PARTE I
A través de generaciones se ha indagado acerca de
qué extraños privilegios determinaban la belleza.
Mientras tratamos de explicar en estos tiempos qué
razones despiertan el atractivo, quizá, por soberbia intelectual, comodidad o
inherencia poética, la mayoría opina que lo bello es algo que a uno le gusta.
En el campo artístico, sucede por aceptación
pública, es decir, el reconocimiento de la obra y su autor.
Voltaire pensaba en términos más subjetivos, en lo
incierto y variable de la estética.
Para él, muchas circunstancias herían los sentidos
o a la imaginación y rara vez o solo una verdad, podía herir al corazón…
Suscribo. Tal vez la belleza no guarde ninguna relación entre el razonamiento
más certero, la pertinacia del piropo, ni los cuerpos esbeltos…
Y está bien. Le conviene al arte y al amor que la
belleza no sea definible a simple vista, sino apenas reconocerse… Digamos, como
el detalle del disparo en la penumbra, que, desde luego, no puede verse, pero
sí percibirse.
Estas miradas alegóricas y heterodoxas para
algunos, explican por qué es poco necesario el arte y hasta parece
condicionado, en el encuentro amoroso. Prefieren emparejar a partir de la
mediocridad y consagrarse con trivialidades y clichés, harto conocidos, antes
que emparejar por la excelencia
La presencia de la metáfora más profunda, esa que
ocasiona cataclismos y nos estremece el alma, habrá que mantenerla fuera del
alcance delos giles.
Los griegos creyeron en la naturaleza del hombre y
el equivalente entre la simetría de su belleza interior y exterior. Una
fascinante combinación que necesitaba medirse y distinguirla, tal fue el caso
de la proporción áurea.
Será fácil de imaginar, entonces, que estos viejos
andamiajes de cánones, por donde transitaban motivos artísticos y conceptos
superiores, ahora sean modificados a diario, por argumentos menores y de corto
vuelo.
La cultura griega aseguraba que la humanidad
conformaba el principio exacto de todas las cosas, por ello, la arquitectura y
escultura clásica estuvieron pensadas, en virtud del hombre.
Contrariamente, las corrientes actuales y que tanto
aplican, sobre todo los medios, ha provocado que un solo objeto o a una sola
persona, sea bonita, atractiva o deseable… Cuidado, cuidado con las actitudes
sociales, de dotar y señalar con cualidades, pues influye en la sensibilidad
del otro… Y no siempre de la mejor forma.
Por ejemplo, un individuo obeso recibe mayor
cantidad de ataques y burlas, en comparación a uno delgado, y el llamado
blanco, no recibe el mismo prejuicio que sí recibe, un sujeto de piel morena,
etc.
Sin embargo, diversos sectores intentan quitarle el
dramatismo, a las cuestiones estéticas.
Hoy la consulta médica ya no es patrimonio
exclusivo del bienestar y conformar, digamos, lo que antes era un plan para la
salud del individuo.
A quién le interesa armonizar su cuerpo, en
términos de enriquecer la calidad de vida?
No, no. Está muy claro que aquí se quiere la
aceptación general, lejos del dolor del rechazo y la desolación que ocasiona la
soledad.
Por lo tanto, mientras subsista el hambre voraz
hacia el voyeurismo social, esa tendencia de lo frívolo, cualquier propósito
sensato de abordar la belleza, será absolutamente ridículo.
PARTE II
En la antigua Grecia, la belleza residía en la
perfección de las proporciones, es decir, contemplaban el mundo y a los seres
humanos como una obra de arte.
El ideal no radicaba, ni en los cuidados del
cuerpo, ni en los adornos o artificios, sino, en la armonía del todo, a partir
de cada una de sus partes.
El matemático Euclides, vivía en Alejandría, lo que
actualmente conocemos por Egipto.
Mediante el uso de la geometría y gracias a la
aplicación de diferentes conceptos matemáticos, sus discípulos aprendieron la
teoría de la proporción.
La postulación de Euclides era que, para dividir
una línea, la proporción más armoniosa surgía entre el total de la línea y la
parte mayor de la misma, siendo igual, entre la parte mayor y la parte menor.
Esto significa que la totalidad del equilibrio
coincide al punto de división, como la parte mayor es igual, a la parte menor.
Así, la aparente simetría impactaba, tan profundo en los ojos, que provocaba la
sensación de perfección.
Pitágoras, por su parte, también señalaba la
existencia de una simbología, muy precisa y minuciosa, en los números.
El número uno representaba el punto o la unidad.
La recta, el dos, por unión entre dos puntos, pero
además la mujer, pues podía dividirse por la mitad, al igual que una línea,
cuando daba a luz.
El número tres, el hombre… Y, casi por conjetura,
dos y tres sumaban cinco, que era el número de la unión vital.
No obstante, esta construcción colisionó con una
importante dificultad… Los griegos conocerían los decimales, recién varios
siglos después.
PARTE III
Una persona bella era objeto de admiración, aún,
luego de muerta.
Muchas veces dejaban incólume al guerrero que los
atacaba, ya que percibían en aquella belleza, algo sobrehumano y celestial.
El atractivo hacía suponer al enemigo que,
efectivamente, estaban ante la presencia de un semidiós. Por ello, temían que
su muerte causara un castigo posterior.
En tiempos de
Alejandro de Macedonia, durante las Guerras Médicas, había un general persa
llamado Masistio.
Este militar,
muy valeroso y de maravilloso aspecto, dirigía la caballería bárbara contra los
atenienses.
Cuentan que,
en la batalla de Platea, combatió con bravura, pero un dardo mortal asestó a su
caballo.
Derribado,
sin poder moverse merced al peso de las armas y una armadura, hecha de oro y
plata, pronto quedó cercado.
Un soldado
removió el casco de Masistio, aún vivo y con ello, acalló su vida.
Los persas
huyeron, abandonando tras de sí, el cadáver del general.
Sin embargo,
hubo en ellos, un pequeño vislumbre de grandeza en ese momento.
Sucedió un
llanto, no de quien lamenta la baja entre sus filas. Después de todo, apenas
fueron unos pocos.
No.
El cuerpo sin
vida fue conducido en procesión por los griegos. Quienes acampaban, pronto se
agolparon para admirar su hermosura.
La falta de
Masistio afectó tanto a los bárbaros, que cortaron el cabello a sí mismos, a
los caballos y a las bestias. Todo el contorno se llenó de suspiros y sollozos,
la señal de que haber perdido un hombre, destacado por su coraje… Pero también
en la belleza.
En la antigüedad, no estaban limitados de
parcialidad nacional, en la veneración de lo bello.
Los hijos destinados a la sucesión del mando
deseaban ante todo, un aspecto físico correspondiente, pues creían firmemente
que la belleza estaba en relación directa, con la nobleza del alma.
En ese sentido, describían una fuerte interacción
entre el espíritu y la carne. Había un significado oculto que fluía de la
morfología, es decir, a través de las formas del sujeto, con respecto a su
alma.
Aristóteles hablaba de la belleza doble, una
adquirida de nacimiento y otra, posterior, surgida desde dentro, empujando los
rasgos, serenándolos, dotándolos de inteligencia, mejorando los gestos.
Es decir, para él ciertos atributos se podían
ennoblecer, sino acaso, embellecer una expresión.
Los griegos entendían esto, casi de un modo
supersticioso. De modo que, un tipo con cara de salame, redondamente, era un
salame.
Por eso cometían toda clase de atrocidades,
arrojando a los niños que tuvieren el menor defecto físico, algo que se repetirá
siglos adelante, en la época medieval y con el auge de la hechicería.
Quizá haya algo de cierto en eso… Hay espíritus
encarnados.
Hay bellezas que son hijas, del espíritu que las
habitan.
Hay noblezas que provienen de una serenidad, de una
inteligencia y que provienen del alma.
Pero también existen los estúpidos, ocultos en
fabulosas y cautivantes bellezas.
PARTE IV
En Grecia, lo bello transitaba caminos más severos,
aunque con pautas y nociones más reconciliadoras. ¡Y suena contradictorio! En la
actualidad, el universo parece medirse, parece querer acomodarse a diversas
pautas.
Todo está ubicado con extrema exactitud… Es una
necesidad de describirse para archivar todo aquello que se descubre… Sabemos
cuándo nació el hijo de una actriz, cuántos desodorantes usó un músico y qué
tan veloz es un jugador de fútbol.
Lo contrario a la cultura clásica…
Nadie conoce la altura de Menelao, el esposo de
Helena, por dar un ejemplo.
Sin embargo, no hubo una idea meramente subjetiva,
ya que aplicaban unos conceptos geométricos y matemáticos, como se observa en
las estatuas de los dioses o los héroes clásicos.
Pero, ¿qué hay de divino en las proporciones de
esas esculturas?
Hubo una concepción matemática para establecer cuál
era el punto óptimo y dividir una línea, en sus estatuas, templos, en fin, a
sus objetos bellos.
Las figuras humanas fueron construidas de manera
tal que, el ombligo, dividiese el largo del cuerpo, precisamente, en ese punto
óptimo.
Es decir, había un lugar exacto, donde cortar… Para
ellos, la representación ideal tenía un centro.
Dentro de la naturaleza, se pensaba que los dientes
y las garras de los animales, también seguían una línea preestablecida, que el
oído, denotaba una suerte de espiral.
El hijo del
dios Ares y la mortal Demonice fue Eveno, rey de Etolia.
Casado con
Alcipe y fruto de aquella unión, nació la bella Marpesa.
Hasta tanto
no hubiese un serio pretendiente, Eveno juró proteger su castidad.
Para ello, él
mismo los retaba a una carrera de carros y, si el pretendiente vencía, ganaba
el derecho a casarse con ella. Caso contrario, Eveno le cortaba la cabeza.
Con el
tiempo, muchas cabezas fueron clavadas en las paredes del castillo.
El dios
Apolo, enterado de esta salvaje práctica, decidió poner manos en el asunto...
Claro, en verdad estaba enamorado de Marpesa.
Bien, pero lo
que todos ignoraban, fue que Idas también la pretendía.
Según la
Ilíada, Idas, un hombre osado y bello, era hijo del dios Poseidón y Arene.
Idas no
reparaba en cortejo alguno, pues temía el rechazo.
Así fue como
tramó un engaño... Llegó a la región de Etolia, disfrazado de bailarina y
adelantándose a las intenciones de Apolo. Cuando tuvo la suficiente atención de
Marpesa, la raptó en su carro alado, regalo de su padre Poseidón, el dios del
mar.
El rey Eveno
los persiguió, pero no pudo alcanzarlos. Y tanta desazón sintió en haber
perdido a su hija, que mató a sus caballos y se suicidó, ahogándose en el río
Licormas.
Una vez pasado
el peligro, Idas regresó tranquilo a su patria y se casó con Marpesa.
Pese a esta
circunstancia, Apolo insistió en quitarle la muchacha a Idas.
Ambos se
lanzaron al combate, pero, Zeus, el príncipe del Olimpo, pudo separarlos y con
toda humildad, permitió que ella eligiera a quien quisiese… Eligió a su esposo.
Marpesa había
sopesado el destino y prevaleció la mortalidad de Idas.
Quizá supo
que, tarde o temprano, el dios la abandonaría, ni bien la belleza comenzara a
marchitarse. Recuérdese que los dioses griegos tenían la particularidad de
abandonar a sus amadas, conforme al envejecimiento.
Finalmente,
Apolo se desvaneció entre unas nubes, mascullando broncas irreproducibles.
Mucho más
adelante, Idas acompañó a los argonautas y luego de una disputa con los
Dioscuros, un rayo de Zeus lo fulminó… Pero eso pertenece a una diferente
historia.
Para los mitos, la pasión que generaba la
contemplación de la mujer hermosa, era motivo de rapto, apropiación ilegítima,
intimidación, etc.
Lamentablemente, el universo que tenemos ya no será
aquel que vislumbraron los antiguos.
Esto no significa petrificar los sueños en el
pasado, pues los deseos son metáforas de felicidades que recién palpamos, aquí,
a partir del presente.
Sin embargo, sería de buen amante, como caricias
que salpican el alma, lograr internarse en las arenas del aprendizaje y
comprender las cosas que hicieron los héroes clásicos o un dios mitológico, por
la belleza de una mujer.
Salgamos a averiguar cuáles fueron las razones,
para que dejase de existir ese hombre que elegía la muerte o condenarse al
Infierno, cuando no era amado.
Esto no sucede y la respuesta es muy sencilla...
Porque envilecimos la mirada en el amor, haciendo simple y mediocre, lo que
correspondería ser único, complejo y sublime.
Entonces, un gesto muy noble y poético sería del
que se muere por una mujer, sin andar haciendo averiguaciones o indagaciones de
verdulero y sopesando temas ineludibles como la muerte o improbables, como la
inmortalidad de la belleza.
Lo único que prevalecerá intacto en nosotros, hasta
el final de los días, será aquella belleza del alma.
La otra, la de los cuerpos, apenas pasajera.
PARTE V
Dafnis, hijo
del dios Hermes y una ninfa, nació en un bosque de Sicilia.
Sin embargo,
otros cuentan que fue abandonado apenas una criatura y la diosa Hera, actuó
para que unos pastores lo encontraran.
Como sea que
fuere, aprendió el oficio de pastor, a tocar la siringa e interpretar bellas
poesías sobre la vida en los bosques.
Además, fue
famoso por su belleza. Desde temprana edad atrajo a ninfas, mujeres mortales e
incluso dioses, como Apolo y Pan.
Todos caían
enamorados a sus pies, pero, aunque muchos lo deseaban y cortejaban, él no
estaba interesado en esos asuntos.
Al crecer, le
llegó a su vez, el momento del amor.
Una mañana,
mientras pacía el rebaño, vio a Nomia, una hermosa ninfa, bañándose en el río.
Muy furiosa,
intentó huir, pues la habían visto unos ojos humanos. Dafnis no se rindió y salió
tras ella.
Al final,
Nomia cedió, pero advirtiéndole de que si alguna vez le era infeliz, lo
cegaría.
Por supuesto,
él esperaba mantener voto de fidelidad, hasta que un día, otra ninfa llamada
Quimera empezó a ofrecerle vino y consiguió seducirlo.
Cuando Nomia
se enteró, presa de los celos, le quitó la vista.
Dafnis pasó
el resto de su vida tocando la flauta y cantando canciones aún más hermosas,
pero más tristes.
Una versión
más extendida cuenta que, ciego, vagaba entonando composiciones tristes, hasta
que no pudo soportar más la pena y se arrojó por un acantilado.
Hay dos
variaciones más... Antes de quitarse la vida, Hermes lo transforma en roca. La
otra, que Hermes se apiada, y lo lleva al cielo.
La única forma de alentar al desamor, es la
desaparición de los sentidos. No solo alejándose de alguien para siempre. Contrariamente
al amor verdadero, que trasciende cualquier frontera, incluso, la de la
inmortalidad.
Por lo tanto, llegado el caso de la tristeza, da lo
mismo…Da lo mismo que a usted lo transforme en el Golfo de Corinto. Da lo mismo
que le regale un lugar en el Olimpo, junto a las divinidades griegas. Da lo
mismo… La ausencia del ser amado siempre conduce hacia la muerte.
PARTE VI
La joven
tracia llamada Teófane, era hija del rey Bisaltes.
Todos los
nobles la pretendían, en fabulosos cortejos.
El dios
Poseidón, dispuesto a no competir y ensuciarse las manos con simples mortales,
hizo que sus artes mágicas la transportasen hacia la isla de Crumisa.
Pasó un
tiempo y los pretendientes, con gran esfuerzo, lograron establecer dónde estaba
Teófane.
Salieron en
su búsqueda, pero, Poseidón transformó a la muchacha en una oveja… Y para darle
color al guiso, los habitantes y él mismo, fueron carneros.
Así, los
forasteros quedaron desorientados.
Algunos
quisieron comérselas, pero también acabaron metamorfoseados.
Más tarde,
aún en aquella condición, digamos, ovina, Poseidón se unió a Teófane y le dio
un hijo, nada menos que el vellocino de oro.
El hombre y una obra artística, comparten lo
trascendental y singular que representa, la exposición de un paisaje irreal...
Eso que se deforma de manera paulatina, porque solo en el amor existe la dote
proteica y en permanente reinvención.
Uno es lo que el otro desea y a la inversa.
Cuando no sucede esto, estamos ante meras
individualidades y que difícilmente comprendan que la pasión, no es un choque
fortuito de seres, sino, una armonía natural que ambos combinan.
Debe haber una razón en la locura, sin dudas.
Debe haber alguna muestra de irracionalidad e
ingenuidad que se libera de lo correcto, lo aprendido y apresado para que
explote la mente de quien está sumergido en una pasión.
El hombre que se arrodilla ante la sociedad,
encasillado y sometiéndose a una rigurosa lista de preceptos, no hace más que
condicionarse y padecer la mediocridad del resto... Lo que es peor, a ser
mediocre uno mismo.
PARTE VII
Himeneo era
hijo de Calíope, musa de la poesía lírica y dueño de una belleza tan
extraordinaria, que lo confundían con una mujer. Iba siempre adornado con
corona de rosas y flores y portando además, una antorcha y una flauta.
Era un joven
austero y humilde y perdidamente enamorado de una noble ateniense.
No obstante,
como la historia de Idas, solo la contemplaba de lejos, pues creía que nunca
podría casarse con ella.
Alcanzaba a
obtener una pequeña dicha, siguiendo de lejos, aquel amor.
Una tarde,
mientras las nobles doncellas partían a Eleusis y ofrecer un sacrificio a
Demeter, en referencia a la escasez en el cultivo de los cereales,
aparecen unos piratas… Y, confundiendo a Himeneo con una muchacha, lo
secuestran junto a otras.
Después de
una brava y penosa travesía, los piratas descansar en una isla desierta. Allí,
muy fatigados, durmieron.
Durante el
sueño, Himeneo los mató.
Escondió a
las mujeres en un sitio seguro y regresó solo, a Atenas.
Ya en la
corte, exigió como pago por restituirlas, la mano de aquella que amaba.
Tras pensarlo
un poco, aceptaron. Las mujeres fueron devueltas a sus familias e Himeneo, pudo
finalmente casarse con quien jamás imaginó lograrlo.
A veces, la belleza no solo precipita una serie de
hechos dramáticos y trágicos, además, recaen sobre quienes la poseen. Muchas
veces ocurre que las personas demasiado bellas, reciben sobre sí, las
consecuencias de esa desmesura estética.
Los griegos temían de los dones, excesivos y
generosos y pensaban que existía una simetría, en la desmesura. Pensaban que
algo debía pasar, algo terrible, entre la dicha y la desgracia.
Aquí, ahora, algunas bellezas están condenadas a
las penas…La envidia de quienes no la poseen, siempre cae en rumbos trágicos,
pero también la maledicencia de los hombres que no pueden seducirla. Muy
sencillo… Algunas mujeres son tan preciosas que asustan. Y así, aquellos que,
luego de verse al espejo y temiendo no poder, no se les animan. Porque el
hombre teme no hacer justicia, ante semejante virtud. Entonces, resuelven que
se merecen minas de 5 o 6 puntos y nunca de “muy
bien 10 felicitado”.
Para ser honesto, es poco frecuente ver que la
mujer hermosa camine sola… Siempre hay quien se anima. Y acaso, lo que
desconcierta, además de una evidente disparidad, es cómo van por la vida…
Afectando aires de superados, creyéndose triunfar allí, a fuerza de hacerse
amigo de una mina, donde, ni el cincel de su inteligencia, ni su espíritu
poético han podido trazar un camino.
Conviene admitir, eso sí, que son comunes las
ilusiones entre grupos de pertenencia, ya que es el ambiente considerado
universalmente. Pero, momento… Yo no puedo aceptar ese libreto, ni tampoco
recoger ese guante. El amor de una mujer debe llegar desde otras latitudes, a
partir de esa parte del engaño amoroso, la cual consiste en una construcción de
virtudes y defectos, sueños y potestades, en fin, todo lo que sucede en
relación a la persona que deseamos realmente atraer.
Es por eso que tengo para mí, una visión más amplia
del amor… ¡Claro que la belleza produce estragos! Pero la belleza, sin esa
tortura cósmica, que es el desvelo, la angustia y el juego inocente en los
sueños, bueno, es una belleza anodina y nada milagrosa.
Por lo tanto, no creo que el amor sea una situación
prosaica y reconocible, algo que suceda por decantación y que venga a depender
de situaciones que estén a mano, como las amistades o el compañerismo. Estas
cosas solo pasan en las ficciones o a gente que jura sentirse dichosa, en
noviazgos de pocos puntos.
La única dicha que llena el lienzo del pintor, la
metáfora de un libro o que apura la declaración del enamorado, es la
posibilidad de alimentar libremente la belleza.
El poeta o el autor de una obra, no hacen más que
perseguir el destello de lo imperfecto y transformar su inquietud, en piezas
artísticas.
No es que el hecho artístico salga hacia el rechazo
más leguleyo y pertinaz, sino, a partir de la dolorosa comprensión de que
ciertas bellezas, están conspirando contra nosotros.
PARTE VIII
Un tópico frecuente en las charlas de amigos
hombres, alude a lo que les atrae de la mujer....
En general, salvo que entre ellos coexistan los
poetas renacentistas o filósofos epicúreos, la mayoría son comentarios de los
más vulgares.
Desde luego, esta forma de contemplar la belleza
femenina, grotesca y desalmada, ha ido provocando que el concepto de unos
pocos, ahora sean universales a todos. Quizá con un excesivo vigor en la
actualidad, merced a la amplificación que producen los medios de comunicación.
Dedalión era
padre de Quíone, dotada de gran belleza y asediada por numerosos pretendientes,
entre los cuales figuraban algunos dioses.
Cierta mañana
pasaron los dioses Hermes y Apolo y ambos quedaron enamorados perdidamente.
Apolo esperó
el momento de la noche, para satisfacer sus deseos. Por el contrario, Hermes,
incapaz de resistir, tocó el rostro de Quíone con su vara mágica, una que
provoca el sueño.
Quíone cayó
dormida al suelo y Hermes la violó.
Al caer la
noche, Apolo se une a ella, disfrazado de anciana.
Pasado el
tiempo, Quíone tuvo mellizos.
Nació
Autólico, hijo de Hermes, muy hábil para cometer todo clase defraudes y
Filemón, hijo de Apolo, destacado por su bella voz, por tocar la cítara y
también, supo predecir el futuro.
Repleta de
vanidad y privilegio, en el hecho de haber sido elegida por las divinidades,
Quíone osó afirmar que, por su belleza, superaba a la diosa Artemis.
La diosa no
tardó en aparecer... Tensó el arco y disparó una flecha que le atravesó
la lengua. Ella se esforzaba para hablar, pero la sangre acabó con su vida.
Dedalión,
lamentándose por la hija perdida, intentó sin éxito, lanzarse a la pira.
Entonces llegó hasta la cima del Parnaso, deseando la muerte.
Apolo se
compadeció de él y, justo en el momento en que iba a desplomarse, lo convirtió
en gavilán.
A mí me parece, no solo desubicado, sino además,
poco hábil, apuntar a una mujer a través de convenciones, o que ella misma nos
explique lo que pretende que todos veamos.
No existe nada más desagradable y molesto que nos
hagan notar unas observaciones, tan evidentes, ¡que cualquiera pudo haberlas
hecho!
Incluso, las más sutiles.
La belleza es un asunto reservado, de indagación
meticulosa y callada.
Cuando me piden que mire una mina por la calle o
escucho en boca de otro, la manera de referirse, comienza a gustarme
menos.
Me molesta el oportunista en el asunto y la
profanación, es decir, el deseo que parecía encenderse y luego decrece, por
culpa del manoseo y el improperio de un tipo de escasas luces.
Por eso, el comentario ajeno tiende a estropear y
ensuciar el cristal de aquello que se trata de apreciar.
Ninguna conquista amorosa funciona así, pues el
deseo no se lo señala, ni existe formulario para constatarlo. Se siente.
Tenga a mano este consejo… Las impresiones son
personales y deben guardarse celosamente… De los dioses y más aún, de los
estúpidos.
PARTE IX
Muchas mujeres de la antigüedad quisieron
compararse con diosas y resultaban castigadas.
Las hijas de
Preto y Estenebea, fueron Lisipe, Ifianasa e Ifinoé.
Cada día que
pasaba, volvían más hermosas… Más hermosas, pero más jactanciosas.
Llegaron a
sostener que eran más bellas que la mismísima diosa Hera.
Cuando la
divinidad supo aquello, primero las volvió locas.
Esto era muy
frecuente, y si no, recuérdese lo que le pasó a Heracles.
Más tarde,
Hera las convirtió en vacas.
Así pasaron
su vida, errantes por todo el Peloponeso.
Es lógico pensar que la belleza sea proclive al
milagro o a la calamidad, pues, la excelencia puede desatar un sinfín de
emociones, aunque también dramas inimaginables.
Bueno, esto pasaba en la antigua Grecia… A tal
punto consideraron el atractivo, de único y privilegiado, que solicitaban nacer
con buenos rasgos.
A veces, las niñas poco agraciadas eran llevadas al
templo de Helena, para implorar que fuesen liberadas de su fealdad.
A un dios se le pedía eso. No pedían prosperidad,
un puesto en la municipalidad, o una casa en Villa Bosch, sino, belleza.
PARTE X
El viejo y
pobre Faón trabajó como barquero de las islas de Lesbos.
Una mañana,
mientras preparaba la nave para sus actividades, Afrodita,disfrazada de
anciana, le pide que lo acerque hacia la otra costa.
Faón la
condujo y no le cobró nada.
La diosa,
agradecida, entregó a cambio un recipiente que contenía un bálsamo y que debía
untárselo, todos los días.
Poco tiempo
del procedimiento, Faón se transformó en un hombre joven y muy apuesto.
Al margen de las afectaciones de las modas, o los
pensamientos de cada época, la belleza y el estilo natural, alcanzan a unirse
en un determinado punto… La juventud eterna.
Esta es una idea que me resulta contradictoria,
pues, la belleza es dinámica e irrepetible, cuando la observamos. Pero estática
y vulgar, cuando se la clasifica.
Además, y esto es lo más desatinado, el intento de
inmortalizarla, sin tener en cuenta la mortalidad del ser amado.
Sin pocas dudas, miro allí, en el ocaso de la
belleza… Y también en los que dicen beber de dichas fuentes… Malas noticias.
Están luchando contra la alegoría del imposible, es decir, querer sostenerse en
una condición, mientras el universo está en constante expansión.
Es cierto que la demasiada belleza suele pagarse.
Para muchos, ningún precio es demasiado caro, por la belleza.
A veces, conduce a la arrogancia y a la soberbia.
A veces, a la artificialidad que ni siquiera
produce en nosotros, un pequeño estallido en el alma…
Si estamos un poco locos o somos un poco soñadores,
afirmaría que la belleza ocurre por razones muy elevadas.
Por lo tanto, si van a invitarme a hablar de la
belleza, pensaré en la evolución del ser y no, en esa arbitrariedad que
intentan demostrarme, desde un cuerpo joven y atlético.
¿Y yo qué sé? Un cuerpo que apenas despierta
el erotismo, pero que, por otro lado, profana la riqueza que depara el amor...
Le juro que empieza a gustarme cada vez menos.
Entonces, habría que preguntarse, ¿qué es lo que
realmente más pesa, la ausencia de belleza, o la ausencia de nuestra propia
evolución? Llámela como quiera, psíquica, moral, espiritual.
EPILOGO
Butes era
hijo de Teleonte y Zeuxipe. Algunas versiones distintas lo presentaban como
hijo de Poseidón.
En la
mitología griega, las confrontaciones entre héroes y sirenas han sido
innumerables. Tanto les temía a estos seres mágicos que fueron muy cautos al
cruzar las islas donde se encontraban.
Naturalmente,
los héroes usaban sus trucos, como sucedió con Odiseo cuando ordenó a su
tripulación atarlo al mástil mayor.
Otros pedían
ayuda a los dioses, a cambio de un posterior sacrificio.
En una
ocasión, los Argonautas tuvieron que atravesar cerca de una isla, habitada por
sirenas.
La nave Argos
estaba a cargo de Orfeo, muy reconocido por su maravillosa voz al cantar.
Cuando
quedaron rodeadas por ellas, Orfeo cantó tan hipnótica y vibrante, que toda la
tripulación quedó admirándole, sin prestar atención a la magia de las sirenas.
Esta táctica
contrarrestó la influencia de estas doncellas marinas, evitando a su
tripulación de un terrible naufragio.
Sin embargo,
entre los remeros estaba Butes, que no pudo resistirse de ningún modo.
Al escuchar
el cántico de las sirenas, saltó al mar y nadó hacia ellas.
Finalmente,
Afrodita se apiadó de él y lo salvó. Más tarde lo conduciría a la región de
Lilibea en Sicilia, donde, junto a la diosa, fue padre de Érix y Policaón.
Para los griegos, el físico y el pensamiento es
energía que debe cuidarse y estimularse, ya que estaban íntimamente unidos al
disfrute, en todos los placeres de la vida.
Ellos aspiraban a crear obras artísticas que
trascendieran el tiempo… Buscaron crear belleza perdurable e indestructible, a
pesar del paso de los siglos.
El amor también está ceñido dentro de ese universo
de armonía, complejidades y apetitos por evolucionar junto al otro.
Quizá Grecia haya imaginado a Butes, como una
alegoría en sí misma… El argonauta Butes no permaneció sentado.
Se arrojó y se atrevió.
Así, del mismo modo, el griego se creó e inventó su
riquísima cultura… Porque eligió arrojarse, antes que seguir remando en el
conformismo y la apatía del lugar común, dentro de la gilada.
Lograron tallar en mármoles, las verdaderas razones
de la belleza… Lo único que nos irá a salvar, es la belleza del arte que sucede
en nosotros, con la vida y el amor.
A lo mejor, la belleza no está en la naturaleza, ni
en la mirada del otro, sino, en nuestra conciencia, en lo que nos corresponde
modificar, acentuar y sentir.
Me parece que está en cada uno de nosotros,
concebir de diferentes maneras, las cosas bellas.
Claro, entre nosotros mismos y el mundo que nos
rodea.
Si empezáramos a creernos que una mujer y solo una,
será parte nuestra... No está mal. No está mal.
Pero solo si comenzáramos a jugar, a entendernos, a
apreciar desde otras ópticas, cómo somos con el amor y cómo el amor con
nosotros...
Entonces, acaso perderíamos ese miedo que inclina
el hombre hacia el desengaño, esperando encontrarle alguna falla, algo que no
cierra, en la belleza del ser amado.
A lo mejor encontremos una belleza menos
misteriosa, menos oscura y más evidente y más comprensible.
En esta vida o en cualquier otra.
Y sí, contestaré... ¡Seguro que sí! Pero será mucho
menos artística y menos cautivadora, que la que se ha animado a descubrir el
cincel del alma.
Por eso, los cambios y los giros, por mínimo que
fuesen, siempre revelan nuevas combinaciones y nuevos caminos a tomar hacia el
goce de la belleza.
La pasión es el punto de vista de quien es
impresionado y transformado con respecto a una acción. ¡Es así, nomás!
La belleza es un asunto serio, de vastos
territorios a explorar y cuya condición, sólo esté permitida la transformación.
Así que, bueno... Ha llegado la hora de que los
lindos nos rebelemos.
Les dedico esto a los que despiertan la belleza del
otro y su propia belleza, ayuna de cuerpos gimnásticos y ansias de juventud
imperturbable.
Nacho
27/4/14