La persistencia


Para los chinos, el sennin fue un ermitaño que vivía en las montañas. Algunos contaron que poseía cualidades mágicas, digamos, facultad para volar, atravesar los ríos o materializar los objetos, además, disfrutaba de cierta eternidad, pues transcurría todos los tiempos.

 

Esta es la historia de un joven campesino que viajó hacia Osaka, buscando empleo de sirviente y así convertirse en un sennin.

 

Visitó una de tantas agencias laborales, hasta que alguien le comentó de un doctor que podría tener algún conocimiento sobre la materia.

A la mañana siguiente, se presentó en su casa… Y la verdad fue que, tanto él como su esposa, desconocían cómo llegar a sennin.

No obstante, la señora fingió saberlo y antes de darle trabajo, le preguntó…

- ¿Quién le ha metido en la cabeza, semejante idea? –

- Una vez vine a la ciudad y vi un gran castillo, donde vive el gobernante Taiko. Pero pensaba que pese a mucha suntuosidad, todos nos moriremos algún día. Y ese fue el significado que sentí… Toda nuestra existencia, no es más que un sueño pasajero. - Respondió el muchacho.

La señora le ofreció revelarle el secreto pero a cambio, éste debía vivir con ellos y trabajar incansablemente, sin recibir dinero alguno.

 Así, tomando por engaño, la vida del muchacho fue un incesante acarreo de agua, cortar leña, preparar las comidas y fregar y barrer. Incluso acompañaba al doctor y cargaba el botiquín, durante sus largas visitas.

Nunca obtuvo un solo centavo a cambio.

Jamás. Ni siquiera osó pedirle un centavo al matrimonio.

 Había trabajado durante más de 20 años, por nada… Bueno, al menos, era lo que pensaban ellos.

 Finalmente, un día el campesino decide conocer el secreto del sennin y cómo ser inmortal.

- Muy bien, se lo enseñaré, pero sepa que debe hacer lo que le diga, por difícil que le parezca. – Le advierte la mujer.

El campesino aceptó sin vacilar, aunque para ello debiese trabajar muchos años más.

- Trepe ese pino, hasta la cima. Luego, suelte la mano derecha. – Indicó ella.

Aferrándose con las fuerzas que le quedaban, se mantuvo, así, tomado solo por la izquierda.

- Ahora, suelte la izquierda. –

Con ambas manos, fuera del alcance de las ramas… ¿Cómo podría evitar la caída?

Sin embargo, ocurrió el milagro… En vez de caer, quedó suspendido en el aire.

 El campesino les agradeció con respetuosa reverencia…

Pronto comenzó a escalar el azul del cielo… Hasta volverse apenas un puntito… Hasta perderse entre las nubes.

 La sociedad ha dejado de preguntarse, pero yo sí me pregunto… ¿Existen los milagros, actualmente? ¿Es posible verlos? ¿Pueden distinguirse, unos de otros?

 Tal como cuenta esta historia, creo que hay fuerzas presionando contra lo que uno desea. Cada tanto surgen obstáculos, en fin, inconvenientes que demoran y entorpecen el asunto de una espera milagrosa.

Antes que nada, el amor tiene esa condición asombrosa, en tanto y en cuanto, uno crea en los prodigios. Por supuesto, debe haber una persistencia, una espera, para que su cumplimiento nos conmueva… Un milagro que se resuelve a los pocos minutos, no es un fenómeno cósmico, sino, una pequeña dilación en el tiempo. 

Cualquier detalle, una palabra, un gesto simétrico, nos acerca un poco a los primeros faroles del suceso extraordinario. Pero primero, eso sí, debe existir una profunda y silenciosa búsqueda, lejos de los escépticos y quienes desean las cosas servidas.

 

Ahora, mire… Si hay algo que empioja el deseo de ver cumplirse un prodigio, es aquel que encuentra razones menores o compara efectos que están, muy lejos de considerarse maravillosos. Eso pasa con mucha frecuencia, entre quienes nos apuntan objetos, situaciones o personas, con el mismo rigor del milagro… Y los señalan quienes no han sentido siquiera, un mínimo temblor bajo sus pies. 

Pero como aquí se trata de ser referencial, lo mismo ocurre en cada fin de año… Salen todos enloquecidos a desear, a prometer cosas y regalando consejos que, desde luego, no lo hacen en el desarrollo del mismo.

Me parece que en eso también consiste la magia, el encanto… Cuando haya quienes se encargan de amargarnos el día, sea mediante hechos mundanos, o comentando cosas que no dejan enseñanza alguna… ¿Qué cosa habrá de prodigiosa en nosotros, sino, en poder abrir una hendidura al pensamiento fácil y escaparse a jugar y jurarse que no existen los imposibles?

Por eso.

Hay que sacrificarse para esperar esos milagros y tener unas ganas enormes que nos sorprendan. ¡Pero también hay que hacer algo al respecto!

Creo que uno sabe con certeza y tiene sus propios milagros, en el interior del alma. A veces, la persistencia del milagro, no es sino, aquello que uno tanto sale a negar.  

Gracias a Dios, uno se vuelve inmortal, cuando persevera… En algún momento de nuestras vidas nos convertimos en ese sennin… Y salimos hacia el encuentro del milagro.

Y otros, como la esposa del doctor, se visten de sujetos viles, ayunos de creer en los milagros.

Nacho

 

 1-1-16