Trascribo un episodio que presenció mi vieja y que la dejó bastante
angustiada…
Mientras tomaba un café en compañía de una amiga, vio a un chico
acomodarse junto a la entrada principal. Conforme a la descripción,
inconmovible al mundo externo y con suma atención en el celular, nada costó
comprender que estaba esperando a una chica.
Sin embargo, pasó un largo rato y ni noticias y afectada en su costado
maternal, le ofreció sentarse. Agradeció aquella deferencia y en tono cordial
pero escueto, reveló que la cita venía demorada y no deseaba cambiarse de lugar
ahora… ¿Y si el otro aparece y no lo ve?
Cayó la oscuridad y fue señal de partida. Mi vieja quiso aguantar un
rato más y saber si la chica asistió finalmente… O lo dejó plantado.
Ya era muy tarde y por esas cuestiones de seguridad que padece Buenos
Aires, decidió marchar y quedarse con la incógnita.
Ella cuenta que desde que el muchacho se puso a esperar, había pasado
poco más de una hora y media.
PARTE 1
Hoy voy a hablar acerca de la espera, pero intentaré responder la
pregunta que mi vieja planteó, una vez contada la historia… ¿Cuánto hay que
esperar?
En principio, la espera parece un encantamiento, ¿no? Hay como una voz
interna que ordena no moverme. De este modo van tejiéndose las privaciones.
Poco a poco entro en una sujeción imaginaria del otro. Entiéndase sujeción en
tanto dependencia, como suele pasar por ejemplo con las llamadas telefónicas.
El sujeto que espera un llamado no se aleja del aparato, trata
mantenerlo libre, sufre si va a salir pues teme que justo lo llamen, etc. Estos
son algunos de los momentos que eligen perderse durante la espera telefónica
-quizá, inútiles- pero que son absolutamente necesarios para resaltar el primer
paso histórico del enamoramiento.
Por supuesto, el otro que espero no es real. Mientras aún no lo haya
visto, el otro es alguien que viene donde yo lo espero, donde yo lo he creado.
Descuelgo el teléfono y reconozco su forma, porque en mi alucinación ya le ha
dado una voz.
PARTE 2
La espera es la llegada de un signo prometido y todo es gesto de
cortesía y urbanidad, es decir, usted no puede aparecer a la hora que se le
cante. Pero también existen los imponderables… Un piquete que desvía el
tránsito, un teléfono que ha sonado a destiempo, una confusión en el horario,
etc.
El inconveniente es que el desconocer los motivos de la demora, provocan
una escenificación de la espera... ¿Cómo es eso?
Supongamos que A tiene una cita con B. La persona A trata de estar a término
y no ve a nadie. Mira la hora y no se preocupa, primero porque hay un tiempo de
tolerancia. Y segundo porque tiene sus bajamares -en tanto espera- y entonces
distrae su atención con los demás que pasean, charlan, ríen, etc.
Pero a medida que pasan los minutos, comienza a tejer una red de
suposiciones… ¿Y si se equivocó con la hora? ¿Y si está esperando en otro
sitio? ¿Y si prefirió salir con sus amigos, antes que verse con un desconocido?
¿Y si pasó por la vereda de enfrente, semblanteó de lejos y se arrepintió?
Sea cual fuese la respuesta, no puede moverse. Tiene miedo que el otro
venga –y al no verlo- se vaya.
Aquí se produce un nuevo estado de la angustia, que afecta de manera
directa al comportamiento... La angustia del abandonado. El otro ha decidido no
asistir a la cita y a partir de ese momento, se convierte en un llamado
telefónico que tarda y que ante cada inoportuno, cree reconocer la voz que
amaba.
Algunas personas quieren jugar a que no esperan. Para ello, intentan
ocuparse de otras cosas, se esfuerzan por llegar con retraso, pero siempre
pierden en ese juego. Cualquier cosa que hicieren, los encuentran ociosos,
puntuales, es decir, adelantados al mundo.
El rasgo más fatal que describe al enamorado es precisamente ese… El
estar en una perpetua espera. Por eso ama el enamorado. Porque espera.
Por lo tanto, cuando no lo esperan o lo dejan plantado, no es bronca lo
que siente, tampoco indignación. No, no. Es tristeza. Siente tristeza porque en
el fondo de su corazón, sabe que ha perdido toda esperanza.
La persona que realmente ama, pone al ausente en su memoria y lo
resguarda. Al rato, nomás, lo atrae en el medio de una charla, una película o
lo que fuere… Discurre entre la cotidianeidad y es ahí donde la ausencia se
hace más desgarradora.
Digámoslo de una vez, el valor de la espera, convierte al otro en
irremplazable.
PARTE 3
Goethe propone criticar el relato histórico y ver quién enuncia el
discurso del ausente. Parece una tarea complicada, fatigosa. Pero si tomásemos
como referencia que el patriarcado ha estado arraigado en muchísimas culturas,
de inmediato nos damos cuenta que no lo es.
La historia nos impone viajar hacia el pasado y ver a las mujeres como
seres sedentarios, recluidas en la casa, al cuidado de los hijos y tareas
menores. Por su parte, los hombres proveen. Están obligados a salir de la cueva
y viajar y cazar para mantener el orden social. Dentro y fuera de la familia.
Homero deja un testimonio muy didáctico en la “Odisea”. Recuérdese a la
bellísima Penélope que tejía y cantaba, esperando el regreso de su esposo….Y
mientras ella permanecía fiel durante la espera, Odiseo cometía toda clase de
atrocidades, porque existían mandatos superiores que lo amparaban.
No es el relato de Homero quien da forma a la ausencia, sino Penélope.
El hombre ha sido históricamente preparado para imponer la teatralidad de lo
real y es la mujer la que debe esperar -pues tal como se ve- tiene tiempo de
sobra para elaborar la ficción de la ausencia.
Yo no sé si esto es cierto, pero quizá la ausencia sea la figura de la
privación, es decir, el deseo se estrella contra la necesidad y ahí crea la
obsesión del sentimiento amoroso.
Supóngase, voy un café, alguien me saluda y me hace sentir menos solo y
más rodeado, más solicitado, más halagado. Sin embargo, el otro está ausente.
Lo convoco en mi mente para que me quite esta complacencia mundana. Y es allí
donde también surge otra instancia superior de la verdad, la verdad del ser
amado que me protege contra cualquier intento de seducción.
Durante la ausencia amorosa, se invoca la protección del otro, su
regreso… Que el otro aparezca de la nada y venga a buscarme como una madre a su
hijo.
PARTE 4
El emperador de la
dinastía Song de China, Shenzong, estaba rodeado por docenas de concubinas.
Dentro de la corte se
contaba una extraña costumbre… Hacerlas pasar sobre una cama, cubierta de
inciensos en polvo.
Las mujeres livianas,
apenas dejaban escasa huella. Y por tal virtud, eran recompensadas con unos
preciosos collares de perlas. En cambio, las que dejaban huellas muy profundas,
fueron sometidas a rigurosas dietas, o expulsadas del palacio y vendidas como
esclavas.
Por supuesto, tan vasto
era su cohorte de concubinas, que nadie le llamaba la atención en absoluto.
Para él, todas las mujeres eran lo mismo.
Una vez, mientras el
emperador empolvaba sus aposentos, apareció una mujer muy hermosa. Se paró encima
del lecho, caminó, saltó y bailó. Tan delicada y frágil resultó, que no dejó
huella alguna.
Asombrado, ¡Shenzong la
quiso para sí! Corrió hacia ella para abrazarla… Pero sus brazos rodearon la
nada… La ágil muchacha –acaso etérea, espectral- lo saludó sin emitir palabra y
se esfumó, tras dejar apenas una sonrisa.
El príncipe vivió triste,
esperando. Y ninguna otra había dejado una huella tan profunda… No en su cama,
sino en su corazón.
No hubo jamás una mujer
hermosa, que empalideciera como ella.
La espera es una episodio que aparece en infinidad de obras clásicas,
digamos, como el alegato del que siente el abandono. ¿Qué punto en común tiene
la historia del emperador Shenzong y el que aguardaba la llegada de su cita?
Justamente eso… Que ambos reflejan el testimonio de una espera y en general, el
que espera no se siente tan amado. Dicho de un modo sencillo, en el amor
siempre hay uno que ama más.
Ahora, ¿por qué sucede esto? Veamos… Toda relación tiene partida y
espera –si lo prefiere mejor- hay uno que no llega y otro que lo espera.
Según Roland Barthes, el dolor de la ausencia va solamente en dirección
del que se ha quedado y no de quien ha partido. El sujeto quiere construir la
dicha junto al otro, pero para su desgracia, ese otro está ausente. Y entonces,
el que espera permanece encogido en su dolor, como una maleta olvidada en algún
rincón de una estación.
Probablemente, la idea de Roland Barthes haya sido robada de la
estupenda “Dialéctica del amo y el esclavo” de Hegel. Allí el filósofo ilustra
el funcionamiento del goce, mediante un enfrentamiento de dos conciencias, esto
es, el amo y el esclavo.
En principio, el amo exige como deseo ser reconocido por el esclavo y se
le someta. Ambos sostienen una tensión, hasta que el miedo pone un límite
y acaba venciendo la conciencia que elige el deseo, aunque deba morir por ello.
La relación del amo con el goce es inmediata, ya que solamente consume
lo producido por el esclavo. Por su parte el esclavo debe esforzarse al
servicio del amo. Y así, su relación con el deseo es mediata, porque está
continuamente en contacto con la materia, transformándola. Es decir, el esclavo
no se conforma con la materia, sino que la supera. Y genera cultura.
La historia de la humanidad, es la historia del esclavo. Después de
todo, es él quien verdaderamente transforma la materia y posibilita el
desarrollo de la historia. A pesar que otros crean lo contrario… Los mismos que
esperan las cosas servidas, mientras dirigen el destino de millones, sentados
en grandes sillones.
PARTE 5
Nos preguntamos, ¿cómo soportar la ausencia? Solamente si uno es capaz
de olvidar un poco. Es la condición básica de la supervivencia. El enamorado
que no olvida un poco, tarde o temprano muere por una tensión de memorias.
Pero, al rato nomás, uno despierta de ese olvido y pone en su memoria,
el vestigio de una ansiedad. Hay algo que viene de la mente y se reproduce a
través del cuerpo, supóngase, el suspiro.
El suspirar nos está reclamando la emoción del ausente. Es un deseo de
volver a mezclarse con el otro, en una caricia, en un beso… En una mirada
profunda a los ojos.
La conciencia mantiene activo al otro, aunque su figura esté ausente.
Sin embargo, la ausencia pesa menos, cuanto más lejos esté de la realidad,
ejemplo, la primera novia.
Aquí postulamos que cuanto más lejos el recuerdo de una persona, más se
ficcionaliza el deseo de esperarla y entonces, menos creíble es su deseo en el
presente. Precisamente, la ausencia duele más, cuanto más contemporáneo sea su
deseo.
Mientras haya un rayo de esperanza, nadie olvida. Al contrario, espera.
El que ama espera, pues hay ilusión en la espera. De ningún modo quiere
olvidar, ¡ya que el olvido desarticula cualquier esperanza!
La espera amorosa tiene una correlación muy similar al ejercicio
metafórico del ahogamiento. Comienza a darse una rarificación del aire y casi
al borde de la asfixia, el sujeto deconstruye la esperanza. De que algo o
alguien lo salvarán de la muerte, justo sobre el último minuto.
Esto significa que la espera contiene promesa de inmortalidad… Bueno, no
está mal.
PARTE 6
Según la mitología griega, los Erotes eran dioses alados, muy similares
a la imagen romana de Cupido. La mayoría fueron hijos de Afrodita y Ares.
Fíjese, ¿no? Entre la diosa del amor y el dios de la guerra concibieron nada
menos que a Eros, que representa el amor sincero, Ganimedes, el amor por el
mismo sexo, Peito, la seducción y la persuasión del cortejo, Anteros, el
vengador del amor no correspondido, entre otros.
El poeta Hesíodo añade a la lista a Potos e Hímero. Potos es el deseo
del ser ausente, digamos, el anhelo y la nostalgia amorosa. En cambio, Hímero
puede ser el deseo incontrolable, pero también el deseo que se palpita por el
ser ausente.
Dentro de la filosofía y las ciencias psicoanalíticas, suele hallarse la
afirmación de que el otro duele.
Por supuesto, no se refiere a un torturador de la Santa Inquisición,
sino a la belleza lumínica que irradia. Y cuanto mayor luminosidad, mayor será
el grado de dependencia. Su luminosidad duele porque es determinante en
nuestras vidas y en consecuencia, genera dependencia. Y entonces, uno teme
perderlo. Por eso el otro nunca está enteramente ausente.
El ser amado puede estar ausente desde lo físico, pero siempre aparece
al interior del discurso. Está ausente como referente, pero presente como
alocutor.
A partir de éste fenómeno distorsivo, el que se queda está atrapado
entre dos tiempos… El tiempo de la referencia, mientras el otro permanece
ausente y el tiempo de la alocución, porque está dirigiéndose a él. De modo que
el presente se constituye en el tiempo más difícil de soportar cualquier
espera.
La ausencia es una práctica activa en la cual se crea una ficción de
dudas, reproches, deseos, melancolías, etc. Es un intento por mantener alejada
la sensación ausente del otro –o lo que es igual- distraer un momento la
dependencia del otro.
Manipular la ausencia no es negarla, ni burlarse de ella, sino
enmarcarla del modo más noble, tanto como sea posible. Esa es la tarea del buen
enamorado.
Sin embargo, creídos que han sido heridos en su orgullo, algunos
prefieren resistir la espera. Y así, castigan la ausencia del otro. Y la
condenan a muerte.
PARTE 7
¿Qué efecto alteraría nuestra percepción, para los que nos sensibilizan
las bellezas del mundo? Bueno, que el sol realice un extraño firulete en el
espacio y se negara a salir. Alguna vez Voltaire afirmó que ya no debían
esperarse retrocesos solares, resurrecciones, ni separaciones de mares.
Pero, ¿qué tiene que ver esto? Milagros. El enamorado no desea sino un
ser luminoso, cuyos efectos estén relacionados con el desorden que
provoca. Que cuando espera darle una forma, una dirección, una referencia, de
inmediato tiene otra completamente distinta.
Lo contrario del amor es la idealización y su institucionalización.
Digamos, que haya tantos hombres que prefieran minas flacas y pechugonas, del
mismo modo que las mujeres, cuando buscan tipos parecidos a cantantes, a
actores de cine y cosas así.
El conde Soderini, en las
puertas de la vejez, mantenía un aspecto lozano y digno. Había sido un guerrero
temible, un jugador valiente y un viajero aplicado. En la China le enseñaron
unas destrezas eróticas que –según se dice– le permitían honrar a docenas de
damas, sin perder la disposición viril. Los sacerdotes de Heliópolis lo
adiestraron en la preparación de elixires y en el manejo de la cítara y ni
siquiera los años aplacaron los fuegos de su alma.
Sin embargo, con el
tiempo reemplazó el duelo por la docencia. A veces acudían jóvenes estudiantes para
alguna clase de consejo. El conde acostumbraba a recibirlos en la intimidad de
su estudio. Allí tenía un espejo azul, en cuya luna podía ver el pasado y el
porvenir.
Una noche, el príncipe Giuliano
de Médici le dijo con amargura…
– Los hombres más sabios
que conozco describen el mundo como si no tuviera sentido. Ninguna conducta
parece suficientemente ventajosa. Todo es pasajero y banal. Lo que más nos
entusiasma es prolegómeno de la desilusión. Se me ha enseñado que los reyes
caen, que la ciencia nunca contesta la última pregunta y que las riquezas
oprimen a quien las posee. ¿Por qué la inteligencia nos aleja de la esperanza? ¿Es
que no hay en la vida algo que valga la pena? ¿Es que no hay una gloria cuyo
precio, no parezca finalmente abusivo? Quiero apostar, conde Soderini. Tengo
dinero, poder, fuerza y juventud. Dígame en qué debo gastar esta fortuna.
Dígame, ¿cuál entre las cosas de este mundo es la más valiosa?
–El amor. – Contestó el
conde – Sólo existe el amor. Las otras cosas nobles apenas sirven para
dignificarlo. El amor es el que impulsa al artista a buscar los lenguajes que
expresan la belleza. El amor impulsa al héroe a retemplarse en el riesgo. Y el
amor es la respuesta al indagador de secretos, porque es la explicación de
todos los misterios. Es allí, Giuliano, donde debemos gastar nuestros escudos y
nuestros años. Algunos hombres jamás lo encuentran. Para otros es apenas una
estrella fugaz que ilumina un año, un mes, una semana… Apenas un día de sus
vidas. Pero ese destello efímero da significado a toda la existencia.
Bienaventurado el que puede sentir en su carne y en su espíritu el fuego de esa
chispa.
– ¿Usted lo ha sentido?
–preguntó Giuliano.
El conde miró el fondo
del espejo y vio los ojos de Lucía, la inconstante Lucía. Vio también su
abandono una tarde de primavera, a orillas del río Arno. Después, entre
reflejos azulados, se dibujó la indiferencia de la hermosa ante las magias, los
poemas y la música.
Finalmente, Soderini
alcanzó a percibir, perturbado por el prisma de sus lágrimas, el desprecio
irremediable, la humillación, el insulto y los pasos de ella acompañando a su
marido, un mercader de Volterra. Entonces, con voz firme respondió…
–Sí, lo he sentido. Por
fortuna.
A lo mejor Voltaire tenga razón, el tiempo de los prodigios ha terminado
y solo debemos enamorarnos de la mejor amiga, la compañera de trabajo, o
soñar el regreso de una ex novia. Bueno, esa liviandad amorosa nunca puede ser
bienvenida. Tampoco la teoría de que el amor tiene como cimientos, los
ladrillos de la prosperidad económica.
Pero es lo que pasa… Aún continua vigente el dictado anacrónico de que
hay que tener el futuro asegurado y por eso muchos esperan salir con personas
que no les gustan, pero lo hacen igual porque son solventes… Dios
mío.
CONSIDERACION FINAL
Platón decía que el enamoramiento nace, a partir de la visión de un
cuerpo bello. Y algo de razón tiene… Ninguno se enamora de alguien que no le
guste. Por supuesto, eso solo no alcanza. Y a mí me parece que no alcanza,
porque cuando sale detrás de la belleza, es la belleza misma quien acaba
encontrándolo.
El enamoramiento no es un simple registro que lo compone la visión de un
cuerpo bello, sino algo muchísimo más complejo. Se trata de un hallazgo que
comienza a sentir en el alma, a medida que la ilumina y le va dando un nuevo
significado.
Mire, lo único valioso que podemos esperar en esta vida, es el amor de
un ser luminoso. Amar es encontrar alguien irrepetible, para luego perderse
junto a él. ¿Qué dirán de nosotros los libros de historia, cuando la humanidad
sea apenas un vestigio…? Bueno, que hubo un milagro. Que como un pase mágico
del destino, una mujer nos revolucionó la vida y nosotros a ella
Y entonces, ¿cuánto hay que esperar? ¿Un ratito? ¿Media hora? ¿Una hora?
Si nuestro corazón ha decidido atravesar el Mar Egeo y desatar la Guerra en
Troya por la más hermosa, un siglo no parece una mala idea.
La existencia de elementos que quieren hablarnos, es la mejor recompensa
a quienes transformamos las señales, en esperanzas. Cualquier signo que el
universo nos regale -aunque indescifrable y peligroso- será mucho mejor que la
ausencia de mensajes. Por eso habrá que apuntar el telescopio hacia las
estrellas y comprender que el universo nos está hablando… Siempre nos está
hablando. Y no está mal.
Ojalá que en esos largos avistamientos que suelo hacer, soñando con la
más hermosa, un día pueda leer sobre los cielos de Avellaneda cuánto me ama.
Nacho
23 de Noviembre de 2017