La revelación completa la metáfora


El poeta hindú Tulsi Das compuso un destino muy singular y se trataba de la gesta de Hanuman y de su ejército de monos.

Años más tarde, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

 

Toda nuestra arquitectura física, mental y espiritual descansa en la oscuridad del futuro, pero el hecho de dominar la adivinación e influir sobre los demás, no es una práctica de la Edad Moderna. Durante siglos, magos, brujos y videntes declaraban conocer la fortuna y la desgracia que les esperaba a los hombres.

Ahora, poseer la facultad de anticipar un conocimiento –o ser transmisor suyo- abre de par en par a un interrogante… ¿Hay libertad en lo que elegimos o todo está previamente elegido?

Los megáricos negaban el concepto de futuro y pasado, pues, todo era una cuestión del presente.

Aristóteles decía que conocer algo era conocer la causa. En el marco de un futuro anuncio, entre lo que no ocurre y lo que podría ocurrir, ambas proposiciones no dejaban de ser ciertas… Eventualmente, algo deberá suceder. 

El fundamento aristotélico está vinculado con la dialéctica de la certeza. Si mañana llegara a pasar lo que pensábamos, entonces era verdad que ayer había una certeza. En caso de que no ocurra será preciso que mañana no suceda nada.

Este razonamiento implica que el futuro, sea lo que sea, está regido por verdades pasadas o supuestas verdaderas que son propuestas sobre el futuro. La necesidad y la contingencia son definidas en el tiempo y por un conocimiento empírico.

Muchos autores deterministas juran que con el destino es mejor no oponer resistencia. Hay que aceptar aquello que ha tocado en gracia, porque las voluntades están sometidas a leyes superiores.

Los fenómenos son prefijados a través de circunstancias ajenas, fuera de nuestro control, pero que determinan las acciones de un modo que las consideremos libres o propias. Desde luego, podríamos agregar que en menor o mayor grado estamos influenciados por factores externos. 

En contraparte, el libre albedrio declara que el hombre es independiente y el futuro depende de las decisiones que realice a lo largo de su vida.

Para Tomás de Aquino el destino probaba la limitación humana. Y conviene recordarlo, el libre albedrio es incompatible con la religión y los planes divinos, pues, si Dios sabe qué pasará y conoce las acciones que haremos, el límite de emancipación resulta cuestionable. Digamos, si no hay chance de modificar el plan divino que cierne sobre nosotros, el libre albedrío se antoja un poquito desesperanzador.  

El emperador de la dinastía Zhou fue Chengwang y vivió entre 1052 y 1002 a.C. Cuando era un niño, el adivino de su corte dijo que gracias a su talento en las artes de la magia, consiguió darle invulnerabilidad.

A partir de entonces vivió muy contento, pero una tarde paseaba por los campos y se clavó una espina en el pie. Y le dolió y sangró. Chengwang vivió muy triste sabiéndose engañado, sabiéndose vulnerable… Sabiéndose mortal.

La desconfianza en relación al destino tiene una elaboración bastante sencilla. Primero lo creemos de modo literal. Después decimos que es la metáfora de otra cosa. Al final descubrimos que las metáforas son caprichosas y dejamos de creer. 

 

2

 

Los actos del hombre parecen circular conforme la buena o mala voluntad divina, aunque un dios griego estaba condicionado por el destino. Existían los dioses, claro que sí, pero no eran capaces de alternar o burlar el curso de las cosas… El destino encarnaba una ley que afectaba a todos. Cualquier resistencia desataba una tragedia épica, porque el destino en Grecia era implacable.

La palabra oráculo deriva del latín "oraculum" y significa la revelación de una divinidad a la consulta, tanto como el santuario en el cual una pregunta haya sido interpelada. El oráculo era la respuesta que daba una deidad por intermedio de sacerdotes o pitonisas o sibilas. Además de interpretaciones a los mensajes físicos como el tintineo de campanillas o de símbolos sobre piedras como las runas o las cartas del tarot o el sacrificio de animales en altares.

En general, el oráculo es el lugar en que se consulta y recibe la sentencia. Los destacados de la antigüedad pertenecían a Grecia. Después los romanos heredaron y creando sus oráculos como la Sibila de Cumas.

Todos los pueblos tuvieron sistemas para predecir el futuro. Previo a los grandes eventos, reyes y líderes consultaban las previsiones que dictaban los oráculos y los sacerdotes y sacerdotisas contestaban en forma enigmática y repleta de simbolismos.

El último rey de Lidia fue Creso, muy querido por su generosidad. Sin embargo le preocupaba el crecimiento del imperio persa. Ni bien supo que las tropas de Ciro estuvieron cerca de sus territorios, resolvió armar una estrategia militar, conforme al dictado de los oráculos.

Pronto hizo enviar suntuosos donativos para asegurarse el veredicto más favorable… Un león de oro que pesaba cuatro hombres robustos y ciento diecisiete lingotes, rodeándolo. También ordenó que los habitantes de Lidia realizaran un sacrificio por el oráculo.

 

Cumplido el soborno, Creso se presentó en Delfos y el oráculo exclamó…

- Si atacas a Ciro, un gran imperio se destruirá. –

 

Los persas aplastaron al ejército lidio y Creso vivió sus días, prisionero del Rey Ciro.

 

Nadie emprendía empresa alguna sin consultar los dictámenes del oráculo, pero hubo tantos y tantos, que dejaron de ser veraces y a cambio de sobornos, el sacerdote ofrecía presagios de victorias que no eran tales. Ahí está Creso que no me deja mentir…

Los dioses fueron bastante perezosos y había que colaborar un poco... Acuérdese la inmolación de animales y su observación en el altar. Sacrificar bueyes suponía examinar la conducta del cuerpo, las entrañas con el degollamiento y la apariencia de las llamas que lo consumían.

Especialmente si el animal forcejeaba rumbo al altar, si se escapaba, si eludía el golpe, si brincaba o mugía al recibirlo, si la agonía era lenta y dolorosa, etc. Después de seccionar al buey miraban si el corazón era pequeño, si las entrañas caían al piso o tenían aspecto pálido o presentaba más sangre de lo habitual. En fin, todo era indicación de mal agüero.

En cuanto al fuego, debían levantarse con fuerza y generar una llama clara y pura, sin humo.

Fenómenos como rayos, cometas o eclipses fueron considerados mensajes celestiales. Más recursos de presagiar era el vuelo de las aves –en especial, el búho-, los estornudos, verse reflejado en el espejo del agua, el zumbido en los oídos, tropezarse al desembarcar, etc.  

No olvidemos el efecto que produce el sueño sobre la realidad. En templos dedicados a Apolo y a Asclepios se practicaba la incubación, un recurso que consistía en que el adepto durmiese en el interior del santuario y aguardara de la divinidad invocada, una revelación o un mensaje que llegaría mediante un sueño.

Antíoco III quería invadir Egipto, pero exigía saber el tiempo propicio para atacar. Entonces, en vez de atender los consejos del sabio, pidió al arúspice que inmolaran un buey. Y el arúspice inmoló al buey como dictaba la costumbre, pero no hubo pronósticos favorables para Antíoco y Egipto se mantuvo a salvo por un rato.

Aún se ignoran las causas que evitaron la invasión a Egipto... Si fue fruto de los malos augurios del buey inmolado, si escaseaban los hombres sensatos… O porque redondamente los bueyes no hablan.

El presagio anuncian un suceso futuro, pero interpretar presagios no es predecir el destino, sino interpretar el deseo del soñante. No sucede primero el sueño y después el contexto. Es al revés. El contexto causa que haya deseo y el sueño dispara el efecto, por ese motivo los sueños viajan hacia los terrenos más intensos e irregulares de la mente. 

El universo no provee demasiadas señales, solo un avistamiento de la indiferencia. Por eso, bienvenidos los que buscan señales y conservan en el corazón una esperanza. Hay que atento al brillo de las estrellas que son muy escasas.

Bajo la abrumadora inmensidad del silencio, la mínima señal de amor es una caricia que acompaña y nos reconforta.

 

3

 

Quienes interpretaban al destino en la Ilíada fueron los ceres, genios alados de color negro con largos colmillos y filosas uñas que transportaban al muerto, apenas caía en el campo de batalla. Desgarraban y bebían la sangre de cadáveres y heridos, de ahí que sus mantos llevasen manchas de sangre humana.

Los ceres participaban en el rol que se reservaba el héroe, como Aquiles que eligió la gloria al precio de una corta vida o Euquenor que enfermó y prefirió una muerte violenta si marchaba hacia Troya.

Los ceres tuvieron infinidad de simbolismos, probablemente por el carácter popular y vago que usaban para referirse al destino, esto es, a veces era una divinidad impar y en otras, una potencia inmanente del sujeto.

Por citar un ejemplo, Hesíodo los nombra hijos de la noche, luego hermanas de Tánato y Moro -la muerte y el tránsito- y posteriormente hermanas de las moiras. Según Platón, eran criaturas perversas -análogas a las harpías- enviadas por los dioses a mancillar el alimento como le ocurrió al adivino Fineo.   

En épocas medievales, los ceres fueron recursos literarios, a veces confundidos con las moiras, sobre todo en su carácter infernal y salvaje.

Hablemos de moiras.

La madre de las moiras griegas se llamaba Ananké y personificaba la compulsión, lo impostergable.  En compañía de Cronos, que era el tiempo, rodearon el huevo primigenio y lo dividieron en tierra, cielo y mar para establecer el mundo.

Moira alude a la parte del devenir que le tocaba al hombre. Básicamente, una moira encarnaba la fuerza del destino y la suerte en la antigüedad. Regulaban los actos del individuo, deparándole la suerte y la desgracia, desde que nacía hasta que moría. Los mitógrafos aseguran que eran semidiosas o espíritus.

En principio, el destino estaba reglamentado por una sola, más adelante se lo repartió en manos de Átropos, Láquesis y Cloto. La representación habitual era la balanza, la pluma y la rueca, respectivamente.

La predestinación comenzaba en el nacimiento y empleaban un ovillo de lana. El hilo de lana blanca o dorada determinaba los momentos de dicha y el hilo de lana negra los dolorosos. 

La joven Cloto hilaba los primeros pasos del hombre. Laquesis, un poquito mayor, enrollaba el hilo en un carrete y dirigía el curso de la vida.

Una anciana Átropos cortaba el hilo con unas tijeras de oro. No respetaba edad, riqueza, poder, ni privilegio alguno… El final llegaba, sin contemplaciones.

 

Había una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Una mañana, el criado se dirigió hacia el mercado. Pero aquella jornada no fue como las demás, porque vio a la Parca y le hizo un gesto.

Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader y le pidió el caballo más veloz de la casa.

- Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán. – Dijo.    - Pero, ¿por qué quieres huir? – Le preguntó el mercader.

- Porque he visto a la Parca en el mercado y me amenazó. -

El mercader se compadeció y le dejó el caballo y el criado emigró con la esperanza de estar por la noche en Ispahán. Por la tarde, el mercader fue al mercado y tal como le había sucedido al criado, vio a la Parca.

- ¿Por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado? –

- ¿Amenaza? - Replicó la Parca. - No, ha sido un gesto de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán… Esta noche debo llevarme de Ispahán a tu criado. -

 

La muerte es absurda, inaudita, ridícula, abordada desde sus periferias. El acceso a lo incognoscible opera a partir de una construcción de sensaciones. Es imposible entenderla en su real dimensión. Y con el destino pasa lo mismo, porque está lejos de la racionalidad y de los dioses.

Eso sí, podemos considerar un plan misterioso con fe poética. Un milagro basta para creer. Descubre a una mujer hermosa y piensa que a lo mejor el paraíso exista o que de algún modo volvió a nacer. Todo el pasado se alumbra, se impone como una formidable preparación.

Falta resolver el grado de intervención del azar, es decir, si este es un desconocimiento que excede o de una prerrogativa de brujos y signos zodiacales. Y esto es detestable, porque representa la renuncia al deseo y en consecuencia, al amor. Da igual que sea una persona u otra y no creo en la indiferencia.

En el otro reside lo imprevisto, lo inconveniente, lo sorprendente, lo revelador, lo peligroso y permítame decirle más… Está lo irrenunciable. Por favor, subraye eso. Y sufrirá. Sufrirá muchísimo. Y no solo ahora, a cada rato. No hay receta ni clave que facilite una desaparición de la angustia. Ni siquiera pudo hacerlo el criado del cuento, por más que rajara hacia Ispahán. Pero considere que gracias al sufrimiento, un milagro está por revelarse. Aun al precio de la vida entera. 

 

4

 

El realismo ingenuo –o metafísico- sostiene que para analizar un destino, sus indicios deben ser vistos por la conciencia del deseante. De inmediato surge la discusión, ¿de qué forma? Valiéndose de la inevitabilidad, la causalidad y lo epifánico del destino.

 La característica de lo inevitable la sustenta el lenguaje profético del oráculo, razón para que cada dictamen sea ambiguo, impreciso y muy familiarizado con la poesía. El adivino no predice el futuro, más bien anuncia hechos que no podrán contradecirse. A lo sumo, posponerlos. 

Por otro lado, la causalidad está compuesta de temporalidad y espacialidad. Las causas demandan que los efectos hagan lo suyo y en algún punto molesta, pero resulta significativo. A la hora de la distinción, la gente no reacciona ni procede de idéntico modo. Al contrario, diríamos que la causalidad toma un nombre, un tiempo y un espacio que son detalles del destino.

De manera que más que una búsqueda hacia la perpetuación de la especie humana, causa y efecto son estados de movimiento y continuidad de un espíritu hacia la singularidad del otro. 

Finalmente, lo epifánico, término griego que significa mostrar o reflejarse por encima. Es la afirmación de un fenómeno trascendental, provenga de una fuerza divina o no.

 

Aquella noche, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por los jardines, bajo los árboles en flor. De pronto, una sombra se arrodilló a sus pies y le pidió amparo y el emperador accedió. El suplicante contó que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente -antes de la caída de la noche- Wei Cheng, el ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.

Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio y entonces el emperador lo mandó buscar… Lo mantuvo atareado el día entero para que no matara al dragón. Hacia el atardecer, el emperador propuso que jugaran al ajedrez. La partida era muy larga, el ministro estaba cansado y quedó dormido.

Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón, empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron…

- Cayó del cielo. -

Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó…

- ¡Qué raro! Yo soñé que mataba a un dragón así. -

 

Cada destino adhiere a secuencias de marchas y retrocesos, incluso los estados de reposo son fundamentales en la continuidad temporal, pues para el destino no existen los hechos aislados.

A fines de febrero coincidí con una amiga en un local Bonafide, cerca de la estación Lanús. En la curva de una distendida conversación, comentó que le atrae un tipo que es su jefe y para mayor desgracia, está comprometido. 

Hay quienes aceptan la situación y adoptan una doble vida, otros no se la bancan y renuncian al trabajo. ¿Qué hizo ella? Fue a hacerse tirar las cartas.

La finalidad de la bruja es proporcionar una tranquilidad a largo plazo. Para ello, la brujería emplea la técnica del agujero en la media, esto es, no le va a pedir que la tire y compre un par nuevo. No, harán todo lo necesario para convencerlo que es un defecto de la tela, el último grito de la moda, un títere para divertir a los pibes, etc. Es tomar el discurso de la consulta y reconvertirla en un vaticinio. Impreciso, ambiguo, sí, pero alentador. Ante la incerteza, el vaticinio no pierde vigencia. No importa que la persona que le gusta esté enamorada de otra... Si le han dicho que lo aman a usted, no se aflija. Las brujas no se equivocan.

Por supuesto, trate de no reflexionar. Siga con sus actividades, vaya al trabajo y salga a divertirse. Al cabo de muchos años sentirá que lo quieren. Lo cruzará al tipo tantas veces en la oficina que confundirá la rutina con el falso determinismo…. ¿Cuál? El que dicta que es lógico enamorarse del compañero de trabajo. O la vecina de la otra cuadra. O del mejor amigo. O de una prima lejana.  

Piense, ¿cuántos romances progresan fuera de las categorías mencionadas? ¿Un 10%? Súmele los que sueñan con galanes de novelas, cantantes de reggaetón, famosas que suben fotos semidesnudas en las redes, presentadores de concursos. ¿Cuántos? ¿Un 1%? 

Tampoco perdamos de vista la infelicidad laboral, el triunfo más diabólico de la modernidad. El capitalismo ha logrado inducir la obligación de salir a trabajar entre 10 o 12 horas para evitar la pobreza en la sociedad.

La prosperidad es la diosa a la que se someten todas las fuerzas y rinden tributo todos los talentos. En nombre del futuro, las acciones económicas, políticas y religiosas cooperan para que los sujetos queden enmarcadas en actitudes productivas. Porque el ser humano no puede no hacer nada.

Voltaire opina que la prudencia establece la posibilidad del futuro, aunque a las filosofías modernas es el desconocimiento el que lo establece… Nadie se preocupa de ahorrar para el pasado, sino hacia el futuro.

La necesidad de un futuro genera perturbación. Después de todo, ¿a quién cortejaremos cuando seamos ineficaces, más improductivos y menos bellos de lo que somos ahora?

El consumo sirve en la medida que desee vivir tranquilo y proporcionarse un cúmulo de banalidades. Nunca para hallar el conocimiento de la complejidad. En la actualidad, todo es sinónimo de frivolidad, de lo que no requiere esfuerzo, de risas y aplausos fáciles, de lo que no madura.

Lamentablemente, lo complejo hace perder el tiempo. Alcanza con ver la televisión. Ningún canal exige la inteligencia del espectador, porque las propuestas complejas no dan rating. Guarda, ¡nos divierte la simpleza! El inconveniente es que día a día ocupan más y más espacios.

Los formatos digitales también contribuyen a que la excelencia sea entorpecida por una difusión de lo superficial, lo ocioso, lo grosero. Y si no, fíjese los estragos que ocasionan y la docilidad con la cual ingresa la mediocridad en la argumentación y el vocabulario cotidiano. ¡Dios mío! 

No hay nada que hacer… Ciertas renuncias alivian el peso de la anormalidad. La raza humana se nutre de unos propósitos, unas mentiras, en fin, unas determinaciones ancestrales que son indispensables para no entrar en el caos y la destrucción. Si algunas minas no cayesen seducidas por los gerentes de la empresa donde trabajan, o si un tipo no sintiese felicidad vendiendo tornillos y clavos en una ferretería y soñase veranear algún día en Mar del Plata, pues, el suicidio en masa tendría dimensiones bíblicas.  

Sin embargo, todavía resta algo peor… El hecho de enamorarse exclusivamente de la vecina, la mejor amiga o la compañera de oficina nos acorta los horizontes. 

 

5

 

Además de un notable general, Anfiarao era gran adivino y le parecía insoportable, pues sabía que moriría si aceptaba pelear en Tebas.

De acuerdo a Sófocles, mientras los militares organizaban la estrategia en cercanías de la ciudad enemiga, Anfiarao se las ingenió para esconderse. Y por un rato eludió el destino, pero Polinices ofreció un collar de oro y diamantes a su esposa, a cambio de revelar el lugar dónde se ocultaba su marido.

 

Polinices resolvió el misterio y Anfiarao partió a la lucha, confiando que vengarían su muerte. Poco después, en una persecución de carros y justo cuando estuvieron por liquidar a Anfiarao, un rayo de Zeus abrió una brecha para engullirlo.

Dicen que Anfiarao obtuvo la inmortalidad y un templo en la ciudad de Oropo, donde formula sus oráculos.

¿Los dioses hacen trampa? ¿O el destino es una trampa en sí misma? Antiguamente, ningún héroe ni doncella escapaba del destino y oponerse a sus presagios, garantizaba una tragedia. Claro, el dios griego no infería sobre el destino, pero provocaba la locura o castigaba la indiscreción transformándolos en árboles, pájaros, manantiales, etc.

Orión era muy hermoso y el dios Apolo, hermano de Artemis, estaba indignado que ella subyugase a su donaire. Sucedía que Artemis era diosa de la caza y protectora de la castidad. Entonces Apolo la desafió a que acertase con su arco a Candaor, un hombre que huía a la isla de Ortigia, tras haber seducido a Opis, una sacerdotisa de la diosa. Artemis acertó en el flechazo pero el blanco fue Orión y su perro Sirio, quienes murieron al instante.

Engañada y desconsolada por la pérdida, Artemis reclamó a Zeus que Orión fuese trasladado al cielo y convertido en constelación.

Orión no abandonó el placer por la caza y algunas noches, si los vientos y las olas callan, es posible oír ladrar a su jauría entre los cielos. Artemis lo sigue con su antorcha y en el momento que se ocultan las estrellas… Sus miradas se encuentran.

Podríamos considerar rápidamente que la Cruz del Sur es un ejército de estrellas. Están por razones naturales y no por un capricho de los dioses, aunque los griegos creían que el cielo era un terciopelo negro, sin esas piedras preciosas que fueron sumándose lentamente.

Es que las estrellas son hijas de la poesía, como toda fantasía de nuestra mente… No existen. No, pero el alma las ven dibujadas. En verdad, lo que nos parece una tela, es un cielo aplanado, profundo e infinito. Si viésemos las estrellas que configuran Orión con una mirada científica, seguramente nos resultaría una aburrida y fría serie de figuras astrales, desparramadas, sin conexión razonable.

Por eso las constelaciones son puro pensamiento, puro lenguaje, puro énfasis o pura perspectiva. Las alegorías mueven al mundo.

El destino griego es poético, es decir, el héroe no se salva del peligro ni la muerte, sino que es transformado. El dios Zeus no erige a Orión en una constelación, en realidad convierte su belleza en un recuerdo. Restituye al otro en una metáfora y corresponde que sea virtuosa, inteligente y refinada. Jamás con el vuelo gallináceo del piropo.

Yo suelo discrepar entre causalidad y casualidad. La primera tiene el rigor de la poesía. El Ragnarök no es la solamente la muerte de los dioses nórdicos. Es el fin de las ligaduras, la caída de las máscaras. Una furiosa tempestad, precipitando deliciosas y amargas verdades.

La trampa no es que vamos a morir, a pesar de la metáfora. Está el que canta y el que oye. El que esculpe y el que admira. El que escribe y el que lee. La metáfora es el deseo de conectar con el otro a través del arte. A pesar de la muerte.

La casualidad actúa diferente. Vencido el sentido de apreciación y la percepción resentida, es irremediable atropellarse a cualquiera. Es el caso del señor que utiliza el mismo colectivo para ir al trabajo. Un día sube alguien desconocido y rompe las reglas. Creerá que se trata de un aviso del destino, pero desciende unas varias paradas antes y sus rastros desaparecen para siempre.

Desfila el tiempo y nada. Comprende que aquello ha sido una trampa. Una mala jugada del destino. 

Sin embargo, la casualidad produce una suerte de enamoramiento por delegación, es decir, una vez quebrado el flujo de la rutina, instala una nueva… La esperanza que suba otro extraño.   

Hay que ser cuidadosos y no confundir la desesperación, porque con el hábito a cuestas, uno cae en trampas vulgares y entonces le parece ver al amor en todas partes. Y para el destino, la indistinción es una cualidad imperdonable.

Por lo tanto habrá que ponerse una mano en el corazón y admitir que muchas veces se quiere sitiar la soledad como sea. Y déjeme decirle que en cuestiones amorosas, la resignación es de segundo orden. 

El buen poeta dirá que la belleza es una trampa del destino, hasta que advierte que la belleza de la mujer amada encierra una intensidad mayor que la metáfora del destino… Pero eso lo dirá un buen poeta.

 

6

 

La Ilíada empieza narrando la cólera de Aquiles y su negativa a combatir porque Agamenón le arrebata a Briseida, viuda del rey Mines de Lirneso.

Al no luchar Aquiles, los troyanos expulsan sin dificultades a los enemigos hacia la playa, provocando una inminente derrota griega. En medio de la confusión, Héctor mata a Patroclo. Odiseo corre a contarle la noticia a Aquiles. Este vuelve a la guerra, furioso.

Mientras, los dioses comprueban el destino sobre la balanza y el platillo de Héctor, declina. Pronunciado el dictamen, Apolo le retirar toda ayuda divina. La resistencia se derrumba y el ejército abandona a Héctor en las puertas de la ciudad.

Príamo suplica una última intervención y Apolo lo cubre en una nube. Cansado de escapar, Héctor resuelve enfrentar a Aquiles. Una maniobra inoperante, porque Zeus infunde un terror soberano en su alma y sale rajando. En plena huida aparece Deífobo, uno de sus hermanos, pero es un fantasma… Y Aquiles lo atraviesa de un lanzazo.

A lo largo de la epopeya, el peso de las acciones sella la razón del ser. Para Héctor, la defensa de un pueblo y en Aquiles, la redención de su amigo Patroclo. Sábato afirmaba que el arte clásico es el relato del hombre y lo inexorable.

Dentro de la Ilíada, ni dioses ni hombres, ni troyanos ni aqueos ceden a la proximidad de un desastre. Acaso eso también sea destino… La clave que encamina al guerrero a la poesía y al poeta al heroísmo. Por eso son tan conflictivas las relaciones humanas.

El principal error es profesar un equilibrio que solo sucede en las películas románticas, pues el conflicto es inherente al comportamiento. Particularmente en el discurso amoroso, ya que no existe la armonía. No hay amor en equilibrio y tiene que ver con los gradientes. Se mueve por diferencias. Por los vaivenes. Como los vientos y las diferencias de presión. Y entonces, por rivalidad, prejuicios, envidia, etc., estalla la guerra… Los sentimientos siempre crean sus antagonistas, propios y ajenos.  

 

Menipio Licio era un mancebo que encontró en el camino de Corinto a una hermosa mujer. Ella lo tomó de la mano y al regresar a su casa, confesó su origen fenicio. Rato más tarde le prometió que si la viese bailar y cantar, nada ni nadie estorbaría su amor.

Menipio Licio, viéndola placentera y hermosa, no supo moderar sus pasiones. Decidió quedarse con la fenicia y casarse con ella.

 

Entre los invitados a la boda estaba Apolonio de Tiana, quien comprendió en el acto que la mujer era una serpiente, una lamia y su palacio y muebles, simples ilusiones. Al verse descubierta, ella echó a llorar y le rogó a Apolonio que no revelara el secreto. Sin embargo, Apolonio batió todo y ella y el palacio huyeron. Como los sueños al despertar.

 

La belleza es para el enamorado lo que su imaginación convierte en verdad y no puede sino creándose una fantasía semejante. Por lo tanto, discutir el vínculo de lo bello con el cuerpo que la proyecta, es menos físico u óptico, que mágico y poético.

Recientemente encontré una explicación muy bella acerca de los desiertos árabes. Cuentan que durante la Creación, Dios envió un ángel con una bolsa de arena a desparramarla alrededor del mundo. Sin embargo, el diablo la agujereó y gran cantidad de arena se perdió justo al atravesar Arabia.

A cambio del problema, Dios entregó algunos dones como un cielo lleno de estrellas, el turbante, la espada, el camello, el caballo y la palabra… La palabra, nada más ni nada menos. ¿Y por qué puede ser reveladora la palabra? Porque contiene la esperanza de la comunión. En Arabia, la palabra es el otro. 

En los desiertos no hay palacios ni puertas, hay simplemente tiendas. Así que no es una cuestión de pensar cuánto le abro al otro… Invade. El otro llega y no pide permiso. Entra, nomás. ¿Y no ocurre en el amor?

Naturalmente, su intromisión es una disposición del alma, con un agregado… Exige reinvención. Y en el fondo, hay decisión. Uno puede utilizar al otro como un objeto de desarrollo, o abrirse para que nos lleve puestos, nos transforme y en ese acto, nos libere. 

Por eso construir el odio no es una tarea de mandarines, mentes barrocas, ni espíritus retorcidos. Lo difícil es la comprensión, sobre todo en tiempos violentos como los que corren.

Las ciencias duras analizan los hechos, pero la poesía existe para hacernos upa y salvarnos de los procesos insubstanciales y descoloridos de la sociedad, porque el amor sucede y carece de explicaciones biológicas o medicinales. Solamente describírselo nombrándolo, recortándolo, enmarcándolo.

La metáfora es una excelente manera de estimular la fe en el destino. No existe otra. Así que le propongo que hagamos esto… El universo nos necesita. Usemos las fuerzas de todos los magos y adivinos. En el peor de los escenarios, moriremos en nuestra ley, justo cuando morir no nos importe… Justo cuando seamos inmortales, a partir del primer beso.

En un cielo lejano, pleno de vagas estrellas y fuego diamantinos, vive la mujer que incendia mi corazón.

 

7

 

El amor gira en torno a una esperanza, pero es imprescindible la manifestación del otro. Puede suceder que haya sonado el teléfono y estaba en el baño, golpearon la puerta y había ido al kiosco, etc. Son dilaciones involuntarias y accidentales que tienden a desacelerar el goce, sí, pero de ningún modo a detenerlo.

Si la esperanza consiste en resistir un siglo, pero al fin viene… Fenómeno, habrá que resistir un siglo.

En cambio, si está enamorada de otra… Esa espera ya no será parte de un goce, sino de una tortura. 

Los harenes estaban habitados por las sirvientas o cariyeler, que no tenían contacto con el sultán y las privilegiadas o gedikiler, seleccionadas por su hermosura o talento. Los eunucos los custodiaban.

Cuando el sultán elegía una concubina, la nombraban gözde y le preparaba la cita con el sultán. Si la noche fue exitosa, se convertía en odalisca. Por su parte, si ella le daba un hijo, pasaba a ser birincie kadin y sultana del harén, tras la continuación de su hijo en el trono.

El cambio de sultanato renovaba el harén por completo, es decir, cada harén era propiedad del sultán -y a veces tan vasto- que una concubina pasaba una vida entera sin conocer al sultán.

La muerte del sultán suponía enviar a las concubinas al Eski Saray o Palacio de las Lágrimas, donde eran olvidadas. También iban las que perdían su belleza o al menos era la tarea pertinente del eunuco que manejaba el placer en el harén.

 

En plena decadencia, el sultán disfrutaba reunirse con sus ministros en el patio interno del palacio y oírles recitar aventuras de semidioses o leyendas poco recordadas. Pero una tarde eligió pasear por el Eski Saray, cuando reparó en una concubina llorando sin consuelo. Quiso acercarse y darle consuelo.

- Entiendo que tuve el poder para provocarle esta angustia del abandono. Si desea, ordeno que la lleven de regreso al harén.-

- Demasiado tarde, mis lágrimas saludan los años de juventud y encanto. Quiero soñar que no es tarde para el amor. Quiero pensar que todavía no se han abierto las puertas del destino. Aún sueño que soy hermosa. -

- Pasemos de largo la neblina de la coincidencia y véngase conmigo al harén. Vivamos los sueños del ayer.-

- Yo sé que el tiempo no es más fuerte que el desamor, pero permítame decirle que no hay coincidencia, sino ilusión de coincidencia.-

- Usted está esperando la verdad. ¡Basta de soñar! Es momento de confesarle mi deseo y mi deseo dicta que usted es muy agraciada.-

- ¡Ay si hubiese forma de convencerme! Para que los fusibles cósmicos no estallen, está resuelto que los hombres transiten sus vidas lo mejor que puedan y se conformen con aquello que les toque en suerte.-

 

En un acto de descontrol, el sultán la tomó y la besó. La concubina deshizo sus abrazos y huyó entre el silencio de los corredores del Eski Saray. Intentó alcanzarla, pero un manto de luz ganaba la oscuridad.

El sultán sintió un extraño vacío en su alma y desplomó sin vida.

Ante la terrible noticia -a saber, que no lo aman- la mejor recomendación es desarmar el paraíso que edificó alrededor suyo. Conviene retirarse en silencio, sin escándalos, ni remitir ofensas. Sin caer en la prepotencia, arrojarle piedras a la casa para que lo reciba, ni asfixiar con lamentos telefónicos a cualquier hora, etc.

Mire, no haga nada de eso. Primero por respeto al ser amado, después, por respeto a usted. Pero, ¿sabe por qué? Para impedir la condición de intruso. Eso es determinante. Detrás de una puerta cerrada, usted es un intruso y no debe haber actitud tan deslucida como insistir en golpear puertas que jamás intentaron abrirse.

Ahora bien, podrá retrucarse que al enamorado le gusta ser insistente, es muy terco en el rechazo y ni hablar si proviene de alguien que le importa mucho, mucho, pero muchísimo, ¡eh! A ver si somos claros… M-u-c-h-í-s-i-m-o.

Y enseguida responderé, sí. Sí, señor. ¿O por qué cree que las retiradas del enamorado suelen tener una velocidad tortuguesca? Porque nadie quiere alejarse de los lugares que ama.  

De nuevo, el amor rebasa de dicha, en tanto el otro participe. Si no, no. Por mucho empeño que dispense. Por mucho que obsequie. Por mucho que prometa. Cuando no existen pruebas concretas y visibles alrededor del foco de su deseo, el enamorado transita un estado de desinflación y desaliento.

 

K'uai estaba ansioso por ser adulto. Sus padres le prometieron obsequios e incluso habían previsto la inscripción a la carrera de los honores administrativos. Pero aquel día tardaba en llegar y K'uai no soportaba tanta dilación.

 

Una noche apareció un genio con un ovillo de hilo sedoso. Le explicó que el ovillo sorteaba la espera del destino. Cuando quisiese que pasara, solamente necesitaba soltar un poco de hilo, que es el tiempo y así, el futuro se haría presente. Eso sí, debía usarlo con cuidado.

El joven aceptó el obsequio y ganó la mayoría de edad, al tirar del hilo. Volvió a hacerlo y en una fiesta deslumbrante, conoció a una hermosa joven. Aflojó el cordel y pronto sus esperanzas de amor se cumplieron. Hubo promesa de casamiento y K'uai desenrolló el ovillo para que llegase el día de la boda. Nuevamente para que naciera su hijo y verlo crecer.

Vinieron otros hijos y sus hijos tuvieron hijos y sucedió sin esperas de destinos. Todo gracias al ovillo prodigioso.

 

Una tarde, viejo y enfermo, quiso soltar un poco de hilo para aliviar sus dolores y el cordel había terminado. Entonces apareció el genio, que era una criatura demoníaca y le dijo…

- Te recomendé que lo usaras con prudencia. Tu vida acabó. -

 

K'uai murió. Desde su primer encuentro con el genio había pasado un mes.

 

K'uai no tuvo la suficiente sutileza de percibir su condición efímera y no hay peor cosa que considerarse eterno, siendo que estamos forjados con materiales sensibles y fugaces.

La ansiedad es el ingrediente que tiene el destino por antonomasia y no precisa ni alterar ni desfigurar la realidad, solo reproducirla a su gusto. El ansioso quiere conocer al otro y halla libradas sus conductas, por torpes o ridículas que parezcan.

Y es una idea muy hegeliana, pero es la parte activa de la relación. El ansioso alucina o divaga en proezas que difícilmente haría en una ocasión diferente o delante de otra persona que no le importe.

Bien, pero a veces no es sencillo adquirir indicios, datos, evidencias, en fin, alguna confesión que le aclare el camino al enamorado. ¿Qué hace? Supóngase, se dio cuenta que todo fue una falsa apreciación. ¿Qué hace para justificarse? Acomoda al otro en la estantería de los amores imposibles. ¿Entiende? Que alguien le parezca estar haciéndole perder el tiempo, da por concluida la discusión, el esfuerzo y sobre todo, una esperanza de amar…  Lo inalcanzable –o supuestamente inalcanzable- nos tranquiliza, nos ordena, nos preserva del conflicto. 

Lo arduo de conseguir en el amor es la certeza. Por lo cual, si no hemos realizado un mínimo avance, si no movimos un poquito las emociones del otro… El consejo es estarse quieto. Un consejo inútil, por supuesto, porque uno busca certezas. Y las busca en todas partes, incluso tropezándose con el miedo de aceptar que otros han conseguidos mejores victorias que usted y en menor tiempo. Gente que triunfa de taquito, sin demasiadas vueltas. Sin vestir una relación amorosa con juegos poéticos.    

La sospecha en el amor es el hilo del arco, por eso ande con cuidado, mantenga bajas sus armas para no matar ni herir a nadie. Eso sí, en cuanto tenga la certeza, tense el hilo, suelte y dispare la flecha. Y mate. Pero mate con ese carácter ígneo y encantador del flechazo. De esos que ocurren una o dos veces. Y descuídese si tiene que marchar preso… Quizá en el ínfimo peldaño -que por comodidad denominan locura- nos espera el amor que venimos buscando.

 

8

 

Alrededor de la mitología nórdica vagaban las nornas, señoras del destino y al igual que las moiras griegas, no dependían de los dioses. Eran incuestionables y las leyendas destacaban que ni el poderosísimo Odín conocía el alcance de sus decisiones. Pero hubo un período que se ignoraba el destino y ocurrió en la Edad de Oro.

En aquel reino de lo simple y de la inocencia, nadie temía la brevedad del tiempo ni al implacable peso de la muerte. Los dioses podían querer sin presentir… La dulce y bella ingenuidad, del que ama sin pensar en lo que vendrá. Del que siente en su alma la intensidad de un amor y no piensa que el desengaño acecha a cada paso.

Sin embargo, cuando la malicia y el pecado crecieron en el Asgard y en el corazón de los dioses, recién ahí afloraron las nornas y el destino.

Las nornas fueron Urd, Verdandi y Skuld. Hijas del gigante Norvi, vivían en los arrabales del manantial Urdar, cerca del fresno Yggdrasil. Simbolizaban pasado, presente y futuro, respectivamente. Alimentaban a dos cisnes que habitaban las aguas del manantial y se sospecha que son predecesores de la raza.

A las nornas les gustaba tomar sus plumas y surcar lagos y ríos y pronosticar el futuro o dar consejos a los humanos. Además, viajar y entonar canciones solemnes.

Los mitógrafos están divididos. Algunos apuntan que su función consistía en advertirles a los dioses de eventuales males, pedirles que actuaran correctamente en el presente y aleccionarles a los hombres sobre el pasado.

Otros, que trenzaban los hilos del destino, regaban a diario el Yggdrasil y colocaban tierra fresca en sus raíces para mantenerlo verde.

Por último, los que decían que las nornas velaban las manzanas doradas que colgaban del árbol de la vida, la experiencia y el conocimiento, consintiendo a que Idunn las entregara a los dioses para renovar su juventud y belleza.

Las nornas hilaban en telares tan extensos, que, mientras una norna tejía en la cima de una cumbre, en el extremo occidental, otra estaba en el extremo oriental. Las hebras de su trama eran similares a cuerdas, de diversas tonalidades según los acontecimientos y una hebra de color negra que presagiaba la muerte.

Aparentemente no tejían sus deseos, sino bajo los deseos de Orlog, que era la ley eterna del cosmos y que al parecer no tenía ni principio ni fin.

Como alegorías del tiempo, encarnaban particularidades distintas. Urd tenía un aspecto viejo y decrépito y siempre mirando hacia atrás, absorta en sucesos y gente del pasado.

La segunda hermana, Verdandi, joven, atractiva y audaz y miraba al frente.

Skuld era el futuro. Usaba un espeso velo y su cabeza girada en oposición a Urd, sosteniendo un libro o pergamino que aún no había sido abierto o desenrollado. Tanto Urd como Verdandi, eran muy benéficas, pero Skuld a menudo deshacía su trabajo a jirones y esparcía los restos al viento.

Los dioses las visitaban a diario para consultar y solicitar ayuda, ya que ellas respondían a sus inquietudes, aunque silenciaban respecto al destino de algún dios. Quiere decir que además de desconocer el destino de las cosas, los dioses tampoco conocían el suyo.

Añadiría lo siguiente… Nornas y moiras cumplen la segunda ley termodinámica, que es la que dice que todo tiende hacia un equilibrio.

Imaginemos que un vaso cae al piso y entonces, por muy poderoso que sea un dios griego o nórdico, su omnisciencia le niega transgredir el destino del vaso. No solo porque haría peligrar el orden del universo, sino que ese es el orden del universo. Así son las cosas. Los vasos se rompen sin relación de voluntades divinas y terrenales. Suceden por torpeza, nada más.

 

En una ocasión, las nornas visitaron a un noble que iba a tener a su primer hijo. La primera ingresó a la habitación y le prometió belleza y bravura al niño. La segunda bienestar, pero en su curiosidad, los vecinos empujaron de mal modo a la tercera y entonces dijo que los dones concedidos por sus hermanas serían inservibles… Decretó que el niño viviría tanto tiempo como el cirio -que ardía al lado de la cama- tardara en consumirse. Estas palabras aterrorizaron a la madre, pues el cirio casi se había consumido.

La primer norna no podía obligar a su hermana a retractarse, pero apagó la llama del cirio y se lo confió a la madre. Asimismo pidió que lo guardara y que nunca lo encendiese hasta tanto su hijo estuviera hastiado de la vida.

 

El niño creció hermoso, valiente y próspero y cuando tuvo suficiente edad, su madre le contó la historia de la visita de las nornas. Luego colocó en su mano el pedazo de cirio, no sin advertir lo que pasaría si lo encendiese.

Varios años más tarde, sus padres murieron y miles de héroes envejecían. El muchacho resaltaba en varias batallas y vivió 300 años, joven y vigoroso, cantando hazañas heroicas y participando de enormes gestas junto a poderosos guerreros.

 

El paso del tiempo le hizo ver cómo la creencia en los antiguos dioses era sustituida por las enseñanzas de los misioneros cristianos. Un día llegó a la corte del rey Olav Tryggvesson, el cual había adoptado la costumbre del bautismo. Y deseoso de convencer a su gente que los tiempos de las supersticiones quedaron atrás, el rey lo obligó a encender aquel cirio que por siglos y con sumo cuidado estuvo guardando.

 

El muchacho observó la llama parpadear y ni bien se apagó, cayó al suelo sin vida. Casi como un consuelo de ultratumba demostró que a pesar de la Cristiandad, todavía creía en las predicciones de las nornas.

 

El que anhela un encuentro de comunión con el otro, tiene por delante la ausencia, la distancia y el silencio como circunstancias abrumantes... Las penas de amor son eternas y es el costo a pagar por ser mortal.

Me parece que lo único que prevalecerá en el alma, más que asegurarse una salvación religiosa, es haber alcanzado a lograr un puente poético que nos vincule con el ser amado.

Esa es la razón por la que algunos compongan música, pinten cuadros, cultiven obras teatrales, escriban libros, moldeen estatuas o sigamos habitando un blog tan deshilachado como este, pensado bajo una tenue luz de esperanza.

Yo no quiero resignarme, porque estaría desacreditando mi tristeza. Necesito la tristeza para recordarme que sigo vivo –y más importante- para saber a quién sigo amando. Quiero guiñarle un ojo al destino y en un destello hallar el nombre que guardo profundamente, desde una eternidad. Quiero rodearme en un mundo de complicidad y reír y llorar, a pesar que la vejez y la muerte han dejado de ser sensaciones lejanas.

A medida que estos enemigos comiencen a cercar nuestros pasos, deberemos hacer lo que mejor sabemos hacer… Adueñarnos del cielo, porque el destino es una inflexión poética, un estado de inconciencia que abre sus alas y vuela por encima de cómo nos aseguran que son las cosas. 

Amamos un destino que no está relacionado con un mandato social, un deseo de mitigar la soledad, ni una necesidad de vengar viejas cicatrices. En absoluto. Le juro que lo que siento ha dejado de tener tiempo y espacio. Voy detrás de una belleza, que tiene el perfume del milagro.

 

9

 

El rey de Anatolia tenía tres hijas. La menor se llamaba Psique y su belleza despertaba puras devociones y tributos, dignas de los dioses. Y esto ofendió muchísimo a Afrodita, la diosa de la belleza y la sexualidad, así que decidió castigarla.

Llamó a su hijo Eros y pidió que infundiese en Psique una pasión incendiaria por alguien que sea indigno de la belleza que tanto disfrutaba.

 

Eros fue a un jardín y sacó agua de dos fuentes. Llenó un vaso de agua dulce y el otro con agua amarga. Invisibilizó su cuerpo e infiltró el cuarto de Psique. Luego empapó la punta de su flecha con gotas de agua amarga y le tocó el costado, pero ella despertó y en la confusión, Eros se hirió a sí mismo. Angustiado por reparar el daño, Eros derramó unas gotas de la dicha sobre su propio pelo.

 

Desde entonces, ningún rey, noble o plebeyo le pidió matrimonio a Psique. Las hermanas mayores, en cambio, de medianos y dudosos encantos, estaban casadas con príncipes. En la soledad de su habitación, Psique vivía apenada y pensando que aquella belleza que tantas alabanzas recibía, ninguna despertaba el amor.

Sus padres consultaron al oráculo de Apolo y el oráculo señaló que no estaba destinada a mortal alguno, sino a un ser monstruoso que habita en las montañas.

 

Marchó a reunirse con su futuro esposo. Céfiro, el dios del viento del oeste y mensajero de la primavera, levantó su cuerpo en el aire y la depositó en un bosque en el cual podía divisarse un majestuoso palacio. Psique oyó voces que indicaron la alcoba y después de una fastuosa cena, Psique fue a dormir.

 

A todo esto, Psique desconocía al supuesto esposo, que frecuentaba la oscuridad y huía apenas amanecía. Le rogaba que se quedara a su lado y dejase ver, pero no quería. Entonces una noche visitó a sus hermanas quienes aconsejaron una lámpara y un cuchillo para matarlo.

De regreso al palacio, esperó la oportunidad y cuando entró en un sueño, lo alumbró y comprendió que no era un monstruo, sino el más bello de los dioses. Quiso inclinarse y observar más de cerca, pero derramó una gota de aceite de la lámpara sobre las alas de Eros y sin mediar palabra, salió volando por la ventana.

 

Psique llenó sus pensamientos con tristes lamentaciones, mientras el palacio y todo alrededor desaparecía. Quizá en el adiós haya una certeza… El amor no puede coexistir junto a la desconfianza.

 

Regresó a su casa y contó a sus hermanas lo sucedido. Sin embargo, ellas pensaron que tal vez el dios preferiría a alguna como amante… Invocaron a Céfiro para que las condujera hacia Eros, pero Eros no las retuvo y cayeron al vacío.

 

Deméter le aconsejó rendirse a Afrodita y aceptar las consecuencias. Y así fue. Se presentó ante Afrodita y muy enojada, le encomendó visitar el Inframundo para que Perséfone envíe belleza, pues aparentemente la diosa había perdido un poco de la suya.

En efecto, Perséfone colocó parte de sus cualidades en una caja, a condición de no abrirla y mirar el contenido. Psique recuperó el ánimo y volvió al templo de Afrodita. Varias veces estuvo tentada de abrir la caja y vestirse con los atributos de Perséfone y borrar sus ojeras, fruto de lágrimas derramadas. Pero en su interior solo había sueño.

 

Subió a la cima más alta de una montaña y llamó a su amado. Eros la encontró triste y sufriendo. Le parecía más hermosa que antes. Pudo sentir la magnitud del sacrificio que había realizado. La belleza de aquella alma le enamoró más.

 

Finalmente, Eros congeló la edad de Psique. Le borró su pasado y no envejeció jamás, porque… Bueno, porque el amor, rejuvenece.

 

Pensaba en ese agrado celestial y divino que despierta un presagio… Le sucede algo que está relacionado con el otro y de pronto queda en un estado de alerta.

Esto significa que la revelación completa la metáfora, porque no hay piezas sueltas ni aisladas. Lo que hay es un milagro revolviendo su escenario. Por eso el presagio consta de dos partes, a saber, la primera es el presagio propiamente dicho y la segunda es rebote del presagio, es el eco del presagio que se da con el cumplimiento y le da sentido a lo que venimos elaborando en el caldero mágico de nuestras mentes. 

Pensaba en los que cumplen los presagios de manera voluntaria y que por su entusiasmo, conocimiento, belleza y determinación son a sí mismas, el presagio. Aparece ante sus ojos y recibe el poder que tiene o puede tener o va a tener sobre usted. 

Para terminar, pensaba la dedicatoria y es inevitable no volver a la Antigua Grecia y al desastre que provocó la decisión de Paris. Y ocurre una cosa muy fascinante…  Se mueven las bisagras de la puerta y usted está pasando al otro lado. Y como en el amor son frecuentes las oposiciones, justamente, ese es el momento en el cual uno debe convertirse en Aquiles.


Nacho

30 de Marzo de 2020