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PRELUDIO

 

Dentro del terreno mitológico, el destino era supremo e implacable. Los dioses dispensaban las acciones del hombre con dones y castigos, pero la verdad es que nada podían contra el destino.

 

Según los griegos, las moiras eran las personificaciones del destino. Si prefiere, divinidades abstractas. El número de moiras varía con los autores, aunque casi siempre se nombran a Átropos, Cloto y Láquesis. Átropos entretejía un hilo, Cloto lo enrollaba y por último, cuando la vida llegaba a su término, Láquesis estaba encargada de cortarlo.
Básicamente regulaban el curso vital y a sus inflexibles leyes, nadie trasgredía. Ni siquiera el mismísimo Zeus. Y eso es lo que ocurre con Héctor en el final de la Ilíada… Conocido el destino de Héctor, el dios Apolo debe abandonarlo y así el héroe comprende que va a morir en manos de Aquiles.

 

Asimismo cabía la posibilidad de conocer varios eventos futuros mediante la interpretación de indicios. Para ello utilizaron el método indeterminado, oscuro y dudoso del oráculo.

Por supuesto, la trampa de los oráculos consistía en que a mayor imprecisión su respuesta, mayor probabilidad de acierto. ¿Se da cuenta?

Es como cuando le dicen, “mire, usted se va a enamorar”. Aah, ¡qué risa! La gracia está en que me digan nombre y apellido, de lo contrario podría ser cualquiera.

 

Dejando de lado a las moiras, oráculos o fenómeno que revele un suceso… ¿Qué cosa nos asegura el rumbo de la vida y quién impone tan drásticas condiciones? Durante siglos y siglos, ciencias tales como la lógica, la semántica, la metafísica o la teología han enfatizado sus energías para ahondar sobre el destino de los hombres.

Pero, ¿cabe la posibilidad de conocer el futuro? De ser así, ¿mi voluntad está impedida de alterar nada? ¿Decidimos realmente?

El mundo reclama órdenes y un cierto equilibrio social, por eso pocos saben transformar las pulsiones más auténticas, en los actos más sorprendentes y decisivos. Quizá solo haya un universo creado por divinidades o estemos siguiendo los planes de un soñador formidable.
Poco importará para algunos, sin embargo, habrá que elaborar una determinación personal tan impresionante que resulte absolutamente difícil de imaginar.

 

Me parece que los sacrificios de cabras y bueyes fueron apenas un guiño solemne al dictado oracular. En realidad, ningún gran imperio ha sido forjado por meras supersticiones… Si aún retumba el eco histórico de grandes hazañas es virtud de las grandes decisiones de los hombres.

 

 

PARTE 1

 

 

El filósofo inglés Stuart Mill refiere al principio de daño en el cual, el ejercicio de la propia voluntad acaba perjudicando a otros. Para Mill, ninguna sociedad puede intervenir en la libertad del sujeto, incluso, aunque esté perjudicándose a sí mismo, pero dado que nadie vive en el ostracismo, ese daño tiende a afecta a terceros.
La prueba es la destrucción de propiedades, pues no solo modifica al individuo, también a la comunidad. ¿Y cómo armonizar al hombre sin afectarlo y que a su vez sus conductas no afecten a terceros? El desconocimiento es el elemento indispensable para que funcione una comunidad.

Entonces, si conociésemos las cosas de antemano, los pilares de la civilización avivarían graves peligros de fracturas. En principio, ¡realizaríamos cada labor con notable desprecio! Nadie encararía ningún proyecto con seriedad. Cualquier actividad resultaría superflua -por compleja que fuese- ya que viviríamos una insoportable previsibilidad.

 

Por eso, mejor hablemos de algo decisivo… Todo pensamiento y arquitectura mental, descansa sobre el desconocimiento del futuro.

A partir del marco lógico, Aristóteles razonó la probabilidad de un suceso, en lugar del anuncio de la certeza. Ante el pronóstico del "mañana lloverá", elaboró tres tipos de posibilidades… Las verdaderas, las falsas y las que nos dicen que algo puede suceder.
Aristóteles dice que la lluvia es la objeción de las dos primeras.

 

La doctrina de Euclides negaba la existencia tanto del pasado como del futuro. Según su línea de pensamiento, todo lo que es debe ser actual y no fuera de espacio o tiempo.

Santo Tomás afirmaba que el futuro era una mera limitación propia. El futuro es futuro, únicamente para el hombre. Para Dios, es el ahora. Al fin y al cabo, en eso consiste la eternidad. No es situarse bajo la sombra del lamento perpetuo, sino de que todos los efectos del tiempo participan del instante.

Huelga aclarar que Dios vive y conoce los pasados, presentes y futuros de cada uno de nosotros. Acerca de esta impresionante sabiduría temporal, Guillermo de Ockham señaló la omnisciencia divina, es decir, Dios conoce incluso los hechos que pudieron haber sido y no fueron. Allí van parar los "poco faltó", "casi, casi", "por un pelito", "otro gallo cantaría", "si yo fuera rico", etc. Sin lugar a dudas, una melancólica estantería, lista a ser erosionada por el paso del tiempo.

 

A veces lloramos lo que hemos perdido, pero, ¿quién sabe qué traerá las mareas de un nuevo día? ¿Quién sabe si detrás de una renuncia no habrá una decisión que nos cambiará la vida? Respuesta, para aspirar un destino impar es necesario renunciar a las vulgaridades que entorpecen ese camino a la excelencia.

 

 

PARTE 2

 

 

En otro artículo había postulado la afiliación al determinismo con la derrota y del libre albedrío en el éxito... Lo que equivale a decir que fracasamos porque estaba escrito y triunfamos porque hubo decisión propia.

Los deterministas creen en el menor esfuerzo posible -o peor aún- en la inexistencia absoluta del esfuerzo. Para el determinismo, las cosas ya están escritas y resueltas de antemano. Vale decir, las acciones humanas son condicionadas previamente por fenómenos universales… Lo que me va a pasar a mi o a cualquiera es que cada hecho está conectado en torno a nosotros.
El problema del determinismo es que aceptar la existencia de un Dios omnipotente y omnisapiente representa una relación difícil con la libertad humana. Porque, ¿de qué forma establezco la idea de que podemos tomar decisiones, libres y soberanas, frente a un destino que ya amenaza prefijado? ¿Cómo conciliar ese saber previo y divino con el sentimiento de libertad que suelen auspiciarse nuestras decisiones?
Admitir la posibilidad de una voluntad superior, consciente de decisiones y actos humanos, conduce a crear un estado de ilusión… La ilusión de que uno decide. Esto emparentado a la teoría de la causalidad, es decir, detalles que conforman una realidad y que depende del punto de vista adoptado o quisiese adoptar. La causa, además de rigurosa y científica -y a primeras, suena metafísica- viene a confirmar el encadenamiento de los hechos.
Con todo ello hablamos de una vasta riqueza, sin acuerdo definitivo sobre sus límites y alcances.

La filosofía aborda el determinismo desde el empirismo en el cual la naturaleza se comporta conforme a que aceptamos y entendemos un grado de predictibilidad en los eventos de la naturaleza.

Formúlese la imagen de un mundo completamente determinista. Más tarde, una inteligencia que conociese un momento dado, las fuerzas de la naturaleza y la situación de los seres que la componen… ¡Esa inteligencia podría expresar y prever los movimientos de los astros y los átomos! Ninguna cosa resultaría incierta para ella y el pasado y el futuro existirían delante de su mirada.

 

No obstante, partidarios del libre albedrío -como el filósofo Jules Lequier- argumentaban que certificar que todo está determinado corresponde que toda afirmación esté determinada y por lo tanto, le quita valor de afirmación.

 

Más allá del eterno debate del determinismo y libre albedrío conviene advertir, eso sí, entre más densa y estructurada la sociedad, menos posibilidades de rastrear verdaderas decisiones individuales… Las más nobles e inteligentes suelen precipitarse en nombre del progreso.
La antigüedad no tenía las aspiraciones que vemos a diario… Nuestra relación con el futuro está sujeta a una comunidad que aplaude el hecho de trabajar entre 9, 10, 12 horas por día.
¿Vale la pena ilustrarse bajo oscuras disciplinas y anhelar el goce de una alegórica, siendo que estamos obligados a un limbo de oficinas, papeles y formularios?

 

Hace poco disfruté un ensayo de Herbert Marcuse acerca de la supuesta felicidad del trabajo. Es vital determinar la verdadera satisfacción laboral pues, lejos del reconocimiento del jefe o ser afines con los compañeros que les toca, trabajar en lo que uno se ha preparado ya es un enorme mérito. Pero, ¿qué sucede con los que son generadores de infelicidad?

Ese es el engaño más perfecto y demencial del que se vale la modernidad. ¿Y cómo se logra? Disimulando la desdicha con la dignidad del trabajo. Para no caer en el pesar existencial sostenemos que el trabajo –por precario que fuese- dignifica al hombre.
¡Falso! No estoy seguro que sea gratificante barrer una cuadra, pero la dignidad oculta un escenario más complejo y dramático… La posibilidad de resignarnos. No resignarse es el logro más admirable del sistema capitalista. Así, poco nos privamos de ser ciudadanos ejemplares, a poseer opiniones elevadas, a no amar al otro con plenitud, a realizar algo que cause verdadero placer, es decir, nos encanta renunciar a las pulsiones de la excelencia.

 

Después de todo, en el amor pasa exactamente lo mismo…


Imaginemos un sujeto –aparentemente limitado- sin la dotación estética e intelectual, indispensable para conquistar a la más linda del mundo… ¿Qué hace ese tipo? Bueno, hay unos recursos y valores flotando en el aire. Sirven para que no ame a la más linda, sino a la vecina, a la prima o la compañera del trabajo. ¿Por qué? Porque esas serán las únicas que le den bolilla. ¿Entiende? Si no existiese un momento en la vida donde una persona no se considere feliz en su trabajo o creyendo que la jefa de personal será el amor de su vida… ¡El universo tendría suicidios de proporciones bíblicas!

Por lo tanto, aquel que ha logrado el éxito o trabaja en lugares exclusivos debe sentirse honrado y a la vez, en deuda con lo que le ha tocado. ¿Sabe lo que significa que le paguen por algo que gustosamente haría gratis? Una de cada miles de personas tiene el privilegio de trabajar en lo que le gusta. La mayoría lo hace en bancos, manejando colectivos o atendiendo la caja de un supermercado.

 

Y en el amor… ¿Sabe cuánto significa que una persona –desconocida y jamás vista en la vida– lo detenga a usted por la calle o detrás de un párrafo y resulte compartir esperanzas u obsesiones idénticas a las que venimos pensando e imaginando, en la más absoluta y estricta soledad? ¿Sabe lo que es sentir la posibilidad de conmover y enamorar a alguien que todavía no ha visto en su vida, pero que así y todo lo siente presente? ¿Dígame si eso no es un milagro?

 

Una de cada miles de millones de personas descubre el verdadero amor de su vida. Lo que resta es una mayoría resignada a destinos menores.

 

Mientras algunos esperan ganarse una rifa organizada en la oficina, otros vagamos a través del universo, sin un horizonte preciso y muriendo de amor por la mujer más hermosa.

 

 

PARTE 3

 

 

Ciertas resignaciones son necesarias para un funcionamiento social, pero ello no significa que vivamos bajo el engaño continuo. Cuidado con eso. A mí me encantan las situaciones divertidas, pero sé que algún día dejarán de amarnos… Que un buen día moriremos.
Así que no quiero que me engañen con “la felicidad está en el placer de las cosas simples”. Macana, esas son felicidades de sombra y no de bulto.

 

Los hombres nos debemos a una existencia imprecisa en tanto existe la acción devastadora y definible del tiempo. Entonces, no quiero el consuelo que las peores desgracias atenuarán sus efectos a medida que transcurren los años. Más bien, desearía que mis resignaciones sean hijas de mi incapacidad y lo que no puedo lograr que ocurra. Todo lo demás lo sé. Sé que nunca habrá un entero disfrute, pues una voz me recuerda la muerte de quienes he amado. Desde luego, esta noticia arruina cualquier dicha. Por eso, lo único que a veces acalla esa voz, durante el curso de una vida, es el suceso amoroso.

Hay un momento de la vida que se decide por la excelencia, dejando atrás el camino de amores pasajeros y efímeros. Ahora, ¿cómo alterar el destino? Hay salvedades para pensar.

Primeramente no conocemos de quién nos vamos a enamorar. Tampoco evitar que el otro se enamore de usted.

La segunda salvedad son las instancias posteriores en las cuales creemos estar decidiendo, es decir, puede renunciar al objeto amado si no responde adecuadamente a sus pulsiones -mejor dicho- puede renunciar a las acciones emergentes de ese amor.

Borges decía con bastante ambigüedad que los sucesos de la vida estaban signados por el fatalismo o el determinismo y que para ambos casos poco podía hacerse.

 

A lo mejor la regla general sea el determinismo, pero es posible unos resquicios en los cuales haya lugar para decidir.

 

PARTE 4

 

 

A esta charla no tiene que faltarle la doctrina del eterno retorno. Todo sucedió alguna vez y todo sucederá, muchas veces más… Ya hemos hablando de un tema y miles de veces lo volveremos a hacer. Al cabo de los siglos, las infinitas repeticiones provocarán un inmenso aburrimiento y un creciente fastidio.

 

Muy indignado con dicha cosmología circular, San Agustín pensaba que convertía el drama de la crucifixión en una pantomima inútil y entonces juraba que un evento de semejante índole trababa esa rueda del eterno retorno.

Para adentrarse al mañana es indispensable no saberlo. Tampoco el ayer. Cualquier dato previo será un rasgo diferencial y determinante, porque anulará el retorno. Así que para evitar su cumplimiento es fundamental el previo desconocimiento. De modo que transitar un episodio por segunda vez –no advertido como vivido- es como vivirlo de una manera diferente.

No obstante, el recuerdo del pasado resulta vital con la reencarnación. Recordar lo que ya fuimos anticipa lo que voy a ser y entonces usted puede salir a caminar sin miedo, porque sabe lo que le espera más adelante.

Nuestra vida -aunque lo ignoremos- está reclinada sobre el futuro. El presente está pensado, no solo en un sentido determinista, sino desde el más práctico y concreto… El presente opera hacia el futuro. La justicia humana se mueve en el futuro. La gente ahorra para el futuro. Y además, lo que hoy estemos haciendo, quizá resuene mañana como una virtud o un castigo.

Contrariamente, los chinos ennoblecían al pasado con el heroísmo de un hombre. Insisto, no a sus descendientes, sino a sus antepasados.

Todo presente está alumbrado por el futuro y el fastidio es apenas una sensación instalada en el futuro. El aburrimiento es una sensación del futuro, sobre todo porque allí reside la incerteza. Nos aburrimos de las cosas que vienen a nosotros, ayunas de cambios.

Cuando salimos a trabajar, lo que nos aburre es la plana perspectiva y los hechos que no emergen. No nos aburre una mala película, sino lo que aún nos falta ver… La promesa de que algo mejorará ese estado es lo que nos mantiene en vilo.

 

Ahora, ¿será verdad que el instante del fastidio comienza a disiparse hacia el final de una obra? Acaso, ¿qué es lo que sucede con los viernes? El aburrimiento promete ser menor, indistintamente de lo que pudiésemos hacer o no hacer el domingo. ¿Por qué? Y porque los viernes contienen una pequeña promesa de cambio. En general, nadie trabaja durante el fin de semana y entonces se nos hace que toda actividad -por mínima que fuese- representa una novedad.

Por el contrario, si nada ocurriese, el domingo confirmará la monotonía y aumentará la impaciencia ante la ausencia de cambios. Después viene el lunes, comienza otra vez la semana y el cambio ya es no tan fácil de vislumbrar como el viernes.

 

Ernesto Sábato sostenía que un buen libro nos modifica y nos mejora. Un mal libro nos deja igual y no ejerce ninguna transformación.

 

Me permito humildemente añadir que lo que nos despierta al amor son sus vísperas. El que comienza a construirlo desde sus primeros contornos, de algún modo ya le está dando una forma real y presente a ese amor. Parafraseando a Montaigne, la dicha empieza a disfrutarse ante la inminente silueta que asoma sobre el horizonte.
Por eso es importante la víspera… Reconocerse en el otro, mediante indicios, simetrías o gestos es el rasgo más formidable del amor y que no deberían perderse.

 

Los temores al futuro –de igual magnitud al aburrimiento- son sentimientos anticipados. La preocupación se instala en el presente… Cuando emerge la sombra de lo que podrá ocurrir, ahí mismo comienza a velarse el presente. Así, temiendo lo inesperado, tomamos medidas de seguridad, nos aislamos, nos protegemos, nos conformamos, etc. El temor impide toda realización del ser humano.

 

Acerca de la providencia del futuro, el Emperador Shih Huang Ti resolvió directamente abolir el pasado. A tales efectos mandó a quemar todos los libros, declarándose él mismo, el Primer Emperador. Construyó la Muralla China, a fin de evitar el ataque de los Bárbaros y como si no bastara hizo construir en su palacio una habitación por cada día del año.
El resultado fue evidente… Quiso evitar la muerte, pero la muerte lo encontró.
Las Murallas Chinas fueron sobrepasadas y el pasado prevaleció, por muchos libros que se quemasen.

 

Para pensar… Si los esfuerzos presentes no conmueven a la más hermosa, ¿por qué habré de creer que mañana lo harán?

Vivimos dentro de un universo, repleto de puertas que se abren y cierran. Es posible que ninguno de nosotros tenga esa llave con la cual abrir el corazón de nuestra amada. A lo mejor resulta que no hay llave que buscar, sino que uno mismo es la llave.

 

 

FINAL

 

 

Nos estamos acostumbrando a aceptar pasivamente la idea del holocausto cósmico… Y ante la riqueza infinita que forma lo que nos rodea se prefiere mirar hacia adelante, sin ahondar en la propia circunstancia, que es el presente.

Muchos prefieren un destino forjado a través de proyectos laborales o ambiciones edilicias. ¡Y ese es un pésimo registro del otro! Y si no, ¿cómo encontramos el amor? Respuesta, reconociéndonos en el ser amado. El otro redefine nuestro ser y modifica nuestro modo de sentir y ver las cosas.

Es un criterio un poco utópico, pero realizable. Después de todo, el hombre hace con los destinos, lo mismo que el alma con su cuerpo… Lo impregna de anhelos, con sentimientos y manifestaciones, en el brillo de sus ojos, de sonrisas y expresividad en sus labios.
Sin embargo, somos incapaces de crear elementos de belleza en un mundo donde solo atendemos y nos importan las razones del trabajo o que la máxima aspiración consista en ser famoso.

Yo creo que nos superan en números los sujetos claramente funcionales a los dictados de las instituciones. Por eso es complicado advertir una excelencia, entre tanta mediocridad.

Me parece que para evadirse de esa prisión abominable, que es la soledad, no alcanza con solo desearlo. Hay algo de peregrino en nuestro espíritu y que no basta con realizar un par de deseos burgueses para enamorarnos.
Naturalmente, existe un valor muchas veces invisible a los demás, pero que uno escucha desde lo profundo de su alma… Es la fidelidad que sentimos como un signo a cumplir.
Por lo tanto, el destino no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia velada, tras un pequeño juego metafórico, en un rostro imaginado inconscientemente o el destello de una idea inconcebible.

No creo que los encuentros amorosos, ni siquiera sus desencuentros sean virtudes de las casualidades… Solamente están reservándose para nosotros. ¿Cuántas veces nos sorprende el hallazgo de quien parece tener las verdades del destino? Nadie sabe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los encuentra porque estaban cerca de nosotros…

Antes uno imaginaba un conjunto de acciones dispares, absurdas y sin hilo aparente. Y la memoria, como una coexistencia vaga y a la deriva, perdiéndose, amores dispuestos a ser olvidados. Más adelante, todo es vinculado y reunido entre sí por acción de secretos resortes y tramas que, observadas con minuciosidad, buscan completar algo absoluto e irrepetible.

 

En efecto, hay un destino a cumplir, al igual que cierta libertad para decidir y atreverse a conquistar, pero si no nos dejamos atrapar por la magia del otro, que busca rodearnos y pretende atraparnos, no podremos ser amados por nada ni nadie.

 

¿A quién dedicar?

 

¿Es posible mirar el futuro con esperanza y cierto optimismo? ¿O más allá de un sentido metafísico solo queda un mundo pesimista? Si el universo tiene algún sentido, es decir, si alguien nos ama… Entonces, sí, podremos ser optimistas. Solo el amor hace posible lo imposible, pues el amor edifica.

A mí me parece que solo por lo que hicimos nos reseñarán los libros de la humanidad. Lo que hacemos ahora y lo que haremos más adelante, eso solo lo sabe el ser amado.
El olvido y la indiferencia son armas privilegiadas de los que ayer nos han dejado de sentir en sus vidas. Si hojeáramos un libro de historia seguramente veríamos que las últimas hojas, nuestras hojas, permanecen aún en blanco. ¿Por qué? ¡Porque pertenecen al futuro!

 

A lo mejor es cierto que no nos esté yendo del todo bien... ¿Pero quién sabe si ya está escrito que todo deberá acabar mal? Y si estuviese escrito que nos irá mal debe haber algún atajo para enderezar las cosas.

 

Yo deseo que en algún momento podamos salir a encontrarnos y escribir estas páginas en blanco, estas historias que desde hace tiempo nos estamos debiendo…

 

Dedicado a los que vamos produciendo pequeños milagros, dejando parte de nosotros, en las alambradas del camino.

 

Nacho 

 

2/3/16