Estuve leyendo un rato, recostado en la cama, hasta
que sentí invadirme por un pensamiento... ¿Qué estará haciendo en este
momento?
Por unos minutos recordé el sueño de Coleridge, aquel que visita el Paraíso y
en su recorrido, encuentra una flor.
Para que el sueño tenga la más bella alegoría,
Coleridge despierta con la ilusión de que quizá la flor esté esperándolo al
despertar.
A pesar de la hora, me levanto a preparar unos matiensos... Quizá para no
perder mi creencia de que en algún mate, estará escondido el secreto
definitivo. Cuando regreso a mi habitación, veo el desorden que dejé sobre un
pequeño mueble y me prometo acomodar a la mañana siguiente.
Entre varias cosas - celular, libros, llavero y demás - había un par de
películas... Ahí caí en los abismos de un pensamiento que suele frecuentarme,
confieso... ¿Y si fuese que ahora está mirando una película, digamos, algo que
de alguna manera me conecte con ella?
Tal vez eso no sea posible porque, bueno... Porque no son horas para mirar
películas. ¿Pero quién sabe? Estas tampoco son para escribir...
A lo mejor sucede esto... Uno imagina situaciones,
sea leyendo, mirando o escribiendo, para sentir cierta comunión.
Aquel que tiene una diosa en su alma, como diría Graves, cree con total
inocencia y con bello encanto que el otro está participando activamente en
nuestras actividades más íntimas.
Sea cuales fuesen, por superfluas o efímeras que le parezca a cualquiera.
¿En qué minuto de la película, en qué renglón del libro o en qué pensamiento
genial, nos habremos de encontrar, finalmente...? ¿En qué punto nuestros
corazones están intersectándose?
Alguna vez me preguntaron si las distancias, era un asunto que me doblegaba el
espíritu...
Yo creo que más que las distancias, los silencios son más difíciles de vencer.
Quizá esto se soluciona con ver quién afloja primero... Pero también hay una
cuestión, aún peor... Y es que acaso uno no sea, ese dios al cual el otro está
esperando que se le declare.
Esto último... Esta última consideración, es muy parecida al infierno, porque
la ausencia de amor, es la ausencia de luz.
Antes que inundara la tristeza, me acerqué a ella, ya dormida.
Sin hacer demasiado ruido, apagué la luz y le dejé un pequeño beso en sus
labios.
Mientras la cubría del frío, casi, casi, creí haber visto una sonrisa... Pero
sus ojos permanecían cerrados, así que no podré evaporarme entre las tinieblas
de la noche y regresar hacia mi casa, si no es a través de sus sueños.
Aún no sé si lo soñé o si es el sueño de mi diosa... La más hermosa del mundo.
Me gustaría despertar algún día y ser sorprendido con una bella certeza.
Buenas noches.
Nacho.
2/9/16