PARTE I
En sus estudios, el arqueólogo François Lenormant
desvela al dios que juzga la vida y se convierte en un nuevo dios, para
acompañar al difunto hacia la luz eterna.
Se cuenta que
Nun el dios de las tinieblas, fue el principio de todo… Pero dormía, Nun solo
dormía.
Cuando por
fin despertó, solo encontró aburrimiento… A su alrededor, él era todo lo que
veía. No había animales, plantas, ni hombres… Ni siquiera dioses.
Entonces,
reconociéndose la facultad de crear, decidió constituir el universo.
Puesto que Nun era agua, comenzó imaginando tierra… Hizo surgir de sí mismo una gran isla, de aspecto limoso, que fue Egipto. Luego pensó que aquella región, nacida del agua, debía ser quien le diera vida a todas las cosas… Así que creó el río Nilo, con ese carácter divino.
Nun continuó creando… Vino el cielo, el aire, plantas, animales y los dioses.
Sin embargo, carecía de algo… El universo ya no tenía una oscuridad absoluta, pero tampoco una luz palpable.
A través del Nilo, flotaba una planta acuática llamada loto. Éste era reacio a abrirse, hasta que un día no pudo aguantar más y de su interior nació Ra, el sol, aquello que al mundo le faltaba… Dio esa luz con la que apreciar los colores, la belleza de la creación y por supuesto, el tiempo.
Se cuenta que desde entonces, Ra volvía al interior del loto y descansaba, mientras duraba la noche.
Se cuenta que con el paso del tiempo, Ra se convirtió en el dios más poderoso, el amo del mundo, pero también el más envidiado…
Las antiguas civilizaciones postulaban la vida, a pesar de la muerte. A tales efectos y con gran imaginación, hubo técnicas y condiciones para incluir, culturalmente, la esperanza de regresar del más allá.
PARTE II
Relacionada con los asiáticos e hindúes, la
metempsicosis ya figuraba en Egipto y Grecia. De hecho, muchos autores
consideran la transmigración como una doctrina que se fundó, a partir de haber
adulterado unos cuantos principios de la metempsicosis egipcia.
La transmigración fue una corriente filosófica y religiosa, basada en el traspaso del alma hacia otros hombres, animales, minerales o plantas.
Para la teoría de Heródoto de Halicarnaso, cuando la materia se descomponía o
moría, el alma transitaba los cuerpos de todos los animales de tierra, aire y
agua, en un período o momento
dado.
Completar esa ronda vital -
siguiendo los cálculos de Heródoto - ocupaba un espacio de 3 mil años.
Ahora, eso sí, yo creo prudente aclarar que la inmortalidad sonaba algo extraña… No solo porque en aquellos tiempos, el aniquilamiento del ser egipcio, era el castigo reservado a los malvados.
No, no. El alma que ingresaba en el mundo de los
muertos, rara vez podía volver a la tierra –si acaso volvía– lo hacía bajo un
aspecto fantasmal.
A decir verdad, jamás lograron apartarse del
castigo o premio, una idea que iba de acuerdo a lo realizado durante el pasado…
Sea como fuese, el dios Osiris juzgaba al difunto y con el resultado, la suerte irrevocable del alma.
El inconveniente no lo representó el criterio de
ultratumba, sino, una formidable y problemática estructura burocrática que
mezclaba el proceso judicial, con un tedioso peregrinaje y el ejercicio de
insoportables fórmulas rituales… Trátese de buenos o malos, nadie imaginaba la
dicha eterna porque, previamente al juicio, había que cumplir una serie de
pruebas.
Por eso el más allá exigía el indispensable “Libro
de los muertos”, depositado junto al muerto y de manera que pudiese
consultarlo a lo largo del camino.
Los textos guiaban al alma en las diferentes etapas
y brindaba los medios indispensables para enfrentar y vencer cada obstáculo,
ejemplo, celadas de entidades fantásticas y monstruosas, las cuales implicaba
armarse de recetas sacramentales y saberse ciertos exorcismos.
Desde luego, quien incumplía las adversidades recién mencionadas, antes de ser aniquilados, eran condenados a sufrir mil géneros de tormentos.
Posteriormente volvían a la Tierra, primero, bajo
la forma de espíritus malandrines, a fin de inquietar y perder a los hombres,
pero también en el cuerpo de los animales inmundos.
PARTE III
Una vez atravesadas las dificultades del camino,
Anubis conducía al difunto hacia un sitio llamado “Sala de la doble
justicia”, donde esperaba Osiris, secundado de 42 asesores.
El corazón, símbolo de la moralidad, era depositado
sobre un platillo que sostenía Horus y pesado contra una pluma que representaba
el Maat o verdad, armonía y orden universal. Entretanto, Thot anotaba el
resultado arrojado por la balanza.
Naturalmente, los justos alcanzaban el Aaru, un estado de paraíso al cual se los purificaba con fuego sagrado, gentileza de 4 genios con rostro de monos. Allí, el mismísimo Osiris preparaba un regio agasajo, entre deliciosos manjares y una prosperidad, ayuna de toda tristeza.
En cambio, la condena establecía la reducción del
individuo a la nada, mediante la destrucción de sus componentes.
Los culpables sucumbían presas de Ammit, un
espantoso monstruo con cabeza de cocodrilo y cabeza de león. Cuando Ammit
devoraba el corazón del difunto, éste perdía su condición inmortal y abandonaba
el mundo, definitivamente.
Más adelante lo decapitaba Horus o Smow, una de las
formas de Set, en el cadalso infernal.
Claro, es inevitable pensar cómo habrá sido aquel infierno egipcio… Bueno, un poco afanado a la visión que compartían los pueblos sumerios, acadios y babilonios, es decir, una morada triste y sombría, donde el difunto era transfigurado y su posterior existencia, resultaba más bien confusa y afantasmada.
La leyenda sumeria de Gilgamesh, nos deja una descripción bastante desalentadora…
Cuando Gilgamesh decide rescatar a su amigo Enkidu, se prepara para descender al Arallu o Kigal.
Allí lo cuenta rodeado entre 7 a 15 murallas,
fuertemente custodiadas por genios armados con espadas.
Los habitantes están privados de la luz, el polvo
alimenta el hambre y el pan está hecho de arcilla.
Por supuesto, las almas son sometidas a suplicios,
sin posibilidad a escaparse. Gilgamesh entiende que aquel antro no cabe la
reencarnación, ni el renacimiento… Apenas un final trágico.
Nosotros, los desconfiados y pecadores asumidos, sabemos que no hay ninguna alternativa, más que peregrinar hacia el infierno. Acaso, el destino de todo ser vivo. A muchos les gusta excluir a la divinidad de estos sitios, es decir, los dioses son invocados para que sus equipos salgan victoriosos y cada tanto, una mina cualquiera les ajusticie su soledad.
Gracias a Dios, alguien se aparta del individualismo, de la estupidez reinante y recuerda exigir el buen funcionamiento del universo.
PARTE IV
En el transcurso del siglo XIX, la momificación fue
investigada como una rama de la ciencia egipcia, que respaldaba la creencia en
el más allá. A partir de allí, hubo infinidad de especulaciones acerca de qué
sucedía realmente con el alma.
Para los antiguos, la momia respondía a un proceso
de preservación o preparación del cuerpo, una vez que emprendido el viaje.
En ese sentido y superado el juicio de Osiris, los
dioses abrían los vendajes y entonces, uno renacía en aquel cuerpo abandonado
en la Tierra, porque se creían que privados del cuerpo físico, nadie lograba el
goce de la vida eterna.
Sin embargo, recuérdese el funcionamiento de aquella justicia de ultratumba, ¿no? Antes que nada, antes que el piadoso pudiese demostrar ser más ligero que una pluma, hemos visto las dificultades para llegar a la instancia del juicio definitivo, ¡que implicaba unas previas acciones y la sabiduría de las cosas divinas!
Es decir, un alma solo valía, cuanto más
importantes las fórmulas pronunciadas y los formularios que llenaba el difunto.
Semejante burocracia, puede entenderse del
siguiente modo… ¡El hombre era pecador por esencia y ahí estaba la trampa de
los dioses! Por eso al momento de la expiación final, no alcanzaba con haber
sido bueno en vida… La justicia egipcia, resultaba purificadora o punitiva,
incluso después de la muerte.
Voltaire decía que para el hombre no hay
conocimiento tan pesado de cargar sobre sus hombros, como la certeza de la
muerte.
La muerte está ahí, acechando cada rincón… El
sujeto no puede refutar un testimonio más absoluto e irreversible que el
deterioro humano.
Sabemos que nos extinguiremos, pues delante de
cualquier espejo, está el incansable paso de los años.
Quizá pensar en la otra vida sea una cuestión estrictamente religiosa, pero un racionalista, reafirmará que toda existencia física, culmina con la muerte… Para ellos, la diferencia es que el cuerpo sin vida, solo carece de movimiento.
Pero entonces, ¿qué es lo que ha tenido al cuerpo
en movimiento? ¿Qué es la vida?
Uno podría intentar despejar la incógnita del alma,
no sin pocas dudas… Preguntándose, ejemplo, si aquello que da vida al cuerpo
físico, también muere y se desintegra tras la muerte.
Probablemente todo se trate de una fuerza biológica
y que de repente, el día menos pensado, deje de funcionar… ¿Quién sabe? En
general suele decirse que un alma es inmortal, pues vive abandonando y saltando
de cuerpo en cuerpo hacia otra dimensión.
Permanece en el espacio por un tiempo determinado,
hasta que vuelve a saltar en otro y seguir la tarea de su ascensión evolutiva.
De acuerdo al Cristianismo, jamás desea la muerte del impío, sino, que la
salvación del impío. Por eso Dios habla de condenar el crimen y no al criminal.
El destino de ultratumba que le aguarde, hará que
madure y descubra –o redescubra- en algún momento de su eterna vida, todo
aquello que estuvo equivocado.
Así explican la evolución al hombre nuevo, con el ser que lleva dentro.
PARTE V
Antes de terminar, quisiera hacer una
consideración… El más allá, necesariamente debe ser angustiante, en la medida
que no cabe la posibilidad del regreso… Y si bien es posible vislumbrar ciertos
atisbos de justicia egipcia, es decir, que haya fantasmas dando vueltas,
reclamando viejas deudas… Suceden porque la naturaleza del hombre, responde a
los más profundos y urgentes problemas de su existencia.
El amor es uno de ellos. Hay más, por supuesto,
pero ese es uno de los primeros.
Aún no tengo decidido en qué consiste el alma, pero algo sospecho.
Por lo pronto sé que me no complace el inframundo,
donde el hombre se la pasa de juzgado en juzgado y regresaban en forma de
espectros o aparecidos. Además, demasiado tenemos con nuestros propios
fantasmas, que son las sombras de nuestros pasados.
Pedrito se
sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico que desdeña
la educación y la vecindad de los poderosos.
Desde luego,
las conspiraciones y los batifondos nunca lo hallan ajeno… Busca el riesgo de
las transgresiones y la compañía de los más beligerantes.
A veces lo
tientan el estudio y la inteligencia… Entonces, como quien acepta un desafío,
como una compadrada, resuelve arduos problemas de regla de tres y cumple los
dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente y él queda pensando…
- Ay,
señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un beso.
Sin embargo, Pedrito sabe quién es y conoce su deber y su destino.
Con una
gambeta va alejándose del afecto inoportuno y busca la gloria, allá, en el
fondo… Donde los malandras se empeñan en revolear los tinteros, para que se
cumpla mejor el divino propósito del universo.
Siempre vive en nosotros esa fantasía… La fantasía de que un beso de ficción, convoque al beso real.
Aquí afirmaré que se trata de postular en la
ficción, lo que uno no se atreve a verbalizar en el mundo real.
El alma es inmaterial, en tanto y en cuanto, no puede tocarse, ni pesarse o medirse. Pero mire, a mí me parece que es inmortal, no cuando salta de cuerpo en cuerpo, como pensaban los antiguos, sino, cuando viaja y se conecta con el amor de los seres amados, a través de la memoria permanente.
Entonces, ahí sí, el alma puede volverse eterna,
irrumpir y permanecer junto a otras personas.
¿Qué nos pasa cuando estamos haciendo algo y de
pronto, sentimos al ser amado y nos enloquecemos y deseamos saber dónde está,
qué estará haciendo, etc.? Respuesta, estamos sintiendo la ausencia de su
alma. Y aunque resulte un comentario banal, le juro que le entrego mi
vida, por esas cosas que hoy parecen tan infrecuentes.
No hay nada tan milagroso, como esas conexiones que establece el alma. Pero también considero que suceden pocas veces en la vida, como esos besos que uno espera dar y no mienten amor eterno.
Dedicado a la mujer de alma bella e inmortal.
Nacho
16/8/16