Conocer


INTRODUCCIÓN 

En algún punto de la Ciudad de la Furia, caían los últimos vestigios del otoño y en compañía de mi vieja, unas tertulias que no escatiman inteligencia con asuntos del alma.

Nos encontrábamos aislamos en ese ritmo hipnótico de pizza y mates de los viernes, hasta que elige contarme qué sensación le dejaron las confesiones amorosas durante la adolescencia.

Tal vez, contagiada por ese rasgo curioso de mi personalidad, formula un argumento extraordinario que haya escuchado en mucho tiempo. Y cito sus palabras… “La confesión tiene en su interior, el deseo de conocer. A veces sucede a través de gestos y palabras que el otro irá disfrazando con sus actitudes. Y eso está bien, porque ayuda. Pero por encima de todo ello, casi como el titular de un diario, yo tengo que leer su deseo de conocerme. De lo contrario, una confesión que no aspira ni tiene como objeto conocer, es una mera formalidad y cuya superficialidad, diluye mi interés al rato.”

Me dejó mudo. Impresionante, impresionante. 

Conforme a la opinión de mi vieja, conocer tiene un lugar de absoluta trascendencia. Y tiene razón, más aún si se piensa en virtud de desear que el vínculo perdure. Quiero decir, uno puede conocer a cualquiera, mientras que descubrir detrás de ese primer conocimiento, las estructuras internas de la persona que vino a cambiarle la vida, eso es otra cosa.  

Mujeres asesinadas, menores delincuentes, gente encapuchada y con palos obturando una calle, maestras que son golpeadas a la salida del colegio, etc… ¿Cómo se logran explicar estos momentos de locura que atraviesa la sociedad? Aceptando el proceso apabullante de una multitud de trasgresiones, que, lejos de comprender y reconocer las virtudes y diferencias del otro, nos está deteriorando día a día como sociedad.

Lamento sostener que no veo demasiada sabiduría, compromiso, ni tiempo útil para discernir entre lo aparente y lo que hay en el interior de la persona. Nos guía la superficie de la persona, que es el aspecto menos genuino para conocer realmente al otro.

Después de todo, ¿a quién puede interesarle por qué somos un perpetuo estado de incompletitud y fisuras? A nadie. Solo interpretar la realidad en términos categóricos –o lo que es igual- no detenerse en ninguna clase de indagación profunda y separar a la gente, como se guardan los cubiertos en una alacena.

En algún momento habrá que despertarse de esta mansedumbre insoportable y debatir con seriedad por qué motivo damos por obvias las cosas y si no hay algo detrás… Algo que parece estar empujándonos como un rebaño y a que tratemos cruelmente al prójimo, para vivir más tranquilos y seguros. 

Los cráneos políticos y partes interesadas del periodismo, le han puesto un nombre a la relación con el otro… Grieta.

PARTE 1

Hay sobre el desarrollo de la confesión, una invitación para reflexionar si lo que debemos resaltar no es su solemnidad jurídica, sino qué luminosidades espero desentrañar para hacer del otro, el amor de mi vida.

Sabemos que el hombre es un ser fragmentado, inacabado, empujado por un apetito de plenitud, pero descubrir qué nos conecta al interior del sujeto, presume como primera dificultad, la comprobación de una certeza. Y por esa razón, busca la verdad mediante interpretaciones… Busca signos.

Pensaba el ejemplo del que se extravía ante la invidencia que otorga un manto de neblina. Y entonces, en esa indistinción de calles desconocidas y siluetas que van moviéndose a su alrededor, hay allí un intento de orientarse y regresar a la realidad.

Freud dice que es imprescindible una consignación, un signo en relieve. Algo que no desenmascare todo, pero que vaya señalando una referencia y así entender qué emerge, a partir de la oscuridad del signo oculto.  

En este sentido, me animo a asegurar que el universo solo gira, por una necesidad existencial de signos. De hecho, cuando una verdad hace sentir el peso de su ausencia, es que el sujeto prepara de manera provisional, unos signos parecidos a ella.

Ahora bien, cualquier esfuerzo para legitimarnos hacia una relación amorosa, embiste con la misma incertidumbre… ¿Hay signos?

PARTE 2

Durante la confesión, el sujeto conversa con el ser amado, desde una emoción contenida. Conversa acerca del aspecto general del amor, de sí mismo y de ellos, es decir, la declaración versa sobre múltiples formas de abordar ese lenguaje íntimo del amor.

Digámoslo de una vez, el lenguaje amoroso es una piel... Yo froto mi lenguaje contra el otro.

La emoción del lenguaje, genera un doble contacto. Por una parte, toda la actividad discursiva viene a acentuar discretamente, indirectamente, un significado único... Que es declararle al otro que uno lo quiere. Y por otra parte, lo envuelvo en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, me desvivo por hacer algo que establezca una relación.

La pulsión declaratoria se desplaza, porque sigue la vía de las sustituciones.

En principio, discurro sobre un discurso abstracto del amor, digamos, una filosofía generalizada de la cosa. Pero al rato, nomás, hago un camino interno y me vuelvo un confidente.

Por eso la razón que hace escapar al amor de cualquier disertación, es que es imposible apartarse del discurso. Sea filosófico, literario, artístico, etc.

Siempre hay alguien a quien nos estamos dirigiendo. Nadie tiene deseos de hablar del amor si no es por alguien.

PARTE 3

Edwin Hubble descubrió nebulosas fuera de la Vía Láctea. Aquella investigación suscitó una nueva teoría, que engrosaría el corpus astronómico… El principio de la expansión cósmica.

De acuerdo a las entonaciones astronómicas, el principio señala que cuanto más remota una galaxia, más lejos irá su luz de nosotros. 

La mente humana construye permanentemente fundamento y progresa a medida que comienza a entender los formatos que constituyen a las cosas. Incluso con los elementos que no parecen estar a simple vista. 

Según Michel Foucault, ningún proceso que implique el conocimiento es sencillo. Al contrario, requiere un esfuerzo intelectual por desenmascarar lo aparente y descubrir las explicaciones que están ocultas bajo su superficie. Para comprender una realidad social –añade Foucault- es necesario desmontar los intereses políticos y económicos que son dispuestos en las estructuras y mecanismos, naturalizando la sujeción del hombre. 

Habrá de aceptarse que la realidad es un rostro no manifiesto del poder, que alterna el enmascaramiento de sus crueles intenciones, con rostros más benevolentes. Lo que queda bien decir, por un lado y lo que debe callarse, por el otro.

PARTE 4

Frente a la ausencia de signos, nace la angustia, porque es la escenificación de la espera. ¿Y cuando estos resurgen, qué pasa? ¿Qué hace uno? ¿Oculta su perturbación, ahora que todo parece claro? ¿O hago estallar mi perturbación, en un estado de absoluta felicidad?

Es muy interesante el tema de la escenificación de la espera.

En general se dice que el sujeto no se pregunta si debe declarar al ser amado que lo ama, sino en qué medida debe ocultarle esas perturbaciones que le provoca el otro, digamos, todo aquello angustiante que le sucede cuando ama a alguien.

El que ama atraviesa todos los actos de la espera, pues está preso en un doble discurso, del cual no puede salir.

Por un lado, se cuestiona si el otro tiene necesidad de su insistencia. Pero si el amor es exceso, locura, verdad... ¿No terminan de algún modo por impresionar? Asimismo, las señales del amor que existe por el ser amado, amenazan con asfixiarlo.

Entonces, ¿cómo se resuelve este dilema? Si usted ama al otro... ¿Debe ocultarlo?

El sujeto se aprisiona a mí mismo en un chantaje cósmico. Si ama al otro, bueno, está obligado a querer su bien, pero no puede evitar que el otro lo conmueva.  Respuesta, tergiversa, muestra un poco de su amor. La enmascara.

Balzac decía que imponer a lo que siente, la máscara de la discreción –o impasibilidad- tiene un valor heroico. Esto no es del todo cierto, porque nadie puede ocultar totalmente lo que siente.

Y no porque el sujeto sea débil, sino porque el amor está hecho, por esencia, para ser visto. Es preciso que lo oculto se vea. 

Supóngase, vengo y les digo a todos, "sepan señores que estoy ocultándoles algo". Esa es una paradoja que entrego para resolver. Necesito que algo se sepa y que no se sepa lo que quiero mostrar.

He aquí el mensaje que dirijo al otro, en la confesión. Es señalar una máscara, pero que luego haya por descubrir otra y otra. Por eso no hay momento amoroso que no le suceda detrás, un nuevo desenmascaramiento.

Los signos verbales tienen su potencial... Con mi lenguaje puedo hacerlo todo, incluso, no decir nada. Pero no con mi cuerpo. Lo que oculto mediante mi lenguaje, lo dice mi cuerpo.

Puedo modelar mi mensaje a mi gusto, pero no mi voz, ni mi cuerpo. Diga lo que diga, haga lo que hiciere, el otro me reconocerá. Reconocerá que tengo algo.

PARTE 5

La filosofía emplea un concepto llamado realismo ingenuo y consiste en que las cosas son tal cual se las piensan.

Se trata de una objetividad que proviene del sujeto pasivo y al que las fuerzas del poder, utiliza como dispositivo de consumo y sujeción. Es decir, conforme al realismo ingenuo, el conocimiento es una reproducción exacta de la realidad, mientras que el realismo científico, necesita un análisis racional previo.

Alguna vez el obispo Berkeley sostuvo que solo hay entidad, en tanto percibido y lo que permanece al exterior de la percepción, no existe.

Y pregunto, ¿no sucede lo mismo con la política? ¿Acaso no se predica un fuerte compromiso con la realidad, ajustándose al sentido de justicia, igualdad y educación que demanda un pueblo y sin embargo, no es más que una anestesia discursiva que baja desde el poder?

Claro, luego nos damos cuenta que el barro nunca les llega…Viven en mansiones, son millonarios y cada tanto se codea con grandes personalidades.

Es muy difícil sostenerse en el poder y ser humilde. No alcanza con que un político decida caminar un día por los barrios… Para conocer la marginalidad hay que ser humilde siempre, no una semana antes de las elecciones. Tampoco regalando colchones y alimentos cada vez que se inunda una ciudad.

El contacto con el otro debe ser permanente y ya que les resulta imposible erradicar el hambre, la inseguridad y la incultura, al menos la política sea aquel instrumento que venga a ayudar al hombre y no, un modo de salvarse individualmente… Pero no.

Pensar políticamente al ser humano, como un otro en sus obligaciones, diferencias y necesidades, es malgastar tiempo en utopías. Conviene, eso sí, neutralizarlo. Al hombre del siglo XXI se lo debe neutralizar con la enajenación del consumo y que los valores que tenía por contacto humano, ahora fluyan por cualquier medio de comunicación.

Fíjese lo que ocurre cuando hablamos del progreso en beneficio del conocimiento… Basta sentarse a tomar un café, levantar la vista y ver que la gente conversa con celulares. Porque tampoco existe un entusiasmo por visitar una biblioteca y leer un libro para mejorar el contacto humano.    

Y no está mal que la tecnología nos agrande los horizontes. Está mal que su uso implique o haya hecho de la piolada, una profesión. Hoy parece haber más piolas que nunca, no consideran la opinión del que sabe y no miden las consecuencias porque se ríen de todo. Y porque creen que saben de todo, que es lo peor.

Insisto, no alcanza con lo que hay. Es insuficiente. Para conocer realmente las cosas, hay que tratar de desneutralizar lo que se ha naturalizado. El deseo de conocer está íntimamente ligado a la desapropiación, pero no debe confundírselo con la sujeción, ni el maltrato de la persona.

Yo estoy convencido que este universo, ausente de razones, teorías o explicaciones en la superficie, nos obliga a buscarlas, fundamentarlas, legitimarlas, contrastarlas.

Bueno, cuando la política abandone el personalismo y piense seriamente en el otro, también la política dejará de ser una ficción. Y nosotros tras abandonar esa idea de comunidades cerradas, donde a nadie le interesa conocer a su vecino.

Sería todo un detalle de exquisita humanidad volver al barrio y renovar nuestros saludos e preocupaciones por el prójimo.

PARTE 6

¿Por qué es tan importante conocer? Hegel postula una estupenda mirada… Conocer es ampliar mi campo perceptivo en la medida que el otro, desde su otredad, me despabila la razón y el espíritu.

Me pregunto, ¿no sucede algo similar en el amor? Acaso, ¿qué hace el enamorado? Establece infinidad de autopistas para que transite el lenguaje y sea inmediatamente reconocido por el otro. Pero que también son lenguajes del cuerpo, estados psíquicos, emocionales, etc.

¿Cuál es el fundamento de una confesión amorosa? En principio tiene como objeto aclarar, porque detrás de la persona que confiesa, hay una necesidad de esclarecimiento.

Ahora, ¿no tiene algo de extorsivo? Únicamente si la confesión la realiza alguien que usted no desea. ¿Por qué? Aquel que se lanza a la aventura de la confesión, sin tener claro las inquietudes del otro, sino más bien preconizando sus propias inquietudes, espera que todo su empeño sea advertido mediante una respuesta positiva.

Por esta razón, transforma el procedimiento de una confesión, en el más vil de los chantajes. Y entonces, cuando el rechazo ya es un hecho consumado, nace la indignación.

Durante la Edad Media hubo una rigurosa solemnidad artística, al momento de comunicar un sentimiento. Y aquel que deseaba expresárselo a una doncella, primero debía tener su permiso para cortejarla. Una vez otorgado, el hombre medieval componía y recitaba poemas, por supuesto, siempre desde las formas más sinceras y nobles posibles.

A estas declaraciones, que mezclaba asuntos del alma con ciertos aspectos burocráticos, con el tiempo dio origen al género que se lo llamó, amor cortés.

Pero aunque hubiese una fenomenal ingeniería, a favor del amor, conviene señalar un detalle no menor… Para desgracia del cortejante, la dama mostraba distancia en el deseo. O porque ya estaba casada. O porque el tipo no le gustaba. Y entonces, el único camino que le quedó por desandar, fue idealizar a la dama a través del arte.

Aun sabiendo que jamás disfrutaría de aquel amor, el hombre del medioevo tuvo como máxima recompensa, el fulgor de la belleza en la declaración.

El amor cortés embelleció tanto la declaración, que esta actitud enalteció a quienes padecían el rechazo. 

Una confesión es atrayente, cuando participa la persona que a uno le gusta. Es indudable. Nómbreme una instancia superior y le puedo asegurar que no la encontrará.

Por lo demás, si después queremos ver cómo hace relucir el lenguaje, eso está relacionado con el grado que uno desea ser engañar. 

PARTE 7

Heidegger utiliza el término griego“alétheia” para referirse a la sinceridad que está en correlación y correspondencia directa con la realidad y sus hechos.

Alétheia es un concepto filosófico que significa, “quitar lo oculto, lo olvidado, lo evidente”, digamos, es la verdad como un acto de desocultamiento.

El sujeto que emprende una verdad, precisa que la cosa lo ilumine. Quizá no enteramente, pero al menos que se perfile. Para desocultar algo, siempre es necesaria una luz. No hay mirada alguna sin luz y por el contrario, el conocimiento no se reduce a dos actores, al que mira y al que es mirado.

A decir verdad, son tres… El que mira, el mirado y la luz. El que conoce, lo conocido y la apertura que produce el conocimiento -esto es, la luz- para que lo conocido logre ser reconocido por el que conoce.

Y cuando hablamos de luz, ¿quién la enciende? ¿Quién la apaga? ¿A qué nos remite? ¿A Dios? ¿Al destino? ¿Al escote de una señorita? El poeta Octavio Paz afirmaba que el amor envuelve la vida de un efecto artístico, porque desprende construcción de alegorías.

Para Octavio, el amor trabaja con lo sombrío y opaco del alma.

¿Qué motiva el deseo de conocer? ¿Las zonas que están iluminadas -o más bien- las que permanecen en la oscuridad?

El más áspero cinismo responde que la belleza está confinada a la observación del cuerpo. ¿Pero son eficientes los ojos, al momento de conocer? Después de todo, considérese que las percepciones suelen fallar… ¿Y si uno tuviese que inventarse todo? Ahí está. Creo que por ahí anda el asunto.

A mí me parece que el encanto del amor está relacionado con la forma que voy desnudando los múltiples aspectos que existen detrás de una belleza y no, en tanto y en cuanto a qué belleza aparente y a la vista de todos, estoy desnudando. ¿Se entiende? Es decir, yo me apunto traspasar, a ir más allá de lo que muchos consideran como belleza inobjetable, porque esa belleza es evidente.

Y no es que uno reniegue de la belleza, sino admitir que hasta cierto punto, solo se accede a conocer lo que todos conocen. El resto de las cosas que desconocemos, a las cuales no se logra acceder fácilmente, bueno, esa es tarea de la inteligencia más refinada.

Hace poco tuve que explicarle a una vieja amiga, por qué había postulado en una publicación que las citas amorosas son citas ciegas.

Le conté que era un humilde intento de señalarle mi disconformidad al Platón del “Banquete”… Al fin y al cabo, ¿usted qué sabe acerca del otro? Platón jura que lo primero que ocurre, es la presencia de un cuerpo hermoso.

Bueno, como pretensión amorosa, me deja insatisfecho. Porque después viene lo otro, al segundo, nomás… El deseo por saber qué clase de pimienta fluye interiormente y cómo la combina con el resto de su persona.

Al momento de pensar el amor, florece la suposición de que un cuerpo bello, resuelve todo aquello que uno ha estado buscando siempre.

Claro, un modo de relacionarse que pronto cae por su propio peso. ¡Nadie sostiene un vínculo solo por ser lindo! Eso pasa en las películas o en las novelas, pero normalmente la gente ronca cuando duerme, tose y se enferma, pierde el pelo y engorda, etc. 

Nos fuimos acostumbrando a que haya instalado cánones y modelos de belleza y entonces, no indagamos al otro, en tanto y en cuanto otredad, sino por lo que aparenta ser. Son dos cosas muy distintas.

Los dictados y las convenciones sociales han hecho de las personas, un objeto y desde los medios también se contribuye a una industria de dioses menores, que son adorados por causas que no permiten trascendencia alguna. 

PARTE 8

Quiero detenerme en una pequeña digresión que vale la pena discutir… ¿Cómo es que uno se da cuenta de que está enamorado?

Hay una posible respuesta… Enamorarse carece de importancia si no encuentra en su interior, un deseo de construir algo más profundo. Algo que no sucede como una comunicación unilateral, ni una carta documento, sino como dice Henry Beyle, es pensar el nombre que le estamos dando a la emoción que sentimos por el otro.

Naturalmente, algo que comienza con un destello en el alma, como una bengala luminosa en medio de la oscuridad y que luego irá transformándose en el encuentro de una mirada, un roce de manos, un beso. 

El problema es que, precisamente, el amor adquiere una forma no revelada y a veces difieren los tiempos en uno u otro. Y bajo un estado de desesperación y tristeza, a más de uno le entran ganas de romper todo. Que los momentos adversos, o de desolación que producen los malentendidos pudiesen ser omitidos, del mismo modo que adelantábamos la cinta de un cassette y saltearse aquella canción que tanto le desagradaba. O en una última instancia, encintar sus extremos, borrar el contenido y así olvidarse de todo.

Este procedimiento sería genial, aunque incompleto. No habría aprendizaje alguno, como tampoco cabría ese maravilloso despertar del conocimiento, es decir, el deseo de apreciar el valor de las cosas que nos rodean… Mire, el que tiene verdadero apetito de Paraíso, al menos debió haberse pegado una vuelta por el Infierno.

¿Cuál es el sentido de confesarse? Respuesta, conmover a través de la desapropiación. Uno se ausenta de sí mismo y se entrega. Es decir, el enamorado que reconoce que sus emociones y sus esperanzas dependen de alguien, queda muy vulnerable.

Y ahí está el tema… Enamorarse implica admitir una entrega. Una persona queda desarmada cuando se enamora.

Tómese este ejemplo. Un día recibe la noticia de que lo aman. ¿Y qué pasa? ¿Qué pasa? Pasa que las palabras amorosas, puestas en boca o en el trazo del ser amado, lo deshacen y lo transforman, porque hay allí un sentido de dependencia. Y la dependencia desestabiliza el alma, en tanto contiene una fuerza conmovedora e inquietante.

Desde luego, una dependencia no referida a un estado de sometimiento, sino quedarse suspendidos en el bello desafío de establecer una mirada deconstructiva entre dos personas.  

Ahora, ¿cómo se logra esto? Bueno, ya que uno disfruta de la literatura –y coincidiendo con Robert Graves- soñemos con la posibilidad de imaginar a la mujer más hermosa del mundo.

Por supuesto, aquí hablamos de una mujer que no está en los afiches de un shampoo, sino que es concebida por una señal cósmica y divina y que llega a nosotros como un desarreglo del alma y el pensamiento.

Alguno podrá objetarme que no es posible inventar la belleza de una mujer. Bueno, ¿quién sabe? Para mí, la mujer que uno ama, es siempre la más hermosa. Y asimismo creo que solo los enamorados son testigos de ello. Por eso la belleza no puede ser transferida, ni puesta en manos de un interpretador.

La belleza queda ahí, en un estado de lenguaje encantado y que solamente decodificará el otro.

El deseo de conocer, es alentar al otro a desandar un camino, participando de sus simetrías y sus diferencias… Y entonces, ¿pueden sustituirse las emociones más legítimas, conforme a un otro que no ejerce sobre usted, el mismo encanto que lo cautiva aquel que realmente le gusta?

Esa es una pregunta que la contestaría desde la ingenuidad poética… A mí me parece que hay una mujer nacida solo para nosotros. Una y solo una.

Hay millones de historias de amor, escritas y aún sin escribir, pero solo una es la que esconde el secreto definitivo del universo. 

PARTE 9

“Obvio” es una palabra latina que designa aquello que está frente a mí, como única posibilidad. Es tan evidente su presencia, que no hay manera alguna de vislumbrar otros caminos.

El sujeto que desea descubrir una verdad, va abriéndose a ella y lo hace cediendo algo de su parte. Es decir, se mueve hacia lo que desea conocer, porque para que capte nuestra atención, es fundamental que ese algo nos permita ver un poco.

Y así como defendemos el convencimiento de que el amor denota un estado de desapropiación, el conocimiento tiene la figura del consenso, porque es un hecho que implica una renuncia. 

Una renuncia que es acercarse al otro con una mirada, una palabra cómplice, una sonrisa a tiempo. El tema es que hoy padecemos una seducción, que no es hija del que da a conocer algo, sino de aquel que la desluce, mostrándolo todo.

Hemos abandonado esa cultura que representaba al hombre, como aquel que debía propiciar una situación romántica. Ahora lo puede hacer la mujer y no hay problema, solo que cuesta desarraigarse todo el prejuicio que instalan estas nuevas formas de relacionarse.   

Juguemos un poco con la filosofía.

¿Alcanza con sostener que somos lo que somos? ¿Somos algo determinado e inmovible? ¿O somos las diferentes presentaciones e imposturas en las cuales nos manifestamos frente a los otros?

Es decir, ¿hay un yo que nunca se pierde, ni se transforma? O por el contrario, ¿el yo no es más que facetas, en constante movimiento?

Para la deconstrucción del pensamiento de lo binario, la filosofía utiliza el término extrañamiento para referirse a la desatadura con lo que somos, esto es, un descentramiento de lo que es propio.

La filosofía nunca logra sentirse cómoda con la obviedad. Más bien, parece escaparse de ella y perderse en algún punto. Y así como enmascaramos lo cotidiano para ingresar en la penumbra de lo enigmático y recuperar la capacidad de asombro, es posible que la obviedad y el asombro estén ligados, ¿no?

Desconfiar de la apariencia, es promesa de una intensidad diferente, ya que aquel otro -a pesar de su simetría- se nos promete en una diferencia imaginaria y entonces, lo percibimos como si fuese la primera vez que lo conocemos.

Tal vez la mayor virtud del enamoramiento no sea moverme hacia lo que el otro me genera como primera certeza, sino con perderme en los relieves que permanecen ocultos como sensaciones.

Digámoslo así, en el amor se genera el encuentro de conocer lo nuevo -no en tanto, panificable- sino justamente con lo imprevisible y desestabilizante. Algo que impacta e irrumpe, por su condición de inesperado.

Por eso la persona enamorada, se pierde. Se extravía. 

Sin embargo, algunos hablan del amor como un asunto que debe pensarse desde la sensatez y la planificación. Y entonces, buscan recuperar la capacidad de asombro, yendo a través de las avenidas de lo obvio, de lo consagrado, de lo que una sociedad estructurada espera que usted haga. 

En todas las obviedades surge un elemento clave… Nada se cuestiona y cualquier planteamiento, resulta una pérdida absoluta de tiempo.

Lo obvio no incluye la diferencia, ni plantea alternativa, sino más bien es un proceso de disolución. 

PARTE 10

Habría que sentarse a pensar si dentro de la confesión, es factible descubrir otro entramado, otro paradigma, una lectura diferente y que no caiga demasiado en la obviedad.

¿Qué hace bella a una historia de amor? ¿Acaso no decimos que para la mayoría, el amor es algo que se deja evidenciar sencillamente, por medio de la confesión? Bueno, entonces habrá que transformar al amor, en un arte más profundo y menos asequible al alcance de los perejiles.

Por eso cuando se trasfiere sobre alguien, el valor de lo irremplazable, de algún modo está construyéndose algo que no posee ninguna persona. Y con el tiempo, el otro será una fuerza impresionante y misteriosa, tensando contra la liviandad que tiñe cotidianamente la vida. Sin embargo, tal como un discurso, se ordena alrededor de la confesión, una conducta clásica y muy patológica que a muchos les gusta practicar… Mandarse el lance amoroso a una persona, con palabras más o menos amuebladas y listo. Listo. Nada más.

Por supuesto, después habrá que esperar su respuesta.

Supongo que esto se debe a que familiarizamos la verdad, a un simple estado de cosas. Es decir, vemos una señorita y actuamos en consecuencia. Nos deslumbra y le decimos cosas, solo porque nos vamos moviendo hacia lo evidente. Hacia lo que todo el mundo da por sentado.

La inteligencia consiste en desmontar todas las capas que, como falsas verdades, la obviedad fue imponiendo a lo largo de la historia. Pero también la comunión que establece con el alma, sobre aquellas bellezas internas que tantas veces pasan desapercibidas.  

Fíjese qué curioso, ¿no? Al momento que conjura elementos suyos -además del deseo- como la inteligencia, la curiosidad, la sensibilidad, etc. para conocer profundamente al otro, usted abre una brecha donde nadie consigue verla.

Y allí amor gana. Gana porque el amor hacia el otro, nos obliga a conocer su diferencia. A comenzar a interpretar esa red de capas que hacen del otro, alguien único e irrepetible.

Parece tarea imposible escaparse de la realidad, pues todo está establecido de antemano y no hay fisuras por donde filtrarse. Cualquiera que intente hacer algo distinto, de inmediato es interpelado por los dictados sociales.

Yo tengo un conflicto muy personal con la realidad. Para mí, la realidad es una máscara falsa y ambigua, sirviendo a los intereses de unos pocos. Que son los mismos de siempre, claro.

Quizá nada nos asegure un desenmascaramiento definitivo, pero podríamos imaginar un complejo sistema de palabras y signos que nos vaya acercando un poco… No sé si a una verdad última, pero al menos hacia algunas que son muy contundentes. Acaso como el amor. 

FINAL

Teseo fue un héroe griego que intentaba evadirse de los pasos infernales del minotauro, entre los pasillos del laberinto. Luego Ariadna acude en su ayuda.

De acuerdo a otras versiones, no se trataba de la verdadera Ariadna, sino de su apariencia fantasmagórica.

Nuestro ser occidental busca dentro del ámbito afectivo, cualquier justificación del sentido común, pero no son eficaces para interpretarlo.

Seguramente el minotauro sean aquellas tragedias que acorralan al hombre, como sucede con la memoria, la vejez, o la muerte. Y el laberinto, bueno, un aspecto incierto de la verdad y que precisa de la sutileza del arte y el pensamiento para iluminarlo.

Las nebulosas de Hubble, los signos freudianos y los laberintos cretenses, configuran algunas de las miles de alegorías que uno puede construir alrededor del ser amado.

Desde luego, una tarea siempre complicada e inconveniente para los que practican con cierto facilismo el amor y ven fascinantes a todo el mundo… Tantas veces vemos cómo se resuelve una instancia amorosa, gracias a un pequeño acto de sugestión, al consejo de un amigo, o una conveniencia económica. Y frente a ello, uno se deshace en una angustia enorme, porque cada vez está más huérfano en su lucha.

¿Sabe usted por qué es importante conocer? Porque hay un esfuerzo por crecer.

Así como el artista intenta hacer bien las cosas y entonces, mejora el arte de sus rimas en la corrección… El enamorado se esmera en el cuidado y el conocimiento del ser amado y con el tiempo, aprende a crecer.

Conocer es un acto que va mucho más de saberse la función de un teorema, o la capital de Mongolia. Conocer es traspasar los límites aparentes que existen al exterior del otro y aceptar el desafío de interpretarlos.

Nosotros pensamos en términos categóricos, ya que la mortalidad nos condiciona, lamentablemente. Y esto que nos impide el absoluto de una trama, genera que los hombres pregunten. 

Nada parece entregarnos una verdad última y sin embargo, nuestra conducta o biología, siempre camina orientada hacia una diferencia, hacia algo que nos ilumine… A veces con la luz imprecisa del presente. Otras, con la oscuridad determinante de la muerte. O las esquirlas del olvido, que es casi lo mismo.

Mire, descreo que haya un esclarecimiento indiscutible del otro, digamos, una definición cabal y exacta que pueda resumirse en un solo renglón. No, no. No porque cada ser, es un laberinto en su otredad y cuando calcula estar tomando el camino correcto, se desorienta. Y está bien. El amor tiene el encanto de la desorientación.

El conocimiento intenta unir por medio de puentes, todas y cada una de las palabras y lenguajes que atraviesan al otro. Y he aquí, una pequeña y humilde certeza… Tal vez el único puente  que debamos atravesar, es aquel que nos une a unas legítimas ganas de conocer y perderse junto a la persona que uno ama.

Hagamos fuerza para que aún no sea tarde. Tal vez, justo antes que la angustia nos empuje hacia los párrafos finales del olvido, una palabra de amor nos transforme el día más oscuro, en el más luminoso de nuestras vidas.

¿A quién dedicarle esta publicación? Bueno, aquí me encantaría poder escribir el nombre de la mujer amada, la musa, la ladrona… En definitiva, la más hermosa del mundo.

Por cuestiones ya comentadas en anteriores publicaciones, tengo miedo de meter la pata y que aquello me perpetúe definitivamente en el rechazo. Peor aún, ¡enterarse que uno ha sido rechazado desde hace rato!

Sin embargo, puedo nombrar sin dar nombre. Eso sí… Puedo decir que la primera letra de su nombre, está a milímetros, a pasitos del mío. Más evidente que eso no puedo ser, ¿no?

Mientras termino de escribir, una de mis máscaras se cae…

Ignacio

5/7/17