Tercera piel



PROLOGO

 

Platón dijo que el arte consiste en una imitación de la realidad… Claro, en aquella Atenas no hubo nada que no estuviese alejado del arte. 

A lo largo de muchos siglos, la belleza en el arte tuvo un valor claro, delimitado e indiscutible y en épocas de des diferenciación e hibridez como la nuestra, sus límites fueron variando.

Pero lo que ocurre en el arte, ¿debe ser necesariamente bello? ¿Por qué hoy nos atraviesa una cultura de la estética y qué parámetros utilizamos para asegurar la belleza en el arte?

Habría que comenzar por criticar su objetividad, es decir, pensar si la belleza está incorporada en las cosas, o es relativa en aquel que la experimenta. Del mismo modo, la desvinculación del arte con sus ámbitos específicos y haberse vuelto en una sociedad consumista, un criterio estructural.

 

En líneas generales, las obras de arte se definen por significado, materialización y la interpretación que uno aporta. Asimismo, sus propiedades quedan envueltas en una invisibilidad, pues lo que transforma es su esencia. Sin ella, un objeto artístico no puede entenderse, ni ser interpretado como tal.
Arnold Hauser comentaba que son provocaciones que no nos las explicamos, sino interpretadas conforme a nuestras finalidades y aspiraciones. Y en ese sentido, la belleza artística resulta mayor a lo bello de este mundo imperfecto, esto es, esconderse detrás de falsas apariencias para alcanzar una verdad más elevada, a partir del espíritu y la inteligencia.

De acuerdo a varios autores, el arte sostiene una posición histórica -según la cual- la obra puede trascender en un punto de la historia, pero no en otro, porque dependen de qué clase de teorías las justifiquen en ese momento.

Evidentemente, un enunciado que choca con su esencialismo, es decir, una obra puede ser arte, independiente del tiempo y lugar. Y sin embargo, admitiendo que existe la excelencia de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, el surrealismo de Dalí, las óperas de Mozart, las serigrafías de Andy Wharhol, etc… ¿Qué hacemos con los programas de televisión, los jingles publicitarios o la decoración de una habitación? ¿Sabríamos catalogar a cualquiera de estos fenómenos, dentro de la categoría artística? Pareciese que no.

 

Hace poco leí “Después del fin del arte”, un libro de Arthur Danto, en el cual, el autor comprende la crisis que vivimos, casi como un proceso terminal.

¿Por qué afirmamos que una obra pertenece al campo artístico? ¿Solo por estar exhibida en un museo? ¿Por estar colgada sobre la pared de una casa? ¿Qué sucede con la intención del autor? ¿Y la necesidad interpretativa del espectador? ¿Hay intencionalidad? ¿Hay interpretación?

La respuesta de Danto es que una obra se produce dentro de un argumento histórico y sin él, ninguna puede alcanzar el valor artístico. Siempre hay un contexto que le da sentido.      

 

Pero entonces, si es fundamental el contexto para una producción artística, al momento de querer entenderla… ¿Por qué ahora consideramos a cualquier cosa de arte? ¿Todo es arte? ¿Todo es bello? ¿Todo arte es bello? ¿Y si hubiese otra cosa? ¿Es posible construir una dialéctica, entre la decadencia del arte y una decadencia de la belleza?

 

PARTE 1

 

Voltaire asistió a la representación de una tragedia y se sentó al lado de un amigo filósofo.

- ¡Eso es bello! – Exclamó su amigo.

- ¿Qué encuentra de bello en esta obra? – Le preguntó Voltaire.

- Que el autor haya logrado lo que se propuso. –

 Al día siguiente, el filósofo tomó una medicina para aliviar sus dolores. Voltaire lo vio de buen ánimo y entonces le dijo…

- Esa medicina logró su objetivo, por tanto, es una bella medicina. -

Enseguida comprendió el filósofo que una medicina no es bella, porque para aplicar el calificativo de belleza a una cosa, es necesario que nos produzca admiración y deleite. Y convino que la tragedia que habían visto, inspiraba esos dos sentimientos.

Voltaire cree que lo bello, que sólo afecta a los sentidos o a la imaginación, es muchas veces incierto y variable. Sin embargo, lo bello que conmueve al corazón, nunca lo es.

 

Cabe preguntarse si la belleza es objetiva o subjetiva. ¿Todo, absolutamente todo está arrojado hacia la belleza?

El término bello, al igual que bonito, maravilloso o soberbio, es un adjetivo que utilizamos para calificar lo que nos gusta. Pareciese que ser bello equivale a ser bueno, algo que juzgado desde nuestra cotidianidad, no solo nos gusta… También lo deseamos poseer.

Son miles las cosas que deseamos por buenas, un amor correspondido, heredar una fortuna y vivir del ocio, etc. Desde luego, hechos que estimulan al deseo de posesión. Y lo mismo ocurre frente a una acción épica, pues nos gustaría que nos pasara o que alguno de nuestros actos produzca un efecto semejante.

 

En ocasiones suele pasar que lo bello está asociado a un principio de ideal –imagínese- la muerte del héroe o el sacrificio de un padre. Aquí reconocemos lo bello de la acción, pero sea por egoísmo o temor, no nos vemos envueltos en una situación similar. Más bien asoma una contemplación, un distanciamiento entre la emoción y el sentirnos arrastrados por ella.

Por eso a veces para referirnos a una bella acción, hablamos de admirar. La admiración es el acto de lo que parece bello, pero no siempre realizable como deseo.    

El distanciamiento permite calificar algo por lo que es en sí mismo, al margen de que lo poseamos o no… Supóngase, una mujer conservará belleza, aunque sus sentimientos estén ligados a otra persona.

Quiere decir que lo bello, no es un valor que se amortiza, conforme al sujeto. Es el que ama, quien otorga la belleza. El sentimiento de la belleza, difiere del deseo. Usted puede juzgar bella a ciertas personas y no desearlas en absoluto.

 

Naturalmente, aquí no validamos el orgullo de poseer un cuadro, solo para especular con su valor económico. En todo caso, son formas de celos, deseos de posesión o envidia y no tienen nada que ver con el sentimiento hacia lo bello.

 

El tirano Piero de Médici era un joven muy, muy disoluto y disfrutaba de una cohorte de doncellas que reunía en su palacio de Florencia.

Todas las noches jugaban el siguiente juego… Una vez vendado sus ojos, recorría la habitación a los manotazos, tratando de capturar a alguna de ellas…Aquella que era capturada, dormía esa noche en su cama.

Al sacarse las vendas, Piero de Médici hacía muecas de regocijo o disgusto, según el grado de belleza de la doncella atrapada…Como se ve, ¡una demostración miserable y canallesca! Sin embargo, su reacción nos abre la puerta hacia la perplejidad… ¿Por qué permitía que participaran muchachas que no quería atrapar? Respuesta, cualquier juego gana en interés, cuanto mayor sea el número de variables posibles.

De este modo, que Piero incluyese este recurso en sus juegos, lo hacía más interesante. Es decir, que hubiese una muchacha no agraciada dentro del juego, ampliaba el espectro de maniobras.

Se trata de que el temor figure entre las emociones cuando uno busca.

Claro, parece más atrayente, pero se podrá objetar que corremos el riesgo de no dar con lo que buscamos. La respuesta a esa objeción, es la siguiente… ¿Y para qué juega uno? Para vencer el miedo.

 Los franceses de Carlos VIII, el que trajo la sífilis - o el que se la llevó - invadieron Italia y expulsaron a Piero del poder.

Pronto abandonó la vida política, aunque no la vocación orgiástica, pues, seguía jugando... Y lo hizo bien entrada su vejez.

Cuentan que, agotado por capturas insatisfactorias, los últimos años jugaba sin vendas y sin doncellas a las cuales perseguir… Y se equivocaba igual.

Ciertos juegos son dichosos, solo cuando sabemos -o creemos saber- que la mujer amada participa de él. Y aun así, fingiendo tener disminuidas nuestras percepciones y anulada la capacidad de decisión, nos llevamos por delante su belleza.

Desde luego, será una pésima noticia que no esté presente, porque absurdo será empecinarse en gestos y maromas que aquella mujer nunca verá.

 

El secreto del amor es que contiene un lenguaje de ocultaciones y revelaciones, muy similares a los juegos de Piero… Y gracias a las alegorías del alma, uno advierte la inoperancia de los juegos durante su ausencia. Incluso, por muchas doncellas que deseen participar, para darle mayor peligro al asunto.

 

Cuando el amor desborda, no hay venda que confunda, ni obnubile los ojos… Bueno, salvo a los espíritus pobres, que ven bellezas por todos lados.

 

PARTE 2

 

Está claro que mientras haya una intención de producir belleza para su contemplación, entramos al ámbito del arte, sin embargo, la diferencia entre lo natural y artificial, parece bastante ambigua... ¿Por qué resulta más bello el escote de una señorita en la televisión, que una vasija hecha en el período helenístico?

Cada contexto histórico instala un canon de belleza, en fin, criterios que funcionan durante un período de tiempo, hasta que más adelante son reemplazados por otros.

Antiguamente se definía a la belleza desde una teoría de proporción, siempre ligada a una armonía y simetría entre las partes. Así lo entendieron los artistas griegos y egipcios cuando hablaban sobre la sección aurea y decidir la proporción de la figura humana, la altura de las columnas, el punto clave de un relato, etc.

 

En la actualidad hay una tendencia a imponer superficialmente lo bello, reflejada a través de los múltiples soportes culturales. ¿Pero corresponden, efectivamente, con el enfoque reflexivo del sujeto?

Un modo de vincularnos con ello, es lo que podría calificarse de experiencia estética. La palabra estética proviene del griego “aísthesis” y representa la sensibilidad asociada a la percepción de lo bello, en tanto como primera impresión.

Alrededor del siglo XIX un movimiento inglés basó sus doctrinas en el esteticismo, esto es, la exaltación de la belleza por encima de la moral social y cualquier reflexión o moda que obstruyese la búsqueda de distinción y nobleza.

Su precursor fue Immanuel Kant, que planteaba separarse de las normas estéticas de la moralidad, la utilidad, o el placer.

 

La idea del esteticismo es oponerse y reaccionar ante las ideologías dominantes del materialismo y las conveniencias que aplicaban la industrialización y los grandes avances de la época.

Para ejemplo está el dandi de Baudelaire, alguien que no hace de la belleza un medio, sino un fin en sí mismo. Le gusta romper tendencias establecidas por las modas, impresionando a todos con sus propias elecciones. Y como odia la vulgaridad, se refugia en lo estético, pues resulta su mejor manera de distinguirse.

 

El esteticismo pretende liberar a la belleza de sus encorsetamientos y postular la figura del dandi, como un sujeto preocupado por la creación constante de sí mismo.

Según Baudelaire, el dandi es frívolo, egocéntrico e impertinente. La forma de moverse, comportarse, digamos, cómo mover una mano, el brillo en las frases que emplea, etc., son actitudes que desafían las instituciones. Sin embargo, hace valer su distancia, su superioridad y personalismo frente a los demás.

Entonces, el esteticismo puede implicar el consumo superficial de la belleza industrial del mercado, aunque también puede indicar lo contrario. Y en un sentido artístico, Baudelaire decía que la mejor obra del hombre, era su propia vida.  

 

A pesar que, en principio, no posee una finalidad útil, la experiencia estética genera una afectación emocional, que es el reconocimiento de la belleza. ¿Y para qué sirve la belleza? Retomando el ejemplo del dandi, para buscar una excelencia mediante la apariencia.

La estética intenta resaltar las formas exteriores de las cosas, más que sus contenidos. Por eso existe un prejuicio en considerar a la dimensión de la belleza como algo secundario, superficial, frívolo.

 

La sociedad está caracterizada por hacer de la belleza, un marco determinante. Lo estético se ha vuelto un punto de acceso a cualquier experiencia… Una estetización de la existencia.

Nadie se estetiza por voluntad propia, sino que es parte del proceso de transformación material del mundo. Vivimos tiempos donde parece difuminarse la distinción entre la imagen y su contenido.

La imagen ha dejado de ser algo aparente, para convertirse en lo real mismo.

 

Pregunto, si una imagen tiene el rasgo propio de la estética… ¿Son también los rasgos propios de cualquier otra cosa? ¿Es lo mismo un diseño de marca, que un cuadro de Rembrandt?

¿Y si fuese cierto que todo es arte, entonces, nada es arte?

 

PARTE 3

 

Étienne Bonnot de Condillac fue un filósofo francés que declaró a los conocimientos y facultades humanas, provienen de las sensaciones.

Para demostrarlo imaginó una estatua de mármol, encerrada en una habitación de la que nunca hubiese percibido o pensado nada.

Desde luego, las estatuas no tienen conciencia alguna, pero el tema es que Condillac le confiere un solo sentido, el olfativo, quizá el menos complejo de todos.

 

El filósofo propone que la experiencia sea acercarle una rosa. Aquel olor será como el principio biográfico de la estatua… No habrá olor en el universo, mejor aún, el olor de la rosa será el universo.

Por lo tanto, si dentro de su conciencia existe el olor de una rosa, estamos en condiciones de suponer haber logrado su atención. Condillac agrega que, para lograr la memoria, es necesario presentarle luego un jazmín. En el preciso momento que la estatua compruebe sus diferencias, habrá juicio y reflexión.

Por último, el recuerdo, que es el resultado de la experimentación.

 

Condillac cree que la conciencia de la estatua, al atravesar varios estados, le dará con el tiempo la noción abstracta de haber nacido piedra, luego olor a rosa y finalmente, convertirse en olor a jazmín.

 

La estatua de Condillac busca el camino hacia la trascendencia a través de una primera percepción sensible, para que más tarde invadir a otras facultades.  

¿Por qué a veces suele decirse que uno comienza a existir, a partir de la contemplación? Es una pregunta que intenta referirse a qué operaciones hace el alma y descubrir qué acción sensible se despierta, en el mundo que nos rodea.

Después de todo, las ideas y el entendimiento no son sino, sensaciones transformadas.

 

Quien desea palpitar una obra artística, tiene que hallar la sombra velada, es decir, esa intersección oculta que le ha dado valor el artista, a lo que la vamos a observar.

Por supuesto, Condillac hace referencia a una metáfora, pero el arte precisa que seamos lo que está expresando… ¿Y no sucede en el amor, pregunto?

 

Yo estoy convencido que experimentar la belleza de lo canónico y establecido, imposibilita sentir lo que el artista vivió como milagro.

Entonces, ¿qué clase de personas somos, delante de una obra? Esa es la pregunta. ¿Somos los que reconocemos que no se puede disfrazar de arte a cualquier cosa? ¿O somos sujetos que nos encanta ser engañamos con facilidad? 

Aquel que se detiene ante un fenómeno no canonizado, está viviendo algo prodigioso. Claro, el asunto es que lamentablemente todo está vinculado a un canon. 

 

PARTE 4

 

Al tomar un período de tiempo, es posible advertir los conflictos de varios estilos artísticos.  

¿Cómo entenderlo en el presente? Bueno, en los últimos siglos hubo una fuerte disputa entre la belleza de la provocación y la belleza del consumo.  

La primera relacionada con el vanguardismo y la experimentación, permitiéndose transgredir los cánones que parecían respetados hasta el momento, caso del cubismo, el surrealismo, el expresionismo, etc. La segunda, más actual todavía, ligada al consumo y mercantilización de la belleza, que se reduce en comprar ropa y accesorios, cambiar el peinado o tatuarnos el cuerpo, etc.

 

El vanguardismo fue un movimiento que vino a desestructurar y redefinir la conciencia sobre el arte, proponiendo que la existencia sea un acto creativo permanente.

Su preocupación no estuvo en la contemplación de la belleza natural, ni las formas armónicas de antaño, sino enseñar a interpretar el mundo con una mirada diferente, esto es, disfrutar de modelos arcaicos o particulares, como sucede en el terreno del sueño, las visiones de las drogas, las pulsiones del inconsciente, etc.  

Las condiciones vanguardistas produjeron la ruptura, frente a una sociedad cada vez más rebelada contra las instituciones y el elitismo en los trabajos artísticos.

Más que reconciliarnos, el arte volvió a alejarse y la belleza a estar reservada para unos pocos especialistas.

 

La belleza del consumo, por su parte, es la que abarcan los mercados de las comunicaciones.

En general, los cánones de la moda buscan atraer mayor cantidad de sujetos, modificando permanentemente los ideales alrededor de la belleza. Pero en realidad, trata de seducir al sujeto, mediante el consumo desaforado de objetos.

De forma que la belleza pasa a ser un discurso encubierto, que la convierte en una idea comercial y estadística.

 

Sin lugar a dudas, las áreas tradicionales están estetizadas. Hasta la menor acción humana corresponde a un acto estético. Y fíjese, no? Que el valor de una clase de aritmética sea no aburrir a los alumnos, con la frialdad de números pitagóricos, o que el semblante del político, mejore con un arreglo del comedor e implantes capilares, para cautivar al votante… Eso es estetización.

Ahora, si lo que hacemos tiene índole estético… ¿Qué queda del arte? ¿Queda arte? Sí, pero no en su aspecto habitual.

 

Gracias al avance de la tecnología, el arte ha evolucionado y accedido a su reproducción infinita.

Walter Benjamín criticó la socialización del arte, ya que darle accesibilidad a una mayoría, causa la pérdida del aura original.

Pero la reproductibilidad admite nuevas manifestaciones estéticas. Tómese el caso de la intervención tecnológica, que, como modo de expresión en el cine, en otros tiempos hubiesen sido impensados. Asimismo, podemos obtener la copia de una obra de arte, en cualquiera de sus soportes, tanto física como virtual.

¿Es la misma obra? ¿Gana o pierde un cuadro de Monet?

La reproductibilidad técnica incorpora el mundo del arte a grandes sectores sociales, pero corre el riesgo de volverse mercadería. Y entonces, los criterios para producir arte, no van a diferir demasiado del criterio de un productor de mercancías.

 

Esta industrialización del arte sella la generación del kitsch, es decir, la ostentación del mal gusto, pues el mercado instala sus productos del modo más beneficioso posible.

El kitsch eleva la condición de estético a lo que sea, fundamentalmente, permite la apropiación estética de un objeto a cualquier persona… O mejor dicho, a cualquier consumidor.

 

¿De qué manera embellecer la vida, la cotidianidad, por fuera de las exigencias institucionales y del mercado de consumo? En un mundo como el nuestro, sin verdades absolutas, sino más bien de verdades impuestas, para Nietzsche supone un ejercicio incesante de creatividad.

Sin embargo, nos rodea una construcción estúpida y elemental, que prefiere no tomarse nada en serio… Como si lo correcto fuese jugar a transgredirlo todo y vulnerar las emociones más honestas y preciadas de una persona.    

 

¿Qué cosa queda de la belleza, no? ¿Y qué pasa con los que quedan afuera? Habría que pensar eso en algún momento, aunque estamos bien lejos de poder contestarlo… La existencia del hombre parece haberse vuelto más superflua, más funcional a la sociedad de consumo.

 

Yo creo que cuando más nos recreamos a nosotros mismos y cuanto más experimentamos lo diferente, es decir, fuera de las reglas establecidas, más crecemos.

Solo hay dos maneras de resistir a la belleza como objeto de consumo… Desde la gratuidad o desde el ridículo.

 

PARTE 5

 

La mimesis es un modo de acercarnos a la definición de arte, palabra griega que encarna imitación, es decir, el arte vendría a ser una representación de la realidad.

Así, delante de una belleza natural que desea capturarse, el arte la copia o imita. ¿Pero cualquier persona puede considerarse artista?

 

La clave de la mímesis consiste en representar el mundo actual y hacerlo presente para nuestra contemplación.

Un buen cuadro es capaz de copiar la realidad, al igual que la música con sus sonidos naturales y la literatura, a través de un conjunto de relatos.

Sin embargo, la definición de mimesis genera algunos problemas… Primero, ¿qué es lo imitable? ¿Imitamos siempre lo real, o desde una idealización? ¿Cómo dibujo una figura humana, por ejemplo? ¿Tal como es, o tal como idealmente la imagino?

En general, el arte mimético no suele copiar las cosas como son, sino como deberían ser. Y entonces, contradice su propia definición.

 

Segundo, si el arte mimético repite la realidad… ¿A partir de qué consenso partimos? ¿Acerca de lo real? ¿Y no es duplicar el problema? ¿Cuál es la teoría que define lo real? ¿Desde el psicoanálisis? ¿El materialismo dialéctico? ¿Desde la mera percepción que nos brindan los sentidos?

 

Tercero, la mayoría de las obras artísticas contemporáneas, volcadas hacia la abstracción, quedarían absolutamente afuera de la definición de arte como mímesis. De hecho, la técnica mimética está considerada más una destreza –incluso, una rareza- que una expresión artística.  

 

Quizá esté más difundido pensar al arte que lo define como expresión… ¿Y qué es la expresión?  Bueno, la expresión desplaza a la cuestión de la definición de la obra artística. Digamos, la expresión no puede ser algo mimético, pues lo que vemos son las motivaciones que parten del artista.

Y si no, ¿cómo pintar una emoción? Es una definición que invierte el arte como mimesis.

Por lo cual, si mimesis es duplicar un objeto, entonces la expresión es una duplicación del sujeto. ¿Por qué? Porque se busca transportar el estado de ánimo –o lo que es igual- la emoción del sujeto a la obra.

 

Pregúntese lo siguiente… El arte como producción, ¿no dificultad aquello que pretendemos definir por belleza? ¿De qué modo es posible consensuar lo que debe ser bello?

Además, podríamos sostener la belleza del David, una sinfonía de Beethoven… ¿Pero puedo proclamar lo mismo, con todas las obras existentes? ¿Resulta adecuado hacerlo, a la hora de enfrentarnos con algunas obras, como a veces sucede con el arte pop?

¿Y si hubiese alrededor, otros propósitos transgresores y más inclinados hacia la política y la sujeción del sujeto?   

 

Una definición que toma en cuenta ese aspecto del arte, es la que postulan las vanguardias… Es el arte como choque.

El vanguardismo propone rebelarse contra las instituciones que separan al arte de la vida cotidiana y abandone su carácter elitista.

Por un lado, denuncia esta situación y al mismo tiempo, exige llegar a cualquier extracto social. Así, logra una esencia más revolucionaria y provocativa… La pintura escapa de los cuadros, la música tiene olor, la poesía un sabor y el teatro, contacto.    

Efectivamente, genera conciencia social y reconcilia el arte con la vida, pero el problema es que al desdibujar los límites, entre lo artístico y lo tradicional, comienza a distanciarlo del público. Y cuando la expresión artística es demasiado de avanzada, solo quedan dos caminos… Aceptarla como tal o convertida en mercancía, logrando con ello el efecto inverso al perseguido.

 

El arte parece reconciliado a lo cotidiano, pero bajo un aspecto mercantil… Salimos de un fenómeno como fue el vanguardismo, solo para ingresar en otra más grande… El capitalismo.

Es que el absurdo tiene sentido si se lograse un choque radical, en el sentido común establecido. Ahora, en cambio, si el absurdo causa risa y no terror, el gesto vanguardista termina en eso… Un gesto. A lo sumo experimentos osados, con fines pasatistas, pero nunca un acto revolucionario.

 

PARTE 6

 

Por qué Arthur Danto sostiene que llegó el fin del arte, en un momento tan particular como el nuestro, donde parece haber más artistas y de hecho, se realizan más obras que nunca?

Lo que ha concluido – dirá Danto- es su búsqueda narrativa en la historia, es decir, salir detrás de un gran relato que legitime lo que verdaderamente es el arte.

Después de tantas interpretaciones, el arte perdió linealidad y su estructura histórica definida. Y aquello que hacía de él, un fin preestablecido, se convierte en una reflexión permanente sobre su naturaleza.

El arte pasa a dedicarse a una redefinición de sí mismo. Por eso cuando Danto cuestiona, “¿qué es el arte?”, no lo argumenta sin recurrir a la filosofía.

Asimismo, la filosofía necesita conocer la historia del arte, porque para distinguir un objeto artístico de otro que no parezca serlo, lo hace a través de sus características históricas.

Una obra de arte tiene virtud por su historia y su posición dentro de la historia del arte. Y ese contexto es el que determina su valor artístico.

El mundo del arte está pluralizado y las manifestaciones artísticas no responden a una sola narración acerca de lo que es el arte, sino a muchas. Y en este sentido, el fin de la historia del arte no es algo apocalíptico, sino la oportunidad de redefinir un nuevo concepto del arte.

 

Hoy las cosas están estetizadas por completo, volviéndose difusas las fronteras que separan el arte, respecto a lo que sucede en realidad. Esta disipación hace imposible discernir entre la excelencia de un hecho artístico y un mero objeto… Eso quiere decir que en nombre del arte, ¿todo vale?

Danto reacciona con una crítica humanista, es decir, una obra es valorada  por las ideas que encarna y las actitudes que provocan.

Sabemos que las obras expresan ideas, deseos, temores o críticas… ¿Y qué queda del arte, luego de declarada su muerte? Según Adorno, el aspecto fundamental es su carácter de denuncia… El arte debe resistir contra el orden establecido y mucho más, alertar contra la alienación y el consumo que las industrias culturales ejercen sobre la sociedad.

Una obra de arte autentica –sostiene Adorno- no está allí para ser comprendida, sino para provocar una disonancia, una incomodidad, en una sociedad conformista.

 

La fuerza vital del arte, cuyos sentidos no estén fijos, empujan sus límites hacia contenidos que quizá nunca tuvo. Por lo cual, una obra que lleve en su centro la verdad, encarna su propia emancipación… Busca provocar, escandalizar… Pero también reflexionar, salir un poco mejor que antes. Incluso a riesgo de la propia vida de la obra.

Pero, ¿no es lo propio del arte, estar transgrediendo y reinventándose? ¿No está acaso muriendo el arte a cada rato, para no quedarse estancado, ni permanecer en ningún lugar común?

 

Hay una tensión en esta realidad estetizada, donde todo se mercantiliza y aún se concibe al arte, como un lugar de protesta.

Una experiencia estética puede desatar una ansiedad, una sensibilidad, una perplejidad que interrumpe la lógica cotidiana y nos permite conectar con otra dimensión de la belleza.

Yo no estoy seguro que el arte no sirva para nada, como sostenía Oscar Wilde. El arte tiene que dejarnos pensar que todo efecto artístico sirve para algo… O para alguien.          

 

Nosotros, sensibles como somos en estos foros, deseamos que un poema o un verso cambien al mundo o enamoren a la más hermosa… Desde luego, a esta altura uno desconoce el alcance y la dimensión de lo que hace… ¿A quiénes estaremos llegando y a quién le sirve? ¿A muchos? ¿A pocos? ¿A nadie en absoluto?

Bueno, quizá esa sea la belleza del arte… No facilitar una complacencia generalizada, sino sentirse dichoso que al menos le importe a una persona.

¡Cuántas veces concibe la inmensidad de la tristeza y se da cuenta de que hay otro, acompañando ese momento! Uno siente aligerar la desdicha, cuando el arte nos abriga.

 

Por eso lo mejor que podemos hacer, es creer en la posibilidad de convocar al pensamiento y a las emociones, dibujando la esperanza de un buen beso, entre los paréntesis del arte.

 

EPILOGO

 

Se cuenta que Diana de Poitiers fue amante de Enrique II y además, una mujer que atravesó la fenomenal pero temible senda de la magia.

 Los cronistas revelan que Diana de Poitiers enviudó muy joven y en poco tiempo, nombrada dama de honor, en la corte de Francisco I. Por supuesto, cuando Francisco murió, el derecho al trono pasó a manos de Enrique II.

El nuevo rey francés estaba casado con Catalina de Médicis, aunque no impidió que quisiera más a Diana – 20 años menor que ella – y diese toda clase de favores y privilegios, incluso, cierta influencia política.

La verdad es que Diana quiso preservar su viudez, pero no consiguió resistir aquello que le inspiraba Enrique.

 La corte conocía bien la belleza legendaria de Diana y del cuidadoso esmero por verse eternamente bella… Baños en agua helada, equitación y el alimento moderado, parecían explicar el secreto de tal belleza.

Claro, había algo más… Los detractores aseguraban que ingería unas pequeñas dosis de oro líquido.

 Muerto Enrique II, Catalina se vengó de Diana, quitándole el Castillo de Chenonceau y todas las joyas regaladas con anterioridad.

Al poco tiempo, la favorita que tuvo en jaque al rey, también moriría en la más absoluta de las soledades… La intoxicación de oro a la que expuso a su cuerpo, habían producido un daño irreparable.

 

¿Cuál es el secreto infernal que habrá escondido, para los que desconfían de la belleza? ¿Podemos llamar arte a un dibujo hecho sobre un papel?

La imposibilidad de definir con claridad al arte, llevó algunos a sostener que la ausencia de definición, es la única definición posible… ¿Y si no tuviese una definición?

Lamentablemente, el arte se ha revelado en un objeto del mercado capitalista, atravesado por la lógica de la mercancía. Ahora es posible comprar una cosa y que la forma de acceso a las verdaderas obras, abandonen la contemplación. Y por consiguiente, a convertirse en una simple relación de posesión.

 

Los límites actuales son borrosos. Parece expandirse en una infinidad de estilos, técnicas, artistas y medios. Sus concepciones y categorías tradicionales, ya no nos sirven para explicar los fenómenos estéticos contemporáneos.

En la actualidad se han quitado las propiedades esenciales, que antiguamente se valoraban como sucedía con la belleza. Y en un mundo estetizado como este, el artista es un hábil experimentador… Un sujeto que juega y se divierte con las estéticas, vaciadas de contenido y emoción.

 

Yo creo que nos toca una época basada en la incertidumbre y la ausencia de referencias, porque la educación es redondamente precaria e insuficiente.  Y encima, complicadas cuando las asociamos con nuestras experiencias estéticas… Frente a la imposibilidad de comprender lo que es auténtico o falso, bueno o malo, se produce una inmediata reacción estética, pues en sintonía con un mundo ordenado, son valores arrojados a partir de una categorización interna. ¿Y qué es lo que nos exige el arte? En principio, eso… Comprensión.

 

El espíritu artístico es detectado tempranamente… Mientras la poesía y la música florecen como primeras inquietudes, porque la adolescencia está salpicada por ellas, la pintura y la narrativa, en cambio, son estímulos que tardan un poco en manifestarse.

Desde luego, necesitará la perfección del estudio y un tiempo al adiestramiento, aunque no es menos cierto que los diplomas aseguren producción de obra alguna… Por más que haya incorporado un corpus suficiente de técnicas, me parece que el arte es una decisión del alma, del pensamiento y que nacen en el mismo momento que usted cree poder hacerlo.

 

Un sujeto que descubre la verdad de la belleza, no es algo que consiga con poco esfuerzo… Antes que nada, sucede un conocimiento profundo y prolongado, influyendo su relación con dicha búsqueda.

Entonces, que el arte logre desnudar el sabor de la piel, lejos de los miserables y los aplausos fáciles, tiene una finalidad más elevada y atractiva. Cuando lo bello es detectado con la verdad del arte, del alma, de los sentidos, de la inteligencia, resignifica la experiencia cotidiana.

 

El arte es saber conjurar con elegancia las sensibilidades, los colores, formas, volúmenes, sonidos, etc. y crear con todo ello una tercera piel… Una piel que conecta a dos personas, a pesar de las distancias, las épocas o los conflictos que presuponen desanimarnos.  

¿Quién sabe a ciencia cierta qué es el arte? Acaso solo pretenda engañarnos. Y está bien.

Gracias a Dios, dentro de esta vorágine infernal de sentidos frívolos, donde otros ven belleza en todos lados, algunos continuamos deleitados en haber descubierto una belleza extraordinaria, escondida en estos giros dramáticos, demenciales y enajenantes de la sociedad…

 

¿A quién dedicárselo? Pues, a los que se suman conmigo a la construcción de una tercera piel, pese a las agallas y las cicatrices de los años, pero ilusionados con las mismas necesidades de simetría, de comprensión y de gratas sorpresas.

 

Nacho

18-4-17