La fabricación dudosa del sujeto perfecto



PROLOGO

 

Propongo que armemos la valija y viajemos imaginariamente al pasado, a los tiempos de Platón.

 

La obra “El banquete” reúne a varios filósofos, para discutir las interacciones humanas en términos de Eros, Philia y Ágape.

Hablaré más delante de Eros, pero en principio son los impulsos y deseos, es decir, la sexualidad que parte en búsqueda del placer. Desde ya, no intervienen las emociones del otro -ni mucho menos- la necesidad de establecer vínculo alguno.

 

La Philia denota compartir las responsabilidades y dificultades y superarlas en conjunto. Suele representársela en el arte con bello rostro, como el amor que traspasa todo, incluso, aunque la llama de Eros hubiese perdido su fulgor. 

En este caso, Philia constituye la conexión más importante del ser humano, pues une las parejas a perpetuidad.

Para Nietzsche la constituye la admiración, porque son los valores del otro, vistos con una mayor amplitud. Según el filósofo alemán, determina el camino intenso y doloroso, hacia algo que considera único e intransferible. Bueno, no está mal. 

 

Por último, Ágape, una esencia espiritual que armoniza la ternura, devoción y las ganas de sentirse bien con lo humano. Huelga aclarar que fue lo que enseñó Jesús, refiriéndose a la entrega de amor al prójimo.

¿Qué significa el Ágape para la sociedad? Respecto a los problemas más angustiantes, nuestra mentalidad globalizada, carece de perspectiva crítica. En su lugar, hay formas conservadoras de palearlas mediante la caridad. ¿Sirve de alivio? Sí, pero no califica de sacrificio -en tanto que sacrificarse- no deja de ser una cuestión individual y en determinado punto, egoísta.

El Ágape podría referirse tal vez al amor paternal, si no estuviese depositada la mirada posesiva y expansiva en los hijos. Los padres que les dicen, “quiero esto para vos”, no hacen más que proyectarse a sí mismos, es decir, ansían realizarse en lo que ellos han fracasado, a través de permanentes solicitudes de esfuerzos al otro.        

Por lo tanto, Ágape significaría el amor de los padres, en la medida que realmente piensen en las prioridades de sus hijos. 

Ágape es entrega, pero no para dar y sentirse mejor… Para entenderlo mejor, se trata de dar, lo que incluso por dar, el sujeto queda vacío. Se despoja, se desapropia, se mutila y no gana en absoluto.

Es un amor que tiene una sensación de pérdida, evidentemente. 

 

Cuando hablamos de amar a una persona, lo podremos hacer mientras la prioridad sea del otro y haya una renuncia del yo, para que el otro sea.  

El ser del otro se expande, solo si se le da lugar. Lo contrario sería apropiarnos, a partir de una relación de poder con el otro. Frente a este caso, el amor amenaza la propensión natural del poder. 

Lo natural para el ser humano, es la voluntad de poder. Voluntad de poder que implica propagarse en lo que soy, lo que pienso, lo que deseo. Huir de mi inmanencia. Todo el tiempo nos estamos expandiendo a nosotros mismos, salvo en el amor, en tanto lo pensemos como retracción, renuncia o entrega.

Entonces, si hablamos de un amor como expansión, no sirve, es lo mismo. Pero si hay renuncia, hay un corte.

Por eso el poder que permite diferenciarse, es aquel que en vez de pensar en su propia reproducción, puede interrumpirse a sí mismo.

En pocas palabras, el Ágape propone ir en contra de uno mismo, con tal que el otro sea.

 

Ahora, cuando pensamos el amor… ¿Cómo lo pensamos? ¿Ayuda imaginarlo y construirlo desde nuestra percepción, digamos, en las cosas que nos suceden a diario? ¿Y si las formas más nobles de relacionarse estuviesen anuladas, por culpa de una arbitrariedad inventada?

 

PARTE 1

 

Hesíodo cuenta que el Caos produjo a Gea, la tierra, el Tártaro o Inframundo y a Eros, el dios del amor. Desde luego, Eros fue un esencial en la creación, pues junto al Caos concibieron a Érebo, las tinieblas y a Nix, la noche. Más adelante a Éter y Hemera, el aire superior y el día, respectivamente. 

Frente a la imposibilidad de unirse al vacío del Caos, se sugirió que Gea engendró sola, mientras dormía.

 

Esta es la cohesión interna del cosmos, definida por Hesíodo en “La Teogonía”. Aristófanes prefiere decir que Eros nació del huevo puesto por Nix, después de haber yacido con Érebo, aludiendo a que el objeto del deseo, es más vertiginoso que el viento.

 

Sin dudas, la versión más popular tuvo lugar en Chipre, hijo de Afrodita y Ares, dios de la guerra.

Allí se lo describe como un niño desnudo y alado, que carga un estuche para arco y flechas. Unas doradas hechas con plumas de paloma y otras plomizas, forradas con plumas de búho. Las primeras encarnan el amor inmediato, enloqueciendo de ardor… Pero también arroja otras, cuyos efectos, provocan la indiferencia y frialdad al que hieren.  

Eros tiene los ojos vendados, pues, al momento de sus infalibles saetas, no se fija en el mérito o demérito del sujeto. Así, los poetas antiguos se permitieron justificar en este dios, la imprevisibilidad del amor.

 

Apolo intentaba yacer con la ninfa Dafne, siempre esquiva a sus cortejos. Y un día, quien atinó a pasar por allí, en medio de la faena, ¡fue nada menos que el dios del amor!

Fingió no verlo y para impresionarla, tuvo la mala idea de burlarse de Eros. Naturalmente, como sucede en los mitos griegos, la jactancia trae consecuencias… Muy ofendido con el maltrato, el dios del amor reaccionó y lo ensartó a Apolo con una de sus flechas. Y entonces, sintió unos deseos incendiarios por la ninfa.

Para completar su venganza, Eros atravesó a Dafne, con la oscura flecha del desprecio.

 

Algo que sabe hacer muy bien el amor, es posicionarse en la indefinición. Se conciben pensamientos ascéticos, ocultando el deseo en lo está haciendo, eso sí, aunque visto como un alejamiento de la autocomplacencia, el ascetismo también es un aspecto del amor.

¿Y qué ocurre con alguien que atrapa, lo desorganiza, lo conmueve? El amor para los griegos encierra el pathos, el padecimiento relacionado con lo que no puedo decidir, ni elegir a priori.

 

El término del “flechazo” trasmite una sensación que se apodera del cuerpo, el espíritu y la conciencia. Sin embargo, más poderoso que el mismísimo Eros, es la institucionalización de cánones y prioridades, estableciendo al más lindo, el más inteligente, al mejor dotado, etc.

Pregúntese, ¿qué hacer con el valor de la ilusión, mientras debate contra los dictados? Poco, muy poco. Nos eclipsa una tendencia, digamos, una forma estadística de enamorase para nada prodigiosa.

Sobre ello hay una legislación arbitraria, un orden de llegada por virtudes y no figurar supone conformarse con el que no le gustaba en absoluto. Llámese compañero de trabajo, el vecino de la otra cuadra, la empleada de la panadería, etc. Gente acostumbrada a convivir. Y como usted es de los que creen en milagros de segunda categoría, un día ese otro se le vuelve más dulce, más noble, más interesante… Más profundo. Y se enamora. Se enamora de la resignación.

¿Pero esto no ayuda a que depreciemos las más preciosas y legítimas percepciones? Bueno… Lamento decir que sí. Por lo pronto, las convenciones son enemigas de la revelación. Y el mundo aparente que se nos está vendiendo, se apoya en la mentira de unos pocos.

Los dictados sociales existen para que falsifiquemos el testimonio de nuestros verdaderos sentidos.  

 

Imaginemos la posibilidad de vivir, sin involucrarse… Nos ahorraríamos unas cuántas penas, ¿no? Andar por ahí, ligeros de equipaje y que nadie nos importe, nos emocione, nos fascine.

Justamente, perforando las hendiduras de la vida, surge la angustia de lo inconveniente. ¿Conviene o no conviene? ¿Quién en su sano juicio invierte en lo inconveniente? No importa, cuanto menos conviene, más impulsa ir hacia lo inconveniente.

¡Y no se entiende muy bien por qué! O sea, ¿para qué me voy a hacer mala sangre, invirtiendo tiempo y energías, enamorándome de una mina que vive en José C. Paz? ¿Para qué voy a invertir en lágrimas y esperanzas en algo así? ¿Acaso no hay otra que vive apenas a un barrio de distancia y está muerta conmigo? Bueno, ¿se da cuenta? ¿Se da cuenta cómo la gente se resigna a un destino mediocre?  

 

El amor me toma, me arrebata de mí y entonces, los intentos de dominio o autosuficiencia, colapsan en las estructuras internas. ¿Por qué? Y porque no pasa por motivos de proximidad, de generaciones, de logros económicos o empatía física. En todo caso, son excusas hechas por los que no quieren estar solos.

Nadie debería hacer esa clase de distinciones, pero no parece haber otra cosa… Basta salir a la calle y observar cómo se disfrazan de emociones, lo que en verdad son resignaciones.

 

De modo que el mensaje es ese… Conviene evitarse el inventar a una mujer, porque según la mayoría, uno acaba enamorándose de cualquiera, menos, de la más hermosa… La misma que soñamos aquel día, en el caldero mágico de la mente.   

 

PARTE 2

 

¿Cuántas veces habrá oído, “todos los hombres –o mujeres- son iguales”?

Las últimas décadas, el occidente ha implementado ideas superficiales, basadas en la uniformidad. Se trata de imponer modelos y conductas a seguir y no hacen más que cosificar y destruir los valores íntimos del otro.

Pero, ¿qué finalidad tiene el amor en nuestra cultura y qué argumentos damos por válidos, al referirnos a ese otro?

Heidegger profundizó en una dialéctica, entre pasión y razón. Allí afirma que a cada acción, deviene su explicación, pero los motivos que nos acercan son emocionales y después, sí, lógicos... En tal sentido, cuestionar, desenmascarar, en fin, enfocar la mente en relación a las sensaciones, nos traslada hacia el campo del pensamiento.  

El maestro rural que franquea, kilómetros y kilómetros, es una noticia que siempre nos asombra. Nadie se explica cómo alguien puede molestarse con semejante trecho, ¡solo para enseñarle a los de menores recursos!

La emoción atraviesa lo que hacemos, incluso, aunque a veces actuemos al revés, pues nos encanta justificar desde la razón y el sentido común, lo que solo logran explicar las emociones.

 

Sabemos que en la búsqueda del conocimiento, hay amor a la sabiduría, algo que a muchos les resulta absurdo.

Ligar la inteligencia con el amor, son acontecimientos muy diferentes… Claro, a priori, porque el amor pareciese no convocar razonamiento, mientras la inteligencia, es una tarea de estricta racionalidad.

De inmediato, surgen posicionamientos similares y lo que fue un acercamiento del saber, se profundiza en una nueva búsqueda de conceptos.

Aristóteles dice que la finalidad del hombre es conocer, ya que el conocimiento da felicidad.

El camino del saber está determinado por amor al conocimiento, solo realizable a partir de la duda, pues la inteligencia está condicionada por la existencia de la duda.

La enseñanza tiene la circunstancia del ocio, pero además precisa una suerte de resorte que despierte el deseo de conocer y ese resorte, es la admiración. A través de ella se despierta el deseo del aprendizaje.

Para que haya conocimiento, debe existir un afán, un interés, una admiración por saber.

 

El saber es una mirada utópica, inconclusa, pero que genera tendencia. Y aunque nunca colmado el conocimiento, la deconstrucción posibilita alcanzar la felicidad -o acaso- sombra de felicidad. Y me pregunto… ¿No es eso el amor? ¿Una indagación inacabable?

Figúrese un punto en el horizonte de una esfera y la fascinante tensión producida entre la distancia, aparentemente de lo inasequible y la probabilidad del cumplimiento. Seguramente, ni bien alcance una certeza, el conocimiento se hundirá hacia nuevas búsquedas. Como si el corpus de la inteligencia fuese lanzarse a otro y otro conocimiento, permanentemente, aun sabiendo que jamás saciará…

¿No es eso el amor? ¿Acaso no se trata de un juego de revelaciones y ocultaciones y que alcanzada, la totalidad del otro, produce una disolución en el motor que genera el deseo? 

 

¿Es fundamental que utilicemos la inteligencia? Pareciese que sí… Yo creo que sí. Después de todo, la verdad última no ha sido hallada. Y en ese punto, la inteligencia tiene un papel impresionante, no dispuesta para conocer más cosas, sino para conocerlas mejor.

Los cuestionamientos y la agudeza son imprescindibles. Y cuidado… No en el afán de desmentir la belleza de una mujer, sino para hacerla más valiosa. Más irrepetible. Digamos, para indagar profundamente a eso otro -que por ser otro tiene- y muy pocos se animan a descubrir.    

Por eso fracasan las relaciones. Se las piensan desde un modo estructural y al final, caen por su propio peso.

Quiere decir que tendrá mayor virtud lo inaccesible, indemostrable, lo no prometible del otro, en tanto menor sea el grado de convencionalidad sobre el asunto.

 

El amor impone una particularidad, casi desconcertante… Es una búsqueda que al completar, se disuelve como búsqueda. Por lo tanto, sostener un estado de absoluta perfección, es como afirmar que lo perfecto, anula la generación del deseo.

Cabe sospechar entonces que, cuanto mayor imperfección, cuantos más relieves, conexiones y entramados el otro… Fenómeno, más deberemos revalidarlo. Es la forma más natural y bella de amar. Ahí está el asunto… Las consecuencias de la alteridad. Y si al amor le añadimos que es hijo del peligro, podríamos ir suprimiendo el subterfugio de la seguridad y a la felicidad, digamos, como proveedora de artefactos domésticos.

 

La ilusión de lo inconcluso, de que el otro tiene más y más puertas por ofrecer, siempre alienta a la construcción inteligente del amor sincero.

 

PARTE 3

 

El platonismo formula que nos enamoramos de lo hermoso… ¿A partir de qué cosas se declara lo bello? ¿Quién evalúa la belleza? ¿La postulación anodina de la astrología? ¿Las publicidades de dentífricos, automóviles y tarjetas de crédito? ¿Y si todo fuese una construcción del consumo?

 

En la actualidad, cualquier expectativa arrastra la frialdad de lo estructurado, porque hay proyectos.

Usted no se relaciona con un otro, sino con proyectos. Al menos, ese parece ser el paradigma.

Los modelos socioeconómicos tienden a modificar el contexto de la verdad, mediante la instalación de proyectos de vida. Y así, la realidad se edifica al revés, es decir, primero se relacionan y después tratan de enamorarse.

El poder mediático coloniza la conciencia en una realidad capitalista, donde las señoritas ventilan livianamente -y con descaro- sus intimidades por televisión. Por supuesto, siempre de políticos, artistas famosos o empresarios exitosos. ¡Caramba! ¡Qué suerte tienen! Nunca del señor que organiza rifas y carrera de embolsados en un colegio.  

Y qué lástima enterarse recién ahora, ¿no? Nos hubiésemos ahorrado la lectura de “La Divina Comedia”, pues, conforme a estas mentes luminosas, toda búsqueda del ser amado, resulta absurda… Absurda porque duele como búsqueda.

¿Para qué relacionarse con lo que duele? ¿No conviene apuntar los esfuerzos en la gente más accesible, que no provoquen dolor alguno? Respuesta, el amor duele, porque hay otredad.   

Y entonces, ¿por qué se busca el bienestar? El amor no posee fundamentos utilitarios. En todo caso, es un agregado que se puede pactar. El ser del otro, en cambio, desencadena una atracción y una locura que no tiene pactos previos.  

Sin embargo, acá vemos con buenos ojos la tranquilidad económica, antes que un conjunto de valores individuales.  

 

¿Cuál es mi opinión sobre los que eligen el dinero, por encima del amor?

Bueno, el poder adquisitivo es muy sencillo de probar, contrariamente a la sinceridad de un amante. Es factible creerse algo que no se es, frente a lo que no puede ser falseado… Hay demasiados que aseguran ser dulces y cariñosos y pocos los que tienen una cuenta millonaria.

De ningún modo significa que el universo esté desbordado de ternura y lo que escasee sea el dinero.

No, no. Pasa que es más fácil señalarles la iniquidad a las minas que prefieren irse con tipos adinerados.

 

Habría que sentarse a pensar si en vez de proyectos y contratos a negociar, hubiese solamente amor.

No sé.

Quizá nuestro amor sea insuficiente y no pongan un techo sobre la cabeza… Probablemente no. Pero a lo mejor, las tonterías que habremos de realizar por amar al otro, resonarán con mayor sutileza, en el espacio infinito de la inmortalidad.

Más aún, frente a la incredulidad de una cultura que no cesa de imponer modelos de realidades.  

 

PARTE 4

 

Con el amor concebimos una realidad diferente, una percepción subjetiva de lo que vemos, sentimos y pensamos.

Sócrates dice que cuando encontramos lo que queremos, lo queremos para siempre. Y concretado el vínculo, ¿desaparece el enamoramiento? Si fuese cierto, ¿cuánto dura el encanto? ¿Se puede hacer algo para que perdure?

 

La creatividad potencia el interior, mientras que la razón sirve a la comunicación externa con las demás personas. 

El enamoramiento desata un proceso intrapsíquico y cuidado, cuidado, jamás es colectivo. Mediante lenguajes y signos retóricos, solo se transfiere su huella creativa, siempre dispuesta a favor de la variabilidad del otro.

Es que el amor tiene sus propias conductas… Apunta al otro y ser parte del otro. Y en el trayecto -lo que habrá de recorrerse- es un acto de creación, es decir, voy construyendo y dimensionando al otro en mi mundo. En mi propia realidad y con mis propios símbolos.   

 

Al sujeto, el yo, no surge de la nada. Tal plantea Foucault, hay que crearlo, ya que el sujeto es un texto donde se escribe la realidad social.

Nos aturden con ideas falsas y artificiales que hablan del amor, como una consagración que no puede estar desvinculada de la economía… Hasta que se revela la objeción, no solo por ese carácter variable, asimismo, la cúspide de la excelencia es hallar la identidad del yo, en el áspero camino de la desapropiación.

 

Foucault fue un enorme crítico del poder y vio que la realidad se obtiene vigilando y orientando el comportamiento del sujeto con estrictas normas corporales, maneras de actuar y de obedecer, etc.

Por eso él dice que el orden social, depende del éxito que tenga esa sujeción.

 

Entonces, cuando el mundo suponga limitarnos, acorralarnos, habrá que volatizar al yo y vivir como alma… Precisamente, porque el amor no es otra cosa, sino, vivir para crear.

El amor sumerge el yo, a un estado de alma… Y posiblemente nos reste vivir la realidad, bajo el efecto de una ilusión.

 

Así que si no construimos la realidad, nuestra realidad, pa­deceremos la que otros imponen.  

Gracias a Dios no hay verdad última de las cosas, sino, un funcionamiento de verdades ficticias… Una ilusión del yo, que busca teñirse bajo la ilusión del otro.

 

PARTE 5

 

Si pudiésemos descentralizar al yo… ¿En qué lugar se posiciona el otro? ¿Importa? ¿O solo importa que se ajuste a lo que necesito que sea? ¿Una relación sin otro, no es una relación conmigo mismo?

El amor parece intersectarse en un dilema… O tiene que ver conmigo, o tiene que ver con el otro.

 

Hallar la verdad, el conocimiento, la ética, etc., sin el reconocimiento del otro, no es más que una inútil discusión solipsista. De manera que Hegel propone una dialéctica de tesis, antítesis y síntesis.

La tesis comienza en nosotros y supone conocer nuestras posibilidades y capacidades. ¿Por qué? Porque necesito saber quién soy y qué quiero.

Segunda instancia, antítesis, es el yo arrojado al mundo y por ende, debo averiguar quién es, qué busca y qué piensa el otro. Y por último, la síntesis, cuando vuelvo a mí, con una conciencia desarrollada en exterioridad.    

Hegel utiliza el término enajenamiento, refiriéndose a que nos perdemos en el otro. Y lo interesante es que tras regresar a sí mismo, el hombre ha desarrollado un conocimiento más pleno.

Bueno, ese conocimiento adquirido, no es más ni menos que el otro.

 

Desde luego, este proceso genera cultura, pero no situado en un contexto circular, sino espiral, pues una vez que salgo de mí, al regresar ya no soy el mismo... He aprendido, he avanzado.

Hegel dirá finalmente que el procedimiento de historia, de empatía y conocimiento pleno, puesto sobre el otro, es el desarrollo del concepto amor hacia la otredad.

 

Muchas parejas afirman que solo priorizan del otro y macana, macana, ¡no hacen más que priorizarse a ellos mismos!

Lógicamente, el amor referido y puesto sobre el otro, es todo un acontecimiento. Doloroso, eso sí, pero fantástico. Así que no sirve un planteo mezquino, cuyo fin sea evitarme que el otro me duela, me dé problemas, me desestructure, etc. El otro siempre duele. Y duele porque es distinto, tiene sus opiniones, sus realidades, sus limitaciones, etc. Duele porque el otro, es otro.

¿Y entonces por qué seguimos pensando que el amor nos hace felices? En principio suele haber una visión optimista, muy emparentada con la felicidad. Claro, después vienen los hechos y ese optimismo ingenuo que los ha unido, luego desaparece…

Pero, ¿son la felicidad y el amor, puntos de llegada definitivos? Según Epicúreo, la felicidad es descubierta en la imperturbabilidad absoluta. Sin embargo, todo lo que nos perturba, genera dependencia. Y no es el amor, ¿una fuente de perturbación irremediable?

Al momento de esperar que un vínculo no produzca tensión alguna, surge una verdad irrefutable… El amor lo concebimos para alcanzar la plenitud y sin embargo, nunca cierra. 

Por tal razón, puede ocultar el dolor, es decir, darle prioridad al yo y no habrá problema. Será cuestión de que el otro se acomode a mí y a lo que necesito para expandirme.

En cambio, si usted parte de la otredad, en la cual, el otro excede, desborda y desde su necesidad y diferencia, provoca y genera ese dolor, habrá encontrado un impresionante desafío.

 

Naturalmente, el acceso al otro será muy complejo, sobre todo porque nadie desea ser fagocitado y utilizado para fines ajenos.

El tema es que debe arreglárselas con una coherencia económica del sujeto. Es una mirada contractual, que articula el crecimiento ganancial y la fidelidad eterna, pero lo que menos se tiene en cuenta, es disfrutar el conocimiento de la otredad.

 

Aquí repudiamos al amor planteado como un esquema de intereses, pues se trata de someter al otro, a mis aspiraciones personales. Negocio con el amor. Hago que me enamoro y en realidad estoy negociando mi tranquilidad.

Y si bien no es modo aconsejable de enamorarse, bueno, algo parece darme la razón… Los amores terminan chocando contra la normativa y el acuerdo de los papeles… No por nada ha crecido la tendencia de juntarse, ¿no?   

Fíjese, ¿qué pasaría si usted invirtiese todo y se animara a priorizar al otro? Bueno, a lo mejor descubrirá finalmente que el amor, no es ni más ni menos que desapropiación.

Amar al otro -cuanto mayor otredad- más me saca de mí mismo. Más me desborda lo que suponía, mis prioridades. 

Todo lo que el otro provoca en mí, con su exterioridad y alteridad, es un acto de despojamiento.

 

PARTE 6

 

Básicamente, el amor que prescinde del otro, no piensa en función de otro, porque el deseo del hombre es instinto de expansión, es decir, desplegar su ser y ejercer su poder.

Ahora, ¿por qué hablamos de inmanencia? Porque la expansión no la encuentra en sí mismo. El hombre que busca lo otro y conecta su vida, sus esperanzas, sus deseos a una mujer -por encima de otra- está de algún modo huyendo de su inmanencia.

 

Una salida de la inmanencia, es la íntima imagen que establece el sujeto con la idealización. Y al respecto, se suscita posturas muy claras… El otro me sirve a mí, conforme a lo que pretendo que el otro sea... O caso contrario, el otro no me sirve y no hay vínculo posible.

La idealización pretende exclusividad, no a partir de lo que el otro pueda darme, sino de lo que espero que el otro sea.

Esto reduce la virtud del otro, a encajar exclusivamente en lo que suponemos necesario… ¿Y de qué manera se ajustará a mi modelo de pareja? ¿Tengo que hacer previamente una lista? ¿Y cuáles serían esas características?

El ideal romántico solo desea lo que tiene para nosotros. Y ese es un problema. Cuanto más se despoja al otro de su otredad, más promete cerrar en esa suerte de lista imaginaria. Dicho mejor, cuanto menos sea el otro, más cerca estará de cumplir con mis prioridades.

Y entonces, lo que busco del otro, no es lo que tiene de otro, sino lo que tiene en función del yo.

 

Sin dudas, el aspecto que más infiere y se consagra en la idealización, es que haya alrededor una entrega absoluta. Y no está mal construir una ficción por la cual, aseguramos estar dispuestos a morirnos por el otro.

Lo que ocurre es que alinearse a esa imposibilidad de sobrevivir, resulta nociva y nada interesante. Para ninguno de los dos. Es una idealización puesta tan arriba como ideal, que imposibilita plantear los vínculos en el terreno de lo posible.

Mire, cuando el amor verdadero está pensado como imposible, todos los amores posibles parecen una boludez. O como mínimo, frustrantes.

Habría que ver si somos capaces de morirnos por alguien… Porque si ello significa arrojarse desde el Cáucaso, para que el otro repare, digamos, revise y encuentre allí, un acto de sublime entrega… Bueno, opinaré que eso lo está haciendo por usted, no por el otro.

¿Y si fuésemos en contra de nuestra naturaleza, en contra de nosotros mismos? ¿Y si nos animásemos a renunciar, a hacer una retirada del yo? Mejor aún… ¿Y si en lugar de matarme, le dedico mi vida?

 

El amor de pareja comienza en el desapego, con lo que se da, con lo que se transfiere. Adorno revela que frente a la debilidad del otro, el encanto no consiste en aprovecharse y demostrar fuerza, sino protegerlo. La debilidad no se la invade, no se la aprovecha. En realidad se trata de resistir el ejercicio del poder.

Según pensaba el filósofo, hay pérdida de yo, porque el otro no es una posesión. Para eso hay que retirarse y darle prioridad al otro, para que el otro sea.

 

Esta mirada que propone Adorno –y a la cual adhiero- parece estar en contra de nosotros.

 

Así que si hay amor, no hay contrato. Y si hay contrato, hay otras cosas. Habrá acuerdos, estrategias, ganancias, pero nunca amor… El amor excede toda lógica burguesa, porque el amor es exceso del otro.

 

Algunos señores capitalistas pueden todo con dinero, menos, el amor de los que aprenden a enamorarse en serio.

 

PARTE 7

 

A diario nos comunicamos con lo que no nos pertenece y pueden despertar -o no- cierta identificación, ejemplo, la amabilidad del vecino, una obra literaria, un animal, una banda de rock, un equipo de futbol, etc.

Tal como se ha dicho, la comunicación tiene posiciones determinantes… Me separo de mí y trato de ir conociendo de a poco al otro. Caso contrario, obturo todas las vías de acceso y evito que surja conocimiento alguno.

Pues bien, interesa saber que, existiendo multiplicidad de sujetos desparramados por el mundo, nosotros tenemos la firme convicción de que hay uno y solo uno. Lo cual no está mal, después de todo.

El asunto es que ninguna alteridad debe ser utilizada con propósitos personales. Ni siquiera aquel que nos está señalando el dedo del destino.

 

Un vínculo supone el despojamiento de mi persona. Generalmente no pasa. O pasa muy poco, cada mil años.

En general se antepone el crecimiento profesional, material y económico. Y a mí me parece que pensar una pareja, bajo esas condiciones -acto seguido- se acaba la discusión de la pareja.

Usted está fundando una relación para sí mismo. Naturalmente, una relación negativa, porque se mata al otro. No se le permite al otro dar -lo que por ser otro- puede llegar a tener más interesante.

Al verlo como un generador de bienestar, estará perdiéndose todo lo que humanamente puede ofrecer.

Y así, no pienso ni construyo nada con el otro, sino que será un objeto de mí comodidad.

 

¿Por qué existe el miedo al otro? Epicúreo refiere que lo que hace infeliz al hombre, es el temor a perder lo que tiene, o sea, el miedo a perturbarse.

La felicidad epicúrea es alcanzable, una vez satisfecho los deseos indispensables, tales como alimentarse, abrigarse y sentirse seguro.

En segundo lugar ubica los placeres de la conversación amena, la gratificación sexual y las artes. Y en último, los innecesarios o superfluos, que es la búsqueda de la fama, del poder político, del prestigio, etc.

Por eso la felicidad epicúrea tiene ausencia de dolor físico y un estado de ánimo, ayuno de cualquier turbación o pasión.

Han pasado siglos de historia y resulta curioso que nadie haya podido asegurar con certeza, qué es la felicidad.

 

El pensamiento de Epicúreo engloba unos motivos muy vigentes en la sociedad. Son motivaciones que parecen desordenarse y seguir otros lugares de preferencia, pero a lo mejor –precisamente- porque la felicidad es un concepto muy subjetivo del hombre.

A algunos les encanta la idea del matrimonio, porque les gusta la institucionalización del vínculo.

Es decir, les gusta que haya comodidades a largo plazo. Y cuidado que se malinterprete! Aquí queremos al otro, hasta que nos venga a buscar la muerte.

Se trata de discutir la preferencia del vínculo, como algo eterno y por ser eterno, inmutable. ¿Por qué se le transfiere al matrimonio, el valor de la eternidad? ¿Acaso no es un deseo de lo imperturbable? ¿Y cómo hago para vivir sin perturbaciones?

Malas noticias, entre la oscilación de nuestras limitaciones y los proyectos, nos está esperando el rechazo, la ausencia, el olvido… Esos elementos tan infernales que tiene la vida y tienen sabor a muerte.

 

Somos finitos, limitados y sobre todo, falibles. Uno cambia, el otro cambia y a veces las cosas tienden a coincidir. Otras no.

Puede hacer lo que desee, pero si piensa que alguien le pertenecerá in aeternum, usted sufrirá. ¿Por qué? Y porque estará siempre pendiente de perder al otro.

El amor eterno espera que esa inmortalidad se cumpla. Estará expectante a que ante cualquier gesto, un movimiento inesperado, derrumbe la relación.

 

Por lo tanto, estar preocupado y temeroso que la relación termine por cualquier estupidez, genera un agobio insoportable. Y si finalmente se genera un agobio constante en la pareja, el otro solo produce infelicidad. 

El verdadero problema del vínculo es estructurarlo -en tanto, idealización- porque luego perturba al enterarse de que el otro no es, lo que usted cree que es.

 

EPILOGO

 

La presente tiene la bonita particularidad de que mi vieja leyó el borrador, previo a su publicación. Y temiendo a sus críticas, al contrario, se lució en una interesante conclusión… La fabricación dudosa del sujeto perfecto.

 

El amor es la renuncia del egoísmo y también -si me permite- con la acción proteica, ya que el amor transforma… El que ama no solo pierde lo que es propio, asimismo, se metamorfosea y se deja metamorfosear. Y ese es un relieve impresionante del amor… La evolución junto al otro.

Considérese evolucionar en tanto que el amor modifica, sublima y nos hace mejores personas.

 

Naturalmente, habrá quienes tengan ideas fundantes, es decir, sujetos que han tenido su primer beso, su primera novia, su primera intimidad, en fin… Un conjunto de primeras cosas que lo obligan a vivir un mundo idílico, creyéndose en la esperanza –falsa esperanza- del regreso de princesas de nuestras adolescencias.

Me parece que si uno hace bien los deberes, puede comprender que lo que llevamos adentro, no podrá colmarse jamás. Puede ser adulterado, seguro que sí, pero no colmado.

Todo el tiempo nos disparamos hacia la búsqueda del conocimiento del otro, pues, la plenitud es una consideración muy infantil. Ninguna filosofía ha logrado sostenerla. Siempre nos faltará algo. Y ese carácter dinámico de lo ausente, se construye con el otro.

Somos relación con el otro, a través del tiempo, el espacio y por supuesto, el amor… La interacción en la pareja debe ser permanente y nunca suturarse -de lo contrario- se disuelve en el estancamiento y la previsibilidad.  

  

Ahora, es probable todo esto nos enrede en un vínculo lleno de fisuras, que nunca termina de cerrar, que está reformulándose constantemente, en definitiva, una relación que será interpelada a cada rato… Bueno, sí. ¿Y? ¿Cuál es el problema?

Con el amor, uno lo puede todo. Incluso, aunque exista esa distancia de la ausencia. Lo que un hombre no debe hacer, es torcer el desamor –mejor aún- instaurar a que lo quieran a la fuerza. El amor sucede o no sucede.

 

Así que si usted siente la dicha de haber encontrado el amor –o sospecha haberlo encontrado- puede transformar toda la realidad con la pareja.

Y no importa si es con o sin hijos, con o sin papeles, con o sin aspiraciones económicas, etc.

Delante habrá un camino en conjunto -y sobre todo- con las diferencias naturales que deberían existir con el otro. 

Yo creo que aquel que tiene apetito de comunión, solo construye con el otro y su otredad. El que sabe amar no se sienta a escribir una lista platónica, ni hace comparaciones miserables entre un montón de minas… El que ama verdaderamente, lo hace con el otro, a pesar de sus virtudes. De hecho, uno ama más los defectos, que las virtudes mismas.  

 

Aprender a amar, significa aprender a aceptar la espera, el suspenso, la incertidumbre de lo que puede dar el otro, en el curso de su vida. Y si bien es cierto que algunas mujeres nos han detenido en el tiempo, hay otra que ha nacido para detenernos el tiempo.

 

¿Qué cosa será entonces el amor, sino ese camino que se desanda con el otro, sin exigencias, reclamos ni apropiaciones…?

El amor es construir juntos, en este precioso tiempo que parece detenido.

 

Dedicado a los enamorados y a los que nos enamoran.

 

Nacho

 

13/2/17