Estatuas

 


1

 Es conocida la destrucción que Dios prometió recaer en Sodoma. Lot fue avisado por unos ángeles, bajo la advertencia de abandonar la ciudad sin darse vuelta. En cuanto pudo, Lot huyó junto a su familia, pero su mujer Edith desobedeció y fue convertida en una estatua de sal.   

 Antiguamente, las estatuas servían para honrar a los muertos, pero este respeto declinó en un culto y concluyó
en la adoración de lo que se había amado. Comenzaron haciéndose en poco confiables como madera y arcilla y luego en piedra, aunque con resultados muy pobres. Después los griegos perfeccionaron en aquellas grandes obras que conocemos gracias a libros, revistas especializadas o visitas a los museos.

 En Grecia floreció la búsqueda del ideal en la belleza artística y en ningún matiz se distingue tanto como en la escultura. Para esculpir, preferían el mármol y el bronce y tomaban como importantes todos los asuntos relacionados con dioses y héroes, agregándose el retrato de personajes históricos en épocas del helenismo tardío.    

Sin dudas, Fidias fue el escultor notable porque además de ser el primero en realizar estatuas colosales, expresó con perfección y armonía la realidad idealizada, la proporción orgánica, el alejamiento de lo vago y monstruoso, la precisión en los contornos y detalles, la armonía y belleza en las formas y la finura en la ejecución de sus obras.

Fidias nació en el siglo V a.C. y era protegido de Pericles, quien pretendía imprimir en Atenas, un signo de la cultura y la educación.

Entre las diversas estatuas de Fidias estaban Atenea Lemnia y Atenea Promacos, ambas hechas en bronce y destinadas a la Acrópolis de Atenas. Otra estatua fue Atenea Partenos de 12 metros de altura, con escudo y casco, lista para defender la ciudad. De similar imponencia la efigie de Zeus en Olimpia, considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo. En el resto de su trabajo aparecen Apolo Parnopio, Amazonas de Éfeso, el Anadúmeno de Olimpia, etc.  

A la caída de Pericles, Fidias fue acusado de haber malversado el oro de la ciudad y lo encarcelaron. Según algunos cronistas, murió en la cárcel. Para otros, Fidias consiguió fugarse y se exilió en Olimpia.

Durante la antigüedad, Grecia estaba repleta de estatuas que representaban a los dioses principales, pero también divinidades menores, héroes, fundadores, señores influyentes, etc. En el fondo, cualquiera que buscara un poco de acomodo quedaba reflejado a través de una estatua.

Las estatuas ocupaban trípodes, altares, lápidas. Usualmente, en el interior de templos, donde vivían los dioses y su familia mítica y alegórica. Ejemplos, Apolo con su hermana Artemis y ambos con Leto, que fue su madre. Zeus con su mujer Hera y su hija Atenea. Asimismo, sirvientes y generales victoriosos que iban agregándose con el paso del tiempo. Etc.    

Antes de llegar a los altares de los sacrificios, había pórticos con pinturas y cientos de estatuas que formaban como avenidas que conducían a ellos. Los alrededores de cada ciudad estaban adornados por estatuas de políticos, mujeres famosas, campeones olímpicos, animales. También en los teatros, en los estadios, en los gimnasios, etc.

En los bosques estaban allí, sin orden ni razón alguna, perdidas entre los árboles. A estos bosques se los consideraban sagrados.

 Cuenta Ovidio que Anaxáreta era una doncella de Chipre, descendiente de Teucro, el fundador de Salamina.

El joven Ifis estaba enamorado de ella, pero se mostraba cruel y esquiva. Muy triste, Ifis fue hasta la casa de Anaxáreta y se ahorcó en su puerta. Sin embargo, lejos de alterarse por el suceso, ni se inmutó en lo más mínimo. Entonces Afrodita, irritada por la aspereza de la que estaba armada, convirtió a Anaxáreta en una estatua de piedra.

 Muchos mitógrafos aseguran que a los dioses los mató el olvido, pero también el carácter inconmovible del hombre. A lo mejor nos toca vivir un tiempo en el cual, el universo se ha vuelto cruel y entonces, convertir en estatuas de piedra a la gente insensible, resulta un énfasis innecesario…

 2

 En un pueblito de Chipre vivía un escultor llamado Pigmalión.

Según el poeta Ovidio, Pigmalión buscaba desposar a una doncella que coincidiese con el talento de su imaginación. Fueron largos años de soledad e incertidumbre, tallando y tallando, sintiendo que jamás hallaría tal belleza en el mármol. Pero no se dio por vencido y redobló su esfuerzo y trabajó sin descanso, prometiéndose crear a la mujer soñada.

 Al fin terminó de cincelar a Galatea. Y resultó tan hermosa, que asistió a las celebraciones en honor a Afrodita para suplicarle vida a su estatua y así casarse con ella.

La divinidad tomó una llama del altar entre sus manos y la ascendió hacia el cielo tres veces. Aquella señal aseguraba el milagro, pero no entendió el mensaje divino y volvió a su hogar, desolado.

Galatea aún parecía inerte, inconmovible. Entonces se acercó y la besó y para sorpresa, abrió sus ojos. La frialdad del mármol había desaparecido… Sus labios de marfil estaban calientes y blandos.

Luego la recostó en la cama y volvió a besarla una vez más y supo que había ante sí, un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. ¡La estatua no solo cobró vida, también sentía el fuego del amor y la pasión!

 Pigmalión y Galatea fueron dichosos y fruto de sorprendente pero bella unión, nació Pafos.

 El sacerdote y filósofo Étienne B. de Condillac imaginó una estatua capaz de tener conciencia, aunque conviene aclararlo rápidamente… La estatua de Condillac es incapaz de transcender o expresarse.

 Condillac parte de la percepción sensible, esto es, la generación de facultades y operaciones del alma, pues cree que la experiencia pasiva es resultado de la inacción de los objetos. Al fin y al cabo, las ideas y el entendimiento no son más que sensaciones transformadas.

El experimento previene lo importante que es colocarse en el lugar de la estatua que vamos a observar. Para eso es fundamental no tener más sentidos que aquellos que la estatua tuviere y adquirir los hábitos que ella contrae. En pocas palabras, ser lo que ella es. Existir con ella.

La estatua juzgará las cosas como las juzgamos nosotros, solo cuando tome nuestros sentidos y experiencias y nosotros juzgaremos como ella cuando estemos privados de lo que le falta a ella.

 Condillac propuso percibir el cuerpo de un hombre, a partir de una estatua de mármol. Luego confirió a la estatua el sentido olfativo, quizá el menos complejo.

El olor que se le presente a la estatua, será el umbral biográfico. Para la estatua no habrá sino ese olor en el universo -mejor todavía- ese olor será el universo. Sucede al caminar por una vereda y sentir un aroma que lo devuelve a la infancia o la fragancia de un perfume que le recuerda a una novia, etc.

Una vez manifiesto el olor en la conciencia de la estatua, aparece la atención. La perdurabilidad del olor, ya cesado el estímulo, tendremos la memoria. Una impresión actual y del pasado, ocupando la atención de la estatua, la comparación. Si la estatua percibe analogías y diferencias, habrá juicio y si la comparación y el juicio ocurren nuevamente, obtendremos la reflexión.

Por último, que una idea agradable sea más vívida, sobreviene la imaginación.

 Más tarde, sumadas las facultades del discernimiento y la voluntad, surgirá el amor, el odio, la esperanza y el miedo. La conciencia de haber atravesado numerosos estados le dará a la estatua una noción abstracta, pero no menos crucial… La noción del yo.

 Algunos discípulos de Platón juraban que los ojos eran instrumento del engaño cósmico… El mundo no es tal como lo vemos.

El ojo cambia los colores, formas y movimientos. Las modelos de la televisión que nos seducen sean acaso sirvientes del infierno. La empleada del almacén podría ser la Hidra del Lerna. Los semáforos de Florida y Av. Corrientes en realidad son Hugin y Munin, los cuervos del dios Odín que todo lo ven.

 Jamás sabremos cómo es el universo. El resto de los sentidos y el lenguaje contribuyen a completar este sueño de falsas apariencias, que es nuestra percepción.

Cuanto menos sabemos, menos caemos en el error. Cuanto menos vemos, más cerca estamos hallar la verdad inconcebible.

 3 

A los griegos les atraía la idea de encerrar la perfección del cuerpo humano en una estatua de mármol o bronce. Por tal motivo estudiaron las formas ideales y concluyeron que la única expresión de lo perfecto estaba representada en los dioses olímpicos.  

 Para el arte griego, un dios suponía un señor joven y hermoso. El cuerpo del dios se aproximaba a la mayor composición y riqueza de detalles posible, mientras que la cabeza era bastante convencional.

El mismo Aristóteles explicaba, a través de ciertos gestos, las particularidades de las estatuas. Por ejemplo, claridad, calma, desapasionamiento, inteligencia y voluntad se expresan en el amplio sobresalir de la frente redonda y de la nariz recta.

La ética aristotélica postulaba que el carácter, la pasión, la belleza y el arte eran vínculos físicos y abstractos, pues debían representarse con fidelidad lo preciso, lo durable, lo momentáneo, digamos, la percepción particular del objeto y su interpretación de formas, colores, grados de consistencias, etc. Al crear una obra de arte, no solo se observa lo imitando, asimismo los elementos utilizados para dicha creación.

En contraposición, Platón fue innovador en la crítica del arte y la especulación estética. Ante la definición formal, él decía que la belleza no es una propiedad, sino una comprobación individual de lo bello. 

 Las estatuas griegas tenían las siguientes características… Como gustaba la expresión de lo lánguido, los ojos estaban hundidos y los párpados superiores se recortaban con fuerza. La boca tenía ángulos profundos y sobresalía al ser vista de perfil, mientras que el mentón aparece redondo y grande con un hoyuelo. Las orejas generalmente eran finas.

 El pelo variaba en las estatuas. Los efebos lo llevaban ensortijado. Sátiros, innobles y bárbaros, erizado. En libres ondas y recogido, Afrodita. Ondulado y a veces con rodete, Hera, Eros y Apolos. Divinidades marinas y musas usaban adornos y coronas de hojas, flores, racimos, etc. Los dioses de cartel como Zeus, Hades y Poseidón, era largo y abundante y con densas barbas.

 Las vestimentas eran bastante sencillas. En los vestidos hay poco trabajo de corte, nada cosido ni abrochado, apenas piezas de tela cuadradas o redondas, ejemplo, las amazonas o las mujeres del Partenón. La diosa Afrodita tenía su cinturón y sus vestidos con flores primaverales hechos por las Cárites y las Horas.

 La armadura –en caso que la hubiese-quedaba limitada a un solo rasgo, pues consideraban un despropósito ocultar los músculos del dios o del héroe en cuestión. Por eso la armadura parecía casi pegada al cuerpo y dejaba entrever los tonos musculares. Por ejemplo, el Ares del Louvre tiene solamente puesto el casco.

Al arte griego no le gustaba lo inorgánico y entonces bastaba con insinuar y en consecuencia, que siempre predominaran los desnudos. 

 Faltaría decir aquí que lo que no carecía en la Antigua Grecia, tanto en la escultura como la pintura, era el retrato.

Los rostros pueden conjeturarse inventados, porque no estaba desarrollada la idea del retrato. Lo que había en todo caso era un retrato del espíritu. Era un reflejo poético de dioses, héroes y campeones olímpicos que nadie había visto realmente. Insisto, recién con el helenismo tardío apareció el propósito de representar a las personas tal cual eran.

 Eso sí, los escultores solían darles a los dioses un aspecto de tristeza, muy probablemente por carácter de eternos. Recuérdese que los dioses griegos eran inmortales, mas no tallaban contra el destino. Esta cualidad es determinante, no solo para contar buenas historias, sino para el que cree haber descubierto en el otro, la chispa del amor verdadero.    

4 

Hermes, hijo de Zeus y la pléyade Maya, era un niño muy precoz. Apenas recién nacido y hambriento, se puso de pie y caminó hacia unos establos en Pieria, donde descansaban los bueyes divinos de Apolo.

Temiendo que las huellas de los animales podrían delatarlo, confeccionó unos zapatos con la corteza de un roble y se las ató a las patas.

Una vez listo el engaño, comprendió que un anciano pastor llamado Bato fue testigo del robo. Entonces lo sobornó con un buey, a cambio de su silencio. Sin embargo, Hermes amagó a irse y volvió metamorfoseado. Cuando le preguntó dónde había conseguido aquel buey, Bato reveló el secreto y esa fue su perdición.

 Por romper el silencio prometido, Bato fue convertido en una estatua que quedó señalando caminos y atajos a los que temían perderse. Lo que es igual a decir, una manera alegórica de abreviar el peligro a la gente que no se anima a investigar por su cuenta.  

 El escritor Richard Burton asegura que cerca de las Islas Canarias hay una enorme estatua de bronce de un caballero que señala el oeste con su espada. Sobre el pedestal alcanza a leerse… “Vuelvan, a mis espaldas no hay nada.”

 Conforme a su actitud, la estatua puede representarse parada, sentada, tumbada sobre un sarcófago, a caballo, arrodillada, ofreciendo algún presente, etc. También en función de la parte corporal, es decir, si es un busto, un torso o un herma, que es un busto extendido sobre un pilar. 

Finalmente, por tamaño estaba el coloso, monumentos que revelaban cierta jactancia de los poderosos y la estatuilla, pequeñas esculturas utilizadas para ornamentación o elemento de culto.

 En los mitos aparecen cientos de historias de estatuas que presentaban conductas muy extrañas -y cuando no- con poderes misteriosos. Por ejemplo, las estatuas de la diosa Artemis no eran nada recomendables.

 En tiempos lejanos se conocía Artemis Orthia, una estatua que habitaba un santuario en Limnai, al sur del Peloponeso. Frente a ella flagelaban a jóvenes espartanos, pues debía hacerles brotar la sangre para fortificar el espíritu.

Un día la estatua de Artemis Orthia volvió locos a los hijos de Irgo, a Estrábaco y a Lópeco. Al parecer, los muchachos descubrieron la estatua entre unas zarzas y de solo verla, enloquecieron. Rato más tarde, Irgo encontró a sus hijos comiendo inmundicias y discutiendo sin sentido… Bueno, como tantos de nosotros.

 Heródoto de Halicarnaso visitó la ciudad de Saís a mediados del siglo V a. C. y mencionó grandiosas construcciones como el Palacio Real, el templo de Neit, un lago sagrado, obeliscos y estatuas.

De aquel viaje recordó una estatua portadora de una inscripción que aseguraba ser todo lo que ha sido, todo lo que es, todo lo que será y lo que ningún mortal podrá alzar su velo.

 Salvo que la estatua esté a resguardo, en general es víctima de toda clase de canallas… Nunca falta el vándalo que las rompe, las ensucia, las pinta, se saca fotos haciendo gestos, les escribe declaraciones amorosas y cosas aún peores, etc.   

 Había en la ciudad de Cafias, en Arcadia, un parque sagrado en cual se levantaba una estatua de la diosa Artemis. Unos niños pasaban por allí, vieron una cuerda y empezaron a jugar a que la estrangulaban. Al rato, un grupo de vecinos sorprendió a los niños y para evitar el sacrilegio, decidieron matarlos, redondamente. Semejante crimen quedó en el más firme de los secretos, pero pronto la ciudad de Cafias padecería un mal incomprensible… Las criaturas nacían muertas. Así que fueron a consultar al oráculo de Delfos y este les dijo que la diosa estaba irritada por la muerte de los niños.

El oráculo dictaminó que fuesen enterrados decorosamente y les tributasen honores similares a los héroes.

Desde ese momento a la estatua se la conoció como “Artemis estrangulada”… Nadie volvió a acercársele jamás.

 Hay estatuas que parecen indicar movilidad, aunque sea imperceptible. Visualmente hablando, la estatua ecuestre de Marco Aurelio es más proclive al movimiento, que un busto de Beethoven en el museo del Louvre. Digo, aunque pueda mover la cabeza, lo mismo ocurre con una sonrisa acentuada, un abrazo más estrecho, un ojo guiñado, una túnica algo arrugada. Son oscilaciones bastante modestas.

 Clemente de Alejandría contó que entre los prodigios de Simón el Mago, figuraba el haber hecho caminar a las estatuas.

 Por supuesto, los escépticos refutan que nadie ha visto estatua moverse y que es la imaginación lo que da una sensación de desplazamiento.

Es probable que todo movimiento no sea más que un juego ilusorio y tampoco haya alma en nuestros pechos de mármol. Somos estatuas sin saberlo y el tiempo, una inútil historia inmovilizada. Sin embargo, nos consuela saber que un milagro es posible. Un milagro basta para sentir cómo ablanda el corazón más pétreo e inquebrantable. Y ese milagro es lo más parecido al amor.    

 5 

Existían estatuas caprichosas, lo cual denota una hipálage, porque en realidad el caprichoso es el escultor.

 Egestes era sacerdote en Lanuvio y le habían encargado trasladar unas estatuas a la recién fundada ciudad de Alba. El trabajo vino a tornarse insostenible ya que eran estatuas semovientes… Regresaban durante la noche y se instalaban en sus emplazamientos originales. Egestes perseveró un tiempo, pero al final resolvió no contrariar los deseos de las estatuas y las dejó definitivamente en Lanuvio.

 Otra estatua caprichosa fue la Hera Argiva.

 Cuenta que Admete fue hija del rey Euristeo, aquel que impusiera los doce trabajos a Heracles. Vivía en Argos y era sacerdotisa de Hera Argiva.

Al morir su padre huyó de Argos y se refugió en Samos, llevándose consigo la estatua de la diosa. Pero los argivos, inquietos por la desaparición de su estatua, encargaron a unos piratas que salieran a buscarla. Como el templo de Samos estaba abierto, a los piratas les resultó fácil apoderarse de la estatua. Sin embargo, al momento de hacerse a la vela, no lograron mover las embarcaciones… El tiempo parecía bueno, pero los barcos no se movían. Comprendieron que la estatua quería permanecer en Samos y entonces la dejaron en la orilla y se las tomaron.

Admete la encontró tirada en la playa y pensó que había llegado hasta allí sola. La volvió a poner en el templo, aunque atada de pies y manos… No fuese cosa que se le escapara de nuevo.

 Desde luego, no puede quedar afuera el Paladio, la más famosa de todas las estatuas. El Paladio era una estatua arcaica de madera que representaba a la diosa Palas Atenea y tenía la virtud de garantizar la victoria a la ciudad que le tributara culto. De este modo Troya logró resistir el avance aqueo durante diez largos años.

La leyenda habla de una estatua que vino del cielo y cayó en el interior del templo de Atenea, al cual estaban construyéndole el techo. Tiempo después, varias ciudades quisieron apoderársela.

Ahora, si bien era una estatua que garantizaba paz, por el contrario, a Troya le trajo la guerra. Vale decir, si todos querían hacerse con ella, en realidad era una estatua que provocaba la discordia.

 Antes de finalizar, la historia de amor que más adoro de los mitos griegos.

 Ni bien Protesilao embarcó a Troya, su esposa Laodamia lo comenzó a extrañar. Tanto, que apenas se perdió la nave del horizonte, hizo una estatua de bronce con su imagen y la puso en su lecho. Pero le parecía un consuelo muy pobre.

Cuando llegaron noticias de su muerte, Laodamia suplicó a los dioses que se compadecieran y le permitiesen que Protesilao la visitara, aunque fuera durante unas tres horas. El dios Zeus accedió al pedido de Laodamia y encomendó a Hermes traer el alma de Protesilao del Tártaro para que animara la estatua.

Hablando a través de la boca de la estatua, Protesilao le suplicó a su esposa que no se demorara en seguirlo… En cuanto pasaron las tres horas solicitadas, ella se mató de una puñalada, abrazada a la estatua.

 Una versión diferente dice que Acasto, el padre de Laodamia, la obligó a volver a casarse, pero ella pasaba sus noches abrazada a la estatua de Protesilao. Un sirviente de palacio miró a través de una grieta en la puerta del dormitorio y vio cómo abrazaba a lo que creyó ser un amante. Pronto corrió a decírselo a Acasto, quien irrumpió en la habitación y descubrió la verdad.

Para que su hija no se torturase con un deseo inútil, Acasto ordenó que se quemase la estatua, pero Laodamia se arrojó en las llamas y pereció junto a ella.

 Estaba pensando en esa gente que se hunden en interminables arrebatos de insistencia. No solo porque molesta, sino porque terminan siendo peligrosos. Con el tiempo sacan a relucir los peores actos de violencia y no debe haber nada tan doloroso para el enamorado rechazado como la indiferencia y el desamor.

Así que quiero dedicárselo a los que perseveran en el amor, pero no a fuerza de insinuaciones obscenas, golpes bajos ni ostentaciones económicas, sino a los que entienden que el amor es siempre un proceso de construcción. Construirse para amar es construirse para ser amado. Construir y dejarse construir.

 Yo creo que el amor tiene un doble pigmalionismo… Construyo al otro y el otro a construye a mí. Ninguno de los dos somos del todo reales, más bien alucinados, porque cada uno reside en el otro. Es una mezcla de mutua construcción, mutuo engaño, de mutua alucinación. Algunas parejas que llevan años juntas, construyen una similitud y acaban pareciéndose. Y ese es el tiempo el que los va modelando. No está mal.

 Me parece que aquellos que han estado con nosotros y a quienes hemos querido, al apartarse nos fueron dejando cosas suyas… Palabras, expresiones, costumbres… Alegrías. Por eso me emociona encontrándolos presente, al menos de un modo poético, en lugares donde ya no están desde hace rato. No solo en referencia a una ex novia, especialmente en familiares que compartí mucho y sé que todavía están ahí.

A veces digo cosas sin pensar y luego me doy cuenta que son cosas que mi abuelo solía decir. Cosas que ha sembrado en mí y las tomé… Para sentirlo más cerca. Para sentirlo más presente.     

 El amor es un largo viaje, cuyo destino, es absolutamente incierto. Sin embargo, tenemos una vaga idea y es la misma que nos hace seguimos adelante, sin pausa, convencidos del milagro que ha visto nuestro corazón.

 Por eso un pequeño consejo, si se me permite, es que hay que insistir y nunca aflorar, allí, donde a uno lo aman. A pesar que sea un camino sembrado de obstáculos, retrasos, demoras, esperas. Esquivando dioses ansiosos de convertir nuestras últimas esperanzas en piedra.

 Nacho

23 de Agosto de 2020.