-1-
Antes de
convertirse en sacerdotisa, la Sibila de Cumas fue una mujer muy hermosa. Hija
de Teodoro y una ninfa, de pequeña reveló sus dones para profetizar en verso y
así fue como se encargó de formular los oráculos en el templo de Apolo.
La Sibila vaticinaba
en una cueva, franqueada por la distancia de una galería. A su vez, por otras
tantas, donde apenas filtraba la luz solar.
Para dar el
veredicto o una predicción, utilizaba cien voces distintas, que eran
transmitidos a través de unas aberturas laterales.
Pero las cosas empezaron
a complicarse cuando la vio nada menos que Apolo. Y el dios solar se enamoró de
ella.
Apolo accedió a
concederle cualquier deseo y entonces, la Sibila pronunció la inmortalidad.
Efectivamente, le concedió la vida eterna, pero sucedió que había olvidado
pedir juventud. Al fin y al cabo, un olvido nada menor.
El caso es que la
Sibila realizó una nueva exigencia, solo que esta vez Apolo reclamó algo a
cambio… Le daría juventud a condición de que entregase su virginidad, pero la
Sibila no consintió, pues la consideraba de gran importancia.
Pronto llegaron
las consecuencias… Mientras envejecía su cuerpo, la Sibila empequeñecía y
secaba. Finalmente la encerraron en una jaula para pájaros, en las oscuridades
del templo.
Abrumada por una
existencia en permanente deterioro y contrariada por haber olvidado solicitar la
belleza a perpetuidad… La Sibila de Cumas llegó a vivir alrededor de 900 años.
Cada tanto, los curiosos
la oían quejarse en un penoso deseo… Y aquel deseo era la muerte.
La Sibila no
pudo conocer su propio destino -y en su afán de corregirlo- quedó atrapada en
una imposible huida hacia el pasado.
El pasado está alejándose a la velocidad de las
estrellas, pues hoy resulta complicado el acceso a sus formas. Miles de
recuerdos alojados en lo más secreto de la memoria, son erosionados de la
conciencia, como mensajes escritos en la arena. Y si no, ¿quién está en plena
facultad de acordarse algo que ocurrió hace 15, 20 años atrás?
En algún punto, los recuerdos están atravesados por la
creatividad, amueblamos nuestras historias al igual que los autores de libros
escriben sus capítulos. Lo que pasa es que ninguna realidad permanece fuera del
tiempo, pero el hecho de que la memoria sea
selectiva, invalida el afán de recordarlo todo. Además, si fuese sencillo no
olvidarse nada, no tendría lugar la alegoría en el relato.
Nótese que cuando alguien quiere
abordar un momento, siempre es realizado a partir del presente. El pasado excede
tanto, pero tanto, que no deja de ser un horizonte abierto y de profunda
inestabilidad.
El presente es una fisura
que separa la memoria del pasado -y al mismo tiempo- un pasado ambiguo, porque está
reinventándose a cada rato.
Por supuesto, la coexistencia
de ambas instancias haría saltar los fusibles del universo. No habría distancia
entre pasado y presente, sino una disolución caótica del tiempo. Una línea
recta que proviene del infinito y que hacia el infinito se desplaza.
-2-
El tiempo oscila y produce
movimiento -y por ende- genera diversas concepciones. Pero las cosas recordadas
difícilmente coinciden en su real dimensión. En tal sentido, la carencia
establece un deseo a la justicia, a la poesía. De este modo, la memoria se asemeja
a un dispositivo redentor, un mecanismo encargado de reparar las historias,
corrigiendo y embelleciéndolas, a partir del momento que lo indique la
necesidad.
Resulta extraño pretender
que nuestras historias sean absolutas, cuando la forma de narrarnos a nosotros,
está sujeta a una colección de interpretaciones. Nadie recuerda la totalidad de
su vida y no ve allí una carencia.
Es más, a veces contamos
segundas, terceras y cuartas versiones de un mismo hecho. Y esto revela la
intervención de toda una dialéctica, entre el paso del tiempo y nuestros propios
cambios.
Nuestra memoria funciona
dentro de una enorme ambigüedad, en torno a ese misterioso vértice que nos hace
ser conscientes de quienes somos, pero también de quienes pudimos haber sido.
Entonces, antes que pensar
la relación de mi yo en la sociedad, es un yo que subyace a todos mis
actos.
Pregúntese, ¿hay un mismo
yo, delante de los diferentes acontecimientos que padecemos? ¿Somos iguales a
cómo nos recordábamos, por ejemplo, en la infancia? Somos y no somos.
La memoria está
básicamente en aceptar una impresionante paradoja… A cada rato somos otros,
pero también los mismos.
No obstante, el
hombre moderno vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es
la aprobación ajena.
Tenemos una cultura que
consiste en menospreciar la inteligencia y en su lugar, deleitarse solo con lo
que los ojos permiten ver… El envase antes que el contenido. El cuerpo antes
que el alma y la inteligencia.
La memoria nos habla y ese
acto nos transforma. Cada paso que damos es una reinvención del pasado. Y aun
así, lo que pasó, pasó y todo lo que diga ahora, ya es otra cosa.
-3-
Una tardecita de febrero, entre mates y ricas facturas,
leí un artículo en la web acerca del recuerdo de los viejos amores.
El autor de la nota opinaba que el amor del pasado es un
faro que guía hacia el futuro, es decir, sirve para construir entre lo que
deseamos y no deseamos afectivamente con otra persona. ¿Se entiende?
Ahora, ¿qué hay de cierto en ello? ¿Por qué recordamos un
amor del pasado? ¿Hay algo determinante, señalando el destino de los afectos? ¿Es
posible amar a futuro? ¿Cuál es su relación con el presente? ¿Revalida el
camino del amor o del odio, en la convivencia diaria? ¿Y si el recuerdo fuese
solo una idealización que hacemos para tranquilizarnos? ¿Conviene mantener
cerca a las ex novias?
Empezamos desde el final… ¿Cuánto debe esperarse el
regreso de un amor? Un clarísimo ejemplo es la Odisea de Homero y la espera que
debió afrontar Penélope… Su esposo Odiseo tarda 10 años en volver a Ítaca y
cuando lo hace, su aspecto es la de un vagabundo. Un desconocido. Un fantasma
que nunca termina de corporizarse.
Y encima, como si esto no fuese lo suficientemente
angustiante, los
pretendientes aprovecharon su ausencia para disfrazar una supuesta amistad con
Penélope, pues deseaban suplantar la ausencia de Odiseo.
La fidelidad amorosa presenta el drama de la
variabilidad. El hecho de ser inconstantes suscita una mala noticia para
cualquiera, pues uno espera que a su pareja la invista un apetito de eternidad,
o sea, desea que alguna relación le dure para siempre.
Y claro, ¿quién está en condiciones de ofrecer garantías,
sobre algo tan inestable como el amor? No alcanza con tener voluntad, ser
respetuoso y obedecer las preceptivas que existen alrededor de la convivencia.
El escritor Roland Barthes asegura que el enamorado
construye alrededor del amor, es el poeta del vínculo. Difícilmente sea artífice
de su culminación, pero si esto ocurriese, el enamorado prefiere creer que el
ser amado no ha desaparecido, sino imaginarlo alejado en un mundo diferente.
Barthes añade que toda renuncia al vínculo supone un desprecio
a la esperanza. Las esperanzas siempre corresponden al sujeto que se queda.
Por lo cual, donde hay esperanza, hay una espera. El
enamorado rema lo que sea necesario remar. Y no importa qué situación tenga
adelante. Por eso las esperas amorosas, acaso las más importantes, suelen ser
poéticas.
Amar es saber perdonar sin difamaciones, sin reclamos, sin
andar controlando por reloj la demora del otro… Precisamente, amar es ir contra
uno mismo.
-4-
Lo malo de una espera, es la inmovilidad del otro, es decir,
desaparece por completo, sin dejar ninguna clase de señales. Dicha ausencia
desacelera la ansiedad del enamorado. La apaga.
Y entonces, hay un diálogo permanente con el ausente, a
través de la evocación. Reúne cada uno de los instantes vividos y los analiza
minuciosamente. Trata de entender los motivos del ausente, de la misma forma
que los detectives reúnen pistas para esclarecer un caso.
El
regreso debe realizarse con rapidez. Que el otro regrese más o menos pronto.
Tampoco muy pronto, porque hay que resistirse un poquito. Si regresase a la
media hora, nuestro llanto saldrá un poco teatral, fingido, más para cumplir
con los requisitos básicos de la tristeza.
Conviene
que regresen a la semana. A más tardar, un mes después. De ese modo estará
convencido que lo aman realmente. También para no difamar, que es lo que suele
hacer el abandonado… Se indigna en el rechazo. Produce toda clase de
menosprecio y acaba por asumir el rol menos seductor del mundo… El de la
indignación.
El
amante indignado sabe que no tiene salvación y entonces siembra un
rencor hacia aquel que lo ha abandonado o rechazado. Genera un odio oculto, que
tiende a durar una vida entera.
Creo
en el regreso diligente, generoso, llenos de intensidad, porque incluso evita
las consecuencias jurídicas del rechazo. Digo, para ahorrarse discusiones y
peleas inútiles con amigos, parientes o compañeros de la mujer amada.
En las afueras del
pueblo de I Shi, justo al pie de una montaña, se alzan unas estatuas
misteriosas.
Los nativos de I
Shi cuentan que un soldado enamorado marchó a una guerra en tierras lejanas. Cuentan
también que su novia fue a despedirlo, al pie de aquella montaña. Con lágrimas
en los ojos vio alejarse a su amado, perdiéndose en el atardecer.
Sin embargo, permaneció
allí durante largas horas. Las horas hicieron días y los días fueron meses…
Finalmente, la espera convirtió su delicado cuerpo en piedra. Tal vez lo mismo
ocurrió con su esperanza de volverlo a ver.
En los años
siguientes, en ese mismo sitio, otras personas resultaron petrificadas por despedirse
demasiado. Hubo quienes pudieron huir a tiempo, aunque con el corazón endurecido
para siempre.
Los vecinos de I
Shi advierten que no debe despedirse a nadie al pie de la montaña… El que lo
hace, no vuelve a ver jamás al que ha partido.
Aquí entrevemos mucho más que eso… Todos los amores
pasados son I Shi. Nadie vuelve a ver a la primera novia que se ha ido. Todos
sus recuerdos son falsos y todos sus olvidos son definitivos.
¿Sabe
por qué las ausencias deberían ser breves? Para que no se olviden de nosotros.
Como un enunciado de la termodinámica, el olvido invade y lo corrompe
absolutamente todo.
El
olvido no solo nos aniquila de los sitios en los cuales fuimos dichosos.
También de personas que al nombrarlas, nos daban alguna esperanza. Mejor aún,
iluminaban nuestra vida.
-5-
El pasado clausura la existencia de algo y eso angustia.
Angustia que haya un cierre. Con el recuerdo ocurre lo contrario, es la manera
clásica de mantener vivas las historias.
Por su parte, Lord Byron dice que la evocación causa
tristeza y la forma clásica de aliviarla, es transmitir sofisticación a lo que
quiero contar. Vestir un relato con nuevos matices.
A fin de cuentas, si cada recuerdo supone una escisión
que hacemos sobre nuestros relatos, cabe averiguar si en el fondo, todo
recuerdo no refiere a una resistencia contra el presente.
Anamnesis es un término griego que significa abordar el
conocimiento pasado, para recuperar al hombre del presente. Básicamente, es la
capacidad del alma para recordar los conocimientos que olvida, una vez que
ingresa a un cuerpo nuevo.
Platón lo considera fundamental en tema de la
reencarnación, aunque no consideró que usurpar un cuerpo, implica olvidarse el
señor que fuimos.
Quiero decir, para lograr una metamorfosis perfecta, es
preciso la carencia de memoria. De lo contrario, es una cuestión de sustituir al otro,
tal como la mayoría de los mitos clásicos.
Cada retroceso en el tiempo es un intento por modificar
lo que no está sucediendo ahora. No solamente en el amor de pareja, en
cualquier aspecto.
Desde luego que sería fantástico atravesar las barreras temporales
y retroceder al almacén de barrio,
las noches de carnaval, el juego de la botellita, la casa embrujada, etc. Pero
uno ha cambiado y lo que es peor… También las reglas del universo.
A pesar de ello,
existe la buena noticia del arte. El arte opera a partir de la historia que nos
dan a conocer y en cada una de sus combinaciones posibles. Entre lo que fue y
lo que podría haber sido.
¿Qué motiva
recordar los amores del pasado? Sobrevivir a la tragedia constituida
alrededor de un fracaso amoroso. El temor a fracasar con una nueva relación, provoca
un escenario amueblado con los mejores momentos vividos en el pasado.
En el instante que a una persona la catalogamos como inolvidable,
las demás son portadoras de destinos, en fin, un poco inferiores. Presiente que
nadie estará a su altura. Ha colocado a una persona tan arriba, que no cuesta
conjeturar lo difícil que será su olvido.
Por lo tanto, en la medida que lo inolvidable construye
alrededor del otro, una excelencia y un misticismo romántico, impide pensar que
lo que podría pasar ahora, quizá alentaría a mejorar cualquier situación vivida
en el pasado.
El paso del
tiempo invita a reconocer lo limitado que resulta acceder al pasado,
pero también de lo que supuestamente precisamos en el presente. Y ese es un
problema.
Acaso, ¿no existe posibilidad de renovar aquella dicha en
otra persona? ¿O la dicha es un término absoluto, propio de un sujeto en
particular y entonces el otro que conozca, tiene la imperiosa obligación de
cumplir con mis expectativas?
A partir de las necesidades consigo anticiparme y
visualizar qué quiero hallar en un otro y así construirlo a medida. Sin
embargo, me gusta pensar en el encanto de la poliorcética… El otro llega desde
afuera, invade y descoloca.
El otro es el inicio de una revelación, no estaba
prevista de ningún modo. Los espacios de la memoria se alumbran, son revolucionados
cuando alguien nos desordena.
No es que no existe el pasado, no, no. Hay una
resignificación. Como si toda nuestra vida pasada hubiese sido apenas una
preparación para conocer a esa persona. Guarda con eso.
-6-
Para escribir una buena historia de amor hay que resistir
la tentación del recuerdo y comprender que nadie tiene ganas de repetir el
pasado, sino más bien transformarlo. Y no concebirlas con características
similares a un amor que pudo haber dejado marcas imborrables.
Hay amores que arrastran muchos años. Demasiados. A
veces, una vida entera. Y el hecho de considerarlos sumamente relevantes,
tienden a opacar una relación que podría surgir ahora mismo y causar que se le
antoje… Bueno, usted ya sabe, un poquito mediocre. Mediocre porque es
predecible, elemental en sus aspiraciones.
Es imposible estar parado en un sitio y en otro,
simultáneamente. Coleridge tenía razón al decir que hay que aprender a amar
desde la ingenuidad. Tal vez ningún desencuentro sea el resultado de una
casualidad…
El universo traza sus propias posibilidades. Colabora
detrás de los efectos, dibujándose a sí mismo. A cada rato. En cada silencio y
con cada eterna ausencia. Estamos envueltos en una irremediable expansión.
Vamos modificándonos segundo tras segundo, poniéndole el pecho a la adversidad.
Vivir el presente supone entender que somos herederos de
las cadenas temporales, del espacio y su lógica… El que vuelve sobre sus pasos
y tropieza con veredas y plazas que no recuerda haberlas visto durante la
niñez, pronto se da cuenta que está condenado a las estructuras del
progreso.
Asimismo, existen decisiones tomadas. Que nos hayan
soltado la mano, ya no es un capricho de la termodinámica… Las antiguas novias
son estrellas que cuestan situarlas nuevamente en el firmamento. Desaparecieron
del cielo.
A lo mejor explotaron hace miles de años y todavía no lo
sabemos y que ahora sus imágenes se presenten borrosas, imprecisas, explica las
fuerzas demoníacas que ejerce su indiferencia sobre nosotros y el universo.
Yo soy un convencido que frente al desamor, no queda más
salida que el olvido. Es inútil insistir donde ya no nos quieren. Por mucho que
insista, por mucho que obsequie, por mucho que jure haber cambiado, no existe
nada que haga torcer o modificar una voluntad que ha sido tomada.
El desamor desgarrada porque el alma del enamorado comienza
a desaparecer del maravilloso paraíso en el cual lograba sentirse fundamental,
único e inamovible. Desde ese momento, viene la intrusión, la violencia, el
acoso, porque muchos hacen lo imposible por resistir tal condición. Perdonan
cualquier cosa… Deudas, pequeñas mentiras, que le revisen las cosas, lo que
sea. Pero no rechazos.
El secreto está en saber interpretar las señales del
destino. Para distinguir ciertas verdades es fundamental estar algo chiflado,
ser un poco mago, vivir lo más desordenado posible.
Las novias que han dejado de amarnos y se extravían en el
pasado, no hacen más que enfatizar una que aún no es, pero que ha nacido para
destronar a todas las anteriores.
Cada quien es dueño de decidir sus estrategias. Parte hacia
Troya y desata una guerra. O sigue alimentando una pasión que ya se ha
extinguido, del mismo modo que los dinosaurios.
-7-
El ser humano carece de medios que proporcionen la
posibilidad de desplazarse hacia atrás y traer de regreso a una novia, a un
familiar o a un amigo de la secundaria.
En su lugar, la mente arregla el escenario, selecciona
los personajes y determina las circunstancias, porque la vida humana está
esparcida sobre el tamiz de la memoria y una de sus funciones, consiste en
transformar el presente.
Por lo cual, no significa que lo que haya sucedido, no
haya sucedido. Justamente, lo que ocurrió, ocurrió. Lo que pasa es que al
momento de acceder al pasado, interviene el presente.
Somos una historia que está reinventándose a cada
instante y su enlace con el pasado, es un modo de reinventarnos en el presente.
Yo creo que el recuerdo subsiste en tanto se idealiza al
otro y entonces, discutamos de una vez las consecuencias que produce la
idealización, pues sus efectos suelen ser devastadores.
Desde luego, podrá objetarse que hay formas de recordar
un amor… Como el mejor de los paraísos o el peor de los infiernos. Y aun así, me
parece que todo vínculo no deja de ser una cuestión de matices, pero que más
tarde son pulidos y descartados hasta lograr que el otro influya en aquello que
pretendo que ese otro sea.
El ideal anula la probabilidad de conectar con lo
diferente -o lo que es igual- evita la enojosa tarea de perder el tiempo
relacionándose con alguien que usted no desearía ni por asomo.
Este modo de conocerse con el otro, siempre fracasa desde
el vamos, así que lo diremos de una vez… La idealización elimina tener que plantearme
quién demonios es el otro que se presenta ante mí.
Si
me alcanza que el otro sea lo que yo quiero, deja de haber un otro. No hay
otro. Soy yo mismo, puesto sobre el otro y no conecto. Pero si el otro es
totalmente distinto a mí, tampoco tengo manera de conectar. ¿Y entonces?
El ideal conecta con lo que uno espera del otro… En
consecuencia, el otro nunca es quién dice ser, sino una construcción que
promete calmar y resolver nuestra propia carencia.
Es interesante cómo la idealización obstruye el
acercamiento de lo diferente. Ni siquiera referido a la coincidencia de
opiniones y compartir gustos similares, porque eso no quita que el otro sea
diferente.
Lo peligroso del ideal es que despierta actitudes plebeyas.
Y el amor sucede o no sucede, tan simple como eso. No es una apuesta como
prefieren llamarlo algunos. ¡Dios mío! Como si el otro fuese un plazo fijo.
Solo los imbéciles apuestan, porque el amor no es ganancia. Lo sería en el caso
que busque priorizarme, si antepongo mis condiciones antes que las del
otro.
No obstante, en el amor no hay condiciones. Precisamente,
si las hubiese, entonces estoy preservándome. Estoy negociando mi tranquilidad
con el otro –pero, ¡ay!- el amor es un acto de locura.
Ni salgo ganando, ni me sosiega. Al contrario, voy en
contra de mí mismo. La prioridad es absolutamente del otro. El amor es el otro.
El otro estremece mi voluntad, no es algo que puedo controlar.
Durante el enamoramiento, nada puede resultarle indiferente… Su presencia,
impacta y su ausencia, desgarra.
-8-
A medida que avanzamos, aparece el otro. Envuelto
en un vértigo, como inaprensible a la razón y sin embargo ahí está, denunciando
su percepción.
Eso
inquieta. El amor es inquietante al conocimiento, porque uno quiere conocer al
otro.
Ahora,
es un saber no remitido en averiguar cuánto mide, a qué hora se acuesta o cuál
es su cantante favorito. No, es el encuentro con un saber más profundo, más minucioso…
Usted quiere navegar a través de todos y cada uno de sus átomos.
Por
eso angustia el amor… Uno precisa mil vidas para conocer al otro. Y esto revela
por qué no nos relacionamos con las emociones, del mismo modo que se comparan
los precios de los lavarropas.
Me parece que cualquier indicio del otro, es previo a su
definición enciclopédica.
Reitero, el otro viene y desborda. ¡Y agárrese! Así que
no estoy tan seguro que haya que asistir primero a la facultad y prepararse
luego, en caso que le vaya a suceder el amor. Al revés. Su irrupción descoloca
y enciende las alarmas del conocimiento.
Pero, fíjese… Haga lo que hiciere, usted sale perdiendo.
¿Sabe por qué? Porque amar es ceder lugar al otro. Duele amar porque estoy
dejando que me invadan las diferencias.
Parece una mala noticia y no lo es... Después de todo, el
acceso final a la otredad es casi divino, ya que siempre resulta
imposible.
Aquí en el blog postulamos lograr un punto intermedio, es
decir, que la diferencia del otro no sea abrumadora, pero tampoco que su
semejanza implique quitarle particularidad.
Se
trata de pactar un acuerdo por el cual, la relación no esté teñida por la
ventaja de uno u otro.
Probablemente ciertas vecindades reconforten, pero es el
otro quien invade y transforma con su diferencia. El otro tiene que
transformarme o si no, hago del otro una relación de comodidad.
Perder
no significa habilitar el sometimiento y la cosificación. No, no. Significa
abrirme y dejarle espacio a su propio crecimiento y a mi conocimiento del otro…
Amar es un deseo de aprender a entender lo incomprensible. Nada más, ni
nada menos.
-9-
Solamente desde el presente es posible resignificar
nuestra historia. Claro, pero siempre lidiamos con el olvido.
Ovidio cuenta la
historia de Pomona, una ninfa del Lacio.
A ella le gustaba
salir a cazar jabalíes junto a Pico, pero una mañana la poderosa maga Circe vio
a Pico y quedó prendada. Ahí nomás aplicó un hechizo para desorientar al
séquito y en medio de la confusión, transformó a Pico en un espantoso
jabalí.
Lejos de las
miradas indiscretas, Circe devolvió a Pico su condición de hombre, pero ni bien
quiso amarlo, recordó a Pomona y como pudo, dio por finalizado el encuentro.
Muy indignada por
el rechazo, la maga Circe convirtió a Pico en un hermoso pájaro que levantó vuelo
y nunca más logró ser visto.
Pomona resistió la
ausencia del hombre que amaba. Anduvo distante un tiempo, hasta que una noche, agotó
sus fuerzas…. Buscó las orillas del río Tíbet y se quitó la vida.
Hay quienes aseguran que Pomona aún canta sus últimas
poesías. Para nosotros, que nos encanta descubrir buenas rimas, su figura se
disolvió en el aire... Acaso como ese olvido que nace con el desamor.
¿A quién no le gustaría retroceder su vida y corregir las
bisagras que ciernen sobre nuestro destino?
El recuerdo desnuda una incapacidad para lidiar con el
presente -y al mismo tiempo- una fuerte relación con el pasado. Parece ser un modo de
embellecer la biografía, pero hay un detalle que no es nada menor… Para volver
al pasado es imprescindible olvidar el presente.
¿Por qué no sirve volver al pasado? La vida admitiría una
constante evaluación del error y en consecuencia, no habría nada perdido en el
universo. Podríamos calcular, medir, corregir de forma inmediata y sencilla,
cada uno de nuestros actos.
Y nada tan inexacto como eso. La fuerza del tiempo es
similar al minotauro que perseguía a Teseo, entre los corredores del laberinto…
Viene llevándose puesto lo que encuentra en su camino. A quienes fueron
artífices de nuestro pasado y a quienes lo son en el presente.
Para mí, cada historia con el otro, es una historia
distinta. Más allá de lo que pudo haber dejado la primera novia, la quinta, o
la última. No interesa el orden. No es un ejercicio mental para ver con quién
la pasó mejor o peor, ya que cada historia es un tránsito hacia lo diferente.
Por
eso el olvido no es un acto voluntario y metódico. No es algo que
propongo y que sucede a través de una declaración pública, primero y ante un
escribano, después. No, no.
El olvido es una debilidad sensitiva en la cual, el otro
empieza a deshilacharse de la memoria, hasta desprenderse finalmente, de los
límites de nuestra locura.
Desde luego, algunos prefieren retener al ausente y así,
les agregan una condición espectral a cualquier relación que vinieren a tener
más adelante. En este caso, habrá que liberar al pasado de su convivencia
diaria. Y si no fuese posible, ¡hay que salir rajando!
Hay que evitar la tentación de jugar un porotito y anotarse
en la resignación del otro, es decir, creer que a usted lo quieren porque
estaba escrito en las páginas del destino y todo eso, cuando en realidad está para
cumplir con el deber burocrático de hacer olvidar al que se ha ido. Eso es una
porquería.
Un relato que mencione cualquier experiencia pasada,
supone la descripción de una circunstancia imposible de superar.
Sin embargo, ninguna experiencia sirve para amar. Ni
siquiera la más formidable, pues en el amor la experiencia no se revisa.
Lamento lo que voy a decir, pero no me conmueve el
pasado. Ni un poquito. Más bien, tiende a desinflarme el ánimo. Es inútil darse
manija y encerrarse a recuperar una emoción que caducó hace siglos.
En mi humildísima opinión, uno pone sus mejores esfuerzos
en el mismo momento que ve esperanzas, no cuando han desaparecido por completo.
Mientras haya algún indicio de esperanza, conviene
prepararse a pelearla. Después ya no.
-10-
La estrategia de potenciar el pasado, suscita que esté
presente en el día a día. Un condicionante tal, que todo vínculo entra
necesariamente en una obsesión comparativa e insoportable. Digo, ¿a quién le
gusta que lo comparen con un ex?
Yo creo que el recuerdo garantiza el mejor aliciente que aspiran
algunos… Cumplir con la fantasía del ideal. Sentarse en una mesa de café y que
el otro esté alineado a mis gustos personales.
Y es absurdo. Absurdo porque el amor no alude ir al otro
con un listado de pretensiones para que me guste. ¡Me gusta la persona que
tengo enfrente o no me gusta! Después veo cómo manejar la situación, es decir,
si lo detengo a tiempo y establezco mis condiciones, o dejo atropellarme con
todas y cada una de sus contradicciones.
Si no priorizo al otro, no acepto la diferencia. Estoy
priorizándome a mí mismo. Por añadidura, cada relación estará sujeta a mis
propios intereses.
Naturalmente, ¡qué alegría que el otro fuese algo
limitado a encajar en lo que uno espera! Malas noticias… En ese caso, hago
negocio para mí. Es una relación que estará signada por los recortes que
realizo sobre el otro.
Y claro, ahí estalla el conflicto. Por lo tanto, cuando
el otro viene e impacta, de inmediato lo invade y lo transforma. Siente
reclinar todo su mundo hacia algo superior.
Tal vez el amor sea lo más parecido a un viaje. Un viaje
hacia un otro que cuesta definir con palabras, que no es comparable a nada
visto previamente.
Por eso tampoco tiene tiempo. Ni pasado, presente o
mañana, porque su presencia deshace todas las barreras temporales. Como si el
otro hubiese preparado su vida para conocerlo a usted y viceversa.
Coleridge aseguraba que el goce artístico, implicaba
suspender la incredulidad. Añadiría que uno se relaciona con la misma
ingenuidad que nos conecta con el arte. Al fin y al cabo, nosotros somos hijos
de relatos que son contados una y otra vez, como podría ser el caso de La
Biblia, Romeo y Julieta o La Divina Comedia.
A lo mejor hay algo de arte en nuestras cotidianidades… Somos
una puesta en escena. Una ficción luminosa que prepara el alma para que algo
tenga sentido. No es poca cosa.
Insisto, la existencia del otro –que irrumpe y desordena-
pone en riesgo las formas y los lenguajes conocidos. Y ahí la inteligencia
asoma como un elemento poderosísimo en el amor.
Además de aprender a descubrir que hay un otro, para
profundizar en su conocimiento, digo, más allá de los formatos y cánones que
impone la sociedad.
En ese punto, el amor es un desbordamiento y entonces,
ningún formato es posible.
Termina siendo muy sencillo convertir al otro en un
documento o un contrato y utilizarlo para avalar su conducta amorosa… Sin
embargo, nada, pero nada le asegura que lo amarán para siempre. De ningún modo. La veracidad de los registros civiles,
carece de toda alegoría.
El amor es un camino
maravilloso. ¿Hacia dónde? ¡Qué sé yo! No lo sé. Hacia lo incierto, supongo.
A
perderse en los laberínticos jardines del conocimiento, para que una mujer sepa
todo lo que la amo, del modo más irrenunciable y sincero.
Decirle
que nada ha sido producto del azar. Que una pasión no puede incendiarnos en el
infierno, sin consecuencias, sin evitar derrumbar unos cuántos imperios... Y
sin perder un poco la sensatez y la compostura, en un mundo demasiado razonable
y escribanil para mi gusto.
-11-
Recordar es una manera de acceder a lo ausente, con el
atenuante que a mayor lejanía, más deformada la percepción de los hechos. Siempre
está faltándonos algo y sumado a que la muerte nos pisa los talones, constituye
una carencia sin solución definitiva.
La tristeza está estructurada con nuestra frágil
condición y una forma de resolverla, es darle sentido a las cosas.
Borges decía
que si la muerte estuviese acuñada en un lado de la moneda, el amor sería la
contracara… Y está bien eso.
La muerte no es una comprensión lúcida, pero tiende a ser
asfixiante. Una cosa es saber que estará causada por nuestra frágil condición y
otra observar al verdugo, preparándonos la cicuta. Digamos, morir, vamos a
morir igual, pero como ocurre en el encuentro de Gilgamesh con Utnapishtim, lo
incognoscible da un pequeño respiro. Al menos tratamos de hacer algo para
desalentarla un poco.
El hombre actual resiste la muerte desde una mirada terapéutica,
prolonga su vejez mediante operaciones, asiste al gimnasio, duerme las horas
necesarias, etc.
Sin dudas, prácticas inútiles que no resuelven nada,
porque tal vez no haya ninguna cuestión de fondo, sino otra fuerza superior que
emerge y nos renueva en una búsqueda persistente. Justamente, por su
incomprensión, por su diferencia, nos empuja a entenderlo… ¿Y eso no es lo que uno
hace en el amor?
Yo pienso que el problema con la muerte, es la actitud
que tenemos frente a ella… A uno le ataca una pulsión muy intensa cuando la
siente cerca. Sea por vejez, enfermedad o la desaparición física de un ser
querido.
Ahora bien, usted puede pararse y tratar de vencerla, o
aceptar su condición y resignarse. ¿Y no sucede en el amor?, pregunto
nuevamente. Usted se enamora de la más hermosa, ¿y qué hace? ¿Se disfraza de
lluvia dorada, como Zeus para seducir a Dánae? ¿O elige un destino menor y
vulgar, allí donde no se requiere esfuerzo, ni comprensión alguna?
Mire, la nostalgia le queda bien a la literatura, al
cine, a la música. En general, sirve como un gesto poético y denotar el paso
del tiempo. Jamás para enamorarse. Menos para renovar un deseo por un amor
antiguo.
En
cuestiones amorosas hay que desconfiar en el pasado y de los planes a largo
plazo. Solo existe este momento, el presente, el ahora.
Es como
aquel que pide tiempo para aclarar sus cosas. Bueno, nadie puede suponer que
dentro de mil años todo estará en orden y después vendrán a confesarle que lo
quieren. No, no. Conviene hacerlo en el instante que siente el deseo. Después
ya no. Puede ocurrir que el otro no le guste más, digo, no es sencillo sostener
una emoción, una vez pasados los 15 o 20 años.
El
enamoramiento no tiene nada que ver con un deber cívico, o sea, que haya una
obligación moral de andar revelando cosas que sintió en determinado momento, a
pesar que ahora ya no lo sienta.
De nuevo,
las cosas se dicen en el momento o no se dicen. Y aquí quiero hacer
notar un detalle de pereza, en la actitud de algunos enamorados… Es una que
consiste en tentarse con la inacción.
El hombre que juega con su propia inseguridad, suele
formularse lo siguiente… ¿Para qué voy a ir a buscarla y decirle que la quiero?
La quiero tanto, ¡pero voy a tener que ir tan lejos!
La quiero tanto, ¡pero está en otro barrio!
La quiero tanto, ¡pero sus amigos me detestan!
La quiero tanto, ¡pero seguro me va a decir que no!
La pereza. Es la comodidad del que prefiere tener las
cosas ordenadas y sin sobresaltos. El haragán suele perderse grandísimos amores
cuando pone demasiadas excusas y más en una sociedad machista como la nuestra,
que tiene mal vista a la mujer que quiere dar el puntapié inicial en una
relación.
No
obstante, desencadena algo mucho peor y consiste en un deseo -casi patológico-
de mitigar la soledad a cualquier precio… Cuando las historias quedan truncas,
como tantas cosas en la vida, no hay un libretista ni un escritor que pueda
redondear un final y anticipar lo que va a ocurrir.
Y
entonces, ¿qué pasa? ¿Qué pasa? Se elige el camino de
la resignación. Una vez abandonados
los esfuerzos por conquistar a la persona que realmente le gusta, el sujeto apunta
sus probabilidades amorosas en aquellas de menores jerarquías.
O sea, comienza a dar testimonio de milagros
de segundo, tercer y cuarto orden. ¡Cree ver belleza por todos lados! Y si no, ¿cómo
explicamos que el 95% de la población se enamore de la mejor amiga, de una
compañera de oficina, de la prima lejana, de la vecina que vive en la otra
cuadra?
La muerte
es el reverso del amor. La muerte tiene otredad, solo que nada sencilla de
comprender. En el amor también hay un otro y en ambos casos -amor y muerte- un
intento de traspasar todas sus barreras y quitarles ese misterio tan particular
que nos fascina.
Evidentemente,
recordar provoca encono con el presente y así se adorna el relato, ya que nadie
quiere revelarse tal cual es. En todo caso, nos deslizamos a partir de lo que
el otro elige contar de sí mismo… Bueno, en algún momento de la vida habrá que
desacelerar la melancolía que causan los amores del pasado.
Para los
grandes milagros, son fundamentales las grandes esperas. Y no está mal que una
mujer tenga el poder divino de borrar los hombres que fuimos y hacer de
nosotros, uno completamente distinto.
-12-
Muchos años atrás tuve un intento fallido de
regresar al pasado. El propósito era renovar mi amor por una ex novia.
Por razones inexplicables, mi optimismo
amoroso había vuelto. Arreglé mi espíritu y subrayé en un mapa los sitios que
frecuentábamos juntos. Así que pronto salí a recorrer aquellos barrios que tuvieron
sentido, pero vi que todas sus calles habían cambiado de nombre.
Los comercios parecían emplazados. Saludé
como vecinos a unos perfectos desconocidos. Por último, quise rememorar sucesos
que alguna vez creí notables, como estudiar a las apuradas en el café de Ciudad
Universitaria, mi primer beso en jardín de infantes, la velocidad para saltar y
recuperar las pelotas que caían en algún patio ajeno… Todo fue en vano.
Apenas llegué a casa, calculé que la memoria
podía estar jugándome una mala pasada. Pero luego comprendí que ninguna calle,
ningún amigo, ninguna novia, ningún barrio es apto para regresar. Volver a los
sitios que no nos esperan, resulta un golpe devastador para el más incrédulo.
Las verdades del tiempo permiten hacernos
comprender que uno no solo vuelve a lugares y sucesos equivocados, sino también
a personas que han prescindido de su presencia. Y así, envueltos con ansias de
gloria, usted cruza el Mar Egeo y se da cuenta que Troya fue arrasada hace
rato.
A lo mejor, insisto, la vida es un continuo desplazamiento
hacia lo desconocido. En realidad, no existe pasado donde regresar, tampoco
nadie que regrese del pasado. Yo creo que es una narrativa impresa en la
memoria y como permite describirnos, la utilizamos para repensar nuestro contexto,
cada vez que sentimos la ausencia de buenos augurios.
Pero, hay una pugna muy interesante, allí,
entre lo que nos tocaron vivir y un otro que llega para desordenarlo todo y
transformarnos. Y ese es el desafío que tienen los buenos enamorados… Entender
al otro por fuera de los estereotipos, porque hay quienes esperan que encaje en
un conjunto de parámetros o categorías que impone un movimiento cultural
determinado.
¿Cuál es
el verdadero objeto del recuerdo amoroso? Acaso, ¿solamente resistir el olvido
de los momentos importantes? ¿Y el presente? ¿No hay ahora un momento
importante que no nos angustie? ¿Qué duele más? ¿Preguntarse qué habrá sido de
la vida de nuestra primera novia? ¿O duele que la última haya dejado de llamar?
¿Y si el amor fuese un constante reinvento y entonces, lo
que duele es que uno también se reinventa en el proceso?
Parece una contradicción, pero convengamos
que el amor es un poco idílico. ¿Cuántas veces habremos inventado a la mujer amada? Dígame
la verdad, con una mano en el corazón.
Es innegable que hay puesto algo de fantasía.
Casi no existe otra posibilidad. ¿Cómo hace usted para saber quién es el
otro? ¿Contrata a un detective para que investigue?
Nos enamoramos de personas que inventamos. Después, esa
invención podrá tener mayor o menor correlación con la realidad. Pero no
importa. Y está bien, pues, ¿cómo juzgamos la belleza, sino mediante la
percepción? Que puede ser errónea, equivocada, tendenciosa, exagerada.
Está bien inventarse al otro mejor de lo que es
realmente. ¿Qué importa que el otro no cumpla con los cánones que aseguran en
lo que consiste la belleza?
Lo importante es que yo me lo crea, pero para que alcance
a engañarme a mí mismo -de manera contundente- el otro también debe colaborar con
el engaño.
Y ese es un pacto impresionante que realizan dos personas
que se aman. Pero tiene que ser un engaño hábil y no de vuelo gallináceo, o
sea, de creer que uno termina enamorándose indefectiblemente de los compañeros
de la oficina o de los mejores amigos.
Los buenos amantes son los que alcanzan a inventar con
toda minuciosidad al otro y asimismo, los que se dejan inventar.
Así que, venga e invénteme. ¿Cómo le convengo? Invénteme
que yo colaboro. Incluso puedo sugerirle ideas para que me invente mejor.
Ojo, inventar no significa organizar una salida con una
persona parecida a otra que conoció en el pasado y así no tener que llevarse
puesto el desengaño cada 5 minutos. No, no.
Inventar significa seducir y dejarse seducir por el encanto de la
incomodidad. Además, uno puede relacionarse mejor consigo mismo, ¿por qué? Y
porque aquel que viene de afuera, despabila.
El
otro nos abre los ojos… Nos revela. No solo para saber cómo es el otro. También
para conocer quiénes somos nosotros.
Por
eso el amor es un deseo de conocimiento.
-Epílogo-
A la hora de la dedicatoria, imaginaba en formas de
regreso a los lugares que uno ocupaba, o creía haber ocupado. Y entonces, me
quedé pensando en el escritor Daniel Defoe y su famoso Robinson Crusoe, aquel
que por un naufragio, vive exiliado en una isla y más tarde, rehúsa volver a la
civilización.
Pensaba en el Conde de Montecristo y cómo Alejandro Dumas
convierte la vida de Edmond Dantes, en un regreso vengativo y lleno de
intrigas.
Pensaba en un cuento corto de Leopoldo Lugones que había
regalado a una persona muy importante, para señalar una opinión acerca del
problemático tema del acoso en nuestros tiempos.
Y fíjese que entre escritores como Lugones y Homero,
sucede un encuentro poético muy similar… La aparición de Heracles, no responde
a un hecho fortuito. No es casualidad que justo sobre el final, el héroe pase
por la ciudad de Abdera y la salve. En el regreso de Odiseo a su patria,
tampoco es el héroe que vuelve a reclamar sus bienes personales. Hay otra cosa.
Cuando se avecina una traición inminente, la concreción
de una venganza, un carruaje que no llega a tiempo, etc., cada lector empeña su
alma para que tales hechos sean interceptados por la acción de una señal
divina.
La llegada de Hércules, del mismo modo que Odiseo, no es
la bravura que necesitaban los muchachos de Abdera y los de Ítaca… Es el gesto
luminoso y poético del autor, que alumbra las esperanzas perdidas del lector. O
antes que estas se pierdan.
Por eso pensaba que lo interesante de la Odisea, es que
ocurre algo fundamental a los efectos, no solo del poder, sino también del
amor… Odiseo vence en la Guerra de Troya y vuelve a Ítaca. Y podría haber
echado a patadas a todos los pretendientes de Penélope, sin ningún tipo de
problema. Listo. Muerto el pollo, pelada la gallina.
Sin embargo, él comprendió que para volver a un lugar,
hay que reconquistar aquellas querencias que uno supo tener. Y que no basta
solo con la memoria de lo que uno fue y ser admitido nuevamente, allí, donde ha
estado ausente. Donde a lo mejor a uno lo siguen amando.
Odiseo desafía a todos los pretendientes en un concurso
de arco. Y los derrota. Odiseo vuelve a demostrar que es el rey de Ítaca, que
es el padre de Telémaco, que es hijo de Laertes y Anticlea y sobre todo… Que es
el hombre enamorado de Penélope.
Entonces, me pregunto, ¿a quién dedicarle este regreso?
Bueno, a usted. Efectivamente, a la misma persona que le regalé aquel cuento de
Lugones. A la mujer más hermosa del mundo.
Así que ojalá que esté leyendo esta publicación, porque
estoy desnudando mis sentimientos y revelando a quién amo.
A pesar que a veces sucedan algunas ausencias, a pesar de
algunas diferencias de opiniones, no importa. Siempre vuelvo a usted. Precisamente,
en el instante que creo estar partiendo, más comprendo que no puedo despegarme
de usted. Estoy encadenado a un solo destino posible, parecido al que vivieron Odiseo
y Penélope… Los únicos destinos que valen la vida esperarlos, porque valen la
pena volver y quedarse. Hasta el final.
Nacho
17 de Abril de 2019