Palazo en la cabeza



Esta historia de la Edad Media, probablemente apócrifa, data del siglo XII, plena época de la Primera Cruzada, cuando los cristianos tomaron Jerusalén.

 

Por aquellos tiempos existió en Persia una fortaleza llamada Alamut. También llamada “nido de águilas”, era una ciudadela situada en un elevado risco, en medio de peligrosas montañas y cerca del Mar Caspio.

 

Para acceder debía atravesarse todo el valle y continuar un serpenteante y pedregoso sendero, rodeando los precipicios, junto al río que desembocaba en aquellas tierras. 

En aquel espantoso escenario, habitaba un grupo de personas proclamadas los asesinos y los comandaba el anciano de la montaña.

Naturalmente, tratándose de un sitio inexpugnable, sus miembros usaban una escalera secreta que, según contaban, podía defenderse con apenas un solo soldado.

 

¿Quién fue el anciano de la montaña? El fundador de la secta era Hasan al-Sabbah, nacido en Persia, a mediados del siglo XI.

Aprendió del Corán y se dedicó al estudio mental, materia esencial que permitió más tarde, manipular a un individuo… Con sus técnicas para modificar la conducta humana, ganó adeptos al punto de dar su vida por él, a través del fanatismo religioso.

Durante el gobierno de los Saladinos, poco a poco hizo seguidores a los chiítas, los ismaelitas y propagó su ideológica haciéndose misionero y captando gran cantidad de fieles.

Tiempo después, pensando en destruir el Imperio Otomano, fundó la secta de los nizaríes o hashashins, nombre de sus miembros… El término de hashashins pudo significar “seguidor de Hasan”, o el origen del actual “asesino” o quizá puede significar fumador de hachís.

Los vicarios o hashashins no formaban un ejército regular, pero constituyeron una organización muy jerarquizada y todos recibían una dura formación en el arte del combate, así como el estudio de la religión fatimí, generando unos guerreros extremadamente peligrosos… Pues además los iniciaban en rituales donde el hachís estaba presente y modificaba su conducta, de manera notable.

En general, el anciano de la montaña los enviaba para ejecutar asesinatos o amenazas ya que su total desprecio por su vida, les convertía en armas letales.

No solían atacar, salvo que su líder se lo ordenase.

Normalmente minuciosos y pacientes, podían pasar años hasta cumplir su misión, capaces de infiltrarse en cualquier ciudad, durante meses o años y acercarse lo suficiente al objetivo para aniquilarlo, sin levantar sospecha. A veces lo hacían acercándose a su víctima, estudiaban su comportamiento e incluso, se convertían en siervos suyos para sacar información… Y llegada la circunstancia, fueron capaces de renunciar a sus convicciones, caer en el pecado y una vez ganada su confianza, la muerte era algo superior a la liberación.

Hasan al-Sabbah, el anciano de la montaña, no buscaba sólo la eliminación física del adversario, sino, crear un estado de miedo absoluto.

 

PARTE 2

 

Esta secta de nizaríes, cuya organización esotérica, utilizaba rituales extraños y práctica ocultista, se dedicaba al asesinato político.

Desde luego, estudiaron el Corán, mientras buscaban posibles mensajes secretos en sus líneas. Y fueron unos tipos muy malos, realmente, en tanto cometían las peores crueldades… Mataban y robaban a la gente desdichada y atentaban la libertad de los incautos… De hecho, este último dato, señala el método para engrosar sus filas.

 

Por supuesto, había una observación y un estudio preliminar del sujeto… No elegían a cualquiera. Más bien estaba en relación a la contextura física del tipo, digamos, alguien que tuviera condición para el ejército.

En otras versiones hablan de huérfanos y muchachos de clase muy pobre.

Entonces, el anciano de la montaña, acompañado de algunos ayudantes, se escondían en los bosques o prados y esperaban el paso del joven… Generalmente aguardaban a que éste buscara un sitio confortable para una siesta y si no, trataban de sorprenderlo, mientras caminaba despreocupado. Cuando parecía el momento oportuno, le atestaban un palazo en la cabeza…

Claro, ¡debía ser muy preciso! Ni muy fuerte para matarlo, ni muy suave para que pudiera defenderse.

Algunos cuentan que a los elegidos los emborrachaban y drogaban hasta la inconsciencia. Luego se los emplazaban a un lugar que el mismo Marco Polo señaló como el Jardín de Alá.

Más tarde, el tipo despertaba en el Alamut y ante sus ojos, el paraíso. Un paraíso que estaba allí, creado por el anciano de la montaña y sus secuaces… Listo para disfrutarse… Dentro de la fortaleza se habían diseñado los jardines más bellos conocidos del oriente, con las mujeres más sensuales que se podía imaginar.

Sin dudas, vivía a cuerpo de rey, disfrutando de los placeres carnales de las huríes, vinos, hachís, sirvientes, a lo largo de varios años… ¿Para qué? Bueno, para convencerlos de que habían llegado a la Tierra Prometida de Alá.

Una vez desarrollado tan inigualables deleites, los volvían a sedar y devueltos al mundo real… Y cuando despertaban del efecto de las drogas, creían realmente haber viajado al paraíso… Y ya no dudaban en hacer cualquier cosa que les mandase su líder, ya que así, y sólo así, podrían volver.

Como resultado, fascinados por aquel momento tan único que les aguardaba, se convertían en ciegas y letales máquinas de matar.

 

PARTE 3

 

Naturalmente, para que exista el paraíso, debe existir el infierno… Y de una forma contraria, alrededor del año 300, el emperador de la India, Ashoka Vardhana, ideó un infierno para los impíos y los crueles.

Llegó a construir una prisión para castigar y torturar a los malos funcionarios, los delincuentes, los enemigos y toda esa calaña.

Mucho después, quizá por remordimiento, se convirtió al budismo.

 

Entre las dos historias, pareciese menos oneroso construir un infierno que un paraíso. A lo mejor porque estos pagos donde vivimos se le parece más… Bueno, habrá menos detalles y modificaciones que hacer…

Por eso, pensamos que seguramente gastaremos más para construir la felicidad, que para la desdicha.

Ahora, es muy probable que los funcionarios o los delincuentes que Ashoka castigaba, también recibieran un palazo en la cabeza o una droga que los estimulara… Y despertasen en el infierno.

 

Entonces, la pregunta es la siguiente… ¿Quién sabe si podremos estar tan tranquilos, frente a la existencia de cielos y llamas, donde aparezcamos sin percibirlo, sin una razón evidente?

 

El amor se le parece un poco a la historia del anciano de la montaña… Uno es un muchacho más o menos parecido… Se duerme o se distrae… Alguien viene por detrás, casi imperceptible… Le pone un palazo en la cabeza… Y cuando se quiere despertar o dar cuenta, ya está en el paraíso.

De tal forma nos acostumbramos, que ya no puede ni tiene forma de concebir la vida, si no es ahí mismo, en ese edén.

Pero suele pasar que un día, otro le pone un palazo… Y se levanta sin ese paraíso y no lo puede soportar.

 

Finalmente creería que en algún momento de la vida, nos volvemos asesinos y aceptamos órdenes, solo porque esperamos aquellas luces divinas que no son, sino, la gloria.

¿No será que este mismo universo donde vivimos, es un paraíso en el cual estamos merced a un palazo que nos han metido, adormecidos por quién sabe qué clase de elixires y que egresaremos al final, hacia un paraje peor, cuando ya nos hemos acostumbrado? O por el contrario, ¿no será éste el infierno de Ashoka Vardhana, al cual hemos sido condenados por un delito cometido, por alguna traición perpetrada o ser simplemente enemigos de los mediocres?

Quién sabe… Lo mejor será estar atentos a los desengaños de la vida, que son muchos. Pero también a las señales del destino, que son pocas.

 

A los que esperan el palazo definitivo del paraíso... O a los que ya los han recibido.

 

Nacho

 

4/4/14