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Sin dudas, Fidias fue el escultor notable porque además de ser el primero en realizar estatuas colosales, expresó con perfección y armonía la realidad idealizada, la proporción orgánica, el alejamiento de lo vago y monstruoso, la precisión en los contornos y detalles, la armonía y belleza en las formas y la finura en la ejecución de sus obras.
Fidias
nació en el siglo V a.C. y era protegido de Pericles, quien pretendía imprimir
en Atenas, un signo de la cultura y la educación.
Entre
las diversas estatuas de Fidias estaban Atenea Lemnia y Atenea Promacos, ambas hechas
en bronce y destinadas a la Acrópolis de Atenas. Otra estatua fue Atenea
Partenos de 12 metros de altura, con escudo y casco, lista para defender la
ciudad. De similar imponencia la efigie de Zeus en Olimpia, considerada una de
las siete maravillas del mundo antiguo. En el resto de su trabajo aparecen
Apolo Parnopio, Amazonas de Éfeso, el Anadúmeno de Olimpia, etc.
A la
caída de Pericles, Fidias fue acusado de haber malversado el oro de la ciudad y
lo encarcelaron. Según algunos cronistas, murió en la cárcel. Para otros, Fidias
consiguió fugarse y se exilió en Olimpia.
Durante la antigüedad, Grecia estaba repleta de estatuas que representaban a los dioses principales, pero también divinidades menores, héroes, fundadores, señores influyentes, etc. En el fondo, cualquiera que buscara un poco de acomodo quedaba reflejado a través de una estatua.
Las estatuas ocupaban trípodes, altares, lápidas. Usualmente, en el interior de templos, donde vivían los dioses y su familia mítica y alegórica. Ejemplos, Apolo con su hermana Artemis y ambos con Leto, que fue su madre. Zeus con su mujer Hera y su hija Atenea. Asimismo, sirvientes y generales victoriosos que iban agregándose con el paso del tiempo. Etc.
Antes de llegar a los altares de los sacrificios, había pórticos con pinturas y cientos de estatuas que formaban como avenidas que conducían a ellos. Los alrededores de cada ciudad estaban adornados por estatuas de políticos, mujeres famosas, campeones olímpicos, animales. También en los teatros, en los estadios, en los gimnasios, etc.
En
los bosques estaban allí, sin orden ni razón alguna, perdidas entre los
árboles. A estos bosques se los consideraban sagrados.
El
joven Ifis estaba enamorado de ella, pero se mostraba cruel y esquiva. Muy
triste, Ifis fue hasta la casa de Anaxáreta y se ahorcó en su puerta. Sin
embargo, lejos de alterarse por el suceso, ni se inmutó en lo más mínimo.
Entonces Afrodita, irritada por la aspereza de la que estaba armada, convirtió
a Anaxáreta en una estatua de piedra.
Según
el poeta Ovidio, Pigmalión buscaba desposar a una doncella que coincidiese con
el talento de su imaginación. Fueron largos años de soledad e incertidumbre,
tallando y tallando, sintiendo que jamás hallaría tal belleza en el mármol.
Pero no se dio por vencido y redobló su esfuerzo y trabajó sin descanso,
prometiéndose crear a la mujer soñada.
La
divinidad tomó una llama del altar entre sus manos y la ascendió hacia el cielo
tres veces. Aquella señal aseguraba el milagro, pero no entendió el mensaje
divino y volvió a su hogar, desolado.
Galatea
aún parecía inerte, inconmovible. Entonces se acercó y la besó y para sorpresa,
abrió sus ojos. La frialdad del mármol había desaparecido… Sus labios de marfil
estaban calientes y blandos.
Luego
la recostó en la cama y volvió a besarla una vez más y supo que había ante sí,
un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los
dedos. ¡La estatua no solo cobró vida, también sentía el fuego del amor y la
pasión!
El experimento previene lo importante que es colocarse en
el lugar de la estatua que vamos a observar. Para eso es fundamental no tener
más sentidos que aquellos que la estatua tuviere y adquirir los hábitos que
ella contrae. En pocas palabras, ser lo que ella es. Existir con ella.
La estatua juzgará las cosas como las juzgamos nosotros,
solo cuando tome nuestros sentidos y experiencias y nosotros juzgaremos como
ella cuando estemos privados de lo que le falta a ella.
El olor que se le presente a la estatua, será el umbral
biográfico. Para la estatua no habrá sino ese olor en el universo -mejor
todavía- ese olor será el universo. Sucede al caminar por una vereda y sentir
un aroma que lo devuelve a la infancia o la fragancia de un perfume que le
recuerda a una novia, etc.
Una vez manifiesto el olor en la conciencia de la
estatua, aparece la atención. La perdurabilidad del olor, ya cesado el
estímulo, tendremos la memoria. Una impresión actual y del pasado, ocupando la
atención de la estatua, la comparación. Si la estatua percibe analogías y
diferencias, habrá juicio y si la comparación y el juicio ocurren nuevamente,
obtendremos la reflexión.
Por último, que una idea agradable sea más vívida,
sobreviene la imaginación.
El ojo cambia los colores, formas y movimientos. Las
modelos de la televisión que nos seducen sean acaso sirvientes del infierno. La
empleada del almacén podría ser la Hidra del Lerna. Los semáforos de Florida y
Av. Corrientes en realidad son Hugin y Munin, los cuervos del dios Odín que
todo lo ven.
Cuanto menos sabemos, menos caemos en el error. Cuanto
menos vemos, más cerca estamos hallar la verdad inconcebible.
A
los griegos les atraía la idea de encerrar la perfección del cuerpo humano en
una estatua de mármol o bronce. Por tal motivo estudiaron las formas ideales y
concluyeron que la única expresión de lo perfecto estaba representada en los
dioses olímpicos.
El
mismo Aristóteles explicaba, a través de ciertos gestos, las particularidades
de las estatuas. Por ejemplo, claridad, calma, desapasionamiento, inteligencia
y voluntad se expresan en el amplio sobresalir de la frente redonda y de la
nariz recta.
La
ética aristotélica postulaba que el carácter, la pasión, la belleza y el arte
eran vínculos físicos y abstractos, pues debían representarse con fidelidad lo
preciso, lo durable, lo momentáneo, digamos, la percepción particular del
objeto y su interpretación de formas, colores, grados de consistencias, etc. Al
crear una obra de arte, no solo se observa lo imitando, asimismo los elementos
utilizados para dicha creación.
En
contraposición, Platón fue innovador en la crítica del arte y la especulación
estética. Ante la definición formal, él decía que la belleza no es una
propiedad, sino una comprobación individual de lo bello.
Al
arte griego no le gustaba lo inorgánico y entonces bastaba con insinuar y en
consecuencia, que siempre predominaran los desnudos.
Los
rostros pueden conjeturarse inventados, porque no estaba desarrollada la idea
del retrato. Lo que había en todo caso era un retrato del espíritu. Era un
reflejo poético de dioses, héroes y campeones olímpicos que nadie había visto
realmente. Insisto, recién con el helenismo tardío apareció el propósito de
representar a las personas tal cual eran.
4
Hermes, hijo de Zeus y la pléyade Maya, era un niño muy
precoz. Apenas recién nacido y hambriento, se puso de pie y caminó hacia unos
establos en Pieria, donde descansaban los bueyes divinos de Apolo.
Temiendo que las huellas de los animales podrían
delatarlo, confeccionó unos zapatos con la corteza de un roble y se las ató a
las patas.
Una vez listo el engaño, comprendió que un anciano pastor
llamado Bato fue testigo del robo. Entonces lo sobornó con un buey, a cambio de
su silencio. Sin embargo, Hermes amagó a irse y volvió metamorfoseado. Cuando
le preguntó dónde había conseguido aquel buey, Bato reveló el secreto y esa fue
su perdición.
Finalmente,
por tamaño estaba el coloso, monumentos que revelaban cierta jactancia de los
poderosos y la estatuilla, pequeñas esculturas utilizadas para ornamentación o
elemento de culto.
Un
día la estatua de Artemis Orthia volvió locos a los hijos de Irgo, a Estrábaco
y a Lópeco. Al parecer, los muchachos descubrieron la estatua entre unas zarzas
y de solo verla, enloquecieron. Rato más tarde, Irgo encontró a sus hijos
comiendo inmundicias y discutiendo sin sentido… Bueno, como tantos de nosotros.
De
aquel viaje recordó una estatua portadora de una inscripción que aseguraba ser
todo lo que ha sido, todo lo que es, todo lo que será y lo que ningún mortal
podrá alzar su velo.
El
oráculo dictaminó que fuesen enterrados decorosamente y les tributasen honores
similares a los héroes.
Desde
ese momento a la estatua se la conoció como “Artemis estrangulada”… Nadie
volvió a acercársele jamás.
Es
probable que todo movimiento no sea más que un juego ilusorio y tampoco haya
alma en nuestros pechos de mármol. Somos estatuas sin saberlo y el tiempo, una
inútil historia inmovilizada. Sin embargo, nos consuela saber que un milagro es
posible. Un milagro basta para sentir cómo ablanda el corazón más pétreo e
inquebrantable. Y ese milagro es lo más parecido al amor.
Existían
estatuas caprichosas, lo cual denota una hipálage, porque en realidad el
caprichoso es el escultor.
Al
morir su padre huyó de Argos y se refugió en Samos, llevándose consigo la
estatua de la diosa. Pero los argivos, inquietos por la desaparición de su
estatua, encargaron a unos piratas que salieran a buscarla. Como el templo de
Samos estaba abierto, a los piratas les resultó fácil apoderarse de la estatua.
Sin embargo, al momento de hacerse a la vela, no lograron mover las
embarcaciones… El tiempo parecía bueno, pero los barcos no se movían.
Comprendieron que la estatua quería permanecer en Samos y entonces la dejaron
en la orilla y se las tomaron.
Admete
la encontró tirada en la playa y pensó que había llegado hasta allí sola. La
volvió a poner en el templo, aunque atada de pies y manos… No fuese cosa que se
le escapara de nuevo.
La
leyenda habla de una estatua que vino del cielo y cayó en el interior del
templo de Atenea, al cual estaban construyéndole el techo. Tiempo después,
varias ciudades quisieron apoderársela.
Ahora,
si bien era una estatua que garantizaba paz, por el contrario, a Troya le trajo
la guerra. Vale decir, si todos querían hacerse con ella, en realidad era una
estatua que provocaba la discordia.
Cuando llegaron noticias de su muerte, Laodamia suplicó a
los dioses que se compadecieran y le permitiesen que Protesilao la visitara,
aunque fuera durante unas tres horas. El dios Zeus accedió al pedido de
Laodamia y encomendó a Hermes traer el alma de Protesilao del Tártaro para que
animara la estatua.
Hablando a través de la boca de la estatua, Protesilao le
suplicó a su esposa que no se demorara en seguirlo… En cuanto pasaron las tres
horas solicitadas, ella se mató de una puñalada, abrazada a la estatua.
Para que su
hija no se torturase con un deseo inútil, Acasto ordenó que se quemase la
estatua, pero Laodamia se arrojó en las llamas y pereció junto a ella.
Así que quiero dedicárselo a los que perseveran en el
amor, pero no a fuerza de insinuaciones obscenas, golpes bajos ni ostentaciones
económicas, sino a los que entienden que el amor es siempre un proceso de
construcción. Construirse para amar es construirse para ser amado. Construir y
dejarse construir.
A veces digo cosas sin pensar y luego me doy cuenta que
son cosas que mi abuelo solía decir. Cosas que ha sembrado en mí y las tomé…
Para sentirlo más cerca. Para sentirlo más presente.
23 de Agosto de 2020.