Ensayo acerca de los besos



En general, el beso en la mejilla es el saludo más aceptado entre las personas y aunque sea la primera vez que se vean, no representa una falta de respeto o consideración. No es necesario conocer bien a la persona para besarla en la mejilla. Es un beso corto entre parientes, amigos cercanos, conocidos o compañeros de trabajo. A veces acompañando de un apretón de manos o un abrazo y aunque indique confianza, no debe confundírselo con la intimidad.

Siempre se creyó que el beso fue importado por los europeos, sin embargo, hallaron un viejo manuscrito que desaconsejaba besar en el orgasmo femenino por temor a que le arrancasen la lengua de un mordisco. De esta manera, el beso ya era parte de un juego previo al sexo.  

Los japoneses rara vez acostumbran besarse en público. Realizan una ligera reverencia, porque los actos de cortesía y amabilidad están excluidos del contexto social. El afecto comienza en la madre y el hijo y más adelante la pareja recién a solas, con besos apasionados en el cuello o las manos, jamás en los labios.

En cuanto a civilizaciones pequeñas -clanes o tribus- la acepción varía. Por ejemplo, entre los celtas advertían propiedades curativas. Contrariamente, en aldeas africanas temían que el alma escapara a través de la boca.

Los isleños de Papúa Nueva Guinea juran que el beso difiere de lo que describían las expediciones, hasta que un antropólogo los visitó y comprobó que la gente no se besaba. Aseguró que las caricias eróticas los reemplazaban y que duraban un buen rato, antes de la unión de los cuerpos.

El pueblo de bem-bem niega sentir el romanticismo del beso, redondamente. En tribus asiáticas, las muchachas experimentan el beso con desagrado. En el afán de reprimir el deseo, proceden a una práctica muy popular que consiste en la inserción de anillos y objetos mutiladores en los labios.

Para las tribus malayas e indostánicas, una bienvenida remite al beso esquimal, aunque el rozamiento de nariz o mejillas parece heredado de escrituras vedas. Las mujeres polinésicas nunca besan a sus amantes en la boca sino que pegan su nariz a la de su pareja y aspiran unos instantes.

Las sociedades amazónicas no aceptan el beso ni siquiera bajo el semblante del saludo. Los aido pai o secoya, que habitan Perú y Ecuador, apuntan que es síntoma de locura. Besar el cuerpo está considerado tabú, por lo cual, temen hacerlo. Prefieren demostrar el afecto conforme a un incesante tráfico de regalos.

Algunas curiosidades… Según el Mahabharata, el texto más importante de la India, escrito en el siglo IV a.C., pone la figura del beso como un cuestionador de la ley. Allí relata la historia del cortesano que besó los labios de una esclava, siendo que estaba penalizado hacerlo entre distintas condiciones sociales.

Recuérdese el beso de la codicia, aquel que Jacob recibiera de Isaac para obtener la autoridad de la familia. Puesto que Isaac estaba viejo y ciego, Jacob sustituyó a Esaú y así recibió la bendición del padre.

Nefzawi, un jeque tunecino, juraba que los labios del otro eran regalos de Dios.

A unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad de Cork, en Irlanda, la gente lleva a cabo un curioso ritual. Se dice que tienen por tradición besar la piedra Blarney, situada en un antiguo castillo y que quienes la besan, reciben el don de la elocuencia.

En la antigua Babilonia perpetuaban oscuras ceremonias en las cuales el beso servía para demostrar la súplica y el arrepentimiento.

Las particularidades del beso recorren el devenir de la historia. En cada época es posible detectar expresiones que oscilan los modos de acatamiento, adulación y estilos de saludo y afecto, hasta los característicos ornamentos de las convenciones actuales.

Pero, ¿es el beso una condición biológica del individuo o una construcción cultural? No se olvide que alrededor de lo indiscutible, lo irrebatible, más se implanta el sentido común.

 

2

 

En los albores del helenismo, el beso estaba asociado a un profundo carácter pasional, sobre todo en la literatura. El relato de Ganimedes cuenta que Zeus lo vio desde el Olimpo. Descendió transformado en águila y al besarlo, se enamoró. Aquí surge una pregunta interesante. ¿Cómo es posible que un simple mortal haya sido capaz de conmover a una divinidad? Burckhardt cree saberlo y sin despeinarse aclara que la Afrodita adoraba oír las súplicas amorosas de los hombres. Tanto las enternecías que a veces obraba a su favor.

Quiere decir que había rastros de humanidad en los dioses griegos –o lo que es igual- ningún dios era indiferente al dolor humano… Podía emocionarse. Cuidado con eso.      

Hacia mitad del siglo IV a.C., un padre griego besaba en la boca a sus hijos, hermanos o amistades, pero los autores sospechan de una tradición persa. Por lo demás, acreditaba la relación de escalafón con el otro.

Los esclavos, mendigos y vasallos besaban los pies del amo y señor de las tierras y a los de mayor jerarquía hasta la altura de las rodillas –a lo sumo- hasta las manos.

Plutarco añade que las novias griegas perfumaban su boca para evitar el sabor desagradable del beso. Al parecer era un extraño mejunje obtenido del membrillo que mordían, ni bien ingresaban a la cámara nupcial.

Diocles fue un héroe griego que murió en batalla, defendiendo a su amante Filolao. El poeta Teócrito asegura que organizaron competencias en su honor. Pronto los jóvenes rodeaban el sepulcro y lo besaban. Triunfaba el que poseyese los labios más puros de toda Grecia. Al ganador lo recubrían de guirnaldas y amores. Otras fuentes refieren que premiaban al que besara con mayor ternura.

De acuerdo a Burckhardt, en Grecia había un fuerte simbolismo en la dulzura que producían los flechazos del dios Eros sobre las miradas. El encuentro de miradas hablaba de una conexión única y trascendental. El pretendiente iba al encuentro con sus ojos velados. Si se gustaban, descubrían sus vendas y se besaban.

Lo que no cuenta Burckhardt es que la caída de los vendajes anuncia la metáfora del milagro amoroso. 

 

3

 

Con la expansión del Imperio, la esclavitud era frecuente en Roma. A los esclavos y siervos se les obligaban a besar manos y los pies de los poderosos, nobles y alcahuetes de turno para manifestar obediencia. Jamás el rostro. Esto quedaba reservado a la aristocracia. Solo la clase alta estaba autorizada para besar el rostro del emperador.       

Pese la consigna, a Calígula le atraía que le besaran los pies, sin importar el cargo político ni prestigio moral. Aquel hábito continuó el Cristianismo a lo largo de la Edad Media, aunque la Biblia rechazaba tales acciones.

Roma tuvo un profundo respeto por las imágenes sagradas. El romano debía tapar la cabeza y recién ahí besaba la base del monumento. Dicho procedimiento popularizó una que consistía en lanzar besos a la distancia. Y entonces, si deseaba honrar a una estatua o funcionario, el ciudadano besaba su mano y la extendía.

Pero aquel beso continuó extendiéndose alrededor del Imperio. Dentro del Circo Máximo, el gladiador besaba el látigo –o la mano con la cual lo cargaba- en honor al poder del emperador.

En el Anfiteatro, el artista doblaba la rodilla izquierda y reclinaba ante la muchedumbre. Finalmente deformó al extremo. Para atraer a los hombres, las prostitutas acompañaban los besos con gestos obscenos.

Otra costumbre fue el beso cántaro, un beso que los padres daban a sus hijos, teniéndolos de las orejas como asas de una vasija.

Los políticos, maestros y sacerdotes besaban las mejillas a través del osculum, equivalente al estrechamiento de manos que sellan un contrato. Aplicaba en ciertos eventos sociales y según el estatus del sujeto.

Desde el siglo II, el Cristianismo lo toma en demostración de hermandad, recibiendo el nombre de osculum pacis. Es un beso que nace en las misas para incrementar la fe del creyente, la alegoría a la paz de los hombres.

El beso erótico lo representaba el savolium -del latín dulce, encantador- y era un beso que los enamorados realizaban con la lengua. Ovidio decía que el uso de la lengua al besar, precipita el alma a las inmensidades del ser amado. Por su parte, Catulo lo refiere al beso robado al amante.

Uno menos apasionado fue el basium, practicado con la boca abierta y sin hacer demasiado ruido. A nosotros llegó como el beso afectuoso que suele darse a los familiares.

No podemos omitir el beso de la muerte. Al exhalar el último aliento, los familiares besaban la boca del moribundo para recibir su alma y así conservarla.

Plutarco confirma que quienes conjuraron contra Julio César besaron el rostro, la mano y el pecho, previo a su muerte. A lo lejos, la analogía al beso de Judas cuando entregó a Jesús a las autoridades. 

Al margen de las variantes, Rómulo dictó una ley que confinaba la exposición del afecto público. En especial a la mujer, quien enaltecía el valor de la modestia. La honorabilidad era tan importante en la familia romana, que podía ser arruinada con un beso o una caricia. Es más, Catón hizo expulsar del senado al cónsul Manilio pues había besado a su esposa a plena luz del día y a la vista de su hija.

Pregúntese, ¿por qué esconder el afecto, en las sombras de la privacidad? Porque ni siquiera fue un gesto de cariño, sino de un control sobre la sexualidad de la mujer. El beso impedía que las mujeres romanas cayesen en la tentación de beber el temetum. El temetum era utilizado en rituales, rebajado con agua o mezclado con azafrán, aloe y mirra. La antigüedad creía que el vino puro conducía al adulterio.

Por eso a cada mujer la obligaban a besar en la boca del marido y parientes. Apenas delatada por la bebida, sufría enormes penalidades. Tal fue el argumento que esgrimió Mecenio para moler a golpes a su esposa.

Cerca del siglo I a.C., el vino pasó a completar la alimentación, sin embargo, el emperador Tiberio decidió prohibir el beso. 

Las normas siempre garantizan una conducta, sobre todo, delante de extraños. En el caso de los romanos, la bebida evidenciaba la infidelidad de una mujer. Después vendría la paliza, el repudio social y en numerosas ocasiones, la muerte.            

De este modo procedían los antiguos. Razonamientos que no pierden vigencia, lamentablemente.

 

4

 

¿Cuándo es conveniente besar? ¿Tiene un momento ideal? ¿Quién lo establece? ¿Qué permite visualizar? ¿Los valores afectivos, el nivel de educación, la apertura del instinto? ¿Qué es lo que molesta? ¿El trabajo de pensar cómo transgredir sus reglas o las fronteras que son aleccionadas en el marco de la normalidad? 

Era un sábado de febrero y el espanto de la pandemia todavía estaba lejos. Mientras el mozo anotaba un café con crema, desde el rabillo detecto una pareja besándose muy acaramelados. Nada lograba borrar el rechazo de los comensales... En sus rostros había repugnancia e indignación. ¿Por qué? ¿Qué ley federal, fundamento divino o tradición familiar prohíbe besarse en la vía pública, en pleno siglo XXI?

No postularemos que a todos les encanta besarse en público, ya que no es así. Algunos prefieren la tranquilidad de la casa o la oscuridad de un zaguán y los que casi no suelen practicarlo, ni siquiera en el ámbito privado, pero lo hacen para mantener encendido el tizón de las costumbres.

Hay que imaginarse una barrera invisible entre nosotros y el otro y donde el beso viene a ordenarnos en la sociedad. Parece un atropello a la ingenuidad, pero sea señal de afecto, vecindad, escalafón o pleitesía y por muy especial y maravilloso que pretenda serlo, el beso no deja de revelar un patrón de conducta.    

En los albores del siglo XX, un estudio observó la lactancia de un bebé y entendió que a diferencia del primate –que funciona instintivamente- el comportamiento humano es aprendido, pues cuando recibe el placer del alimento que el bebé succiona, este es un condicionamiento transmitido por la madre.

Más tarde vino John Bowlby, revisó la investigación y le añadió la teoría del apego, que es la necesidad de sentirse cercano a alguien. La teoría del apego describe la dinámica de las relaciones entre seres humanos a largo plazo. Bowlby decía que los bebés no tenían que aprender a amar a sus madres, sino desarrollar al menos una relación sin conflictos para su crecimiento social y emocional.

Probablemente el apego sea tan importante para el ser humano, como la nutrición y la reproducción. Y no es casualidad que la práctica extendida sea la monogamia, pues, al igual que los bebés, uno circunscribe los besos sobre la persona que la ayudado a fomentar y mantener el afecto.

Sin embargo, desde la psicología son expresiones del ser humano. Queda afuera el reino animal y vegetal, en tanto carecen de elementos propios de la comunicación.

La antropología investigó la adaptación al entorno y los diferentes mecanismos de ordenamiento a lo largo de la historia. Concluyeron que el beso conforman los paradigmas morales, culturales e ideológicos de una sociedad. Basta tomar un lápiz y enumerar los besos que conoce y pronto obtendrá una notable comparsa…

- Los que solo besan a familiares.

- Los que besan a familiares, amigos íntimos y rarísima vez a desconocidos.

- Los que también besan a cualquiera.

- Los que jamás besan a su pareja delante de su propia familia, tampoco suegros ni cuñadas/os.

- Los que en lugar de besar, dan la mano.

- Los que no besan a sus parejas delante de amigas/os.

- Los que no besan a sus amigas/os delante de sus parejas.

- Los que besan a las/los amigas/os de su pareja, a excepción de aquellas/los con los cuales existe un resquemor o competencia.

- Los que besan a sus compañeras/os de trabajo, menos a las/los encargadas/dos, jefas/es, gerenta/e, etc.

- Los que besan a todos los mencionados en el anterior renglón.

- Los que besan a sus hijos frente a una buena nota.

- Los que besan al quinielero porque acertaron un número que jugaron.

- Los que besan en la entrega de un diploma, un premio o un monumento.

- Los que besan la camiseta tras anotan un gol.

- Los que besan una entrada al concierto que van a asistir.

- Los que besan para recibir las navidades, el año nuevo, etc.

- Los que besan a los candidatos, una vez ganada la elección.

Cuando uno confecciona una lista, en algún punto, termina añadiendo cosas ridículas. Con lo cual, abrimos la puerta a un nuevo interrogante… El sentido común, ¿explica la diversidad o todos los besos son iguales?

 

5

 

Diversas fuentes coinciden que la Cristiandad logro asentarse gracias a Teodosio. Otras que fue mérito de Constantino, privilegiando económicamente con obras y aprobando su colaboración dentro del imperio. 

Una vez oficializado -alrededor del siglo IV- el poder eclesiástico advirtió la decadencia del escenario social y preocupado por la herejía y la inmoralidad, entabló una feroz persecución contra el paganismo… Cerraron templos, prohibieron cultos y prácticas que contradijesen la nueva fe. 

La Cristiandad no solo renovó el ámbito religioso, asimismo conquistó la intimidad del sujeto. Y si bien es cierto que al principio estuvieron cuestionadas sus metodologías, hay una historia que describe el proceso y cómo les iba a quienes osaban desobedecer el dogma.

Prisciliano era obispo del Cristianismo, pero decidió alejarse y tutelar una secta en la que predicaba los beneficios del erotismo. Despojado de sus ropas, exponía en sus misas los conceptos de tan singular doctrina. Sumó gran cantidad de seguidores por lo melodramático de sus actuaciones y porque no precisaba el golpe bajo.

El priscilianismo creía que para evitar el pecado había que besar al otro, un suceso luminoso donde las almas se funden en una sola esencia, divina y salvadora. Pronto, sacerdotes y mujeres de la aristocracia descubrieron las bondades de aquel beso. Un beso prisciliano. Un beso que rozaba lo voluptuoso y lo místico. Lo terrenal y lo paradisíaco.

La Iglesia ordenó excomulgarlo por incitación a la herejía y lejos de hallarse intimidado, Prisciliano mantuvo la prédica y la afrenta valió el destierro. En el exilio, unos adeptos dieron refugio y lentamente organizaron las tertulias.

Embarcó con destino a Roma para entrevistarse con el Papa Dámaso. Confiaba persuadirlo en la excusa que eran coterráneos… No lo recibió. Partió hacia Milán y ver al obispo. Nuevo fracaso.

Esperó unos días y en ausencia del obispo, Prisciliano colmó de regalos a Macedonio, un funcionario muy influyente de Graciano, emperador de Milán. Macedonio era opositor del Papa, por ende, protegió a la secta y redactó un edicto que restituía los honores y derechos a los priscilianistas.

El regreso triunfal a Hispania duró poco… Las legiones de Britania se sublevaron, liquidaron a Graciano y proclamaron emperador al general Clemente Máximo. Obvio, Prisciliano entró en pánico al ver que perdió protección. Encima, el emperador Máximo y el Papa Dámaso unieron fuerzas y lo condenaron por hereje. ¡Y esta vez iba en serio!

Prisciliano hizo una última jugada, asistió al concilio de Burdeos y el emperador aceptó una reunión en Tréveris, pero cayó en la trampa… Tras interminables torturas, Prisciliano admitió la culpa. Acto seguido, fue decapitado en compañía de otros seis discípulos.

Los priscilianistas fueron los primeros herejes ajusticiados por un poder que no sobrevenía del Estado. A veces sucedía a instancias suyas… A veces, en complicidad.

Me fascinó el beso que invento Prisciliano. No porque hubiese una intención orgiástica en sus reuniones, sino porque transformaba un momento –de prudencia y moderación- en un instante de fervor místico e incendiario.

Creo que en el amor no debe haber emoción que geste diferencia tan enorme y maravillosa. Ni una propiedad en Belgrano, ni un ramo de flores, ni una aburrida colección de elogios. Es extraordinario sentarse a conversar, abrazar, acariciar y naufragar en los besos de la persona que nos gusta.     

 

6

 

Abro un paréntesis.

Pasaron meses y le conté la anécdota del bar a un amigo de Facebook. Me dijo que había leído algo de los besos en pareja y al día siguiente recibí el link de una encuesta publicada en el portal de un conocido diario. Ahora bien, el autor sintió asombro de los resultados… Gente que no tenía reparos en hacerlo, los que tenían fijación en cierta parte del cuerpo, los que no besaban por considerarlo embarazoso e infantil, etc.

Las conclusiones de las encuestas son tan inútiles y absurdos sus planteos. Si un encuestador me detiene en la calle y pregunta… “¿Prefiere rubias, morochas o pelirrojas? ¿Altas o bajas? ¿Jóvenes o maduras? ¿Atléticas o robustas? ¿Cuerdas o locas?” Mi respuesta será que no sé qué preferir. No importa. Anote que me gustan las mujeres, porque a la hora de relacionarse con el otro, las preferencias estorban lo que sucede. ¿Y qué sucede? Que no existe el gusto en abstracto. No hay acciones sin actor. Ninguna acción ocurre por sí sola. Es como aquel que afirma un agrado cuando le acarician el pelo y lo que aquí se señala es un deseo en el cual, no interesa quién es el otro. Solo alcanzar el propio deseo.

¿Para qué las encuestas? Para demostrar tendencias y en general, las respuestas nacen del cálculo y la propia experiencia. Ante la singularidad, solo existe la intuición. Conocer la diferencia entre beso y beso supone haber tenido que besar todos los labios del mundo y es imposible. Por ende, la mente trabaja alrededor de la sospecha, construyendo falsas apariencias y sensaciones.  

Cierro el paréntesis.   

 

7

 

A comienzos de la Edad Media, los musulmanes besaban el hombro en señal de respeto a una alta dignidad, mientras que gran parte de Europa -en tiempos feudales- besaban manos, pies, joyas o alguna prenda de la realeza, nobleza o funcionarios eclesiásticos.

Este formalismo, que revela vasallaje y sumisión, fue prohibido más adelante, pero volvió a imponerlo el rey Luis XIV en su corte.

Instalado en la sociedad, el Cristianismo anuló el beso erótico. Después estableció el compromiso legal a los que no sabían leer ni escribir, que eran mayoría. Primero trazaban una letra X sobre un papel, luego lo besaban para revalidar la seriedad de su contrato.

Pero durante el Barroco y el Humanismo, el beso es una expresión artística, una impresión del arte que nace de la experiencia romántica. Más aún, consolida ese carácter mágico y en consecuencia, desata la percepción del pecado y la influencia de la brujería que había en el medioevo.

A partir del siglo XVIII, el Rococó introduce características que robustecen en el arte, un refinamiento estético por los aspectos exóticos, eróticos, sensuales y sexuales del hombre. La temática de los besos siempre vinculada con el amor hacia la pareja o el amor materno.

La Revolución Industrial globaliza el concepto del beso como una cortesía, asimismo retoma su papel en la estimulación sexual y símbolo del amor entre dos personas. Pero a pesar de su resurgimiento, el beso se mantuvo en la intimidad de la pareja, pues resultaba ofensivo y escandaloso la demostración pública. Dicha práctica fue mensurada por las disposiciones de la sociedad y los códigos de etiqueta.

El Romanticismo del siglo XIX fue una corriente que expresaba los sentimientos del artista. Los besos abandonaron el terreno de la privacidad y se convirtieron en sostenes estéticos. Recuperó el rasgo mágico que tuvo en la época clásica y medieval. Centenares de libros para niños hablaban de un beso milagroso. Por citar un par de ejemplos, Cenicienta, Blancanieves o aquel príncipe que era un sapo y el beso que rompía el hechizo.

La naturalidad del arte romántico, en tanto una aproximación a lo divino, puro y perfecto de las relaciones, hizo que el beso fuese aceptado por las personas para significar los sentimientos.

Los últimos siglos quedaron signados por la inclusión de temas lascivos en los dispositivos culturales. Es un fenómeno visible en los años 20, en una producción inclinada hacia lo erótico y lujurioso y que no estaban regidos por ninguna censura. Todo el arte contribuía al consumo popular, en especial con el fulgor del cine mudo.

Al respecto, las escenas duraban medio minuto y recreaba sucesos históricos, números de magia, musicales o fragmentos de acciones teatrales. Recién a fines del siglo XIX, Edison grabó una secuencia en kinetoscopio llamada “La viuda Jones”. Los actores John Rise y Mary Irving estaban parados en un fondo neutro, dándose un beso casto y fugaz.

Según los que saben, ese fue el primer beso de la industria. Un beso que rompería con los besos íntimos o considerados inapropiados en siglos anteriores.

Ante el fulgor del cine mudo, los besos jugaban en la escasez de diálogo. En ese sentido, el beso traspasa el universo del idioma, a lo mejor porque no hace falta ninguno en particular.

A medida que nos acercamos, el beso consigue reafirmarse en el comportamiento y por lo tanto, su práctica ya no ofende la moralidad. De hecho, es un instrumento en las protestas y los descontentos de sectores que han vivido marginados y que ahora buscan una verdadera libertad sexual.

Sin embargo, el modo en el cual la sexualización ha sido incorporada a los medios por el poder, termina creando una nueva cultura, que es el cuerpo mercantilizado –o lo que es igual- es un objeto del mundo capitalista que nos toca vivir. El menor de los foros es una apertura a su consumo, porque repito, el cuerpo ha sido mercantilizado.

En nombre del progreso, el consumo de lo masivo trae a cuestas un cambio en las estructuras sociales. Poco a poco desnudó hábitos que eran practicados en la intimidad.

La sexualización en la cultura popular es indiscutible y los programas colaboran en arquetipos que no cesan de alimentar el morbo de lo obsceno. Son libres de censura, justamente, porque el escandalo suma rating, como ocurre en los shows de cosificación, donde se baila o canta a cambio de un bizcocho.  

La masividad del material pornográfico, la sobreexposición de la banalidad y la puteada fácil e innecesaria en los medios puso de rodillas a la inteligencia. La ha dejado confinada a un espacio de escaso significado o interés sensual.

Ese es un gran problema… Perder de vista la belleza de la complejidad, por culpa de los mediocres. Y déjeme advertirle que hasta para el amor es una pésima noticia.    

 

8

 

¿Qué sucedería si postulamos que el beso es una práctica sexual? Porque cuando desea pensarlo como algo previo, le está quitando densidad. Y en una cultura sexual de erotización de los cuerpos, no hay jerarquías en los encuentros. Además, si el beso es el primer contacto, hasta podríamos pensarlo al revés, esto es, que toda experiencia posterior no viene más que a desplegar lo que el beso inicia.

Las primeras evidencias escritas del beso en un estadio sexual se revelan en el Kamasutra, un texto en verso del religioso Vatsyayana.

El Kamasutra está dividido en varias partes, la segunda es un tratado acerca de las formas de besar, dónde besar, cuántos besos deben darse a una doncella, qué tipos según la posición y el lugar, etc.

Vatsyayana otorga al beso un ámbito dentro de la sexualidad y en su enunciación desprende una igualdad en la práctica, sin embargo, conviene decirlo de inmediato… El Kamasutra es un manual del sexo. En algún momento puede resultar útil, si acaso usted busca explorar nuevos horizontes, pero no hay una verdad intemporal en cuestiones sexuales.  

La moralidad sexual es el producto de las condiciones culturales. Al respecto, Freud cuenta que en la última década del siglo XIX, las condiciones eran muy represivas y el sexo era un secreto que la sociedad civilizada necesitaba ocultar.

Lo que detona el deseo, suele variar con la persona. Escondemos preferencias y fetiches y somos capaces de excitarnos, porque la capacidad a los estímulos sexuales es una característica universal. Los sentidos comunican mensajes al cerebro y luego pueden ser activados durante el beso. Por eso el beso es el resultado de la biología, psicología y la sociabilidad. Muchos expertos comparan la compulsión a besar, tan intensa e irresistible, como el deseo de comer. De ahí el famoso, "te comería a besos".

Una pareja conversa en el banco de una plaza. En un momento determinado, uno besa la espalda, un pie o el ombligo del otro. Pronto son objeto de la mirada furibunda de los transeúntes.

La misma situación y en su lugar, un bebe en el regazo materno. Claro, ¡despertará ternura! Una ternura que sugiere estar ausente en el primer caso. ¿Por qué? ¿No es tierno besarle el ombligo a su pareja? ¿Qué es lo indignante? ¿El uso del espacio público? ¿El destinatario de los besos? ¿Conviene entonces cultivar la ternura a puertas cerradas?

Habría que analizar los engranajes de los modales, pues es innegable la presencia de un discurso que atenta la libertad y la fantasía. Por supuesto, usted no va a sostener una escena de sexo en el banco de una plaza. Primero porque es incómodo y segundo porque los espacios públicos atentan contra la intimidad. 

Yo creo que coexiste junto al amor y la intimidad, un disciplinamiento por encima de cualquier cuestionamiento. Ni siquiera alertando lo mal que está que dos tipos o dos minas se besen en la calle. No, no. Es admitir lo anormal como el origen de una fuerza maligna que persiste y obliga a determinar el foro y el momento adecuado para besar. Curioso, ¿no? Nadie transa mientras el cura brinda una misa...

De acuerdo al saber popular, el hombre recurre al beso en la seguridad que pasará algo más. En la vereda opuesta, a la mujer le importa el beso en sí mismo y el debate continúa… ¿Qué es el beso? ¿La anticipación de futuros goces, por contacto de zonas erógenas, independientemente del otro? ¿Se entiende? ¿Disfrutamos del beso porque plenifica el acto sexual? ¿O solo disfrutamos besar al ser amado, independientemente de lo que suceda más tarde? 

Es preciso entender quién fija el concepto del placer, en tanto se observa una ambigüedad en su definición. Algo nos dice que no debemos besar a todos por igual, también cuáles son los puntos corporales que determinan el placer. ¿Qué duda cabe que la sexualidad está inscripta y catalogada? No son disposiciones ingenuas ni caprichosas. Cumplen funciones muy específicas, nos enmarca en las relaciones que construimos con el otro.

El beso es una intrusión a la interioridad, ni más ni menos. Trasciende el mero contacto corporal. Nos pone a interactuar con las características propias y exclusivas del otro. Es avistar su alma. Y usted podrá refutar que es incorpórea, que necesita pruebas científicas, etc. En fin, que los besos acaban siendo todos iguales. Probablemente… Pero el otro es otro.

Sin embargo, admitamos que el encuentro amoroso lo condicionan mecanismos previos, es decir, no nos percibimos desde la espontaneidad, sino por estructuras que determinan cada uno de nuestros supuestos rasgos expresivos. Son cosas distintas. Accedemos al mecanismo del beso -que es previo- y después reproducimos mecánicamente un modo de pensar el deseo, ya está impreso, serializado e industrializado por los dictados sociales. 

El problema con el placer es el ordenamiento que lo enviste, porque la sexualidad constituye una etiqueta que identifica al sujeto de cara a la sociedad.

 

9

 

Pasan los años, envueltos en una mezcla de nuevas obligaciones y situaciones imprevisibles que empujan a una constante construcción de la identidad y cada tanto me asalta la duda... ¿Qué es mejor? ¿Ser un héroe o un ladrón? 

En algunos parajes extraviados de Alemania emplean el "nachkussen", una exquisita alegoría que alude al beso venidero, al beso que está por ocurrir.

Una comodidad artística muy frecuente es el beso que el héroe le roba a la doncella. Incluso a riesgo de ser confundido con un ladrón. Comprender la diferencia entre ambos resulta determinante.

¿Qué es robar un beso? Es aquel que se le saca a alguien que no nos quiere. ¿Y por qué no querría? Nuestras sociedades están ordenadas desde el fluir del deseo, en el cual, un beso simboliza el inicio de dos cuerpos que comparten un instante de erotismo. Peor todavía, ordenadas por instituciones que obligan a besar mientras tenga vigencia el contrato… Besar por contrato, el formato más civilizado de aniquilar el beso.

Alrededor de la pareja, el acto sexual representa el aplacamiento del deseo. Pero, ¿no es el deseo en sí mismo, un despojamiento imposible? ¿Puedo tocar más allá de la mano, la piel, el cuerpo? ¿Cómo tocar el alma de una persona? ¿Desnudándola? ¿Es posible desnudar un alma? ¿Y si hubiese que seguir y seguir desnudándose?

Para los entusiastas del placer, solo existe el hallazgo de cuerpos desnudos. Y esos son los peores amantes. Me parece conveniente entender que detrás del desnudo, está la entrega. Una entrega que no consiste en ser profesional de acrobacias sexuales, sino en desandar un proceso de conocimiento mutuo e infinito.

Entonces, ¿cómo encontrar al otro, más allá del desnudo? Detrás del detrás, del detrás, del detrás, más detrás del fondo, está el otro… Desarmándose y fluyendo.  

El mundo vive animado por el arte de lo banal, las riquezas envilecen a quienes las poseen, la tecnología no responde la última pregunta y los poderosos siguen firmes en sus puestos.

A nosotros, los que retemplamos el ánimo a pesar de la adversidad, todo nos parece abusivo, insuficiente, grotesco, desesperanzador. Por eso existe el amor. Las demás cosas sirven para ennoblecerlo. El amor impulsa al artista a indagar en lenguajes que expresen la belleza, al héroe a retemplarse en el riesgo y la respuesta al ladrón de secretos, porque es la explicación de todos los misterios.

Allí deberíamos gastar nuestra inteligencia, nuestras esperanzas y nuestros años. Algunos no lo hacen y caen abatidos ni bien desembarcan en Troya. Otros fracasan al intentar robar a quienes ya han sido robados.

 

10

 

Entre sus apuntes, el escritor Jonathan Swift describió un singular brote de percepciones, luego de haber experimentado el poder de un beso mágico. Al final comprendió que dichas alucinaciones lo habían conectado con la belleza de lo pasional, de lo conflictivo, de lo ausente.

El beso lleva consigo el señuelo del encanto, aunque a veces nos condiciona la obligación de besar gente traidora y miserable, solo por cumplir con determinadas formalidades. Son articulaciones de un ordenamiento que establece un modo de actuar y no otro.

Por citar un ejemplo, ignoramos si Lucrecia Borgia o Madame de Pompadour besaban con los ojos cerrados. Nosotros creemos que no, pero el cine y el teatro opinan diferente.

En realidad se trata de un recurso artístico para que el espectador experimente la intensidad del beso –cuando en rigor de verdad- lo que importa es el otro. Siempre. No interesa cómo besa, sino quién tengo delante. Pues además, quienes deciden sustraerse en esa parcial oscuridad, son los mismos que la utilizan para imaginar que besan a cualquier otro, menos a la persona que tienen enfrente. Y eso es una porquería.

Marcel Proust decía que los besos exploran el cuerpo del otro, como quien desarma un despertador, no para observar el contenido, sino para averiguar qué cosa es el tiempo. Y no está mal. Una vez que tiene lugar el beso, el tiempo queda suspendido. A partir de entonces, se crea una nueva piel que nos conecta con el otro y una mezcla de dimensiones.

El beso representa la distancia de la singularidad, es decir, consagra la diferencia, sin adueñarse de ella. No la sobrepasa. Siempre queda un aire, algo que nunca termina por cerrar.

Los besos no buscan invadir, ni violentar. Se pliegan a las formas y descubren en su camino, los contornos del otro. Como un viaje que va hacia el otro y se deja arrastrar para ser transformado.

Por eso los labios esculpen, toman la forma de lo que tocan. Tocan sin agarrar. Reposan con cierta lentitud... Rompen el tiempo del mundo y hacen de cada parte del cuerpo, un mundo nuevo.

A lo mejor, entre besar y no besar, está el roce. Nunca desemboco sobre el otro de manera categórica, porque quizá haya en el roce un encuentro fuera de tiempo, una demora del prólogo y sin embargo, alcanza para diferenciar la perversidad del furor romántico. El perverso se abstrae del sentido, no le inquieta la respuesta del otro. En cambio, el enamorado crea sentido, siempre y de la nada.

Justamente, es el incendio del sentido lo que hace estremecer. Todo contacto plantea, le pide a la piel del otro que responda.

 

11

 

Durante la cita amorosa, el momento del beso es traumático. Hay instalado un temor casi legendario que consiste en admitir que todos los besos en las primeras citas suelen ser sean malos y entonces, invariablemente el encuentro queda manchado con un recuerdo espantoso.

Pero claro, ¿a quién le interesa el recuerdo, no? Frente a la dinámica del amor, la nostalgia es inoperante. Le regalo el recuerdo de los mejores besos de mi vida, a cambio del amor de la más hermosa. Bese como bese.

Más allá del adorno y el refinamiento en las palabras y las promesas, el romance precisa algo que incentive el comienzo o no de un vínculo. Ahí es conveniente observar la posibilidad de acercar un beso, pues el beso posee la facultad de abreviar la distancia con el otro. 

El beso en la cita -sobre todo, el primero- tiene la cualidad de lo burocrático y leguleyo, porque el primero suele pedirse. El quinto, no. Además, si tiene que pedir permiso a cada rato, entonces hay algo que no anda bien. 

Mire, no estoy seguro que haya una barrera administrativa, que luego es abolida con una artillería de besos, pero convengamos que no es frecuente que un tipo bese a sus amigas, de la misma forma que besaría a una perfecta extraña… ¡Y que encima le gusta! Por lo cual, me parece que el poder del primer beso es supremo… Lo pone a usted de un lado o del otro. Con un pie, en la entrada al paraíso o sobre el precipicio, al borde del infierno.   

Ahora, ¿cómo actuar para que lo besen? Tome la mano de la señorita, solamente para generar un movimiento que enfatice la conversación. ¿Entiende? Después retírela con suavidad.

Si ella vuelve a tomar su mano, mirándolo a los ojos… Produjo un acercamiento. Usted adquiere la certeza de que si quiere besarla, podrá hacerlo sin sentirse incómodo. Sin imponer su voluntad a la fuerza. 

Es fundamental proporcionarle al otro la oportunidad de acercarse, sin temer al papelón. Tampoco al rechazo. La seducción no consiste en persuadir, sino más bien en permitir el avance, sin tener que provocar ningún movimiento violento.

Ejemplo, si la mujer que le gusta, lo quiere… De acuerdo, cédale la oportunidad y ábrale la puerta para que pueda acercarse despacio. Seducir no es un fenómeno que consiste en apelar a un arsenal de posturas y frases ingeniosas, sino facilitarle el camino al otro y dejar que fluya.

En cambio, si no lo quiere, no se va a acercar. Por mucho que obsequie, por mucho que ruegue, por mucho que prometa.

Elegante. Eso es lo que debería hacer uno. Ser elegante en ese camino que nos arrima el beso. Acercarse a esa pequeña apertura que son los labios… Como una puerta que el otro nos deja casi entreabierta, casi al descuido, para el instante del beso.

 

Final

 

En la vida suceden hechos que dejan vislumbrar una prolija distancia del universo. Cada uno de nosotros tiene al mundo dividido en dos mitades, ciertamente. Entre ambos es posible sentir una diferencia de intimidad, de luz, de acercamiento, de intensidad y que hace que dichos grupos sean bien opuestos. 

El primero pertenece a quienes ya nos besaron. Primeros besos, besos de exnovias, de amistades que han dejado de verse, de familiares que partieron, etc. Evidentemente, aquí reposa todos los matices de la nostalgia, porque son los besos del pasado.   

El segundo conjunto no es menos importante. Al contrario. Es aquel de los que aún están fuera y nunca nos han besado. ¿Y por qué tan importante? Porque es el que vivimos ahora, es el único que nos mantiene vivos. Es el mundo de la ilusión y la lucha, de la esperanza de que en algún momento nos besará la persona que amamos.

El marqués de la Rochefoucauld decía que la ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras.

La sensación amorosa atraviesa el alma como estrellas en el cielo. Algunas provienen de un pasado muy remoto. Estoy hablando de los que siguen enganchados con amantes que han tenido y cuyas fugacidades iluminaron un año, un mes, una semana o apenitas un día. 

Sin embargo, ese destello efímero continúa dándoles un significado a la existencia. Al final, no caben dudas que han sido guiados por estrellas que se apagaron hace rato.  

Amamos en la ausencia, que no es hija de una emoción petrificada en el tiempo. No, no. Es pensar el amor como resignificación. Es haber visto una estrella y sentir que a usted le ha cambiado la vida por completo y entonces hay que seguirla de cerca, antes que desaparezca.

Pensaba en la dedicatoria y pensaba en esos besos, abrazos, caricias y corazones palpitantes que permanecen ausentes y distantes, mientras transcurre este interminable período de cuarentena.

Y ahí recordé una de las últimas charlas telefónicas con mi vieja, tratándome tiernamente como un perro, a pesar que para el horóscopo chino sea una rata.

Sí, creo que en el fondo debo tener un alma perruna. Salgo a correr pajaritos alrededor del patio, a ladrarle a los autos que pasan, a aullarles a las sirenas de los bomberos, a buscar asilo las jornadas lluviosas o de intenso frío.

Cuando araño la puerta para entrar a la casa, enseguida me recuerdan que tengo cucha. A veces tengo la triste sospecha que no me desean adentro. Tal vez por alguna macana que hice o porque redondamente no quieren perros arriba de los sillones, tirando pelos por todos lados y robando platos de comida que han dejado al borde de la mesa.

La vida del perro es muy dura. También la del enamorado que espera encontrar puertas que parecen estar cerradas para siempre.

Así que usted, señorita, que está leyendo y sabe que la adoro, no se asuste. Cierre los ojos e imagine un pequeño ladrido del otro lado de su puerta. Bueno, soy yo. ¡Guau, guau! El ladrón de siempre.

Nacho

11 de Julio de 2020.