PROLOGO
Una vez finalizada su
estadía, el dios Eolo le entregó a Odiseo, un odre con vientos del oeste.
Alrededor del décimo día, sus compañeros abrieron el presente y desataron una
tormenta… La embarcación llegó a la isla de los Lestrigones, ¡donde
vivían unos gigantes antropófagos! Y si bien Odiseo pudo escapar con lo
justo, los gigantes habían morfado a unos cuantos.
Sea como que fuere, de
allí siguieron hasta la isla de la maga Circe, una bella hechicera que se
enamoró de Odiseo y a quien logró retenerlo durante un año. Pero viéndose no
correspondida, le dejó marchar, aconsejándole visitar al difunto Tiresias, en
el Inframundo.
Cuando Odiseo desembarcó
en el Hades, sacrificó varias ovejas y fue a consultar con el adivino Tiresias,
sobre cómo regresar a Ítaca.
Homero señala que de
inmediato salieron espectros y quisieron beber la sangre de los animales
sacrificados. Eran las almas de los difuntos… Esposas, ancianos, doncellas y
guerreros que habían caído en la guerra de Troya.
Sin embargo, antes de
darle a beber en primer lugar a Tiresias, vio a Elpénor, su remero más joven y
que murió en el palacio de Circe. Elpénor, bajo el aspecto de sombra, le pide a
Odiseo un funeral digno.
Más tarde, a su
madre Anticlea, muerta de pena al enterarse de la falsa noticia de que su
hijo había muerto. Y cuando este la quiso abrazar, sintió que
también era sombra -acaso sueño- de que ella fue en vida.
Se cuenta que la apoteosis brindada al difunto
estaba relacionada con una segunda vida. Y si bien suponían la existencia de
una entidad procesal como el infierno, es probable que ignorasen lo que el alma
pudiese experimentar –o conocer- acerca del bien y el mal.
Homero fue uno de los grandes artistas que pensó
metafóricamente a la muerte y el destino del alma, comparando al muerto como
una sombra. Bastará leer “La odisea” para enterarse dos cosas…
Aunque sobreviva el alma, la muerte es el fin del hombre y la única
certeza que posee sobre su futuro.
En un sentido contemporáneo, la palabra alma es
tomada por el origen y causa de la vida, por la vida misma. Sin embargo, los
estudios señalan que era una forma etérea y sutil que conformaba la imagen del
cuerpo.
Resulta difícil conocer el origen de la palabra
alma, pero se presume que los celtas ya hablaban de alma y quienes aprendieron
sus creencias fueron los egipcios. Gracias a los viajes de Pitágoras, por
Egipto y Babilonia, también llegó hasta la Grecia Antigua.
Más adelante los romanos seguirían el ejemplo
griego, separando el animus y ánima, tal como nosotros separamos alma e
inteligencia…
Durante mucho tiempo la filosofía indagó acerca de
la grandeza y las debilidades humanas, abriendo paso a una duda que continúa
sin respuesta… ¿Por qué imaginamos en nuestro ser físico, otro ser metafísico? ¿Quién
soy y de qué estoy hecho? ¿Por qué soy así? ¿Hay algo más que un organismo de
huesos, órganos y tejidos? ¿Hay algo más que un cuerpo? ¿Hay algo que sobrevive
al cuerpo cuando muere?
La teoría más popular del occidente asegura que nos
habita un alma… ¿Pero es el alma, una metáfora vigente? Y si estuviese presente
de algún modo… ¿En qué nuevas formas se esconde ahora el alma?
Estas cuestiones que parecen sublimes de
vislumbrar, son como un ciego que pregunta a otro ciego sobre la luz, ¿no? O
sea, ¿quién está en condiciones de darnos la certeza absoluta? No creo que sea
yo, pero trataré de regalarles, al menos, una mirada sobre el tema. Así que,
sin más preámbulos, les deseo buen pensamiento, muchachos… Hoy vengo para
hablarles del alma.
PARTE 1
Todas las razas primitivas aportaron a un
dogmatismo común… Sea mediante la reencarnación, metempsicosis o culto a los
antepasados, no dudaban que había algo inmortal en el hombre, aún después de la
muerte.
Ferecides de Siros dio a conocer la reencarnación y
su vínculo con el Inframundo. Según su teoría, el alma procede del cielo y al
separarse con la muerte, atraviesa el Hades. Pasa un tiempo allí, hasta que
reencarna nuevamente.
Eso fue lo que le enseñó a Pitágoras, es decir, le
contó sobre la inmortalidad del alma, que preexiste en el cuerpo y es aquello
que causa la vida.
Claro, Ferecides olvidó aclarar el número de
reencarnaciones que debía padecerse, hasta su liberación definitiva… Esto hace
sospechar que quizá Pitágoras no se haya encontrado con Ferecides, sino con una
de sus tantas reencarnaciones.
Ni Pitágoras en su momento, ni nosotros ahora
estamos en condiciones de asegurarlo.
En épocas presocráticas hubo tres filósofos
milesios que ligaron el alma a la materialidad. Fue agua para Tales de Mileto,
un principio indefinido para Anaximandro y aire, en el caso de Anaxímenes.
Los argumentos de Tales de Mileto son las fuerzas
internas que dan movimiento y están vinculadas a la materia. No hace distinción
entre los seres con alma –o acción intrínseca- y seres sin alma o sin vida.
En tal sentido, su ejemplo es que un imán tiene
alma, porque atrae al hierro.
A Anaximandro cabe situarlo en conceptos
metafísicos. La materia prima es indefinida y tiene que ser siempre antagónico
a lo que ha creado.
Anaximandro llama “ápeiron” al
principio que expresa eternidad y sucede con la concepción del mundo, pues allí
se engendran y corrompen el resto de las cosas.
Para que quede claro, el ápeiron sugiere que cuando
las sustancias nacen y se separan por oposición. Una prevalece sobre la otra,
causando una reacción que establece el equilibro.
En definitiva, el fundamento del mundo debe ser
infinito para que nunca cese el devenir y no se agote en la creación.
Para Anaxímenes, el alma lo constituye el aire
-quizá, vaho o respiración- siendo el principio coherente de los distintos
elementos.
El hombre es un ser animado que respira, por tanto,
la respiración es algo que arde, que vivifica…El alma gobierna y nos mantiene
en cohesión con el mundo, abarcada por un hálito, un soplo de aire común a
todos.
El aire es realidad única, inmensurable y anterior
a las cosas. Es un proceso de continua mutación, generando a los demás elementos
y disolviéndolos con su corrupción.
Desde luego, hubo otras escuelas filosóficas que
dijeron lo suyo, como el caso de los epicúreos y los estoicos.
Los primeros negaron redondamente que hubiese una
inmortalidad del alma. Conocieron los principios físicos y sensibles, solo a
partir de un placer que no inquietase al hombre.
El alma es una mezcla de varios elementos, tales
como fuego, aire, soplo vital y un cuarto sin nombre.
Los epicúreos no ven ningún carácter divino en la
naturaleza, ya que nada ha sido creado en virtud del provecho humano. Ningún
dios se mezcla en los asuntos del hombre, dejando en evidencia una adversidad
contra la religión popular y las ideas del platonismo.
Sus teorías, entonces, proponen erradicar los mitos
y supersticiones para que el hombre pudiese vivir feliz, sin miedo alguno… Y
cuando viene la muerte, el cuerpo se disuelve.
Los estoicos juzgan una presencia material y
providencial en el universo, ordenándola e imponiendo un cierto determinismo
para que el hombre acepte la verdad.
La figura de Dios es fuego y logos, es decir,
energía activa y razón. Nada ocurre sin explicación, por el contrario, existe
razón en la naturaleza.
El estoicismo considera cada alma como fragmento de
una fuerza divina, aún no completa ni tampoco separada de Dios. Él es para el
mundo, lo que el alma para el hombre.
Por último, desarrollaron una ética centrada en la
virtud. Junto a la razón, es el lazo que reúne a cada uno de nosotros con Dios.
Las leyes existen para que reconozcamos la
obligación de la justicia, pero también la responsabilidad y la libertad del
otro… Y detrás de todas ellas, la sospecha de que hay un Dios vigilando.
PARTE 2
A partir del momento que nos vemos a nosotros
mismos pensando, nos encontramos con la intimidad reflexiva. Eso es lo que
constituye la autoconciencia. ¿Qué significa autoconciencia? Son nuestros actos
conscientes, es decir, no solo pensamos, además sabemos que pensamos.
La autoconciencia nos permite descubrir que nos
habita el pensamiento. Fenómeno, allí habita el yo, la conciencia del yo, el
sabernos un yo. Todos tenemos un yo, pero cada yo difiere a otro. ¿Y qué es
esta condición tan propia y a la vez, tan universal, llamada yo?
El yo aparece en su enunciación -al hablar, al
pensar- y todo el tiempo alterna, pues está siempre en quién lo enuncia... ¿Pero
adónde se aloja, si muta permanentemente? ¿Corresponde a toda la persona, o
solo a una parte? ¿Está adentro? ¿Y fuese el yo, una manera de seguir
sosteniendo la existencia del alma?
Conviven dos posiciones contrapuestas… Ante la
pregunta, “¿hay algo más?”, la respuesta es no, solo somos cuerpo.
La clave aquí es ubicar todo estado mental, en el funcionamiento orgánico del
cerebro.
Según esta postura, hay un cerebro en
interdependencia con el resto del cuerpo. Y cuanto más investiguemos la
naturaleza de la actividad cerebral, más sabremos sobre nosotros mismos.
A medida que se acepte las bases de la ciencia,
habrá polémicas insostenibles… Cuestionar sus respuestas a través de
intuiciones, cayendo en la fe o con vivencias místicas, carece de sentido
alguno.
Claro, lo que parece explicable es la conexión
de los estados cerebrales y mentales, entre un órgano corporal y nuestra
conciencia.
Puedo entender mis estados mentales como una serie
de descargas cerebrales, pero se torna difícil asociarlo con la interioridad
propia de la conciencia.
Conviene aceptar que este cúmulo de ideas,
sensaciones, emociones, delirios, imaginaciones, en fin, estados de ánimo que
circulan dentro, ¿puedan remitirse a regulaciones corporales y orgánicas?
La otra postura que ha dominado la tradición
occidental, atravesando al discurso religioso y filosófico, es la idea del
alma. ¿Pero qué es el alma?
Tiene varias definiciones y formatos, pero
básicamente viene a revelar ese algo que convive con el cuerpo. Hay una
negación al respecto, casi unas ganas de no reducir nuestra intimidad reflexiva
y emocional, a una cuestión biológica.
Ahora, existen dos maneras de pensar el alma. En un
caso, relacionada a un concepto de vida… El alma sería una energía interna, que
anima, que enciende y sostiene el edificio corporal. Y si el alma muere,
entonces el cuerpo muere.
Frente a ello surge una manera de definirla, más
ligada a la necesidad de hallar algún elemento que nos trascienda y garantice
una continuidad, más allá de la muerte.
Al alma se la identifica con toda actividad
incorpórea del ser humano… Lo espiritual, lo psíquico, lo mental, lo
intelectivo.
Para el filósofo Plotino, algo trasciende y
sobrevive al cuerpo y es la presencia de lo infinito, en lo finito. No está
mal, no está mal.
Una línea invisible articula el alma con lo interno
y a la moderna mirada del yo. En especial, porque ambos casos parecen
reivindicar la esencia del ser humano… ¿Pero qué es define a lo humano?
De acuerdo a los griegos, la fundación del hombre
comienza con eso que más nos aleja de lo animal… El pensamiento.
¿Por qué lo que constituye vida, también es
principio del pensamiento? Además, lo que nos genera comer, sentir y producir
memoria, ¿ocurre del mismo modo con los demás animales?
Voltaire dice que nadie ha podido ver con absoluta
certeza los hilos, el principio y las causas de nuestros movimientos.
Bueno, cuidado, tenemos la ciencia. Mediante
diversos crisoles, el método científico nos da a conocer los elementos de un
organismo… ¿Y a qué crisol sometemos el alma? ¿A qué se debe que los miembros
obedezcan a nuestra voluntad? ¿Qué voluntad coloca las ideas en la memoria, las
conserva allí y las saca cuando queremos o no?
Nuestra propia naturaleza, la del universo y la de
los animales, están escondidos en el abismo de las tinieblas.
Los hombres obran, sienten y piensan. Eso es todo
cuanto podemos advertir, porque ignoramos qué entramado cósmico hay detrás de
ello… Y si nos resulta incomprensible para nosotros, imagínese lo difícil que
será a un pedazo de metal o una piedra, señalar su propia ausencia de
sentimientos e ideas. O su papel en el universo.
No deseamos ser una especie más de la naturaleza,
pues, aunque los cuerpos nos animalizan, nuestra interioridad da indicios de
algo completamente distinto.
Y sin embargo, así como nos permitimos
diferenciarnos de los animales, el hombre también se ha dedicado a no
socializar con todas las almas.
Cuando hubo que discriminar y exterminar, nada
mejor que negarles el alma a algunos y convertirlos en bestias… A nuestras
espaldas aún se oyen los gritos del holocausto judío y tantos otros hombres que
se ha devorado la historia.
PARTE 3
Los pensadores griegos diferenciaban tres clases de
almas, una sensible o de los sentidos, el soplo productor del movimiento -y que
entendemos por espíritu- y la tercera, muy relacionada con la inteligencia.
Santo Tomás admite esta teoría, aunque las sitúa en
áreas diferentes, esto es, una en el pecho, otra alrededor del cuerpo y la
última en la cabeza.
Sabemos que la palabra soplo es invento griego.
Para San Ireneo el alma es incorporal si se compara con el cuerpo de los
mortales, pero se conserva la figura con el fin de que se la reconozca.
Al momento de hablar de espíritu, nadie sabe bien
qué es. Solo nos obligamos a imaginar lo que no se ve, pero se lo materializa
con el aire.
Las escuelas filosóficas dividieron la discusión,
entre la materialidad del alma y la que carecía de ella.
Es imposible que nosotros sepamos –limitados como
somos- si la inteligencia es sustancia o facultad. No podemos conocer a fondo
la extensión del ser pensante, esto es, el mecanismo del pensamiento, pero
conocemos ciertas apariencias, ciertas propiedades y ninguna pareciese estar
relacionada con el ser racional… Algunos opinan que la materia es divisible y
adaptable a formas, cosa que no sucede con el pensamiento.
Otra rama de la filosofía sostiene que los
elementos de la materia no tienen figura ni extensión y sin embargo, la vida,
el movimiento o la gravitación, son todas cualidades de la materia. Entonces, ¿en
qué quedamos?
Con el devenir se instaló la idea de unidad
esencial, es decir, no solo hay alma, sino que hay una sola y su función sirve
de unidad y soporte a la totalidad de los rasgos cambiantes de lo humano... En
la modernidad, la idea resignifica mediante el reemplazo del yo, pero heredando
la misma función. El yo será esa parte que se repita constantemente, frente a
lo contingente de nuestras características accidentales.
Por eso hay un punto en el que el individualismo,
es un derivado del alma. Cuando hablamos de identidad, hablamos de lo que no
cambia, pese a que lo que sirve de unidad esencial, paradójicamente, nos
termina excediendo.
¿Pero siempre fue pensada así? ¿Si encontrásemos
otras formas de pensar el alma, no podríamos aventurar otras maneras de pensar
el yo? ¿Cómo se gestó el concepto de alma, en el pensamiento bíblico?
En el relato de la Creación, surge la figura del
espíritu de Dios, que es clave en el origen de todas las especies de este
universo. Pero, por otro lado, cuando crea al hombre del barro, lo hace
insuflándole hálito de vida por la nariz. Genera así la vida de un alma -a la
vez- vivificante y trascendente.
Ciertamente, en el pensamiento bíblico no había una
sola alma, sino muchas y cada una hacía referencia a funciones diferentes, que,
con el tiempo, correspondieron a un alma única.
Por ejemplo, el judaísmo establece aspectos
del alma, en armonía con las leyes que rigen la Creación.
Uno es el Rúaj, que simboliza la emoción, el
otro es Néfesh, los instintos y por último, Neshamá, que es la toma de
conciencia de su naturaleza y su función en el mundo.
Lo interesante es que los significados más arcaicos
-que antes designaban funciones orgánicas- comienzan a remitir la idea misma
del yo. Y así, las manifestaciones relacionadas con simples funciones
vitales, pasan de ser invisibles… Al final, el alma irá encontrando su propio
camino.
Los griegos percibían el alma desde diversos
sentidos, antes de llegar a esa expresión unívoca. Para ellos convivían dos
almas distintas, no pensadas como unidad… Una regía durante la vigilia, como
fuerza vital y la otra en el sueño, como entidad, libre y autónoma.
Homero nombre la palabra “psyché”, que
luego monopolizará el sentido único del alma y remite a una figura antropomorfa
y alada que abandona el cuerpo, con la sobrevenida de la muerte.
En textos de Homero, psyché tiene
dos significados diferentes, pero ligados. Desde un principio de vida, que es
impersonal y otro en sombra -o doble del muerto- como imagen, espectro o
espíritu del sujeto.
Cuando muere un hombre, la psyché sale volando de
la boca como una mariposa, razón por la cual algunos creen ver en ella –la
mariposa- un ser llamado “psicopompo”, que antiguamente conducía las almas
hacia el Hades, con aspecto de deidades, ángeles o demonios.
Más que una fuerza vital, la psyché indica la
autonomía humana que trasciende a la vida terrenal, sin conservar
–precisamente- la fuerza que le brindaba el alma de la vigilia. Eso explica que
el aspecto de los muertos sea espectral o fantasmagórico, como si les faltase
algo.
Tanto cuerpo y alma, conviven sujetos a una misma
realidad, pero el alma manda sobre el cuerpo, pues, aunque el cuerpo se
deteriore, el alma continúa existiendo.
Así se genera la idea del dualismo, es decir, la
separación de ambos en dimensiones autónomas y con una fuerte connotación
negativa.
En el libro “Fedón”, Platón relata la
última noche de Sócrates en la cárcel, antes de beber la famosa cicuta.
Rodeado de sus amigos, Sócrates no revela temor
frente a la muerte, sino más bien, alivio y serenidad. Y lo hace con un
argumento filosófico, por el cual, desea liberarse de la tortura del cuerpo… ¿Por
qué Sócrates dice, “el cuerpo es la cárcel del alma”?
Recuérdese anteriores publicaciones donde se
mencionaba la metempsicosis y la búsqueda platónica de las ideas. Platón halla
entusiasmo con las ideas –consideradas, eternas e inmutables- hasta que nace el
hombre y supone una caída de esa felicidad… El alma queda encarcelada a la
suciedad y al barro del cuerpo –mejor aún- encarcelada a una realidad que
quiere liberarse.
Para Sócrates la muerte libera el alma atrapada en
el cuerpo, la temporalidad y por supuesto, la maldad. ¿Es una libertad poética,
que no viene indefectiblemente con la muerte real, acaso, qué sucede con el
amor, la sabiduría y la madurez? El alma busca consolidar un mundo singular y
para ello debe quitarse su prisión corporal, que la incita a la materialidad y
a la mundanidad de sus elementos terrenales… La fama, el poder, el dinero. Es
que uno cultiva el alma para darse alas y ascender a ese plano de ideas o
formas incorpóreas.
¿Y por qué tiene el cuerpo y lo material, un
sentido negativo? Respuesta, el cuerpo padece temporalidad, esto es,
destrucción y degeneración.
Asimismo, en estos planos de la modernidad, habría
que agregar el sometimiento abrumador que sufre la intelectualidad y la cultura
del hombre, alienando la mente e instando al consumo masivo, con supuestas
genialidades o elementos artísticos que no son tales.
No es posible resucitar a Sócrates, eso lo sabemos
muy bien. Pero estamos positivamente seguros que, ante la probabilidad, ni bien
viese el mundo que le dejamos… El filósofo se serviría otro trago de cicuta.
PARTE 4
De acuerdo a Sócrates, el alma pertenece al
mundo de lo inteligible y el cuerpo a lo que es sensible. Ahora, ¿cómo
apaciguar un alma disconforme y que trasmite su malestar a ese cuerpo asignado?
¿Por qué piensa Sócrates que los caminos del conocimiento, no se llegan
por medio del conocimiento sensible? Porque las cosas sensibles
desaparecen y las ideas permanecen.
En ese mundo inteligible, existe algo bueno, bello
y grande por sí mismo. Y fíjese qué concepto tuvo el filósofo… Si existe la
belleza, sucede porque nuestra creación participa, no porque la compongan los
ojos o el sistema nervioso.
No, no. Existe una idea en el alma y lo demás
sentidos, participan junto a ella.
Por eso las ideas no nacen ni perecen con el
socratismo… Lo que hace vivir es el alma, que es inmortal y no admite la
muerte, porque ella es lo contrario. Solo podrán trascender su prisión corporal
en la medida que su vida mundana, cumpla con su principal mandato… Conocerse a
sí mismas.
De este modo, el dualismo irá instalándose en
Atenas, priorizando cada vez más, una interpretación intelectual y moral de la
psyché.
Hubo una posición racional en Aristóteles y seguirá
vigente sobre el resto de las funciones humanas. Sin embargo, antes de su
muerte, Platón tendrá una mirada más ontológica, más articulada con el mundo…
La idea del alma del mundo. ¿Y eso no se le parece al discurso religioso?
La relación del dualismo platónico, es desplazada
con la aparición del pensamiento cristiano… Se trata de la categorización de la
carne, como la depositaria de todos los males del mundo. La dificultad deja de
ser el cuerpo, ahora, es la carne. Aquella unidad armónica, entre cuerpo y el
alma, se complica con la carne y su promoción del pecado.
A partir de “Confesiones”, San Agustín
inaugura un escrito filosófico y con ello, la imagen del yo, que es el sujeto
con quien compartimos, empatizamos y acompañamos en los momentos de reflexión.
La primera persona expresa la presencia del yo, es
decir, el sujeto que se narra a sí mismo. Así se desplaza la cuestión de la
verdad, hacia la interioridad.
Entonces, si el alma accedía a la realidad, deshaciéndose
de su cuerpo, San Agustín dirá que el alma accede a ella, mediante el ejercicio
mismo de la introspección. En el momento que él sentencia, “conócete a
ti mismo y conocerás a Dios”, está enunciando que en el interior del alma,
habita lo perfecto.
El pensamiento clásico tendrá algo interno, único,
trascendente y perfecto. Sin embargo, visto desde los relieves de la
modernidad, el mundo religioso ha perdido fuerza… Y entonces, ¿cuál será el
destino del alma? ¿Se perderá junto a las metáforas religiosas, o permanecerán
ocultas en el interior de nuevas ideas?
Claro, suena magnífica la máxima de San
Agustín, pero parece solo conocida por Dios, pues, ¿qué mortal puede
comprender su propia esencia? Nos conformamos con llamar alma a lo que anima,
ya que nuestra inteligencia no superará jamás a la divinidad. ¿Y si el alma
fuese un reloj que Dios nos concedió para movernos, pero no nos ha explicado los
mecanismos que lo componen?
Nuestra idea del yo… ¿Es una nueva manera de seguir
creyendo en el alma? ¿O una nueva forma de repensar la religión?
PARTE 5
La presencia del yo, disuelve las teorías del alma
y el cuerpo que tuvo en su momento, la antigua filosofía y la tradición
bíblica. ¿Pero qué es el yo? ¿No pervive el alma, con la idea del yo? ¿El yo es
algo cerrado o algo abierto?
De algún modo, la teología cristiana recibirá un
terrible impacto en sus doctrinas, ya que René Descartes resignificará el valor
del alma y la relanzará como precursora de nuestra conciencia individual.
Descartes se separa de la metafísica antigua y
enfoca el alma de pura actividad racional, resguardando así el dualismo… Para
él somos sustancia pensante y sustancia extensa.
El fundamento cartesiano es qué camino elige para
alcanzar sus conclusiones. Y así como la búsqueda de San Agustín estuvo
inspirada por Dios, halla motivación por el deseo de cuestionar todo saber…
Solo es verdadero lo que resiste a la duda más radical.
Descartes destruye todos los saberes, explorando
algún conocimiento firme. Duda de todo… ¿Pero un conocimiento innegable,
garantiza el saber empírico?
El saber empírico parece insostenible, pues los
sentidos nos han engañado miles de veces. La única evidencia está aquí y ahora,
porque son definitivos. Y de lo que yo no puedo dudar –argumenta Descartes- es
que estoy aquí sentado, escribiendo estas palabras.
Sin embargo, lo incuestionable también cae con un
argumento letal… Esto puede ser un sueño y no tengo manera de darme cuenta. Y
en última instancia, es imposible discernir si todo pertenece a un sueño, o si
estamos despiertos. Y aunque estemos despiertos -o sea un sueño- lo que seguro
no se rompen, son las lógicas de las leyes elementales.
Por ejemplo, en el sueño más absurdo, no se violan
los principios de identidad o de no contradicción.
Aun así, Descartes construye la hipótesis del genio
maligno… Se pregunta, ¿qué sucedería si alguien, con la voluntad de querernos
engañar, nos estuviese haciendo pasar por verdadero aquello que es falso? ¿Qué
sucedería si las leyes –pretendidas como incuestionables- fuesen redondamente
falsas? ¿Si todo fuese falso… Entonces, ¿qué?
La solución es muy conocida… Así nos engañen los
sentidos o no, así estemos despiertos o dormidos, así haya un genio
confundiéndonos o no, de lo que no podemos dudar, es que dudamos.
Si dudamos, pensamos. Y si pensamos, existimos.
La fórmula “pienso, luego existo” sostiene
que en el discernir del pensamiento, alcanzo una primera evidencia del
interior. Quiere decir que si uno está pensando, tiene que estar existiendo… No
sé bien lo que soy, solamente que estoy pensando y no puedo decir lo mismo del
otro.
Mi propia intimidad reflexiva es lo primero que
surge, ante mi conciencia como verdad… Mi cuerpo, el mundo, el otro, en fin,
todo se desvanece frente a la duda. Todo, excepto mi propia actividad mental.
De lo único que no puede dudarse, es del yo
pensante, aquel que está en acción.
Durante la noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había
salido de su palacio y que caminaba por el jardín, bajo los
árboles en flor.
Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo… El
emperador accedió. El suplicante dijo que era un dragón
y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del
emperador, le cortaría la cabeza.
En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio.
El emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero para que
no matara al dragón y hacia el atardecer le
propuso que jugaran al ajedrez.
La partida era larga, el ministro estaba cansado y se
quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. ¡La arrojaron a los pies del emperador y gritaron, “cayó del cielo!”.
Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó…
- ¡Qué raro…! Yo soñé que mataba a un dragón así.
PARTE 6
A partir de la idea del yo, desaparece la mirada
teológica en el asunto. El alma es cada vez más, un concepto secularizado.
Hacia la mitad del siglo XVIII, Europa está en una
profunda crisis espiritual. Y es allí donde tiene lugar el “Siglo de
las Luces”, un movimiento intelectual que hace de la ciencia y la
razón, un camino hacia las verdades más incuestionables de la humanidad.
Se destacan filósofos y pensadores políticos como
Descartes, Hume, Voltaire, Montesquieu o Rousseau, cuya principal discusión
estuvo centrada en la crítica –o negación- de la iglesia católica y las
monarquías absolutas.
Entre ellos, John Locke, un filósofo y médico que
trató de saber qué era el alma.
Locke postulaba que alma es esa palabra que
pronunciamos sin entenderla y que comprendemos recién cuando tenemos idea de
ella. Por lo tanto, si no existe como idea, no la comprendemos. En todo caso
-agrega Locke- convenimos en darle nombre de alma a la facultad de sentir y de
pensar, del mismo modo que hablamos de desear la muerte, a la imposibilidad de
ser amados.
Algunos de sus detractores le contestaron que alma
no es una cosa ni otra. Es una asociación de materia y espíritu, creada
por Dios.
Ahora bien, suponemos la presencia de una
conciencia racional, inmanente, que opera en nosotros y a la que dejamos de
llamar alma… ¿Y no es lo mismo? ¿No hay una continuidad?
El alma ya no tiene tanto sentido religioso, pero
continuamos suponiendo una interioridad de sesgo racional, defiriéndose a sí
misma, con absoluta autonomía de sus determinaciones culturales e históricas…
Nace el sujeto moderno.
Al pensar el sujeto que propone Heidegger, lo
asimilamos con lo humano y sin embargo, la noción misma del sujeto nos remite a
su significado más básico… Sujeto es lo que está debajo de lo que se nos
manifiesta… Su fundamento.
Heidegger dice que el sujeto no es sinónimo de yo,
sino que se vuelve parte de la modernidad. Para entenderlo mejor, es lo que
subyace, esto es, el fundamento de algo.
Habrá toda una corriente filosófica deconstruyendo
a ese sujeto, analizando la conexión entre el concepto del alma y la
postulación del yo, pero desvinculado de la historia. Y así como en la Edad
Antigua era el universo, Dios en la Edad Media, para la modernidad el sujeto
heideggeriano, es el yo en su aspecto racional.
Sin embargo, desde el momento que afirmamos la
inexistencia de un yo, fuera de la historia y la cultura, comienza a verse un
sujeto sujetado… ¿Y qué sujeta al sujeto? ¿Es el yo, una construcción? Y si
fuese así, ¿es una construcción de la cual es posible salir?
Una primera critica a la idea del alma, llega con
el empirismo… Si solo accedemos a nuestras manifestaciones, ¿cómo sabemos que
nos habita algo que no puede verse, oírse, ni tocarse? ¿Y si detrás no hubiese
nada? ¿Y si solo fuésemos circunstancias que convergen en diferentes momentos,
pero suponemos que se encuentra una sustancia y en realidad no se trataría más
que de una cascara vacía?
Por supuesto, conviven otras sujeciones posibles.
Según Karl Marx, el sujeto libre y autónomo, como fundamento del sentido
natural de las cosas, no es sino, el sujeto burgués.
El ser humano –conforme a Marx- se piensa a sí
mismo, dependiendo siempre del interés de dominación vigente, en cada modo de
producción. Su realidad es construida por un poder superior, que articula todo
un imaginario y se legitima sobre las cosas. Por ejemplo, a través del derecho,
la política, la religión, etc.
En conclusión, somos un excelente mecanismo de
sometimiento y mucho más -por ser el alma- una promesa de
inmortalidad. Somos especies e individuos. Y priorizarnos significa
ponderar un solo polo de nuestra atención…
Bajo este régimen constitutivo -que es el
capitalismo- el individualismo se ha vuelto una necesidad, cuyo único objeto,
es evitar que colapse el sistema.
Los individuos son puestos en circulación para
intercambiar su fuerza de trabajo… Como si la clase obrera pudiese elegir
libremente la tarea que desea realizar… Como si el obrero fuese un individuo
libre. Y no lo es.
PARTE 7
Luego de cuestionar y desarticular el mundo
sensible del hombre platónico, Nietzsche postula desde el nihilismo, una nueva
forma de avanzar en el existencialismo, sin renunciar a la integridad del ser
humano, sino más bien, potenciando los instintos reales del hombre.
Pero, ¿a qué se le llama nihilismo? Se trata de una
postulación que revolucionará los campos psicológicos y literarios, afectando
lo que hasta ese entonces, parecía un vago concepto metafísico.
El nihilismo es una posición filosófica que critica
al mundo de significado y propósito comprensible, o valor esencial alguno. Para
los nihilistas no hay pruebas razonables de una regla superior, porque la
verdad moral y la ética universal, son voluntades de poder.
Según Nietzsche, el sujeto no se adapta a las
expectativas de trascendencia que son propuestas desde los valores, las
costumbres y creencias de una sociedad. Y entonces, surge una verdad que no
está escondida tras esas apariencias, ni en ninguna otra parte, salvo en
aquella que el sujeto se arroja, a partir de su condición
originaria.
Naturalmente, es la reivindicación del cuerpo… No
somos solo alma, también hay cuerpo. Pero más que un animal dotado de
razón, el hombre es un animal lúdico, que juega y se ilusiona.
Por eso la filosofía nietzscheana señalará que el
alma cumple un papel ilusorio, o sea, para designar algo en el cuerpo y a todas
las regularizaciones que el sujeto percibe como realidad.
De acuerdo a Heidegger, el ser hombre es ser en el
mundo. Y es cierto porque el cuerpo nos individualiza y nos da perspectiva del
mundo, en el aquí y ahora.
El hombre heideggeriano deja de ser un simple
observador de la ciencia o la literatura clásica, para volverse un yo concreto,
encarnado en un cuerpo. Y lo que es peor, un cuerpo que lo define como un ser
para la muerte.
Debido a estas razones –y no menores- el centro de
nuestros tiempos ya no será ni el objeto, ni el sujeto trascendental, sino la
persona concreta, atravesada por una nueva conciencia del cuerpo que la
sustenta.
Pregúntese lo siguiente… Al racionalizar el alma, ¿no
se desprecia la vivencia de lo corpóreo, que es lo que constituye nuestra
relación con lo otro? ¿Por qué solo nos pensamos como seres racionales?
De alguna manera, el pensamiento puede ser un
instinto y que, autonomizado, se escinde y aparece de distinta naturaleza.
Carl Jung propone pensar tres arquetipos que
estructuran la personalidad… La persona, el alma y la sombra.
La persona es la máscara social, la parte
que nosotros hacemos visible, nuestra imagen pública.
El alma es nuestro aspecto más íntimo y profundo,
se acumula en la conciencia del ego y tiene carácter femenino en el hombre y
masculino en la mujer. En ambos casos se percibe al otro sexo como algo
fascinante y aterrador.
Finalmente, la sombra, representada por los
sentimientos oscuros e inaceptables, el tabú, lo prohibido y reprobado.
La sombra tiene esa dimensión tenebrosa y
enigmática que identificamos con el mal y nos produce culpabilidad, pues seduce
y atrae al mismo tiempo… Y si el alma fuese eso, fuese sombra? Una construcción
fantasmagórica de historias que son desarrolladas para que algunas cosas,
algunos símbolos, tengan sentido, tal como sucede en el arte.
PARTE 8
¿Por qué el alma posee carácter femenino y
masculino? Por ser inconsciente, el alma se desdobla en “ánima” y “animus”.
El primero desea reconciliar y unir, mientras que el otro trata de discernir y
discriminar.
El ánima es la imagen arquetípica
de mujer, dentro de la psique masculina. Es el aspecto responsable del
mecanismo que proyecta de niño, identificado con la madre. Más adelante
vivenciado no solo con otras mujeres, sino como una penetrante influencia en la
vida del hombre adulto.
Dentro de la psique, el ánima influye en sus ideas,
actitudes y emociones. Por eso Carl Jung dice que cada madre, cada amada se
convierte en la portadora de esa imagen presente y eterna.
En la mujer, el animus es la
imagen de lo masculino. La mujer es compensada con un sello masculino,
resultante de una diferencia psicológica entre ella y el hombre.
El animus es el logos paterno, así como el ánima
corresponde al eros materno. Y mientras el ánima del hombre funciona como alma,
el animus de la mujer se parece más a una mente inconsciente.
Para Jung, el animus se manifiesta negativamente
con ideas fijas, opiniones colectivas y suposiciones que reclaman ser verdades
absolutas.
La mujer que se identifica con el animus, suele
estar poseída por el logos, dejando en segundo lugar al eros.
Cabría plantearse si el yo -o el alma- cumple una
función adormecedora, digamos, independiza su angustia existencial con el
mundo, por ser una situación demasiado intensa de soportar… Bueno, ¿quién sabe?
Nuestra conciencia no define la totalidad que
somos, ni nos dominamos conscientemente. Hay fuerzas muy poderosas dentro del
sujeto y están encargadas del inconsciente. Allí se localizan los deseos,
recuerdos e instintos que, por diversos motivos, son reprimidos. Especialmente
por cuestiones morales y culturales.
El sujeto no es dueño de sí mismo y tampoco es
transparente, porque está escindido… La teoría del inconsciente termina de
descentrar a la conciencia, resquebrajando lo que suponemos de humano.
Por supuesto, todos estos aspectos irracionales y
difíciles de desentrañar, serán profundizados en las ideas freudianas y demás
escuelas psicológicas.
Pero, ¿qué queda del alma? ¿Queda alma?
De un modo u otro, siempre habrá fuerzas que nos
dominen y tal vez el alma sea eso… El alma es lo que abre. Cuestionar la
existencia de otra cosa siempre es un ejercicio de apertura, pese a la mayoría
de teorías y filosofías consignan al ser humano, un aspecto más bien cerrado.
Por lo tanto, al disolver la angustia del alma y
monopolizar su sentido más genuino, empaquetándola con banalidades y
pensamientos de verdulería, lo alegórico, lo noble, lo virtuoso y lo
trascendente, acaba por derrumbarse.
No somos maquinas obedientes, ni mentes
disciplinadas por el dogma. Tampoco cuerpos obturados por el consumo masivo.
Somos una conciencia partida entre lo que creemos poder ser y lo que nos
condiciona. Y a través de esa fisura, de esa oscura avenida, entre lo que se
nos impone y lo que podría ser de otra manera, somos eso… Somos lo que abre.
Quizá la realidad no sea más que una simple mesa de
juego, donde el hombre reinventa o puede darle otra ficción al universo y a
unas leyes que ya son demasiado ficcionales…
Lamentablemente.
PARTE 9
Ch'ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía
un primo llamado Wang Chu, un joven inteligente y el señor Chang Yi, tanto lo quería, que juró aceptarlo como yerno.
El tiempo pasó… Y cuando dejaron de ser niños, tuvieron relaciones íntimas.
Pero un día vino un funcionario y le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando -u olvidando- su antigua promesa, consintió el matrimonio.
Ch'ienniang, desgarrada por el amor,
estuvo a
punto de morir de pena y Wang Chu estaba tan despechado, que resolvió irse del
país y no ver a su novia casada
con otro.
El joven Wang Chu inventó un pretexto y
comunicó a su tío la partida y
como no logró disuadirlo, el tío le dio dinero, regalos y una fiesta de despedida. Wang Chu, se dijo a sí mismo que era mejor no perseverar en
un amor que no tuviese ninguna esperanza.
Embarcó una tarde y a unas pocas millas,
cuando cayó la noche, le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que
descansaran.
Wang Chu no pudo conciliar el
sueño y hacia la medianoche oyó unos pasos que se acercaban… Se incorporó y
preguntó, "¿quién anda a estas horas de la noche?", "soy yo,
Ch'ienniang", fue la respuesta.
Sorprendido y feliz, la hizo entrar en la
embarcación. Ella le contó que había esperado ser su mujer, que su padre había sido injusto con él y que no
podía resignarse a la
separación. También había temido que Wang Chu, solitario y en tierras desconocidas, se viese arrastrado al
suicidio.
Por eso ella había desafiado la reprobación de la gente y la cólera de los
padres y había llegado para seguirlo adonde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el
viaje a Szechuen.
Tras cinco años de felicidad, ella le dio dos hijos. Pero no hubo noticias de la familia y Ch'ienniang pensaba diariamente en su padre. Ignoraba si sus padres vivían o no y una noche le confesó a Wang Chu su congoja…
–Tienes un buen corazón de hija y yo estoy contigo.
Cinco años han pasado y ya no estarán enojados con nosotros. Volvamos a casa. – Respondió Wang Chu.
Ch'enniang se regocijó y se aprestaron para regresar con los niños.
Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch'enniang…
– No sé en qué estado de ánimo encontraremos
a tus padres. Déjame
ir solo a averiguarlo. –
Al avistar la casa, sintió que el corazón le
latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón.
Chang Yi lo miró asombrado y le dijo…
- ¿De qué hablas? Hace cinco años que Ch'enniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola
vez. -
- No estoy mintiendo. Ella está bien y nos
espera a bordo. - dijo Wang Chu.
Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch' nniang. A bordo la encontraron sentada, bien ataviada y contenta… Hasta les mandó cariños a sus padres. Maravilladas, las doncellas volvieron y aumentó la perplejidad de Chang Yi.
Entre tanto, la enferma había oído las noticias y Ch'enniang, libre de su mal, halló luz en sus ojos… Se levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.
La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos
cuerpos se confundieron y solo quedó una Ch'enniang, joven y bella como siempre.
Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran
silencio, para evitar comentarios.
Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch' nniang vivieron juntos y felices.
EPILOGO
Estos tiempos apuntan a la decadencia del alma y a
su permanente superficialidad. Vivimos atravesados por la ciencia y la
tecnología, la importancia del consumismo y la comunicación alocada, sin ningún
contenido filosófico o existencial.
Podríamos hacer miles de publicaciones, leer miles
de opiniones acerca del alma y cada cual tendrá la suya. De lo único que
podríamos estar seguros, es que no hay forma de escaparle a los cuerpos… El
cuerpo del ser humano es arrojado a la objetividad del mundo, cosificándolo,
sin comprender que el cuerpo, también es soporte de la personalidad.
Pero no importa, el caso es que ha logrado
separarse los tantos… Sobre todo estos últimos siglos, proscribiendo el alma a
la soledad y el cuerpo, apenas a un objeto empleado en el amor sin compromiso
–o peor aún- para vivir una cierta tranquilidad económica.
Las nuevas filosofías restituyen al hombre a su
auténtica condición, que por supuesto, es trágica. Y al decir trágica lo
hacemos por su dualidad, por pertenecer a la naturaleza y al mundo de los
espíritus… En tanto cuerpo porque somos especies, perecederos y relativos y en
tanto espíritu, porque participamos de lo que es absoluto y eterno.
El alma está proyectada hacia los cielos, a través
de nuestros deseos de inmortalidad, pero estamos condenados a la muerte por su
reencarnación y ese parece ser nuestra infelicidad… Somos mortales, en todos
los sentidos posibles, salvo que uno desee ser un animal o un espíritu puro,
pero no como seres humanos. El hombre nace hacia su propia destrucción y lo
único que encuentra en el camino, son sombras de felicidad. El arte, el
pensamiento y el amor, son algunas de esas sombras que pueden descubrirse, con
la luz del alma.
Yo creo que hay una fuerza interna, misteriosa,
creadora de símbolos, de grafos, de mitos y que la inteligencia es la única
capaz de conjurar esas redes que nos tiende encima, la realidad.
Solo los símbolos que inventa la inteligencia, nos
permiten aproximarnos a la verdad última del hombre. Antes, mucho antes que las
falsedades de los estúpidos.
Entonces, así como vislumbramos diferencias entre
alma y cuerpo, la vida y el sacrificio de vivir, pecado y virtud, o diabólico y
divino, también pueden encontrarse otras almas.
Lo importante es encontrarse con alguien y
compartirlo todo, pues lo mejor que nos puede pasar, es que exista un alma
con las mismas ganas de escribir juntos, las hojas en blanco que nos queda por
vivir.
Quizá la vida no sea más que unos efímeros puentes,
que, dentro de este cruel mundo de islas, algunos suelen tender… Y están hechos
de la misma materia que construimos nuestros sueños… Frágiles, resbaladizos,
pero con apetito de eternidad.
Cada tanto, cada millones años, sucede un milagro,
en esa horrenda soledad y olvido que nos hemos merecido.
¿Qué es el alma? Bueno, a lo mejor eso. Es la
esperanza de hallar motivos para explicar la existencia. Porque en ese devenir,
donde las cosas van para un lado y otro, puede suceder algo impresionante y
modificarnos para siempre. Después de todo, al margen que dejemos pedazos
nuestros con los años, desde la tristeza y el desengaño, uno debe aprender a
mejorarse y embellecer las ilusiones del alma.
Por eso me parece que la madurez es más seductora,
cuanta más inteligencia posee. Darse en alimento al otro con unas complejidades
que resultan difíciles –por no decir, imposibles- de rastrear entre los
perejiles.
El amor solo encuentra el ápice del goce, en el
hallazgo de las almas sensibles, desde la renuncia del yo y su recreación
constante.
Dedicado a las almas que ya partieron, a las que
aún siguen y las que vienen desde lejos, para despabilarnos esta angustia
insoportable, que es ausencia.
24/3/17
Nacho