La época clásica desconocía el amor, así, con esa
forma que interpretamos nosotros, con los vaivenes y ese juego de tire y
afloje.
Había un carácter trágico e irremediable en las
pasiones, debido a que, para los ojos de la cultura griega, el amor
esclavizaba.
Esto explicaba por qué el padecimiento era algo que
atacaba el alma y no dejaba ninguna salida, más que la muerte.
Claro, la sociedad moderna pretende avanzar mucho
más allá, respecto de lo que interpreta como necesario y trascendental…
Entonces, no nos confundamos… Hablar de ventajas y conveniencias que dan el
matrimonio o la búsqueda de un placer efímero, son temas propios de este siglo.
Hoy, contrariamente, un señor ha
establecido que la pasión, es decir, su padecimiento, consiste en apoyar al
equipo de fútbol, escuchar música o salir a beber con sus amigos.
Mientras no sobrevengan esas conformidades, tan
comunes y consagradas por la sociedad, repito, el amor esclaviza.
Por otro lado, esta concepción del amor, fue muy
similar a la que tuvieron acerca del pecado y el vicio… No estaba instaurado el
pensamiento de ultratumba, donde los premios y castigos llegarían, al cabo de
la muerte. Tampoco consideremos ahora que la adversidad y la tristeza, sean
impuestas a los malandras, solo por infringir algunas contravenciones. La vida
no funciona merced a méritos, sino, a decisiones.
A fuerza de decisiones presentes, el camino
resignifica todo el pasado.
Además, el hombre vicioso estaba señalado, no bajo
cuestiones morales, sino, pues era esclavo y poco dueño de sus actos… Y desde
la mirada griega, el hombre enamorado, también les parecía un esclavo y por
eso, debía liberarse.
PARTE I
Según cuentan
los anales, Eróstrato prendió fuego el templo de Artemis, quizá, la misma noche
que nació Alejandro Magno, el hijo de Filipo de Macedonia… Pero, ¿quién sabe?
Siendo niño,
Heracles estranguló dos víboras enviadas por la diosa Hera, motivo por el cual,
muchos vislumbraran una temprana inclinación hacia el heroísmo.
La historia
está llena de estos lirismos, casi de colofón, y que permiten reafirmar o
embellecer una biografía. Del mismo modo, entonces, un músico confiesa
que de pequeño hacía música con el sonajero, o que un actor representaba
estupendos papeles en las obras escolares. Bueno… ¡Es una cadena de sucesos un
tanto difícil de certificar!
Eróstrato fue un pastor que vivió en Éfeso, no muy lejos del templo y al cual deseaba ser sacerdote.
Disfrutaba
ver el desfile de las procesiones, donde el pueblo acudía con toda clase de
ofrendas, mejor aún, él mismo creía estar consagrado a la diosa.
Un día obtuvo
la entrevista con algunos sacerdotes y allí sostuvo ser, redondamente, el hijo
del fuego. Ese argumento valió que lo echaran a patadas.
Indignado,
pronto dedicó su tiempo a vigilar el templo, a odiar las riquezas que le
rodeaban y a las cortesanas que juraban castidad a la diosa.
Cierta noche,
cuando todos dormían, logró infiltrarse. Tomó una lámpara y se detuvo frente a
la estatua de Artemis. Besó su rostro y luego de varias vueltas, de contemplar
la riqueza dominante, encendió la tela que la cubría.
Los guardias
lo sujetaron, mientras éste gritaba su nombre, en medio del incendio.
El rey
Artajerjes ordenó su tortura, de inmediato.
Así,
Eróstrato pudo confesar que su acto impiadoso le daría fama y su nombre,
repercutiría durante milenios.
Frente a
siniestra confesión y mucho más enojado, Artajerjes, además de ejecutarlo,
prohibió nombrarlo bajo su reinado, o darles el nombre del ajusticiado a los
descendientes de su pueblo, bajo pena capital.
Como se ve,
ninguna de aquellas medidas pudo olvidar el nombre, ni la acción ya contada…
Aquí estamos, hablando de él y cómo la historia lo inmortalizó.
Para los sentenciados al olvido, ninguna condena resulta eficaz.
De hecho, ¡conspiran contra ello! Aquel que
adultere la memoria, mediante la supresión del recuerdo, logrará apenas un
reemplazo de recuerdos.
Si queremos olvidar, entonces, sería preferible no
condenar al olvido. En el mismo momento que le decimos al otro, "te olvidaré"... Ese olvido no
alcanza. No alcanza porque estamos ante una fuerza tan poderosa que, cualquier
intento de legislarla, se vuelve estéril y en contra del legislador.
El olvido que se pronuncia solemnemente, con ese
aire a edicto policial, jamás llega a cumplirse.
En tal caso, pensar en alguien, sólo para
olvidarlo, preparando un bloqueo de sentidos, físicos, psíquicos y espirituales…
Bueno, estará haciendo el camino exactamente contrario.
Las manifestaciones y todos esos movimientos que
son construidos, a favor de la anulación del recuerdo, están formando parte de
un decorado que, en verdad, resulta superfluo.
El olvido no necesita anunciarse. Llega solo. Se
nos presenta por debilitamiento en las sensaciones, por una insuficiencia de
las percepciones que hemos sentido por alguien…
Por un engrosamiento de los espacios intercalares
de silencios, entre las veces que los nombramos.
Hasta que arriba ese día.... Y ese alguien,
desaparece.
PARTE II
Con el fin de evitar los pesares amorosos, los
antiguos médicos utilizaban remedios para las fiebres o la locura, tal es el
caso de las purgas y las sangrías.
Hacia aquellos siglos, fueron procedimientos muy
habituales, tanto, pues creían que el mal radicaba en la sangre. Para ellos, el
amor era un sufrimiento y bastaba con la eliminación de la sangre vieja y así,
olvidar las penas anteriores.
Estas prácticas cayeron en desuso, pero tuvo un resurgimiento
en Francia, cerca del siglo XVI.
A partir de entonces, hubo sangradores
especializados en vender olvidos y curar, todas las penas de amor.
Afrodita
estaba enamorada apasionadamente del joven Adonis, tanto, que llegó a
enfrentarse con Perséfone, ¡la mismísima reina del Hades!
No obstante,
a pesar de ser correspondida, éste le era infiel... La extraordinaria belleza
de Adonis, dejaba en vilo a las demás diosas.
Cierta vez,
Ares, el dios de la guerra y antiguo amante de Afrodita, decidió vengarse de
Adonis.
En el monte
del Líbano, Ares se disfrazó de jabalí y le dio muerte, mientras cazaba junto a
Afrodita.
Una vez
hallado sus restos, en una isla de Chipre, puso a bañarlo con sus lágrimas.
Pero, lejos
de aliviar su dolor, la vista de aquel maltrecho Adonis, reavivó aún más su
amor.
Afrodita no
pudo soportar semejante dolor y con desesperación, buscó la ayuda de Apolo.
El dios le
comentó acerca del promontorio de Léucade…
Léucade es una isla griega, situada en el mar Jónico, al norte de las islas de Ítaca y Cefalonia.
La isla
presenta extensas vegetaciones hacia el este y el sur, aunque, a decir verdad,
el relieve que predomina es profundamente montañoso, con promontorios
escarpados y cuya geografía, parece desafiar las aguas.
En épocas de
la Grecia clásica, los amantes purgaban sus penas, arrojándose desde las
grandes rocas.
Naturalmente,
el salto resultaba peligrosísimo, pues costaba la vida misma! Sin embargo,
quien saliera indemne, olvidaba su pesar. Con el tiempo, en vista de estas
extrañas prácticas y considerándola una actividad redituable, unas
embarcaciones se encargaron de recuperar al arrojado, a cambio de un módico
precio.
El mito que
trata de explicar las virtudes de Léucade, está adjudicado a Zeus, el príncipe
del Olimpo.
Según los
mitógrafos, la historia se conoció tras un encuentro entre Apolo y Zeus.
Zeus contó a
Apolo que, cansado de sentirse rechazado por una bella ninfa, pasó largas
jornadas, desasosegado y reflexivo, en la cumbre del promontorio.
Había pasado tiempo
más que suficiente, cuando, un instante desapercibido, determinó el momento
fatal… Percibía que un saludable desinterés, se apoderaba de su corazón, poco
apoco.
El dios más
poderoso estaba olvidando su pena, ¡pero también la causa!
A partir de
entonces, muchos dioses olímpicos creyeron que el promontorio había quedado
impregnado de olvido, gracias a la intervención de Zeus.
Afrodita, habiendo escuchado a Apolo y desesperada por la muerte de su amado, no vaciló en dirigirse al abismo de Léucade. Estaba segura que si se arrojaba a las aguas, el olvido sería inmediato.
Efectivamente,
la diosa quedó sorprendida al notar que, luego del salto, había desaparecido el
motivo del dolor. Ya nunca más volvió a sufrir por Adonis.
Algunas versiones apócrifas cuentan que Afrodita llevó los restos de su amado y, una vez arrojados al mar, se convirtieron en sirenas.
Todas las noches, sus cantos seducen a los marinos
que, incautos, se acercan y estrellan su barco contra las rocas de Léucade.
¡Malditos quienes pueden olvidar fácilmente! Y
benditos los otros, en cambio, esos que no olvidarán jamás, por muchos saltos
que peguen.
La revelación final consistirá en admitir que el
olvido, es la antesala dela muerte.
Sin embargo, en la muerte se recuerda todo,
incluso, hasta los olvidos más pertinaces.
PARTE III
La isla de Léucade adquirió suma relevancia por su
promontorio, pues era posible curarse de una pasión y borrar el recuerdo de las
penas… Allí acudían centenares de amantes, desde las más alejadas regiones.
El poeta Virgilio sitúa un templo en honor al dios
Apolo, donde ofrecían sacrificios y ofrendas al dios, generalmente, una cabra o
cordero.
De esta forma, luego del acto religioso, los
enamorados se precipitaban.
Claro, esperaban recibir la ayuda de Apolo y
sobrevivir a las consecuencias del salto. Muchos creían que les era posible
desterrar las angustias del amor y de algún modo, la supervivencia permitiese
reanudar una nueva vida, repleta de felicidad.
Los sacerdotes habían visto ahogarse a demasiados
amantes. En vista de aquello y así evitar más muertes, tendieron una red de
hilos, al pie del peñasco.
Esto no impidió que salieran maltrechos de la
caída, pero al menos, burlaron por un tiempo a la muerte.
En ese sentido, Virgilio agrega que, más adelante,
los amantes desdeñados, fueron reemplazados por animales.
Según el
historiador Heródoto, Artemisa, reina de Halicarnaso, fue la primera mujer que
dirigiese una flota, en épocas de las Guerras Médicas.
Estuvo aliada
al ejército persa de Jerjes I, al mando de cinco barcos. Otros, para los que
buscan enaltecer una biografía, cuentan que fueron cien.
Sea cual
fuere el caso, luchó contra las flotas atenienses, hacia el año 480, en la
famosa batalla de Salamina.
Artemisa pudo
advertir la trampa del griego Temístocles, consistente en atraer a las naves de
Jerjes hacia un estrecho, donde resultara imposible maniobrar.
Pese a la
astucia, no pudo impedir el desastre, a pesar de haber sobrevivido.
Su navío fue acosado por los atenienses y sin escapatoria, enarboló la
bandera espartana y así embestir la flota de Jerjes. Esto les permitió a los
griegos que creyesen en una alianza.
Tiempo más
adelante, sometió a la ciudad de Latmo, bajo el pretexto de honrar a la madre
de los dioses.
Artemisa, ya
declarada enemiga pública, con precio a su cabeza, feroz con los griegos y dura
en las batallas, no obstante, no pudo vencer una guerra interior… Se enamoró apasionadamente
de un bello mancebo de la ciudad de Abidos, llamado Dárdano.
Sin nada que justificara aquella pasión repentina, más que la efímera
hermosura del joven, pronto halló el castigo de su culpa… Dárdano la rechazó.
Muy irritada
y sintiéndose ultrajada en su orgullo, ordenó que le arrancaran los ojos
mientras dormía.
Naturalmente,
la satisfacción de aquel terrible acto, no concretó la satisfacción de su amor.
Arrepentida y
temiendo la ira de los dioses, consultó al oráculo. Los sabios le sugirieron
que la respuesta estaría esperándola en las cumbres del Léucade.
De este modo,
Artemisa obtuvo el remedio de su pesar, pues, luego de arrojarse, descubrió la
muerte.
Goethe pensaba en el hombre, como un hacedor de condenas. Somos nosotros mismos, quienes construimos nuestros infiernos.
Quizá ello represente un pensamiento categórico,
pero al cual suscribo, sin lugar a dudas.
El amor condena.
Sin embargo, también existen las pasiones
imprudentes, hijas del despecho. Son esos que están basados, solo en la
apariencia y esperan encender grandes fuegos, en los corazones sensibles.
Cuidado.
Cuidado porque aquellos que juegan con los fuegos
del corazón, suelen apagar la llama de la inteligencia.
PARTE IV
En general, los mitos suelen presentar distintas
variantes y eso es lo bueno, pues, permite recorrerlos en varias direcciones y
darles nuevos significados.
Son muchos los antecedentes que tratan de explicar
los prodigios del olvido, en el Léucade… Uno de ellos cuenta que se lo llamó
así, porque un joven se había arrojado desde esa roca, perseguido por Apolo.
Posteriormente erigieron un templo al dios, donde
celebraban fiestas en su honor.
Para Focio, el nombre procede de Leuco, originario
de Zacinto y que resultara muerto por Antifo, un compañero de Ulises.
Agrega que Zeus, modificando un poco el mito, muy
apenado por sus conflictos con Hera, fue a sentarse en la roca y pronto olvidó
su tristeza.
¿Será verdad que quienes se precipitan desde el promontorio se libran los males de amor?
Hipomedonte
lo hizo, tras asesinar a un plebeyo que no aceptaba su amor.
Lo mismo
sucedió con Bulágoras, enamorado del eunuco Eros.
Eros le
sugirió que se quitara la vida.
Cuando
finalmente se animó a hacerle caso, Bulágoras ya era un anciano.
Nireus de
Catania estaba enloquecido por Atenea del Ática.
Tanto amor
sentía que un día se arrojó y cayó sobre un bote pescador, repletas de cajas
con oro.
Indignado por
aquel torpe suceso, quiso iniciarle un proceso al pesquero.
Sin embargo,
Apolo apareció en sueños, pidiéndole gracias a la fortuna y que se dejase de
embromar.
Rodope de Amiso amaba a Antífona y Cyrus, unos gemelos que velaban la seguridad de Antíoco, rey de Siria.
Convencido
del inminente rechazo, se tiró desde las rocas… La suerte le jugó en contra.
Mientras los
sacerdotes trataban de ayudarlos, su dolor había cambiado.
Ya no
agonizaba de pena, ni pudo saborear el olvido.
Apenas
consiguió romperse una pierna y el recuerdo de los gemelos… Bueno, ahora se
había multiplicado.
Fuera de los límites mitológicos, salvo el poeta Nicostráto, rechazado por Tettigidea, pocos hombres han salido ilesos, de semejante decisión.
La historia
de Maces tiene un sabor tragicómico.
Habiendo
padecido el desengaño amoroso, Maces saltó desde el promontorio.
Tuvo su
resultado, ¡pues lo esperó el olvido!
Sin embargo,
cuentan que ni bien se recuperó de la caída, volvió a enamorarse de otra mujer.
Esto sucedió
unas 7 veces… Claro, hasta que el último, fue el más bello y fatal de todos los
saltos.
No hubo que
regresar a ninguna cumbre, para calcular la velocidad del viento y la distancia
del impacto…
Se perdió
para siempre, en los abismos infernales del océano.
Las historias de amores desdichados ceden terreno, a una amarga y triste enseñanza… Nadie desea olvidar.
Lo que desea el enamorado es que el objeto de su
amor, cambie, modifique sus preferencias y que vengan a
favorecerlo.
Por supuesto, algunos están convencidos que la
pertinacia es un gesto de nobleza, o sea, como si la obstinación fuese una
acrobacia y que finalmente, esa acrobacia tendrá su recompensa.
Convendrá saber que algunos amores, parecen haber nacido solo para saltar, infinitas veces…
Otros, en cambio, llevan escrito el olvido en sus
almas, como un trazo indeleble del destino.
PARTE V
Faón vivía en
la isla de Lesbos.
Este hombre
dedicó la vida entera, a la dura tarea de barquero.
Cierta
ocasión, una anciana, de aspecto indigente y triste mirada, le pidió que la
cruzara hacia las costas asiáticas.
Faón sintió
tanta conmiseración que la ayudó, a cambio de nada.
La anciana,
muy agradecida, corrió el manto que ocultaba su rostro y así Faón descubrió que
se trataba de Afrodita.
Por la acción
desinteresada, la diosa le dio un ungüento que, en verdad, era el elixir de la
juventud.
El barquero
no hizo demasiado caso, pero aceptó su regalo y regresó a Lesbos.
Ni bien arribó y lleno de curiosidad, probó el ungüento y ¡sintió rejuvenecerse!
Las mujeres
cayeron enamoradas de aquel bello joven, en que Faón se había transformado…
Entre ellas, Safo, una hermosa poetisa de familia noble.
Constantemente
lo asediaba, en pos de ablandar su corazón. ¡Usó los ardides que los dioses
concedían a las mujeres bellas!
Todos fueron
en vano… Ninguno pudo evidenciar una manifestación de cariño hacia ella.
Cansado de recibir tanto agasajo de las muchachas de Lesbos, Faón decidió abandonar la región y establecerse en Sicilia.
Por su parte,
Safo no pudo soportar aquella ausencia y por eso, lo siguió hasta su actual
residencia.
Allí le
compuso una declaración de amor, llena de suaves odas y tiernos versos… Pero,
pese al ennoblecedor gesto, Faón, el objeto de su pasión, se había vuelto cada
vez más arisco y desdeñoso.
No tuvo
ninguna contemplación para con ella, salvo el desprecio. Ni siquiera cuando le
rogó, al menos, que le permitiese amarlo.
Safo, inmensamente desolada, quiso poner fin a su vida y a tanto desamor y humillación.
En esta
historia, el salto desde el Léucade estaba limitado a los delincuentes. No
obstante, Fánor, un amante rechazado por Teana, decide ese trágico camino y
curar su pesar.
Cuando sintió
que había llegado el momento, Fánor alcanzó a ver a Safo, dando vueltas,
alrededor del promontorio.
Ambos
contaron sus angustias y traiciones.
Dispuesta a
arrojarse, Safo le entregó un manuscrito a Fánor, donde narraban todas sus
desdichas, con la condición que lo publicase.
Se prepararon
unas embarcaciones para socorrerla y vaciló, durante tres veces.
Por fin,
levantó las manos al cielo, tomó carrera y se precipitó.
Los nadadores
la transportaron a tierra firme, pero ya era un cuerpo frío e inanimado.
Tras semejante hecho, Fánor prefirió desistir y regresar a su casa… Y a su dolor.
En memoria de Safo se erigieron templos por toda la isla, donde rendían culto y se le ofrecían sacrificios rituales. Además, acuñaron monedas con la efigie de la poetisa, como recuerdo de una mujer que fue capaz de morir por amor.
Los más supersticiosos juraron que, mientras desaparecía entre las oscuras aguas del océano, alcanzaron a oír una triste polifonía, de mujeres enamoradas y abandonadas... Acaso, ¿qué otra cosa podrá ser, el canto de las sirenas?
EPILOGO
¿Qué cosa podemos hacer con nuestros pesares?
Bueno, ¡primero aclaremos que nadie saldrá en busca
de un acantilado!
Intentar quitarse la vida, en este caso, a través
de un precipicio, es un acto pagano y muy estoico. Por supuesto, parece estar
más acorde a los mitos clásicos y la literatura medieval.
Sin duda, son asuntos que deben resolverse de diferentes maneras, con amplitud de criterio y no, arrancarse las penas de amor, practicando saltos hacia el olvido…
No es que quiera repudiar el recurso en sí mismo,
pues, valoro ese signo alegórico que nos han regalado los griegos o la cultura
escandinava, con sus bellas historias de amor.
A decir verdad, las últimas sociedades han dejado
de producir exactamente eso… El carácter irrenunciable en el amor.
La pasión perdió aquella condición fundamental, que
imaginaron los poetas antiguos y que necesitaría tratarse, como si fuese la
columna vertebral, para cualquier relación amorosa.
Sin embargo, para el hombre moderno, los relatos de
la antigüedad le resultarán ficcionales, porque hemos consensuado y establecido
unas necesidades que tienden a la conservación. Y en ese sentido, los griegos
las desconocían o seguramente, no las consideraban como tales.
En el presente, los conformismos sociales se han
institucionalizados tanto, pero tanto, que impiden romperse los cuernos,
largándose desde un promontorio.
La antigüedad no registraba ese prurito que abunda
hoy, donde se rotula por edades, la compatibilidad de un signo o la solvencia
económica del hombre.
No, simplemente pasaba. La importancia del amor en
Grecia, estaba sobre cualquier otra sensibilidad o necesidad humana, incluida
la guerra.
El amor entre hombres y dioses era algo posible…
Respuesta, porque el amor no se mide en jerarquías y estanterías, que
preparamos circunstancialmente.
Entonces, ahí, detrás de todas esas falsas puertas,
lo espera una certeza impresionante… Más que un recurso artístico, la verdadera
pasión es más bien, una moneda que escasea.
Tampoco pretendamos escribir el Paraíso Perdido,
cada vez que nos rechacen!
No, desde luego que no.
De acuerdo, en una de esas y con mucha suerte,
circunscribir y alojar el sufrimiento, en un manojo de hojas, alrededor de una
partitura, o sobre un escenario. Sin embargo, usted será más decente, mientras
no disfrace y filetee el sufrimiento, con aires seductores… Digo, porque el
humillado no seduce a nadie.
En mi humilde opinión, un hombre enamora por
entrega, por espiritualidad, por empatía, por inteligencia... Incluso, por su
belleza, ¿por qué no? Contrariamente a un hombre abatido y que encima, se
sienta a conversar sólo de desventuras y penurias amorosas... No sé.
El olvido debe ser guiado, modificable… Desde
adentro, en la más estricta de las soledades, nomás.
Naturalmente, desearíamos una luz capaz de
enceguecer el recuerdo, pero es imposible evadir el pasado. Además, sería tan
absurdo, pues arrancaríamos parte de nosotros mismos.
Alguna vez dije que las penas son cuchillos,
alojados en el espíritu. Y también, el amor como fuerza vital, debía hacerse
algo, a fin de que se oxiden con los años… Por eso el tiempo no tiene piedad
con el abandono.
El olvido viene despacio, de a poco… Una multitud
de circunstancias que lo señalan, digamos, puede ser la ausencia o la negación,
lisa y llana. Y si hay algo que atenta contra el olvido, es la indignación, el
constante reproche, o empleando actos de venganzas lamentables, que varían de
un minuto a otro... Supóngase, yendo hasta la casa de una mina y golpearle la
puerta, para pedirle explicaciones.
No.
No es así como funciona el dolor en el alma.
Seguro, después llega una reflexión todavía peor y es que no seremos eternos, ni siquiera, en el sufrimiento. Y mientras lloramos como criaturas, en el regazo invisible de ese amor que ha partido, la tristeza es un rasgo vital, como algo inevitable del ser humano.
Ahora, estará en uno, dignificar la tristeza, o
vivirla desde el rencor, con insistencia y resentimiento... Y está el otro
camino, a partir de la nobleza, en silencio... Silencio respecto de la persona
que ha causado esa tristeza.
El dolor tendría que fructificarse, transformarlo
de algún modo... ¿En qué? Bueno, en algo que nos mejore y ayude a los demás,
como hacen los artistas con sus obras.
Si no, ¿de qué forma se canaliza el sufrimiento?
Creo que es necesario pulir el dolor en goce, desde
luego, en un goce amargo. Pero ese goce se puede disfrutar recién, muchas
circunstancias después... Cuando el otro ya empieza a tener apariencia
fantasmal, aquella que les da, el paso del tiempo.
Entonces, fíjese lo que hacen algunos tipos o
algunas minas, frente el incumplimiento de sus deseos… Procesan una serie de
mentiras, que a lo mejor son muy necesarias, pero ninguna funciona.
Traman pequeñas revanchas, por ejemplo, salen con
distintos minas, para que el otro observe y revise su postura…
Otros, viéndose ante el inminente fracaso, deponen
su actitud. Se postulan como amigos y así, caerles a una mina, digamos, desde
una situación más cómoda y menos peligrosa... Quizá, más propicia, sí, pero
menos atrayente.
Mire... Es mentira. Todo lo que hará un sujeto, en
pos de aparentar un desinterés, insisto, será parte de una mentira.
El enamorado no quiere el olvido, de ninguna forma.
Cuando hace que quiere olvidarse, en realidad, está
haciendo el camino contrario.
Pero, es lo que pasa, ¿no? El hombre cree que
olvidándose, la mina reparará en esa conducta y luego lo querrá…
Se equivoca. Se equivoca. Y ese es otro error del
olvido, o sea, la creencia que no ven lo que usted hace… No se da cuenta que
simplemente han dejado de quererlo y no le interesa en absoluto lo que vaya a
hacer, que es bien distinto.
Mientras la relación camina, uno está tranquilo y
se cree piola, pues supone justificados todos sus actos. Y también por eso,
cuando le piden un tiempo para pensar, uno se pone loco.
El amor es siempre una situación de peligro y por
ello, no debe vivirse bajo la urgencia del deseo o de la desolación de las
pérdidas, sino, con la intensidad de una pasión o la intimidad de su tristeza.
Yo no imagino nada más importante en el universo que el amor y dentro del amor, nada tan superior, como el ser al que amamos. Claro, habrá que sufrirlo todo.
A mí me gusta el camino que uno emprende, porque
explica todo lo demás. Es como la llave maestra que, tarde o temprano, nos
revelará el secreto más profundo.
Explica todo lo que hemos hecho y todo lo que
estamos haciendo ahora, por conquistar el amor.
Así que, habrá que seguir al corazón, a los instintos,
a la llamada del destino y del alma, sin importar las consecuencias.
Habrá que insistir en esos parajes, en esas
situaciones, en esas bellezas que andan por ahí, saltando de nube en nube… De
sueño en sueño.
Finalmente, Safo, la poetisa griega, aseguraba que
lo que es bello es bueno y lo que es bueno, no tardará en ser bello.
Ella no se refería a la belleza física, que siempre
es efímera y víctima del paso cruel de la vida.
No, es esa otra belleza mucho más profunda, que
permanece inalterable y que solo los ojos del buen enamorado, descubren en el
ser amado.
Y a pesar que algunos imperios sucumbieron y unos
cuantos muros hayan caído, es mejor no olvidar.
Cuando el verdadero amor trasciende, no existe olvido que pueda desvanecerlo.
Nacho
21/10/14