El dolor de la discriminación


Hace algunos meses, establecí una relación de amistad con Claudia, una chica que atiende las cajas en el supermercado de la otra cuadra.

Cuando no hay demasiada gente, suelo tener unas pequeñas charlas. Y ayer, en uno de esos huecos, me cuenta algo que le pasó… Mientras un muchacho pagaba, sus amigos detrás, riéndose con el comentario del, “ni loco saldría con una cajera”. Pudo escuchar claramente, pero no supo si fue a propósito o no se dieron cuenta… Para el caso daba lo mismo, pues el daño ya estaba hecho.

 

Claudia me aseguraba con profunda tristeza cuán discriminada se sentía, pero pronto se llenó de gente y le prometí que el universo tiene justicia divina. Llegué a casa, un poco amargado, pensando en aquella situación vivida por la chica y cómo se puede dañar tan gratuitamente.

 

Hay instalada una discriminación, que es hija de miles de circunstancias y que no vienen al caso detenerse a analizar. Pero es posible que esté mal usado el término de discriminación, porque tiene un incorrecto uso. Después de todo, la discriminación es el ejercicio natural del pensamiento… Usted separa un concepto de otro y así advierte y distingue la multiplicidad de las cosas. También discriminamos, en tanto realizamos nuestras decisiones. Etc.
Entonces, ¿qué es lo que causa el enojo y la tristeza de la discriminación?

Para empezar, en considerar a cada persona de un grupo determinado, culpable de alguna cosa, solamente por la pertenencia. La discriminación se vuelve claramente individual, ejemplo, cuando debe calificarse a los alumnos de un colegio. Y son individuales porque es necesario cumplir con determinada tarea. Y si usted ha caído en su incumplimiento, bueno, habrá más adelante una mala calificación, encargada de que pague las consecuencias.
Eso no debería ser malo, ni condenado, al contrario, es el precio que exige la educación.

En cambio, duele cuando alguien es maltratado solo por pertenecer a un grupo, sin saber si cometió un crimen, si ha incurrido en una falta disciplinaria o lo que sea.

 

A mí me parece que lo molestó a Claudia, es recibir el desprecio de alguien que usted no ha puesto el menor interés. Es decir, una declaración anterior a cualquier eventualidad. Una declaración de principios, si usted quiere.
El cliente del supermercado no sabe a qué cajera la va a proponer salir. No lo sabe. No sabe si será la de Coto, la de Carrefour o Jumbo. No lo sabe. Sin embargo, para estos tipos, todas las cajeras son lo mismo… Y ahí está la cosa. Ahí está la cosa.

Cuando uno dice, “yo no salgo con hinchas de Huracán”, los está discriminando. Porque no le importa quién es el otro, sino su condición futbolística, esto es, que es hincha de Huracán… Y entonces lo está discriminando.

Yo entiendo muy bien la perplejidad y la pena de Claudia porque alguna vez me sucedió lo mismo con un mensaje que recibí en Facebook… Enojada y en desacuerdo con algo publicado, una señorita me declara, “yo no saldría con usted”. Y le contesté que se trataba de una simple publicación, no una propuesta amorosa. Y menos a ella, que no tenía el gusto de conocerla.

Insisto, no hay peor cosa que ser rechazado por quien uno no se le ha insinuado. Y eso es
discriminatorio.

 

Ahora, si invita a una señorita y lo rechaza del modo más determinante, porque ya lo conoce y usted no le gusta… Listo. Ahí no cabe ninguna especulación, ni calculo mal hecho. Tampoco vaya a quejarse a la comisaria, porque se le van a reír.
Pero claro… Si decide rechazarlo, antes que usted la invite -y peor aún- el rechazo no refiere a su individualidad, sino a una clase a la cual usted pertenece… Eso ya es un prejuicio. ¿Se da cuenta de la diferencia?

 

Hoy tiene miles de maneras de instalar el prejuicio. Aquí he dicho que existen señores sextagenarios muy contentos, disfrutando la vida con señoritas de 22 años y lo hacen sin ningún problema. Sin embargo, la sociedad crea un sistema por el cual ciertas posturas o situaciones, sean vistas como indeseables o indecorosas.
Delante de la pregunta social de cómo un tipo hace tal cosa, quizá conviene hacerse otras… ¿Y qué pasa? ¿Qué es esto? ¿Quién legisla estas posibilidades? ¿A partir de qué edad no se puede salir con señoritas de 22 años? ¿Y por qué? ¿Y quién determina si alguien se la aguanta o no se la aguanta?
Eso es discriminar y como no existe ley que prohíba a un señor de 60 años salir con una chica de 22, aparece la indignación, que es la musicalidad de todo conflicto.

Parece que no haber otra cosa que la indignación, porque la indignación facilita la exteriorización de la culpa… Cuando usted se indigna, primero elude el debate, pero además, se pone al margen de toda culpa… Usted se declara inocente de cuantos males algo tiene. Se instala en una actitud de fiscal y no se solidariza. No se pone de ese lado, se indigna. No se revela y se juega con algo… Se indigna.
Y al final, muchos quedan en ese principio de Platón sobre la perfección o las cosas perfectas y se sostiene una mirada crítica, indignante, pero sin formar parte de ninguna realidad. Y esa misma gente, sin colores en su vida es la que después uno se cruza, con señores o señoritas que no condicen en absoluto.

De manera que, a lo mejor, está discriminar al que es indeseable por elección propia.

Y aquí discriminamos a los canallas y a los estúpidos, porque vienen de una conducta no de un nacimiento… Porque los estúpidos no nacen, se hacen. Así que conviene no amargarse con el comentario de los giles. Solo hay que ladrar cuando realmente le pisen la cola.

El hecho artístico es una relación muy profunda de dos elementos -entre el que escribe, pinta o compone música– y aquel que lo consume. Yo creo que en el amor sucede algo parecido… Ambas personas deben parecerse un poco, siquiera, en la complejidad de su mente. Pero es sumamente elevado. Está más allá de los prejuicios y los lugares comunes. Y porque además, el amor es para gente seria.

 

Por eso es deseable que los giles no quieran salir con nosotros. Le juro con el alma que ahí albergo una pequeña alegría… Saber que hay personas que nos detestan y no saldrían nunca con nosotros. Hacen bien... Hacen muy bien, porque no le recomendaría a ninguna señorita, un sujeto tan desastroso como yo.

 

Todas esas puertas cerradas, aquellas que nos impide traspasar jamás, no hacen más que enfatizar la señal de una nueva puerta… Un nuevo designio que irá abriéndose a nuestras espaldas… Tal como el universo… Infinito e insospechable.

 

Nacho

23/5/16