- PROLOGO -
¡Qué difícil es elegir el contenido a publicar, luego de una inmensa ausencia! Menos que menos, en una sociedad tan politizada como esta, o sea, ¿de qué va a hablar uno? ¿De lo caro que está el tomate?
No hace mucho tiempo, una radio muy popular de la FM realizó un homenaje a Soda. Entre algunos éxitos, no faltó “Disco eterno”, la canción que amo -por ese ritmo hipnótico- pero además porque creo que regala una extraordinaria definición… Aun entendiendo que todo amor es inabordable en su totalidad, el enamorado continúa desnudándose. Con cada sonido, con cada palabra, con cada caricia. El amor siempre se vive fuera de contexto. Fuera de su institucionalización.
Lejos de querer compararme a Soda, me parece que este blog se esfuerza en esa desnudez. Desnudarse, no como un acto previo al sexo, no, no. Desnudarse para desarmar al otro y uno mismo y perderse juntos en las misteriosas aguas del conocimiento.
Ahora bien, en un descanso del trabajo, debatíamos la institucionalidad amorosa y recordando aquel momento mágico de Soda, pongo a circular la siguiente observación… ¿Y si el amor fuese un salirse de contexto?Digamos, porque hay una forma instituida de interpretar el amor. Es innegable que se nos enseña cómo debe amarse.
¿Cuál es el criterio de nuestra sociedad? ¿El amor es una cuestión hormonal? ¿Amar consiste en casarse y tener hijos? ¿Hay algo más? ¿No puedo pensar al amor, más allá del mandato?
Un filósofo propuso hablar de la verdad, comparándola con el fenómeno lumínico. Si la memoria no me falla, creo que fue Giorgio Agamben.
A una comunidad se la alumbra con la luz de la verdad, pero tiene límites. Por ende, las zonas más lejanas quedan sin iluminar. Una teoría similar a la explicación de la caída de Lucifer, el ángel amado por Dios. En la religión, la oscuridad es la maldad, la mentira, el engaño, pero también es la ausencia del ser amado.
Sea como fuere, el caso es que la luz que no alcanza a cubrir, invisibiliza bajo sus sombras lo que no quiere, ni debe ser preciso mostrado. En algún punto, una verdad –por muy contundente que parezca- esconde actitudes totalizadoras y en consecuencia, se vuelve discriminadora.
Amo profundamente la puesta en escena de la intelectualidad en el amor. Al fin y al cabo, no solo se ama con el cuerpo y el alma. La inteligencia es una enorme virtud, para aquel que desee la excelencia. Y aunque implique transitar avenidas solitarias, con pocos faroles, jamás renuncio a ella. Al contrario. Prefiero tener la sospecha a mano, antes que estar seguro de todo.
Lo interesante es
volver a pensar algunas ideas consagradas, pues allí resulta trabajoso
desmontar la realidad… Salirse de las prácticas que hacen del amor, un
dictado que atraviesa siglos, es el más bello desafío que tienen los buenos
enamorados.
- I -
Unamuno
aseguraba que la interpretación trágica y desgarradora del amor, aparecería
socialmente recién en el siglo XII, a través del fenómeno de la poesía
provenzal. Mientras tanto, la cultura romana excluía al amor excluía de tales
aspectos.
En la antigua Roma, el matrimonio era utilizado con el propósito de aumentar la clase dirigente y aristócrata, porque así como los griegos, el hijo varón representaba la clase dominante. Además, era la forma natural de heredar los bienes familiares, de lo contrario, quedaban incautados por el estado y en ocasiones, pasaban al nuevo marido.
El
resto de la sociedad vivía sumido en una eterna promiscuidad, ya que ni los
plebeyos, extranjeros o esclavos podían casarse.
Acceder al matrimonio suponía un protocolo muy estricto. Una matrona visitaba a la novia para certificar la virginidad y salud de la misma y luego ayudaba a engalanar su casa y así recibir con un regio banquete al pretendiente.
Solamente el padre
transfería la potestad de su hija, en manos del futuro marido. Entonces, de la
sumisión paternal, llegaba la sumisión del marido. Huelga aclarar que la mujer
casada no opinaba en absoluto y que era poco más que una criada.
En cuanto al ardor
sexual, no se lo exploraba en el interior de la esposa, sino en las periferias
de las amantes. Los romanos practicaban el erotismo con esclavas, concubinas y
prostitutas, pues, la relación conyugal era
cualquier cosa, menos apasionada. Y a tal punto razonaban, que
había facultad legal para matar a la mujer, si incurría en un adulterio.
Posteriormente, ¿hubo alguna mejora? Durante la época medieval, ninguna doncella decidía con quién quería casarse. Se encargaban los padres. No solo había una necesidad de asegurar el bienestar de la familia, también estaban mal vistas las uniones tempranas.
No era frecuente que los contrayentes se conociesen de antemano. En general, esto ocurría en el inicio de la ceremonia.
Tal vez por ese
motivo, digamos, para evitar sorpresas ingratas, los poderosos utilizaban el
retrato. Días previos a la boda, príncipes y reyes enviaban un pintor de la
corte a retratar tal o cual princesa. Claro, por favorecer a quien no poseía
belleza, muchos retratistas acabaron sin sus cabezas.
De acuerdo a los historiadores, el amor cortés fue la antesala de un modo romántico que todavía perdura en la modernidad.
Siempre en un
contexto de obediencia, el hombre realizaba acciones para obtener el favor
amoroso, pues, la mujer era el eje central y la encargada en el destino de las
situaciones. Ella tenía el control del inicio, desarrollo y desenlace de aquel
amor, generalmente, clandestino.
Las características
eran la humildad, cortesía, adulterio y la religión del amor. También cierto
deseo utópico y desinteresado, ya que el amante fue un noble caballero que no
buscaba ser correspondido, sino conformarse con el hecho de adular y exaltar a
la dama en cuestión. Por su parte, la religión no fue otra cosa que la devoción
hacia la dama, casi como una adoración a Dios mismo.
Muchas hazañas cuentan el abandono de la honorabilidad, solo para lograr una pequeñísima admiración, pues, la dama no buscaba conquistar, ni aplicar técnicas seductoras. Su participación en el cortejo era más bien distante. Pero este rol que personificaba, no ocurría en el marco del matrimonio. Allí, una dama continuaba representando el papel histórico de la posesión. Por ello el amor cortés oscilaba a partir de la clandestinidad… Porque el matrimonio era una simple y vulgar relación utilitaria.
Entre los siglos XV y XVI, los zares rusos conocían a sus futuras esposas, previa selección de candidatas. Los boyardos organizaban una búsqueda de mujeres y las reunían en Nizhni Nóvgorod. Centenares de jóvenes eran acompañadas por sus familias para celebrar una suerte de concurso de belleza.
Luego de severos
exámenes realizados por médicos y de parteras, el número quedaba reducido
considerablemente. Una vez pasada la tarde de reflexión, el zar entregaba a la
ganadora, un pañuelo embebido en perfume.
Preguntas… ¿Se puede vivir el amor, sin necesidad de casarse y tener hijos? ¿Cuál es el criterio para querer casarse? ¿Es una decisión espontánea, o supone integrarse a una tradición heredada? ¿No es la familia, una imposición social? ¿Y cuánto corresponde permanecer junto al otro? ¿Meses, años, toda la vida? ¿Por qué suele aflojar el erotismo dentro del matrimonio? ¿El matrimonio autoriza la exclusividad y la prohibición de que el otro se enamore de alguien más? ¿No puede haber amor fuera del vínculo matrimonial, o dos personas casadas representan fielmente la totalidad del amor?
Tito Livio cuenta que en el descanso de una campaña, Sexto Tarquinio, hijo del rey Lucio Tarquinio y Lucio Colatino, cruzaron apuestas sobre cuál de sus esposas era la más virtuosa.
Ambos partieron hacia
Roma de improviso y hallaron a la esposa de Sexto en plena orgía. En cambio, la
esposa de Lucio, Lucrecia, tejía plácidamente en sus aposentos.
Lucio ganó aquella apuesta, más no evitó que Sexto se sintiera atraído con la
belleza y la virtud de Lucrecia y atacado por un deseo irrefrenable, volvió al
día siguiente.
Sin imaginar lo que sucedería, Lucrecia abrió gentilmente y espada en mano, Sexto entró desaforado y la violó.
Ni bien regresó Lucio, Lucrecia relató lo que había hecho Sexto, pero mientras su marido pensaba qué medidas tomar, Lucrecia atravesó el pecho con un puñal.
Junto a la familia de Lucrecia, Lucio se encargó de matar a Sexto y expulsar a
su padre, Tarquinio… Roma quedó sin rey y así proclamaron la fundación de la
República.
Una vez violada, Lucrecia se quitó la vida. Pero no sintiéndose usurpada en su honor, sino en el honor del marido y su propia familia. Después de todo, son pensamientos no demasiado lejos de nuestros tiempos.
En un acto de infidelidad, fíjese, cuando a una mina casada le gustó otro tipo. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?, les pregunto a los moralistas. Pasa que se horrorizan porque creen que cuanto más legalizado un amor, más debería sorprendernos su profanación.
Y ese es el problema.
El hombre que es dejado, siente el dolor de que alguien ha puesto las manos en
su propiedad. Sobre sus derechos. Más que el dolor del rechazo, más que la
tristeza de ya no saberse amado, siente un derecho de propiedad vulnerado,
ofendido.
Por eso a esa clase
de sujetos siempre les queda la indignación y el despecho, frente a los
emigraron de sus vidas y que intentan ser un poco más dichosos.
- II -
La virtud literaria,
poética y reflexiva, es el acceso a una variedad de interpretaciones, sin temor
a quedar atrapados en los paradigmas que anuncian un modo de vivir. A fin de
cuentas, somos hijos de un paradigma que tiende a unir el concepto del amor, la
reproducción, la sexualidad y el matrimonio.
Pero, ¿cuál es la importancia de visualizar los entretelones de un paradigma? En principio, demostrar que hubo una serie de intereses en juego para que pensemos socialmente de una manera y no de otra. Al respecto, Thomas S. Kuhn formula unas características muy interesantes, a saber.
1- Al paradigma no se lo invalida ni se lo destruye. Muchos paradigmas -por no decir, todos- están guiados por la lógica de la manipulación, pero ninguno no ha sido vencido por una evidencia que demuestre lo contrario. En todo caso, existen nuevas interpretaciones que están ganando terreno y entonces, los poderes disminuyen. Pierden vigencia paulatina e imperceptiblemente.
2- Es exclusivo y
excluyente. Cuando un paradigma afirma que una cosa es una cosa y otra cosa es
otra cosa, su simplificación excluye la posibilidad de un pensamiento complejo.
3- Enceguece para que
lo que excluye, no pueda existir. Es inconsciente, íntimo y cuando se
internaliza, no permite ver ni analizar otras posibilidades.
4- Es invisible.
Nunca organizado desde una formulación concreta, sino a partir de
manifestaciones virtuales. Se lo percibe dentro de los marcos mentales, de
actuación y de lenguaje, siempre como una red de valores supuestos e
intangibles y sin embargo, insidiosamente instalados.
5- Crea la evidencia,
ocultándose a sí mismo. Es el que cree estar por fuera de los hechos, de la
verdad, pero opina desde el paradigma. De modo que las interpretaciones están
teñidas por el paradigma.
6- Desecha las
aleatoriedades y casualidades. Lo real es lo objetivo y se impone. Todo lo
ambiguo –por ser subjetivo- se vuelve descartable. La sensación de lo que es
tenido por real, anula la apariencia.
El paradigma más frecuente es aquel que nos envuelve en una búsqueda de sentido. Partimos hacia algo que no logramos contextualizarlo a fondo y sin embargo, nos expande en lo que somos.
Se trata de entender que las cosas no están ahí para que nos resulten indiferentes. No nos relacionamos con ninguna búsqueda que esté desposeída de valor. Las cosas generan algo, o no generan nada. Digamos, la indiferencia también es una toma de decisión. Decidir la postura que sea, sin importar su resultado, no deja de ser un juicio tomado.
El beneficio de una
búsqueda es un valor, pero no significa que el beneficio esté puesto en las
cosas que encontramos a lo largo de la vida. No es propio de las cosas. Podemos
pensar lo que se nos antoje y huir de una búsqueda no beneficiosa, pero es
imposible. Estamos arrojados a pensar así… A que las cosas tienen que servir
para algo.
En algún punto, se valora el género en el cual inscriben al sujeto y así luego condicionarlo en cómo debe pensar, quién debe ser, qué debe querer, etc. Y entonces, nos acostumbramos a asociar el aspecto femenino con una búsqueda de completitud y a lo masculino, con la productividad.
Fíjese, ¿Por qué la
mujer está inducida a soñar con príncipes azules? Respuesta, porque según las
bases heteronormativas y patriarcales, solo los príncipes poseen el poder
económico y romántico suficiente para completarla.
Es inquietante cómo se arraiga el tópico de la sensación de carencia. Ningún símbolo colectivo enajena como sentirse incompleto y plenificarse junto al otro, en tanto ese otro, completa… Bueno, pero el que invierte en pos de la completitud, ve en la búsqueda del amor, un valor a negociar. ¿Y si no hubiese nada por completar y uno se enamora por razones que nos superan?
Aun así, el mandato
del amor parece oscilar entre la carencia y la posesión. Para el ideal de una
mujer, lo masculino es la juventud, la guapeza, el vigor, la caballerosidad y
el romanticismo. Y encima sostenerlos indefinidamente, ya que ser mujer supone
un estado de desventaja.
Ahora, como el hombre
representa lo humano, no necesita completarse. Su ideal pasa por la búsqueda
del crecimiento, la expansión, la acumulación, pero nunca en la necesidad de un
otro. En tanto sea productivo, está signado por un deseo de prosperidad… El resto
viene solo -entre ellos, claro- el amor de una mujer.
Enhorabuena que ahora haya una afrenta contra los sistemas que dominan socialmente la conducta del sujeto. Es momento de entender que los paradigmas más eficaces son incorporados a partir de las tradiciones, para luego legislarlos.
Lo que pasa es que
muchos ven al amor como punto de llegada. Y no está mal, pero no sirve
decirle al primero que se le cruce, “Me enamoré de usted, mañana nos casamos”.
No, no. Después le quedan no sé cuántos años de convivencia para darse cuenta,
finalmente, que nada es tan inestable que el amor.
El amor no es estable
por naturaleza, ni tiende a completarse, porque el deseo nunca se estabiliza.
Una relación amorosa tiene vaivenes en su deseo. A veces ese deseo está en
decadencia, o en crecimiento. Nunca en forma estable, sino en dinámica
pura. Por eso las garantías jurídicas del amor, esto es, casarse y jurar a
todos los santos, reemplazan esa estabilidad inexistente.
¿Llena el amor? Si fuese un argumento irrebatible, entonces bastaría con hacerles caso a esas amistades que uno suele tener y les encanta elegirnos pretendientes. Listo, ¡ya está! ¿Para qué decidir el arduo camino de la indagación, si no es usted el que decide? ¿Cómo le explica a una sociedad como la nuestra –ávida de giros vulgares y actitudes grotescas- que a la persona amada, no se la debe definir en un solo renglón?
El amor encierra una
íntima aspiración a la totalidad, porque se trata de un amor al descubrimiento.
Sin embargo, aunque alcanzáramos el saber absoluto, nos equipararía con las
totalidades. Y tengo para mí que lo fantástico del amor, son aquellas puertas
del otro y a las cuales accedemos poco a poco, desnudándolo con el cincel del
alma y la inteligencia… Pero antes, mucho antes que desnudar su cuerpo.
Saberlo todo, anula la angustia. Nos anula desde la perplejidad, tan importante para disfrutar el arte. Por eso el conocimiento absoluto no tiene intermediaciones. Al contrario, nos emparenta directamente con el objeto que se quiere alcanzar. Entonces, si lo sé todo y nada me falta por conocer, pues, me totalizo.
El saber siempre es
una aspiración, en la medida en que haya zonas desconocidas a las que aspirar.
A las que amar. El buen enamorado no ama lo que carece, ni trata de llenar una
falencia. Amar es querer adueñarse de un conocimiento absoluto del otro y este
delicioso deseo existe pues nunca logra ser alcanzado en su
totalidad.
Yo creo que la solución está en la apertura, es decir, cómo el otro me transforma y viceversa. Celebrar la capacidad de apertura y que suceda una pequeña modificación entre ambos, es darle lugar al crecimiento, la evolución y el disfrute del goce.
- III -
La teoría maltusiana
sugiere las condiciones para conformar y sostener a una familia. Y entonces, es
necesaria la actitud moderada y un espíritu de trabajo. ¿Por qué? Bueno, toda
vida conyugal tiene que ser atravesada sin temor a deudas y posibles engaños.
El hombre sinónimo de lo productivo y la sumisión de la mujer, representan una simbología bien propia del patriarcado.
Por supuesto, un
mandato que viene históricamente atropellando a la diferencia, pues, los
conflictos que ahora atraen la atención de los medios y molesta a los sectores
más conservadores, es el grito agónico de un otro que quiere ser visualizado y
oído. La diferencia perturba, desacomoda, porque nos acostumbraron a no
comprometernos ni perder el tiempo con todo aquello que podría habitar adentro
de una persona.
Los conflictos no son
positivos, ni negativos. Le dan la posibilidad al otro en manifestar qué cosas
lo constituyen y a nosotros para conocerlo, pero todavía persiste el prejuicio
que hace del conflicto, una cosa que entorpece y tenemos que quitarnos de
encima.
La diferencia genera agitación, denuncia lo que el mandato oculta. Y su contexto resulta clave para entender el funcionamiento del poder y de qué manera se logra sofocar al otro de la sociedad, esto es, que haya una verdad centralizada, conocida y aceptada por todos, en pos de eliminar la diferencia.
Por eso está genial
la no validación de una sola lectura, de un solo modelo, sino múltiples
concepciones en pugna. La violencia no la genera el conflicto. No, no. Se
produce cuando una parte barre y destierra al otro, invisibilizando la
diferencia en nombre del bien común, de la verdad, o de la pacificación
nacional.
Ese ordenamiento es
el que realmente disuelve la diferencia y la instituye como algo anormal. Como
algo que debe permanecer invisible a los demás.
El amor es una apertura muy dolorosa, sin dudas, porque voy en contra de mí mismo. Tiene que llevarse puesto lo establecido, caso contrario, daremos vueltas en los consejos y las advertencias de siempre, pues, no nos olvidemos que hay una enseñanza previa en el amor… Amamos de un modo tradicional y lo interesante es habilitar un pensamiento que salga de los formatos clásicos y así entender qué nos pasa realmente en nuestro contacto con el otro y nuestras propias diferencias.
- IV -
Nuestra conciencia
reconoce en la ingeniería de la monogamia, una regulación del amor y sin
embargo, nunca logra contenerlo. ¿Por qué? ¿Es insuficiente la monogamia? ¿Y
cómo pensar fuera de ella? ¿Adónde redirigimos el deseo? ¿A la poligamia? ¿Hacia
la anarquía sexual? ¿A los amigos con derechos? ¿A una pareja abierta?
¿Y si en realidad, todas fuesen estructuras? ¿Cómo pensar al amor, entonces, fuera de las normas? ¿Quién está seguro que no está incluido en una estructura?¿No será mejor cuestionar el término de estructura? Porque, a ver, ¿Cuál es el problema de la monogamia? ¿Qué debería importarnos? ¿El cuestionamiento de la norma, la enseñanza previa del amor, o la relación entre el amor y la norma?
Michel Foucault es un pensador de la desnaturalización. Advierte hechos no naturales, donde menos los imaginamos… Allí, en la salud del sujeto. Después de todo, creemos discernir la diferencia entre una persona sana y otra enferma, pero siempre ha servido para ejercer el poder sobre el otro. ¡Recuérdese por ejemplo la locura, la delincuencia y el paganismo en la Edad Media! Lo impuesto socialmente como anómalo se purgaba con la hoguera, la cárcel o el manicomio.
El conocimiento de lo natural requiere un acceso completo a su funcionamiento. ¿Y quién está en condiciones de acceder a una naturaleza verdadera, atemporal, no aforística y absoluta? ¿Cómo darse cuenta que lo natural no está contaminado de arbitrariedad? Foucault concluye que nuestra relación con lo natural se manifiesta mediante una construcción de sentido, ya que es un instrumento del poder. ¿Por qué? Y porque lo natural carece de lógica, excede. Y entonces, ¿no habría que despabilarse de las estructuras totalizantes, las mismas que construyen subjetividades –o lo que es igual- el modo en que creemos interpretar las cosas?
He aquí un desarrollo
interesante, esto es, visibilizar la relación entre los medios y las masas,
porque los medios son los soportes donde el poder instituye su propia verdad.
La verdad es un formidable mecanismo de exclusión e inclusión social y su práctica, en manos de una opinión pública, dócil y enajenada, difícilmente habilite la comprensión del otro. Al contrario, empuja a la permanente anulación de lo singular. Cualquier verdad, elevada a su máxima expresión, provoca que ninguna diferencia encaje.
Por eso el caso del
feminismo, la violencia hacia la mujer o el aborto, no son debates que están
ahí por casualidad. ¿Cómo cuestionar quiénes somos, si afuera hay un
ordenamiento legalizando qué importa y qué no, quién participa y quién no y
sobre todo, visualizando lo irregular?
Bueno, los conflictos
que ocurren a menudo responden a una verdad agotada, debilitada y aun así,
estableciéndose incuestionable.
Pero, ¿cómo desencajar los parámetros de una verdad que viene mutilando la identidad toda y formulando qué vínculos necesitamos para con el otro? No es sencillo, pero debería ser percibida como esa encantadora tensión que cada tanto sucede en el amor imposible. Aunque el otro le parezca inalcanzable, sin embargo, usted no puede renunciar en su deseo.
Precisamente, la
renuncia por ese otro, determina las prácticas de lo posible. De ese modo, nos
esforzamos en aquello que tenemos más a mano, pues resultaría inabordable hacer
una cosa distinta o amar a alguien que no sea un compañero de trabajo o un
amigo del barrio.
Ahora, ¿eso no
conspira contra la excelencia? ¿No será que la verdad es una cuestión de poder
y que sirve para instituir una realidad, la misma que deja afuera a quienes
tienen la capacidad de soñar que quizá las cosas no son como dicen?
Salvo la muerte, no hay verdad indiscutible y por tal motivo, cuestiono a los que creen ser sus dueños. Y ya se sabe, los que hablan en nombre de la verdad, son los mismos que la monopolizan.
- V -
El pensador Rougemont
advierte que nos educan de manera romántica, pero la idea del progreso obliga a
casarnos de manera burguesa. Una contradicción que no pierde terreno, pues
siempre termina pensándose al otro en términos productivos.
Entonces, ¿cómo
evitar la presión de los divorcios o conflictos posteriores, si el registro
civil es lo más parecido a una empresa contratista?
Tengo para mí que lo
propio del amor no es la capacidad del acuerdo, sino vislumbrar un prodigio
capaz de superar todo acuerdo. Digamos, si vamos a considerarlo milagroso y que
por lo tanto, excederá la norma, ningún formato vincular podrá contenerlo. Sin
embargo, muchos aseguran que casarse es el acto más impresionante de la vida.
La responsabilidad y consumación son términos claves para entender el funcionamiento del matrimonio.
Bien, pero, ¿qué
significa ser responsable? ¿Un vínculo que cumpla las leyes? Si me enterase que
debo ser amado por una imposición divina, o por un artículo de la Constitución,
¡saldría corriendo!
Desde milenios, hay
un disciplinamiento sobre el estado de ánimo más peligroso y amenazante para
cualquier orden, esto es, la prioridad del otro. Ni que hablar referido al
matrimonio, que es lo más parecido al contrato de una empresa… Ahí determinamos
nuestra tranquilidad y seguridad, antes que la del otro.
En algún punto,
casarse tiene efectos analgésicos, tranquiliza que su práctica esté legalizada
y por lo tanto, la posibilidad jurídica de mantener a raya al otro. Además, nos
dicen que el amor se consuma, una vez casados y eso es lo peor… Que aquello que
al comienzo enamoró, tarde o temprano, sea parte de una rutina institucional.
Los formatos que damos al amor... ¿Son obligatorios? ¿El amor debe estar sujeto a reglas? ¿Y casarse? ¿A qué está ligado? ¿Con la pasión o la convivencia?
Insisto en algo, el
matrimonio prescinde del amor, pues basa sus pilares en un ordenamiento
jurídico. La pareja puede funcionar legalmente al 100 % y tal vez el
amor no esté presente. Ninguno de los dos siente nada de nada, pero al interior
de cada reglamentación, la pareja cumple con los marcos legales de la sociedad.
¿Y entonces? ¿Cómo se
legisla el amor en una institución que tiene siglos de vigencia? ¿Qué
herramientas legales utilizo para que alguien me quiera? ¿Enviándole una carta
documento? ¿Cómo logro conciliar algo tan volátil como es el enamoramiento, a
partir de un contrato?
Pero, ¿qué representa al amor, mejor que la monogamia? Hay dos posibilidades. O uno sigue el camino del poliamor, pareja abierta, amigos con derechos, poligamia, etc. O el otro, el más áspero y poco transitado, que es el cuestionamiento a las normas. Y no es fácil porque ambos enfrentan un problema legislativo.
La norma siempre
entorpece, vaciando y degradando la idea que albergamos del amor. Nadie conoce
las posibilidades concretas del amor, digamos, las cosas que haríamos por una
persona ya que no podemos escapar de los dictados sociales.
De nuevo, ¿si pudiésemos rehuir de estas estructuras monogámicas, dónde encontraríamos una que mejor nos represente? Quienes desean salirse de la monogamia -o la cuestionan- lo hacen porque el amor se les escapa entre sus estructuras. Y no está mal. Los que llevan un amor hasta el final, el matrimonio les queda corto. Es más, donde existe mucho amor, el matrimonio estorba ya que sus reglamentaciones están hechas para cualquier cosa, menos para los sentimientos.
Adelantando una futura publicación, ¿qué es aquello sin lo cual, nada tiene sentido? ¿Qué nos impulsa, nos erotiza, nos ubica de frente con lo que hacemos? El amor, ¿no? Ese parece ser el fundamento de la existencia.
Sin embargo, vivimos
creyendo que nos enamoramos de las actrices de la televisión, que solo sirve
amar lo que hacemos y nada más, que nos erotizan las prácticas populares y en realidad,
incurrimos en formatos previos y que serán los mismos que determinen nuestras
relaciones con el otro.
Los sistemas normativos siempre dejan afuera la sensibilidad y a la inteligencia y tal vez llegó el momento de intentar desidentificarse de todas esas identidades en las cuales nos incluyen en estructuras que tranquilizan. Estructuras que nos clasifican, nos ordenan.
Tal vez jamás seamos libres, porque no hay manera de no estar en ningún lado. Siempre estamos sujetos a una idea, una canción, a un libro, a una persona. Sobre todo, a una persona.
Y esto último es una
buena noticia. Quiero decir, que haya un encadenamiento recíproco, por el cual,
el otro nos piensa y nosotros lo pensamos. Desde luego, son formas poéticas de
estar sujetos.
Por ello, aunque
estemos conscientes del ordenamiento, conviene avanzar en la búsqueda de un
otro que exceda todo mandato social. Pero, claro… Es un milagro y como tal, no
suele ocurrir a cada rato.
- VI –
La monogamia es una
forma de relacionarnos y puesto que en su momento fue un modelo de vida, hoy no
lo podemos suprimir, ni olvidar de un plumazo. La monogamia condiciona, incluso
desde el interior de sus estructuras.
El drama de todo
análisis es cómo substraerse del sitio proveniente, porque de inmediato
siente que puede dañar su centralidad. No es lo mismo admitir la existencia de
razones que acreditan cómo debemos vincularnos, a dudar si la monogamia expresa
fehacientemente la esencia del vínculo.
Para ambas
situaciones, necesitamos afirmarnos en algún punto. Claro, quedarse o
salirse, implica reproducir lo que se cuestiona. Desde adentro o desde afuera,
hay estructuras. No puedo flotar en el aire.
Tal vez ese sea el
problema del cuestionamiento… La imposibilidad de la ausencia.
¿Qué hay detrás del discurso monogámico? ¿Y si en lugar de afecto, la monogamia revelase una cuestión política? Dando esto por cierto, que es un formato político… ¿No será el amor, una cuestión de poder? Y entonces, ¿no habrá en el amor, un hecho conflictivo que esté justificando un vínculo con el otro?
Paradójicamente, la
afinidad es el mejor recurso occidental. El hecho de compartir tanto, convierte
a la pareja en un modelo de unidad. Pero, si una unidad A converge a B, ya no
es una fusión democrática y simétrica. Esta mirada clásica del amor,
desconcierta la otredad. La disuelve.
Ahora, si dentro del
vínculo amoroso se juega una cuestión política… ¿En qué se diferencia a las
demás relaciones de poder? A partir del afecto. El afecto es el punto donde más
se normaliza el imperativo de la posesión.
La expresión
“fulana/o es solo mía/o” está por algo. No es caprichosa. En una sociedad
sesgada por la propiedad privada, no cabe ninguna duda que fulana/o me
pertenece. ¡Y guay con el abandono! Al interior de las conversaciones de los
hombres, la mujer que abandona es objeto de difamación. El hombre que abandona,
en cambio, sirve como anécdota del que se cree piola y
ocurrente.
A causa de los estúpidos, resulta imposible no analizarlo con las categorías propias del género. Las leyes siempre protegen al chorro y no a la mujer, pues evidentemente, ella habrá incitado a violar un derecho de propiedad. Por eso cualquier análisis que no se haga cargo de la asimetría y los formatos de opresión patriarcales, es ingenuo o cómplice, ya que nos educan a justificar una situación de dependencia.
Bueno, ni hablemos
del fundamento burgués utilizado para referirse a la felicidad. De modo que
cuando alguien está angustiado, preguntándose, “quiero ser feliz, ¿qué hago?”.
Se compra un auto. “Quiero ser feliz, ¿qué hago?” Se va de viaje. “Quiero ser
feliz, ¿qué hago?” Pinta las paredes de su casa.
¿Dónde aparece la
felicidad en este modo de pensar? En ningún lado. Ni en el auto, ni en el
viaje, ni en la casa. No hay allí una autonomía, ni un deseo del otro puesto en
juego.
En la pareja hay un
otro, con su autonomía y su deseo y sin embargo, la felicidad occidental supone
no solo el sometimiento del otro, también su existencia para saciar mi propia
necesidad. Desde luego, una saciedad que nunca alcanza su ápice, porque el amor
está en continua expansión.
Por lo cual, en tanto
el otro se vuelva un medio que posibilite mi propia expansión, al ratito deja
de haber un otro.
En nuestra cultura, no pasa nada si deja de haber otro… Eso sí, déjese de joder la gente que jura amar al otro, en tanto otro… O que solo importa el otro, mientras se tocan el ombligo. Está bastante claro que el otro no existe para ellos. Pero jamás se lo acepta, porque el enamoramiento hace del otro, un medio de nuestra felicidad.
Y aquí viene una gran
pregunta… ¿Quién es más importante en el amor? ¿Uno o el otro? Si la respuesta
es el otro, veamos qué significa que ese otro sea más importante.
Cuando el otro es el
más importante, limito mis acciones y le cedo la prioridad para realizarse. No
al revés. Mis acciones tienen que cederle la prioridad a su propio desarrollo.
El buen enamorado se
retrae, se deja atravesar, se deja invadir por el otro. Dicho de un modo quizá
menos poético, abandono el poder y la necesidad… Me entrego por el
otro.
El amor no es un sacrificio. Sacrificarse reviste un hecho de auto adulación. ¡Por supuesto, una porquería! Aun así, para que una señorita advierta cuánto es amada, algunos regalan cosas. Otros pasan a buscarla en auto, etc.
O sea, se enamoran de
sí mismos. Se enamoran de invertir lo que sea por el otro, ya que ven al amor
como un negocio. Pero el amor no posee ningún elemento económico, al contrario…
Amar es perder. Pierdo. Pierdo todo lo que soy, porque doy prioridad al otro.
Esa me parece la
manera de ir hacia el otro. Sin invadirlo. Sin adueñarme. Sin modelarlo
conforme a mis necesidades, ni gustos personales. El amor uno comienza
retirándose… Mejor aún, atenuando su potencia sobre el otro.
Así que lamento
anunciar que amar duele, incomoda, molesta. Si no tuviese nada de eso, ya no es
amor. Es un bien redituable que espero a cambio, luego de haber gastado plata
en flores y alfajores, tiempos en citas y poemas robados de una
biblioteca.
Claro, usted podrá decirme, ¿qué tiene de malo el querer sacrificarse por alguien? Nada, nada. En una sociedad individualista y egocéntrica, es prácticamente inevitable. Repito, el problema del amor es el acceso al otro, en términos de propiedad. Y una mirada revolucionaria sobre cómo funciona el amor en la monogamia, supone una mirada mucho más profunda. Muchas parejas experimentan formas de relación no monogámica, pero viven en una sociedad monogámica.
Yo creo que la
dificultad no pasa por excluir al otro de la monogamia, sino pensarlo como una
propiedad privada. Es derrumbar un esquema que estructura una lógica de la
apropiación y que está muy arraigado entre nosotros. ¿Y acaso no sucede lo
mismo con los hijos? Ahí se pone en juego lo peor del ego, esto es, la
construcción del hijo como continuidad histórica de uno mismo. Y además, teñida
de una posición determinante… “Es mi hijo”, como si fuese una contigüidad
imaginaria de su cuerpo y que se la utiliza para referirse a ellos.
Hay un apego muy particular en nuestra manera de pensar la relación con el otro. Por eso cuesta pensar al amor desde nuevas perspectivas, donde el esquema podría presentar diferentes posturas.
Yo no sé nada. Nada de nada, se lo juro. De lo único que puedo estar seguro, es que mientras más amo, más estoy yendo en contra de mí mismo. Por eso me duele el otro. Porque tengo atravesado en el alma, en la mente y en el cuerpo, el nombre de una mujer.
El enamoramiento es demasiado poderoso. Tiene que doler muchísimo, sobre todo, frente a nuestra propia expectativa. Peor todavía, tiene que desacomodar esa historia vincular de la cual provenimos.
Nacho
17-10-18