Siempre aparecen signos
lingüísticos bastante extraños, no habituales, hasta que poco a poco la
sociedad los normaliza. Términos, giros y expresiones que engrosan y sobre todo
confirman la dinámica del lenguaje.
El lenguaje habla de
nosotros, porque somos parte de un lenguaje. Ahora, ¿qué sucede cuando una
pandemia lo convierte en otra cosa? Digo, ¿quién hubiese imaginado un
confinamiento tan estricto en pleno siglo XXI, rodeado de alcohol en gel y
tapabocas, con permisos para transitar y lejos de las querencias?
Evidentemente, el COVID-19 está cambiando el modo de usar el lenguaje y como un
paisaje hacia el horror, nos alimenta la esperanza que termine pronto.
Los especialistas
sostienen que el COVID-19 modificará la percepción del mundo. Desde su llegada,
toda la cotidianeidad quedó subvertida, modificada. Ciertamente, parece haber
una nueva realidad puesta en el horizonte. Una nueva normalidad, como describen
algunos.
Claro, la subjetividad es
impactada por diferentes maniobras del poder, porque la gestión política, en
medio del pánico y la desinformación, es el mejor barbijo contra las epidemias.
Por eso las relaciones humanas son objeto del poder.
Michel Foucault realizó
un análisis histórico de técnicas a través de las cuales se gestionó la vida y
la muerte de las poblaciones y determinó que en las epidemias históricas, el
poder supo aprovechar para reconfigurarse y producir nuevas formas de sujeción
y control de la subjetividad. Fíjese, ¿Qué necesita el capitalismo para su
funcionamiento? Cuerpos políticamente dóciles y económicamente rentables. ¿Y no
es demasiada casualidad que el centro de ataque del virus sea, precisamente,
las personas mayores y que además ocurra en el momento más crítico de la
disputa entre China y EE.UU.?
La biopolítica es el
término que acuñó Foucault para hablar del vínculo que el poder establecía con
el cuerpo social en la era moderna. Con ello describe la transición de una
sociedad soberana hacia otra de carácter disciplinaria, es decir, las técnicas
del poder desbordando el ámbito legal y/o punitivo, convirtiéndose en una
fuerza que se extiende en la totalidad del territorio, hasta penetrar en el
cuerpo del sujeto.
Por lo tanto, la
biopolítica supone una búsqueda en la definición de comunidad y el
establecimiento de una jerarquía entre los cuerpos considerados inmunes y los
que son probablemente peligrosos y que deberán ser excluidos, en un proceso de
protección inmunológica. Bueno, esa es la paradoja que hoy atraviesan los
países… Salvar la mayor cantidad de vidas o perder la menor cantidad de trabajo
posible. Cualquier acción implicará una definición inmunitaria -según la cual-
la comunidad podrá sacrificar vidas en beneficio de una idea de su propia
soberanía. Y entonces, el estado de excepción –que es la pandemia- queda
resuelto con la normalización de la paradoja.
La inmunidad corporal no
es un mero hecho biológico, independiente de las variables culturales y
políticas. Al contrario, se construye colectivamente mediante criterios
sociales y políticos que producen soberanía o expulsión, protección o estigma,
vida o muerte. Es que el virus lo transporta el extranjero, el diferente, el
extraño. Es la herramienta de represión y exclusión histórica del poder para
controlar al otro.
Ahí tiene el caso de la
obsesión por la pureza racial, la prohibición de los matrimonios entre distinta
clase y/o razas, las múltiples restricciones que continúan pesando sobre los
vínculos extramatrimoniales, etc., etc.
Lo que está en debate,
durante y después del COVID-19, son las vidas que estaremos dispuestos a
sacrificar en nombre del progreso o de la ambición de una potencia del primer
mundo. Yo creo humildemente que cada vida vale, pero no importa. Aparentemente
importan los intereses que hay en juego, los mismos que prefieren a la gente en
su casa, enajenados, atento a las estadísticas y las opiniones que transmiten
los medios.
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Para lograr la
gobernabilidad, los políticos utilizan la herramienta de la estadística y así
hallar regularidades en fenómenos poblacionales y poder encargarse de
aspiraciones y pretensiones de una población, pero también de conducirla en
cuestiones que son necesarias y específicas al poder.
El objetivo del poder es
promover una determinada norma de sujeto, fijando un parámetro a partir del
cual, el resto de los sujetos son medidos y comparados. Al ser formados a gran
escala, promueve la eliminación del sujeto que resulte monstruoso, incorregible
o enfermo, al igual que la Edad Media y durante los siglos XVIII y XIX. Para la
psiquiatría, es un poder que rinde frutos, pues elabora un conocimiento a favor
de la normalización.
La biopolítica es un
conjunto de técnicas dirigidas al sujeto de la población, porque no es un
organismo sobre el que primero actúa la biología y después la política. No, no.
Es objeto del poder... El poder fabrica un cuerpo, lo pone a trabajar, define
su reproducción, en fin, establece discursos a través de los cuales el sujeto
cree estar hablando de manera autónoma, pero es allí donde más se ficcionaliza
el yo.
Aquello tan personal, eso
que pensamos íntimo y especial, lo que nos hace diferente al resto y que
constituye como individuos, en realidad es un modelo de subjetividad producido
en serie. Y no porque exista más allá de nosotros una supra conciencia, sino
por la creación de un sujeto-norma, es decir, un sujeto representando lo
deseable, lo ideal, el paradigma ante el cual la sociedad toma una posición, ya
que ese es el paradigma.
La biopolítica sirve al
poder del estado para gestionar de la vida en sociedad y apareció con el
desarrollo de la gubernamentalidad en tiempos modernos.
El estado percibe cuáles
son los problemas específicos del sujeto libre, que vota, que tiene propiedad
para el comercio o la propiedad de su cuerpo para vender fuerza de trabajo,
etc. En otras palabras, la población es el sujeto donde recae el arte de
gobernar.
La gubernamentalidad
adquiere su sentido a partir de las necesidades que tendrá que cumplir el
estado, en relación a la población que gobierna. O sea, la gubernamentalidad es
el arte de conducir a la población y a los diferentes agentes económicos que
están conectados con ella. La población le planteará sus deseos al poder y este
tratará de responder a las demandas, aunque también generar los efectos que el
poder precisa de la población.
En un primer lugar, esos
efectos podrían pensarse en cuestiones como la mano de obra y entonces se
organizan políticas para el aumento de la natalidad –supóngase- en países donde
hay un envejecimiento pronunciado, se abren beneficios para repoblarlos. Otro efecto
es la instalación de símbolos patrios en las escuelas, eventos deportivos,
politización de los medios, en fin, cuestiones que introduce el estado moderno
en la subjetividad y que la subjetividad toma como estandarte.
Sin embargo, la
subjetividad se construye desde lo cultural y entonces el que mira un partido
de fútbol y se emociona al oír el himno de su país, siente placer, alegría,
inclusión. Comienza a funcionar un atravesamiento corporal del simbolismo, algo
introducido por el estado y que el sujeto toma como lo más propio.
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Damos por sentado que
somos conscientes frente a las acciones del gobierno, pero el arte de gobernar
tiene mucho que ver con lo estadístico, que es aquello inconsciente que hace
una población.
La estadística brinda la
posibilidad de medir los fenómenos de la población, tasas de natalidad,
mortalidad, campañas de vacunación, etc. Sobre todo, controlar la aparición de
una epidemia. De este modo, el poder monitorea y registra las actividades del
sujeto. ¡Ni hablar de los beneficios que toman los estados modernos a partir
del perfeccionamiento de la informática y lo cibernético! Millones de teléfonos
celulares y una fauna digital encargada de almacenar toneladas y toneladas de
información en muy poquito espacio.
¿Por qué el COVID-19?
¿Esconde algo o no esconde nada? ¿Por qué vivir sometidos a medidas de higiene
y aislamiento que hasta hace meses atrás, resultaban impensables?
El estado vuelve al
centro de la escena. Es el actor principal que, rodeado de una murga de
infectólogos, médicos y especialistas en qué sé yo, utiliza los medios de
comunicación para delimitar y aplicar un arsenal de políticas… Respuesta, la
política encara los virus, de la misma manera que edifica su soberanía. Y si no,
analice las políticas internas de Estados Unidos. Declara leyes inmigratorias,
levanta muros, reprime al latino y al negro, organiza inteligencia
antiterrorista, etc.
Las epidemias
materializan las obsesiones de la gestión política por la vida y la muerte de
las poblaciones, en un tiempo determinado. Toda epidemia deja a la vista las
formas en las cuales el poder controla e incide biopoliticamente sobre la
población, porque el COVID-19 no solo permite visibilizar las preocupaciones de
un país por la pandemia, también el procedimiento del estado y los grupos
económicos.
El poder se ejerce a
través de disposiciones encadenadas con un estereotipo, un modelo de familia,
un estilo de vida, un canon de belleza, etc. y entonces cuando un individuo no
siente identificación, es sospechoso para la sociedad. Vamos, el estigma que
viene padeciendo históricamente el extranjero y las personas que habitan en las
villas.
La producción de
subjetividad la impone el poder y desde luego, busca desalentar lo diferente, lo
que se considera infame, no deseable o lejos del camino del paradigma. Nos
paramos debajo de la sombra de una norma, la exigencia de fijar referencias
contra las cuales, toda subjetividad será comparada -o tácitamente- ya han sido
comparadas. Se impone entonces el paradigma mediante el sentido común, porque
es la referencia que ordena.
Parece atendible un
funcionamiento colectivo, que las cosas tengan un orden, aunque insisto, el
conflicto siempre lo representa aquello que debería ser normal. Sin duda, una
de las apreciaciones más diabólicas y retorcidas, capaces de tapar asuntos sin
importancia, pero claramente muy redituables para algunos sectores del
poder.
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Las políticas de
fronteras provocan segregación y marginación, pero esta vez no son aplicadas
por cuestiones de identidad sexual u odio racial… No, no. El COVID-19 es el
contexto donde la inmunidad de una comunidad se transforma en un conjunto de
estrategias políticas, porque las nuevas fronteras son los barbijos y el
alcohol en gel.
Las medidas de
confinamiento e inmovilización que sometió durante años al inmigrante y el
refugiado, ahora son configuraciones puestas en cualquier individuo. La llamada
“distancia social” es la frontera que no para de asediarnos, empujándonos hasta
acercarse más y más a nuestro propio cuerpo.
Hoy la política de
frontera, diseña y ensaya nuevas formas de combatir la pandemia. Nos envían a
ese centro de retención, que es el domicilio particular y entonces convierte a
cada casa en una muralla de Troya, que hay que defender a toda costa de la
invasión del contagio.
Se trata de un encierro
obligatorio que cuenta además con un régimen de vigilancia puesto en la
detección del virus a través de los test y una intervención digital estricta,
es decir, se monitorea al sujeto gracias a los dispositivos informáticos como
celulares, computadoras, tarjetas de crédito, etc. Los datos permiten trazar un
seguimiento de los movimientos de cada persona contagiada y con quienes
estuvieron en contacto.
Tal vez estemos yendo
hacia ese mundo, después que pase la pandemia… Un estado vigilante y
burocrático, con el control casi total de la comunidad.
El tema es creer que el
poder nos cuida -cuando en realidad- nos está controlando. Guarda con eso. Las
nuevas técnicas producen datos que pueden ser utilizados para otros fines.
Entonces, si gobernar implica llevar a la comunidad a direcciones que al poder
le interesa, a lo mejor el COVID-19 viene a legitimar y a extender dichas
prácticas de vigilancia y control digital, normalizándolas y haciéndolas
supuestamente necesarias.
Por eso el poder no es
algo que uno tiene o no tiene, sino que se ejerce. Primero se pone a prueba y
rápidamente se instala.
Para terminar. La gestión
política del COVID-19, como buen administrador de la vida y la muerte, dibuja
los contornos de una nueva subjetividad. Sobre el horizonte asoma el perfil de
un sujeto diferente, con marcadas características tecno neoliberales.
El sujeto pandémico
necesita ocultarse para existir, luego de indeterminas regularizaciones. Está
atrapado en una república de producción y consumo -que es su propia casa- donde
el poder tiene acceso al monitoreo. Naturalmente, quienes no estén alineados al
modelo quedarán excluidos, tarde o temprano.
Creo que vamos hacia un
otro que no abraza, no besa, ni acaricia, porque no posee piel, manos, labios,
ni lengua. No se reúne ni se colectiviza, envía mensajes por WhatsApp o realiza
reuniones virtuales en Zoom. No intercambia bienes materiales ni toca dinero,
paga con tarjeta de crédito.
Tampoco tiene rostro.
Está enmascarado bajo un correo electrónico, una cuenta en Facebook, Instagram
o Twitter. No es un otro palpable, sino un consumidor digital, un código de
barras, una cuenta bancaria, un domicilio al que Mercado Libre puede enviar sus
pedidos, etc.
Después de la pandemia se
habrá inventado una comunidad inmune, al precio de una nueva forma de control
sobre el cuerpo.
-5-
El nuevo paradigma del
siglo XXI apunta a la máscara, obviamente, en un sentido metafórico. Y ello
puede significar una gran oportunidad o una muy mala noticia… Nuestra salud,
física y mental, volverá cuando logremos repensar la comunidad entre nosotros y
el universo, sin olvidar algo muy importante… No somos números de camas, curvas
en una estadística, enfermedades de alto riesgo, trabajos esenciales. Somos
humanos. Cada vida es inapreciable.
Por eso no sirve imponer
fronteras, ni debatir a cuántos salvaremos y cuántos serán sacrificados, sino
establecer una nueva visión en la cual esté incluida todos. Una comunidad no
definida en términos de rígidas políticas de identidad ni de
nacionalidades.
Tenemos que inventar
estrategias de emancipación. Las consecuencias del COVID-19 exigen que nos
libremos de la violencia con la que se define una inmunidad social. La
recuperación no puede ser una simple retirada de lo social, de un cierre
comunitario.
La curación solo puede
surgir de un proceso de apertura y transformación. Imaginar una nueva
comunidad, lejos de políticas de exclusión y reducción de la biovigilancia, con
las que siempre hemos producido el sentido común.
Seguir vivos frente a un
virus –siendo que los virus mutan- nos empuja a que también debamos mutar. Es
imperativo cambiar la relación de nuestros cuerpos con los dispositivos de
vigilancia y control, porque no son simples mecanismos de comunicación. Bien,
entonces habrá que esforzarse y aprender a desalinearnos.
Finalmente, los gobiernos
llaman al encierro y a la descolectivización, pero yo me quedo con algo que me
pasó durante la cuarentena.
En el segundo mes sentí
la necesidad de huirle a tanta banalidad alrededor del tema, porque cuando vi a
la gente subir publicaciones haciendo ejercicios, preparando comida, cantando,
bailando y riéndose como gansos, me pareció una falta de respeto por la gente
que estaba muriendo.
Así que decidí refugiarme
en las cosas buenas que había vivido en la infancia, ese precioso tiempo en el
cual nada importaba, no existían las obligaciones y sobre todo, uno era
inmortal.
Más tarde revisé mi
angustia y quería entender si era igual a la del resto, o sea, una angustia de
carácter económica, pues aparentemente a todo el mundo solo le preocupa
quedarse sin trabajo.
A mí me angustia haber
perdido el niño que fui, sí, pero muchísimo más la ausencia de las cosas bellas
que sucedieron en los últimos años y eso es demasiado valioso para venir a
perderlo justo ahora. Naturalmente, estoy hablando de la mujer más hermosa del
mundo.
Yo propongo utilizar el
encierro para resistir e insistir en aquellos foros que nos han hecho tan
dichosos y han ayudado a sobrevivir, a pesar de la pandemia. Hagamos un apagón
a los satélites que nos vigilan y soñemos juntos la revolución… Porque al amor
no hay pandemia que lo mate.
Nacho
25 de Junio de 2020