a los efectos de la excelencia.
Democratizar la educación no significa que el alumno navegará los mares de la sabiduría, sino mayores recursos a la hora de competir por mejores empleos. Ahí está el tema. La relación de la educación y las fuentes laborales adecuadas. Décadas tras décadas aplicando la receta que nos define frente los ojos del mundo, esto es, lograr que el estudiante argentino sepa lo básico. Aprender un poquito de todo. Por eso nuestra cultura actual exige una mínima experiencia universitaria, aunque sea para barrer una esquina.
Según la definición académica, educarse facilita el refinamiento de habilidades o capacidades mediante la disposición de nociones, fundamentales en la orientación y el forjamiento del carácter individual.
La ciencia postula que la educación nace durante la infancia, dentro del seno familiar, asimismo, un ingreso de nociones dictadas desde las escuelas. Ambas instancias, complementarias e interdependientes, fortalecen la complejidad cognitiva.
A diferencia de los tiempos que corren, el mandato social era inexpugnable. Los jóvenes elegían rebuscarse el mango y estudiar una carrera o los echaban de la casa. En caso que los padres fuesen profesionales, muchos se esforzaban en prolongar la tradición. Ese mandato ha cambiado. Ahora es la comunicación quien gestiona el control de los destinos humanos.
La nueva tendencia es ocupar medios de comunicación, sin ninguna exigencia académica. Y así como indigna que ingenieros o abogados tengan que manejar un taxi, cualquier zoquete opina y no sabe cuál es la capital de Turquía. Están allí por piolas, graciosos o curtirse al gerente de programación. Nunca asoma una verdadera manifestación de conocimientos.
Fíjese lo que ocurre con la vieja consigna, “la televisión educa”. ¡Macana! La función televisiva siempre ha sido divertir a la audiencia, no enseñar trigonometría o conjugar verbos. Y no me vengan con shows de preguntas y respuestas, porque requiere tener puntería.
Recuerdo los programas infantiles. Niños postulándose a carreras de embolsados, mientras les preguntaban qué iban a ser de grandes. En general, policía, bombero o colectivero. ¿Y qué iban a contestar? Los niños aman jugar. Es lo único que les importa. No están analizando vender jabones Avon, ser físicos nucleares o laburar en una multinacional.
Los proyectos educativos suelen fijarse a temprana edad, no es que el niño viene al mundo con el título en medicina o ingeniería debajo del brazo. Usualmente, los padres estimulan a desarrollar una inclinación educativa que brinde una futura tranquilidad económica. ¿Y las inquietudes artísticas o filosóficas? ¿Cómo coincidir la realidad a los deseos del niño? Salvo honrosas excepciones, infinidad de trabajos son generadores de infelicidad.
Borges decía que el lector fortalecía su espíritu, tras la lectura de un libro.
Toda actividad educativa enfrenta la visita de obstáculos y contramarchas y entonces, semejante al parpadeo de luces, habrá que juntar coraje e internarse, sombras adelante, porque la satisfacción será incalculable.
Lamentablemente, escribir un ensayo, tocar la guitarra o cultivar apreciaciones elevadas no depara beneficios de ninguna clase. Solo queda resignarse a destinos mediocres.
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La tecnología llegó a nosotros para simplificar las cosas. El problema es que ha digitalizado la cultura del hombre. No existe concepto, recurso, ni ámbito social que no esté atravesado por la digitalización. Hoy por hoy, el universo es un objeto digitalizado. Pensamos, sufrimos, reímos, ejercemos, soñamos en lenguajes digitales.
Respecto a la educación, ¿de qué forma el Estado equivoca el camino? Otorgando centenares de computadoras a una sociedad que ni enterada de la decadencia de las librerías. Si acaso aún sobreviven, es para adquirir el último libro de Harry Potter… Y aclaro que no tengo nada en contra del progreso, sino alentar el regreso a la investigación, a la interacción entre pares y advertir los deliciosos obstáculos de la razón. ¡Mire qué risa! ¡Vea qué sencillo aprender, mientras la información se dispara en segundos! No estoy tan seguro que el aprendizaje moderno sea un argumento lúdico y divertido, donde símbolos y enunciados surgen de una pantalla, presionando teclas. Más bien, los chicos parecen alejarse de lo que antiguamente entrañaba movilizarse hasta una librería y sacar una fotocopia o rescatar un libro acerca de los sumerios en la biblioteca.
El ser humano no puede expandirse sin educación y debería alertarnos esa lógica de conocer lo que todos conocen. Sin mencionar lo enojoso que será preparar el espíritu y la inteligencia para demandas superiores. No digo que un alumno de primaria sepa el origen de la tragedia griega. Por supuesto que no. Pero dosificar mediante pequeños y ligeros indicios de arte, historia o ciencia, es mucho mejor que someterlo con asuntos de carácter masivo, comercial o frívolo.
Siendo el tutor de la sociedad, el Estado está obligado a intervenir y desplegar un abanico de propuestas educativas que los medios rara vez exponen o ni les interesa. ¿De qué forma? Primero, no tratando al niño de tonto y enseñarles el abecedario a las risotadas. No fomentar exclusivamente el deporte, puesto que de futbolistas y panelistas estamos hartos. Que los debates no remitan al salario docente, refaccionar establecimientos y proveer de alimentos los comedores. Además, renovar los contenidos que se enseñan.
Esas son algunas discusiones que necesitan formularse, pero, quédese tranquilo…. Las discusiones importantes suceden bien poco. Y menos ahora que han metido la política y cuestiones de género en el interior de las aulas.
Actualmente no se reconoce ni promociona obra que no esté teñida de mediocridad. Por eso qué mejor que agudizar en la educación y evitar que los hechos artísticos pasen de largo. Si usted desea disfrutar una ópera, pues habrá que preparar la mente. De lo contrario, no sirve de nada. El público se llevará puesta docenas de instrumentos y una música demasiado complicada de ser entendida.
Los organismos estatales tienen que intensificar en la calidad habitacional, alimenticia, educativa y laboral, al igual que promover con ejemplos y disminuir la sensación del reconocimiento al menor esfuerzo. Es inmenso el daño que hace viajar a la velocidad del más piola.
Paralelamente a los contenidos que necesita el alumno, resulta fundamental modificar la sociedad. Claro, ese mensaje jamás se recibe. Las instituciones prefieren al carente de razonamiento propio, de allí que el adoctrinamiento sea una manipulación encubierta. Nada incomoda al político que enfrentar a un otro que piensa. Pregúntese, ¿y dónde están los que causan placer leerlos, escucharlos o conocerlos? Respuesta, en ninguna parte. A lo sumo, en los nombres de anfiteatros o en una que otra conmemoración.
Hay que desarticular este monstruo que viene deteriorando la sociedad y dejar de romantizar a la pobreza, la marginalidad y el destrato como un estilo de vida.
La educación no es un veneno, un estorbo, un azote divino o una decisión empresarial… Es una actitud hacia la excelsitud. Yo celebro que los abuelos reanuden los estudios. La educación no es una expresión de mezquindad, de hecho, es un gesto de elegancia y cortesía para cualquier relación que implique un otro.
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El plan educativo es una estructura básica y ordenada de conocimientos, aplicable en las escuelas que integran la región. Dicho esto, ¿qué enseñar en las escuelas?
La educación criolla es un aprendizaje fragmentado en horarios, inexistencia de hilos conceptuales que enlacen materias con otras, educadores tan antipáticos como las materias que dictan y la permanente sensación de que se aprueba con mínimos esfuerzos. ¿Cómo concluye la aventura educativa? Con el desprecio y la rivalidad del alumno a una educación que no supo contenerlo.
¿Es válido protestar un plan de estudio? Ninguna enseñanza progresa cuando profesor y alumno encaran un sistema que alienta al abandono. Y si no, fíjese lo que sucede en el CBC o Ciclo Básico Común. Sus detractores lo juzgan una pérdida de tiempo y entonces, ¿por qué someterse a saberes que son valiosos, aunque no esenciales a la carrera elegida? ¿Qué tan importante es la termodinámica para el futuro abogado? ¿De qué le sirve a un estudiante de veterinaria aprender el teorema de Tales?
Las disciplinas poseen unos rigores que merecen aprenderse, ahora, es absurdo desprenderse de las reglas básicas de otras asignaturas. Ejemplo, un novelista no puede excluir los elementos que configuran la gramática. ¡Qué imperdonable sería leer a Lord Byron o Borges lleno de faltas ortográficas!
En sus primeros años de vida, el niño adquiere un valor educativo, referencial y psicológico, nunca artístico… Estamos a favor que los niños se expresen con crayones, ya que son los inicios del aprendizaje. Cada garabato o macha sobre la pared acompañará en la distinción parcial o acaso espectral de la belleza o el heroísmo o lo que quiera. Ahora, eso no es hablar de una obra artística. Tampoco las poesías que escriben los muchachos en la oficina.
Afianzarse en el arte, la ciencia o el juicio crítico tienen su mérito, pero no son situaciones que surjan espontáneamente. No todos están listos para recibir sus bondades. ¿Por qué? Y porque aprendemos a que nos señalen las cosas. Y así como alguien decide acatar los mandatos o los consejos de los sabios, aparecen nuevos referentes sociales que no tardan en desmantelar la discusión del aprendizaje en términos de aprehensiones culturales y de mayores tribulaciones.
La educación ofrece inmejorables posibilidades de sobrevivir… Un grupo de científicos, artistas e intelectuales proporcionan una sociedad próspera en recursos y con alta probabilidad de saberes más poderosos.
La actividad educativa requiere una energía superior a la habitual y ahí nace el conflicto… No se cuestiona, no se exige, ni estimula la perfección. El alumno egresa sin saber qué densidad tuvo la Roma imperial, repudiando las aritméticas, desconociendo el destino de los etruscos, sofocado por la composición de las células, etc. Aquel que denuncia el tiempo que demanda educarse, pronto descubre la magnitud de su incompetencia.
Quizá una solución sea retirar al alumno de las calles y que los padres ejerzan verdadera responsabilidad, pero resulta que en las escuelas y en los hogares ingresa el ruido mediático, tapando todo. Vuelve inservibles a los padres, los libros y a la enseñanza. Las consultas en Internet han reemplazado a la paternidad, las bibliotecas y a la docencia. Y en vez de aprender la tabla del 8, un chico es capaz de recitar de memoria la formación de Boca Juniors.
Somos un extenso peregrinar de teoría y conjeturas que fortalecen el espíritu. Sin embargo, no disfrutamos las cosas que valen la pena. Que no consiste en tener anhelos materiales o posiciones jerárquicas en una empresa, sino explorar las tramas que surgen en cada movimiento que entrega la vida.
Preferible rimar el refinamiento y la generosidad de la inteligencia en la composición de poemas, antes que disponer el rigor educativo en ocupaciones económicamente visitadas por todo el mundo.
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Reparaba por qué rechazo premiar talentos. El talento no se premia, se disfruta y al final comprendí que mi rechazo apunta a los artistas mediocres o de dudosas aptitudes… Que casi siempre emergen del entorno mediático, el exitismo, la industria del espectáculo.
Me da miedo la consagración a la ineptitud, al que con poquito conforma a muchos. No siento envidia, desolación, ni indignación. Siento miedo. ¡Caramba! Si estos son los ideales a seguir, estamos perdidos. Vislumbro generaciones imitándolos y aquí está la diferencia… En el pasado estaba el furor de artistas mediocres. ¿Y por qué triunfaban? Eran simpáticos y un mensaje simple y accesible, pero nadie los tomaba en serio. No como las secretarías y los ministros de cultura que no solo multiplican su reproducción, encima galardonan la trayectoria… Bueno, empiezo a asustarme.
Esta ausencia de empeño y dedicación al estudio revela que, lejos de las trincheras de la educación, el público se deleita y manifiesta caracterizado en aquel que no sabe nada o que ha sorteado la posibilidad de ilustrarse o que no le interesa aprender.
La única cultura es la que despierta la mente, no la que la narcotiza. Ese engaño de comprimir la cultura, de rebajar las grandes obras hasta que todas las mentes alcancen a rozarla, es cuento chino. Es peligroso universalizar ciertas ideas culturales.
¿Cómo se las arreglan los productores para atrapar al televidente? Realizando series biográficas, una atrás de la otra. De esa manera, el televidente accederá a la cultura, sin los sobresaltos de la literatura. Y está mal. Está mal. Aun cuando haya discrepancia entre los autores, su lectura produce un alto placer. La duda en la literatura aumenta el goce.
Sin embargo, vienen y lo tildan de “elitista”. Respuesta, sí, ¿y? ¿Qué quiere? ¿Qué hacemos con la ciencia? ¿Qué hacemos con el que ha estudiado? ¿Le decimos que baje la puntería porque sus opiniones no son claras y lo que no entendemos todos es pecado entenderlo?
La felicidad de la educación está años luz de creerse piolas o de entender los códigos de la calle.
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La educación no es una coordinación de conocimientos a favor de carreras profesionales o trabajos bien remunerados. ¡También para enamorarse! La inteligencia, la observación, la reflexión, la indagación, en suma, un conjunto de elementos que son indispensables en el amor. El tipo o la mina que regala a manos llenas las sales y pimientas de una mente enigmática, es un compromiso que uno no puede rehuir.
Aquí hemos postulado que todo comienza con lo que descubren nuestros ojos, es decir, lo primero que impacta es la belleza de un cuerpo. Después viene esa arcilla y ese jugo de la que está compuesto el otro y que nos sumergirá en la exploración y el desciframiento. Desde luego, parece difícil hallar ambas combinaciones, pero no imposible.
Por desgracia, no hay un indicio de búsqueda, testimonio, ni identificación de la inteligencia. Da lo mismo con tal que resulte agradable a simple vista. ¡Un pensamiento desastroso! No entienden que el amor es un prodigio. Al contrario, consideran que fue lo que tocó en suerte y entonces, desechan lo que les gustaría que sucediese y siguen adelante con un conformismo que espanta…
El enamorado tiene que proponer una curiosidad especulativa. En general, verificables en la conversación. Del mismo modo que abundan las charlas banales e inconsistentes, aparecen destellos de conversaciones inquietantes, elegantes, interesantes y colmadas de oscuridades y misterios. De preguntas continuas o repreguntas... De cuestiones y obstáculos cuya solución no es más que una nueva barrera a traspasar.
Es un enorme gesto pertenecer a la estirpe de los hombres problemáticos. Cuando conversan y cuando aman. Mejor aún, que parecen amar mientras conversan. Sin embargo, los buenos conversadores y los buenos amantes están invadidos por dudas y eso es una señal. Si no hubiese grandes dudas, nadie podría amar con tanta pasión. O lo haría con soberbia.
Dedicado a los que eligen el sendero de la sabiduría.
Nacho
Sábado 21 de diciembre de 2024