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Un joven persa llamado Daraiawa estaba enamorado de Cira, la hija de un comerciante de Susa. La joven no lo correspondía, pero por diversión obligaba a hazañas imposibles con la promesa de entregarle su amor.
Para empezar, Daraiawa fue a buscar los frutos de la sabiduría, no lejos del río Indo, en los confines del Imperio. El árbol está rodeado de otros centenares y cuyos frutos desencadenan falsos nociones. Por tal motivo permaneció en una enorme biblioteca, indagando en libros secretos cómo diferenciar los frutos.
Después profanó el templo de Maharashtra, donde solo ingresaban los monjes de la Orden del Águila. Daraiawa obedeció las tareas del noviciado durante siete años y una vez preparado monje, entró al templo y robó unas reliquias que más tarde entregó a la joven Cira.
En el curso de su vida, Daraiawa mató dragones, escaló montañas, resolvió enigmas y desobedeció leyes sagradas. Cabe vislumbrar que a cada hazaña cumplida, Cira encargaba otra y otra, asegurándole que sería la última.
Finalmente Cira confesó que nunca lo amaría y a Daraiawa no le importó… Él estaba viejo y ella también.
Murió al poco tiempo, creyendo que no había sido amado por la insuficiencia de sus proezas.
A grandes rasgos, la cita amorosa representa el momento en el cual las personas se reúnen en un foro convenientemente discreto para manifestar los sentimientos hacia el otro. Es tradición que los encuentros sean propuestos por el hombre, pues el patriarcado está muy arraigado en la sociedad.
Desde hace tiempo la mujer cumple con un disciplinamiento que consiste en permanecer en la casa, criar a sus hijos, mantener un perfil dócil en la pareja, etc. Por otra parte, a la cultura occidental no le agrada la mujer libre, firme, emprendedora y que encima las decisiones en el amor ya no sean exclusividad del hombre.
¿Se puede pensar el amor, por fuera de las solemnidades? Es una interesante pregunta.
Todo el país continúa preocupado por el coronavirus, las medidas económicas del gobierno, el aumento de la pobreza, el desenfreno de la delincuencia… Y la verdad es que hay escasos espacios para reflexionar en los diferentes aspectos del amor, sobre todo con estos antecedentes. Sin olvidarse que el amor siempre aparece conectado a lo irracional y esto lesiona el espíritu de la comunión, porque amar es perderse en un excedente. Pero claro, ni al contribuyente, votante ni consumidor le interesa este asunto. Al menos a las tres formas actuales que el poder considera al sujeto moderno.
El poder regulariza la vida dentro del marco de la normalidad. La gente normal posee objetivos claros, esto es, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, agrandar la casa, etc. Lo demás queda fuera de contexto. Ninguna persona normal puede aspirar a una relación sin estos requisitos básicos. A no ser que esté loco o sea un inadaptado social o ambas cosas.
El siglo XXI es el símbolo de dominación capitalista y las cuentas claras y entonces el otro es un otro en quien planifico un futuro tranquilizador... ¡Y mire qué absurdo! El amor es una renuncia a la comodidad.
Conforme a los dictados, pensar al otro es pensar a partir de atributos construidos para que tengan una disposición social. De ningún modo es sensibilizarse ante lo que uno ha visto en un caldero mágico.
Sin embargo, la inteligencia dispuesta con el objeto de resolver la contabilidad de una oficina, es menos encantadora que desatarla alrededor de la persona que nos gusta y así observar todos sus matices.
Es como la rueda de colores. Quizá esté girando demasiado rápido y algunos no distinguen más de un color. Ven un blanco y en realidad hay cientos de colores. Por eso no me atrae el jactancioso, el que cree saberlo todo. Me gusta la inteligencia que tiene ribetes curiosos, aunque hoy esté menospreciada por considerársela sinónimo de acoso.
Pensar el amor es pensar en un viaje sin brújula. No importa hacia dónde nos estemos dirigiendo, sino con quién hagamos ese viaje a lo desconocido.
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Días atrás recibí un mensaje vía Facebook de una seguidora del blog donde amontonó halagos que agradezco, pero me parecen inmerecidos. El caso es que refiere acerca de un rechazo en su trabajo y entonces me sugirió escribir algunas opiniones.
Arranco por acá… Según sus palabras, en vísperas de la primavera, uno de sus compañeros se le declaró a otra compañera. Para ello, fue hasta su sector y propuso una cita. Todos sabían que iba a fracasar, menos él. Después del rechazo, el tipo mostró una amarga indignación.
Mire, el primer error es considerar a la primavera como si se tratase del llamado natural del amor. Lo mismo el día de los enamorados, el día del amigo, el día de la secretaria, no son cuestiones naturales, sino simples maniobras de marketing. Es ridículo calcular días concretos o estaciones del año adecuadas para manifestar los sentimientos, porque la pasión no entiende de calendarios.
Ahora, ¿por qué se indignó? Hay tristeza, angustia, desolación, pero… ¿Indignación? Sucede que el enamorado sacraliza y el mínimo sacrilegio, lo ofende. Y un sujeto indignado es peligroso, basta ver los noticieros.
Probablemente, la indignación sea hija del despecho, del que no acepta un no. No soporta su condición de rechazado y actúa como si no le hubiese pasado. Prefieren evitar los comentarios e inculpan al otro para no admitir que son desagradables, especialmente a los ojos de la mujer que desean.
Por supuesto, instalan su propia versión, esto es, que nadie entiende a las mujeres y por eso son unas histéricas. Así funciona el orgullo machista… Les causa daño lo que sus amigos dirán de él y la descripción que brindan concuerda con las barbaridades habituales, “¡fulana me dijo que no!”. Frente a la pregunta “¿pero qué pasó?”, responden “es una loca de mierda".
De manera que la mujer que no le da bolilla, en efecto, es el enemigo. Es la personificación de un perjuicio a su dignidad. Y cada vez que la recuerda o la menciona, aparece vestida en las formas más grotescas y odiosas.
En general, el que busca el motivo del rechazo, lo busca fuera de la realidad propia. Culpa a la influencia de sus amistades, a su fama de mujeriego, porque opinan que es inseguro, etc.
Cuando a un hombre lo rechazan –no una, sino todas las mujeres- es porque les da asco. Por eso le dicen que no. Ninguno reconocerá ese motivo, que es el único. Y si no, ¿por qué va a ser?
¿Es menos cruel no aclarar la razón del rechazo? Porque también está la negación… Nada nubla como tener que admitir que no gustamos.
Aparentemente la señorita contestó "estoy ocupada con otras cosas". No parece un argumento muy convincente, ¿y el tipo qué esperaba? ¿que dijese qué le da asco? ¿Y si no hubiese preguntado nada y ocultaba su ilusión en las neblinas de la incredulidad? De última volvía contento a su casa y contaba que no lo quisieron por una cuestión de horarios...
A medida que la persona atraviesa los efectos de una depresión, el desengaño o la tristeza, siente que todo le sale mal. Cree que tiene al mundo en contra, que la desgracia lo acecha…Y como cree que no lo entienden, resiste la ayuda de los demás. Naturalmente, eso lo hunde aún más en su desgracia.
Con el tiempo, la persona parece abandonar ese círculo infernal, por el contrario, parece regocijarse en el tormento y vuelve fastidiosa e insufrible su presencia al resto.
3
Los mandatos destruyen la fantasía al advertirnos que es inevitable enamorarse de compañeros del trabajo, vecinos o amigos. Debajo de esta mención, que algo sea inevitable delata un estado de mediocridad. ¿Se da cuenta? Es inevitable ya que no requiere un esfuerzo de la inteligencia ni del espíritu.
Yo creo que la racionalización del amor permite su manipulación. De hecho, hay una estructura endogámica alrededor suyo. Y si no piense, ¿entre cuántas personas pueden hallarse al amor de su vida? Porque si lo quiere buscar en terrenos razonables, al rato influirán sus preferencias, ejemplo, que sea de su edad e idéntico estrato social, que tenga gustos similares, que viva cerca del barrio, que trabaje con usted, etc.
Al final, el amor de su vida queda atrapado en un gueto, pues, ¿cuál es el límite de alteridad que uno está dispuesto a soportar? Estas cuestiones no son ni más ni menos que la representación de un análisis sociológico para saber con quiénes nos relacionamos y deconstruir el concepto del amor que nos han incorporado desde pequeños. Además, ¿a quién va a presentar a sus padres? Los padres pagan los estudios de sus hijos para que les traigan un pretendiente como la gente.
Es muy frecuente que aquel que sale poco de su casa esté atrapado en un universo que culmina con el vecino de la próxima cuadra. Y si agregamos la vida social que deriva de tener que salir a trabajar o estudiar –y aquí aparece lo que recién decía- es inevitable no acabar entreverados con compañeros de trabajo o de estudio.
Esto pasa desde nuestros abuelos. Si se realizara un estudio de campo entre 60 o 70 años, seguramente los matrimonios con vecinos, compañeros de trabajo o de estudio resultarían una aplastante mayoría.
Podrá argumentarse, ¿qué molesta casarse con un conocido? Justamente, los horizontes a los que las personas estaban condenadas -limitaban, desde antes de intentarlo- la extensión sentimental de sus vidas.
Gracias a Dios, existen las redes sociales.
Las redes sociales amplían la imaginación a varios contactos y esto no significa que ayer vivíamos en la prehistoria, sino que ha abierto un nuevo paradigma… La oportunidad de relacionarse con un otro que no está a 10 minutos de casa. La distancia ya no es obstáculo, sino un delicioso estímulo.
Cada época desarrolla sus estilos. Tal vez en el pasado no había tanta exposición como vemos ahora y por ende, los modos para indagar parecían diferentes y hasta más dolorosos. ¿Sabe lo que era conseguir el teléfono de la chica que le gustaba? No es que hoy se haya facilitado, pero es posible acceder a unos datos, a una información, sin moverse de su casa. Ser rechazado sin tener que verses las caras en un café o en el banco de una plaza.
El problema con las redes es que allí también ingresan compañeros de trabajo, amigos, vecinos y entonces es complicado abrir las alas y emigrar del círculo en el cual usted se maneja.
Lejos de las formas tradicionales para establecer un vínculo, Internet parece combatir la mirada determinista y geográfica de los amores. Sin embargo, el peligro de las acciones cibernéticas no radica en describimos mejores de lo que somos. No, no es eso. El temor es que se establezca un método de seducción mecánica, logrando placeres mecánicos. Bueno, tratemos de esforzarnos y ser un poco más serios.
Mantener un lazo de esperanza con un alma a horas de distancia y no tenga nada que ver con uno es admirable… Es un rayo luminoso en medio de tanta oscuridad.
Por eso no me pidan que aplauda a señores que levantan minas en las oficinas, porque no es admirable de ningún modo.
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Indudablemente, las citas carecen del dramatismo de antaño… Gracias al avance tecnológico se ha prescindido de la angustiosa tarea de andar imaginándose al otro. Incluso hay dispositivos capaces de prever un retraso o corregir el sitio convenido. Vale decir que la tecnología ha borrado el temor a que lo dejen plantado.
Lo que no parece haber cambiado es la solemnidad, en cuanto a que la cita no es la lectura de un contrato. En cualquier caso, es alegoría de la máscara que cae ante la mirada del otro.
Toda cita necesita indicios que alumbren un camino sobre el horizonte, es decir, sensaciones mínimas e indispensables para que el romance tenga alguna posibilidad de prosperar.
Para ello conviene retener costados secretos. ¿Para qué? ¿Para qué? Para despertar una intriga, un cierto misterio. Exponer enteramente lo que pensamos, conduce al aburrimiento. Contar a qué dedica su vida, qué hace en sus tiempos libres, cuál es su libro favorito, consume un ratito de charla. Después no queda mucho por agregar.
A la gente le fascina despejar las incógnitas y no está mal, pero es más delicioso demorarlos con algunos secretos. Y no estoy hablando de “en qué se parece una estufa a un chino”. No, no. Secretos que reflejen una complejidad y resulten estimulantes en el otro. ¿Y de qué sirve? Para atrapar al otro con una mayor precisión -como las telarañas- porque si comienza a estancarse en comentarios del clima, bueno, eso irá determinando su final.
La seducción es un juego de revelaciones y ocultaciones. Al exponer alma y cuerpo y revelar ampliamente sus secretos, el juego se resiente por predecible. Tampoco que cada dos palabras sobrevenga un misterio… Gana el fastidio y luego el desinterés.
Lo adecuado es enmascarar el discurso con un halo de intriga y hacer sospechar que en cualquier momento asomará la revelación suprema, porque así actúan las ilusiones… No tienen que cumplirse de inmediato, ni no cumplirse nunca. Si se cumplen al rato, se debilita el asombro. Y si no se cumplen nunca, descorazona.
Una ilusión deber ser suficientemente elástica -que se cumpla a veces- para mantener al espíritu cautivo en una intensa ansiedad.
Juro que no tengo nada personal con Internet, al contrario, solo digo esto… Lo que hasta ayer se confiaba al diario íntimo, ahora puede leerse en diferentes sitios… Respuesta, desapareció la elegancia del misterio y también la vergüenza. Lamentablemente.
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Una leyenda revela la existencia de una puerta detrás de la cual está escondido el otro. Desde luego, se trata de una puerta mágica, del mismo modo que sus llaves. El secreto consiste en advertir que no importa cómo fueron repartidas esas llaves… Porque, ay, todas han sido trampeadas. De poco vale llamar a un cerrajero o tirarla abajo a golpes.
Miles de llaves están escondidas en las dunas del desierto. Todas serán sepultadas por la acción divina, antes que nadie pueda hallar la verdadera. Sin embargo, en mi corazón hay una llave, la de una mujer hermosa y ni Dios puede arrebatármela.
Algunos engranajes no resultan eficaces en la manifestación de los sentimientos, puesto que si al enamorado ofreciesen entre olvidar o sufrir, elegirá el sufrimiento. Sospecha que es posible la reconsideración, en tanto y en cuanto no haya ocasionado un agravio irreparable. Por eso prefiere sufrir.
El enamorado percibe –y percibe mal- que el objeto de su pasión reconocerá ese último acto como algo noble y heroico. Eligió no olvidar y cree que tarde o temprano será reconocido. Aquí, en esta vida o el más allá. O que un ángel descenderá del cielo y lo recompensará con dones divinos. Etc.
Todo esto vislumbra el enamorado en su mente, pero el otro no notará tal padecimiento. Ni le será positivo ni edificante, sino más bien un gesto demencial y asfixiante.
Y entonces, ¿qué produce en el otro? Culpa. No es que esté preocupado por lo que suceda luego, en realidad no desea ser molestado. Es más, espera que venga un tercero a llevárselo y quitárselo de una vez por todas. En esa mezcla de crueldad y mezquindad se resuelve el tema.
El rechazo no encuentra salvación en ninguna parte. El destino del asesino tiene lugar entre los justos, que es la cárcel. El pobre sueña que su situación cambiará con el esfuerzo laboral o cobrando una herencia o acertando la quiniela.
Malas noticias… El que amó y solo recibió el rechazo, no tiene sombra de salvación. Ni en el Día del Juicio Final, porque la persona que amó en vida, continuará amando a otra.
Quien padece una pena de amor no alcanza la sabiduría de elegir el olvido. Lo acompaña en todo momento. Al caminar las cuadras en soledad, en los bares con amigos, en la rutina del trabajo, al escuchar una canción... Es un naufrago al que ni siquiera le quedan botellas para arrojar mensajes al mar.
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En el cine americano, el protagonista ofrece un anillo de diamantes a la dama y propios y extraños aplauden emocionados.
A fin de no pasar inadvertido, el enamorado potencia su presencia en lugares comunes. Comienza a regalar golosinas, arreglos florales, desayunos, osos de peluche, etc. El regalo inscribe el deseo del enamorado en tiempo y forma.
Cada regalo es buscado, seleccionado y comprado con suma ansiedad, porque se desea agradar al otro. Vale decir que el regalo tiene algo de plebeyo y cuando no es un regalo adecuado, descienden las expectativas. Ahí comprende que el regalo demasiado opulento puede resultar obsceno.
El regalo justo está privado de ternura, mientras que el equivocado conmueve. Yo prefiero que me quieran, no que me entiendan. Entenderme no resulta sencillo, pero más complejo es quererme.
Supongamos que una mujer me quiere mucho, muchísimo, pero no logra entenderme. Y claro, teniendo en cuenta que el amor es mudo y el arte lo hace hablar, un día compone una canción y me la regala. Esa canción no pretende otra cosa que decirme “te quiero”.
Recuerdo que mi viejo me había regalado un juego de química y de un modo misterioso entendí que me quería. Porque si hubiese jugado conmigo, tal vez hubiese entendido que lo que menos esperaba era un juego de química. Así que traté de cuidarlo con todo el cariño que pude, porque supe cuánto me quería.
Eso en el amor es una gran virtud… Poder emocionarnos con pequeñas equivocaciones de personas justas y que nos quieren de verdad, antes que recibir regalos caros y justos de personas equivocadas.
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Al momento de haber entablado un encuentro, lo fundamental no consiste en ver qué relación desean usted y el otro, porque quizá no se gusten. El tipo de vínculo es un formalismo a pactar en última instancia. Pues, entretanto, ¿qué hacen dos personas, cara a cara, aburridos de mirar las demás mesas, yendo al baño para espiar la hora? Respuesta, inventando una buena excusa para salir rajando.
Entonces, primeramente habría que averiguar si vamos a gustarle al otro y si el otro también nos va a gustar. De manera que una cita sin posibilidades de gustar -antes que nada- es una completa pérdida de tiempo.
Desde luego, se objetará, ¿y cómo anticiparse? Preguntándose qué es lo que una persona pone en juego en el amor. ¿La belleza física? ¿La inteligencia? ¿El nivel social y económico? Respuesta, son cosas que jamás se saben a ciencia cierta. Ahí está la trampa.
Sin dudas, lo más difícil es la certeza. Por un lado desea quedarse quieto y mantenerse tranquilo. No puede. La desesperación por hallar indicios, libera mente y cuerpo en una búsqueda incesante.
La certeza es como la cuerda del arco. Mientras no tenga indicios, anda con cuidado y trata de no herir a nadie. Baja sus armas, las deja a mano. En cambio, aparece un indicio, tensa el arco y suelta la flecha.
Y mata. Mata con pasión incendiaria, del que no puede escapar vivo sin abrir fuego.
Dentro de la tradición budista, el kōan es un problema absurdo e ilógico que plantea el desarrollo del conocimiento.
Un kōan no es algo que carezca de sentido, ya que no persigue la lógica de un enunciado. Tampoco es un acertijo, porque ni siquiera busca una respuesta correcta. A decir verdad, un kōan es el hallazgo de una evidencia, una iluminación, un despertar al interior de una persona.
Para resolver un kōan, el alumno debe desligarse del sentido común y entrar en un pensamiento más elevado, aumentando el nivel de conciencia que trasciende y supera al sentido literal de las palabras.
Un joven budista confesó al sabio el desconocimiento de la ausencia., el sabio lo tomó por la cabeza y la sumergió en un estanque.
Poco a poco, las burbujas fueron esparciéndose y antes del instante fatal, el sabio lo reanima.
Sin mediar palabra, se despidió del joven, anhelando que alguna vez descubra la verdad existencial, del mismo modo que un día deseó el aire para vivir.
En el mito griego, Teseo vence al Minotauro pero no lograr huir del laberinto sin la ayuda de Ariadna y un ovillo de hilo.
El hilo de Ariadna representa la dichosa certeza que tanto busca el enamorado. En este caso, el laberinto son las dificultades que debe vencer el héroe.
Sin embargo, la mujer amada también es laberinto y extraviarse entre sus pasillos es un deleite que el buen enamorado no debería pasar por alto.
8
Una creencia consiste en presentar a la confesión amorosa como el primer paso y yo afirmaría que es el último. De lo contrario, ¿qué sentido reunirse en un café, una plaza o dónde sea, si no es para exponer lo que siente?
El amor cortés fue un tributo engalanador y noble del caballero medieval hacia la dama y tuvo lugar entre los siglos XI y XII en Languedoc, una región al sur de Francia, en pleno auge religioso y de matrimonios arreglados.
Las costumbres rodearon al amor de unas exigencias protocolares, al punto tener como aspiración un goce subsidiario y que residía en el embellecimiento de la declaración. Por lo tanto, poetas y juglares trataban que siempre fuese siempre bella, sin importar que después los rechazaran.
Hay una escena repetida… Un señor comparte el ámbito laboral con una señorita. Transcurre el tiempo y empieza a sentir que le gusta, más nunca hubo una demostración, ni siquiera un acercamiento. Hasta que por fin decide interceptarla en un pasillo o a la salida para decirle que la quiere… Ese tipo es un gil. Es un gil.
Si comparten el mismo espacio de trabajo o viajan en el mismo colectivo y no intentó comunicarse… Si mediante una combinación de acciones –que revelan un plan divino- no logró despertar ni un roce, ni un intercambio de miradas, la respuesta a recibir va a ser un “NO”.
Y algo más. Tampoco sirven las jugadas posteriores, por muy inocentes y tiernas que pretendan ser. No ayuda en absoluto el artilugio de volverse poeta de golpe, porque la musa ya decidió no ser su fuente de inspiración. El hombre que ha perdido a su musa está abandonado a su suerte. No tiene escapatoria, ni redención y por esa razón tiende a escribir pésimas poesías.
Hablo de construir una relación, no sin haberle entregado parte de nuestra alma y volverse dispar e inesperado en sus acciones. Sin temor a desacomodar un poco su dignidad, haciendo el ridículo. Digo, el amor hace tonto al más sabio y está bien eso.
Lo malo de la cita es arribar a una instancia en la cual el otro valora, juzga, castiga, perdona, consuela.
Sin embargo, el amor sucede de un modo menos formal y jurídico. Menos parecido a un anuncio de medidas económicas ya que la declaración, como último recurso, es del que no posee ningún indicio.
A mí me parece que una declaración sin construcción, es la confesión de la persona que está perdida, pues en algún punto es una extorsión y toda extorsión es un pedido de respuesta. Y entonces habría que discutir si es lícito confesarse en foros donde no lo llaman. Donde su presencia no es indispensable.
Nadie puede determinar de quién nos enamoramos, tampoco ilusionar a quien no siente deseo de concretar un vínculo. Le doy un ejemplo, conoce a una mujer que está muy enamorada de usted. Pero a usted no le gusta para nada. Teniendo presente esta contradicción, la invita a tomar un café. Repito, no siente nada e igualmente la alienta a tomar algo. Bueno, usted es un canalla.
Es igual que la mujer cuando accede a los bombones, arreglos florales o lo que fuere. Eso también resulta canallesco. Y aclaro, aceptar un alfajor no supone aceptar una insinuación, pero si ha decidido no ceder a ninguna insinuación, lo mejor es no aceptar ningún regalo o invitación a tomar algo. Si aquel que tiene delante no le gusta, no haga nada. No haga nada. No aliente nada. Váyase con otro que le gusta y revuélquese todo lo que quiera, pero no siembre ilusiones en vano.
Ahora, está esto, ¿no? Algunas mujeres portan una belleza tan intimidante que paralizan. Son tan bonitas que ningún hombre se anima Y ahí van por la vida, desdichadas. Sin expectativas de que el que les gusta quiera salir con ella y como no se le anima, la portadora de tremenda belleza comienza a interesarse por sujetos que, de otro modo, no le hubiesen prestado atención.
Contrariamente, el tipo cree haber vencido donde muchos fracasaron, pero no está allí por un dictado de las estrellas, sino por un fenómeno que produce la resignación en la demasiada belleza.
En vez imponer al otro ese remordimiento miserable por no amarlo, yo opto por un rechazo urgente y expeditivo. Que lo rechacen sin vueltas, sin necesidad de poblar su conciencia con dudosas esperanzas, sin necesidad de hipotecar su alma en falsos lazos de afecto, sin necesidad de gastarse el sueldo en ositos de peluche… Etc.
Yo creo que no hay que buscar abrazos ni besos ni dejarse arrastrar cuando no lo quieren. Si la decisión ya ha sido tomada y es irrevocable, bueno, exija lo único que puede exigirse… Que no lo adornen con promesas que no le van a cumplir. Mejor aún, que tengan la delicadeza de ahorrarnos el monumental tiempo de quererlos.
Efectivamente, estas últimas líneas resultan antipáticas pues demuestran un encono contra los que sufren por amor, pero en realidad está muy a favor de los que verdaderamente saben conducir el sufrimiento de un amor hasta el final.
9
Reservé un precioso cuestionamiento de la seguidora del blog… ¿Es el amor, finalmente, una esperanza de lo imposible?
A los niños se les enseña que gracias al sol existen las estaciones y gracias a las estaciones florecen los cultivos. A partir de la adolescencia, los jóvenes descubren que lo bello es síntoma de un conjunto de rasgos normales, precisos y razonables.
Cientos de sucesos similares son indicadores de que el universo está funcionando correctamente y por eso hay gente que se conmueve en acciones cotidianas, efímeras y/o casuales. En otras palabras, el amor es la necesidad institucionalizada de las regularidades.
La experiencia de lo imposible solo se obtiene desde de lo posible, que es el mundo en el cual vivimos. Cuando lo posible, por definición, marca su origen y choca contra su límite, recién allí se abre un espacio nuevo, algo que está señalado por un pensamiento que se admite finito y limitado.
Amar a una persona a la que nunca alcanzaremos es una forma de amar lo imposible -o hacer del amor- otra figura de la experiencia imposible. Pero lo imposible, lejos de ser la negación de lo posible, es su contorno, su margen, su límite. Representa esa explicación que disponemos para cuestionar toda posibilidad de excelencia.
El problema de lo posible es que se nos presenta con pretensión de imposibilidad. Pero siempre que alguien habla en nombre de lo imposible es claro que lo está haciendo desde su propia y condicionada posibilidad. ¿Cuál es el papel del destino? ¿Cuál será su propósito? ¿Tendrá que ver con alcanzar el plano de lo imposible, o más bien con cuestionar todo intento de hacer pasar lo posible como imposible?
La posibilidad de anticipar el destino resulta obscena, pero si hubiese una forma de conocerlo, probablemente no habría aplazamiento o dificultad que angustie. La tristeza y la desesperación serían gestos de una absoluta banalidad.
Hay algo verdaderamente encantador debajo de ese asombro y perplejidad que despiertan las jugadas del universo… Le llama la atención una mujer pero observa cómo desciende varias estaciones antes que la suya y se desanima. O usted simplemente lo hace antes que ella y se pregunta en cuál estación habrá descendido. ¿Y si fuese un fantasma que recorre los vagones?
Después trata de hallarla en un mar de rostros, de sensaciones, de sueños incoherentes y siente que lo que aún no ha ocurrido está relacionado por una razón celestial. Comprende que la vida enhebra los destinos con unos hilos muy tenues. El misterio consiste en que uno y otro puede estar a años luz de distancia -y sin saberlo- que ambos estén destinados a encontrarse.
Acaso detrás de todas las adversidades que nos atraviesan esté esperándonos el destello del siguiente pensamiento… Existe solo una mujer hermosa. Apenas una. Cada espera y retraso en el camino no son malos augurios, sino un paso adelante hacia esa verdad inconcebible.
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Finalmente, ¿cómo comunicar al otro su fascinación romántica? Yo invertiría la pregunta, ¿cómo averiguar si una mujer se muere por mí? ¿Qué hacer? ¿Lanzo una señal en los cielos como Gordon para invocar a Batman? ¿Le exijo que complete un formulario? No, no.
Voy a tratar de ponerme en el medio y esperar que me atropelle. Si me esquiva, bueno, mala suerte. Ahora, si me lleva puesto, en la intersección de estas dos cadenas causales, en una de esas ocurre un milagro.
Lo sorprendente es que a veces uno cree estar egresando del enamoramiento -mediante la errónea lectura de maniobras y actitudes- y no hace más que confirmar el reingreso por otra puerta. ¿Entiende? El enamorado que no sabe si ha sido rechazado quiere retirarse del objeto amado sin llamar la atención. Sin anunciar su partida.
Y la verdad es que si hay algo que me fascina, es justamente ese enamorado… El enamorado obstinado. Ese que hay que echarlo a patadas y usted no quiere echarlo porque lo ama.
La humanidad entera conspira para escapar del dolor y siempre fracasa. Encontrar la certeza de que lo aman es el grito desesperado del hombre que no afloja, que siente la esperanza del milagro.
Poco a poco, así es cómo vamos perdiendo el entusiasmo en otras mujeres... Cuando surge el sublime engaño de creer que una mujer y solo una habrán de saciar al mismo tiempo, nuestros deseos y ansias de encontrar una llama divina que ilumine los asuntos de la vida vulgar.
El corazón del hombre enamorado construye supersticiones y se precipita de cabeza. Y no está mal, porque cree en los milagros.
Me parece que para esperar milagros es indispensable sentarse en el descreimiento. La ansiedad de prodigios suele debilitar el rigor del más incrédulo. Como resultado de algunas liviandades suelen aceptarse pruebas insuficientes o se dan por milagros hechos perfectamente naturales… Es decir, considerar milagroso que una empleada de oficina se haya enamorado del jefe de personal. No quiero esos milagros de utilería. Acaso porque la fuerza pertinaz de mi inteligencia hace impenetrable los argumentos de milagritos baratos.
Hablo del milagro que produce la percepción de un mundo a contramano de las convenciones, lleno de luz, de belleza, de pensamiento y de goce, lejos de los mediocres que se enamoran de compañeras de trabajo, vecinas, primas o mejores amigas.
¡Yo he visto un milagro, señores!
En este blog y los antecesores venimos rastreando pacientemente las huellas que esconden las palabras… Queremos descifrar qué decían antes y qué están diciendo ahora. Así que quizá conviene evitarse ese destino indolente, donde cualquiera viene a completar un supuesto milagro y los conecta con el momento más intenso y apasionado de una noche.
Nosotros creemos que la ausencia de signos constituye una oscuridad muy dura de soportar, por eso a veces nos desconectamos con la realidad. No porque seamos unos anormales, sino para seguir comprometidos en la lectura de las estrellas, en el murmullo del presente, en el advenimiento del prodigio que guía nuestra vida del modo más trascendental.
Dedicado a la mujer más hermosa, porque es un milagro.
Nacho
9 de diciembre de 2020