Como bien se sabe, la Odisea narra las peripecias
que debió afrontar el héroe Odiseo. Luego de la Guerra de Troya, regresa a su
patria Ítaca y a los brazos de su mujer, Penélope.
Quisiera regalar un párrafo, acaso el más peligroso
de todos.
Cuando Odiseo
llegó a la isla de Eea, ordenó que una parte de los marinos, al mando de
Euríloco, fuese a investigar qué clase de hospitalidad podía encontrarse en
tales tierras. Pronto fueron recibidos por la hechicera Circe, quien los invitó
a un regio banquete y posteriormente, mediante artes mágicas, los transformó en
cerdos.
Todos eran cerdos, todos excepto Euríloco que consiguió huir y avisarle a Odiseo lo que había pasado.
Odiseo salió
a rescatar a sus compañeros, pero en el camino se cruzó con Hermes. Este le entregó una
rama de la planta moly, eficaz contra los embrujos.
Así se presentó ante Circes, quien, impedida de convertirlo, no tuvo más remedio que devolverles el aspecto original a sus marineros y además explicarle el camino hacia Ítaca.
El asunto no
era sencillo… Odiseo debía bordear la isla de las sirenas, en la isla de Capri,
en el suroeste de Italia. Para guardarse del canto de las sirenas, él debía
taparse sus oídos con cera y hacerse encadenar al mástil de la nave.
Algunos de
sus compañeros consideraban que recurso perfectamente inútil, pues, juraban que
las sirenas atraían desde muy lejos. Lo que sucedía es que aquel canto traspasaba cuanto
uno imaginase… La pasión resultaba tan infernal que los antiguos marinos
lograron escapar de prisiones mucho más fuertes que simples mástiles y cadenas.
El caso es que sus compañeros no pudieron creer la confianza de Odiseo en ese puñado de cera y un encadenamiento no demasiado inviolable. Seguramente estaba convencido de que Penélope lo esperaba y solo así pudo hallarse a salvo de las sirenas.
Primero vio
las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de
lágrimas, los labios entreabiertos. Finalmente se perdieron del horizonte y cuando
estuvo a una distancia segura, ya no supo de ellas.
Más hermosas que nunca, se estiraban y contorneaban en el mar… Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento y abrían sus garras, acariciando las rocas. Ya no pretendían seducir a Odiseo y matarlo, tan solo atrapar por un momento más, el fulgor de sus grandes ojos.
Si hubieran tenido conciencia, las sirenas habrían desaparecido ese mismo día. Pero permanecieron…Porque existe el amor y porque también existe la tragedia. Odiseo había escapado, una vez más, sacrificando su pellejo. Camino a Ítaca creyó que todo lo sucedido con las sirenas fue parte de una melodía sorda, fluyendo en torno a él.
Una versión diferente del mito afirmaba que las sirenas poseían un arma más terrible que el bello canto… El silencio. Por lo tanto, es probable que usted pueda salvarse de los cantos de las sirenas, aunque nunca de sus silencios.
Las sirenas cantaron porque imaginaron que a Odiseo
podría herirlo el canto y no el silencio. Quizá vieron que Odiseo pensaba en
Penélope y eso es precisamente lo que le hizo olvidar toda canción y todo
silencio. Ni siquiera los mismísimos dioses del destino, fueron capaces de
penetrar en la mente y el corazón de Odiseo.
El que ama es capaz de dar la vida, es capaz de renunciar a los cantos de sirenas, porque a la distancia siempre estará esperándolo su Penélope… ¡Claro que las odiseas no son fáciles! ¡Por supuesto que no todos son Odiseo! ¡Qué vivo!
El amor no es cosa que pase todos los días. Por eso cuando todos los planes divinos son expuestos y revelados, no hay renuncia posible, ni tampoco debe ser aceptada. Solo embarcarse hacia Ítaca… Hacia los brazos de nuestra hermosa Penélope.
Nacho
11/11/14