El Inframundo es una mazmorra neblinosa y sombría, donde las almas
pasan la eternidad. Salvo los héroes Heracles y Teseo, muy pocos logran salir.
En principio, Hermes conduce a los muertos hasta el Érebo, un paisaje escarpado y de estanques de hielo, lagos hirvientes y mares revueltos por vendavales. Homero lo sitúa al occidente.
El Érebo es la antesala del verdadero Infierno. Antes, Caronte
verifica que los muertos paguen y solo recién les permite abordar su barca
negra y así alcanzar las orillas del Inframundo. Por eso enterraban a los
muertos con una moneda bajo la lengua. Dicen que Heracles propinó tal paliza a
Caronte, que obligó a pasearlo gratis por el Hades.
Del otro lado esperaban tres caminos que conducían a los Prados de Asfódelos, a los Campos Elíseos o Islas Bienaventuradas y al Tártaro.
En los Prados de Asfódelos están los mediocres, quienes tuvieron un comportamiento equilibrado y monótono a lo largo de su vida. Homero aseguraba que esa idea buscaba persuadir al ciudadano en el alistamiento del ejército. Otras versiones describían un paraje fantasmal, brumoso y que para ingresar bebían del Leteo –recuérdese, el río del olvido- volviéndose sujetos sin consciencia de su pasado.
Los héroes y virtuosos son elegidos por los dioses y enviados a los Campos Elíseos a gozar una felicidad perpetua. Los Campos Elíseos representan el encanto de la primavera en el cual el sabio saborea el placer de un cielo diáfano, el héroe cuenta sus hazañas y el poeta recita hermosos versos.
Finalmente, el Tártaro, lo más temible e insondable del Inframundo, usado para encarcelar almas malvadas y traicioneras, además de titanes y horribles monstruos. En un trono dorado, con atenta mirada de los que nada pueden olvidar y escrutan todo pensamiento, Hades y su esposa Perséfone juzgan a las almas. Sentados en elevadas gradas y una varilla en la mano, Minos, Éaco y Radamantis ayudan en la difícil tarea de seleccionar el castigo adecuado a la falta.
Según Ovidio, Orfeo conoció a la hermosa Eurídice, pero una serpiente
le arrebató aquel amor. Fue entonces que decidió descender a las profundidades
infernales y suplicar por su amada.
Una vez en el Inframundo, Orfeo se presentó ante el dios Hades y
prometió que volverían cuando sus tiempos culminasen. Las palabras de Orfeo
ablandaron el frío corazón de Hades y permitió que abandonasen el Inframundo, a
cambio de que no podrán mirarse. Si esto sucediese, Eurídice estará perdida
para siempre.
Orfeo realizó el regreso hacia la luz, en caminos sembrados de
penumbra. En sus oídos, el silencio. Ni el más leve ruido delataba la
proximidad de Eurídice. Y en su cabeza resonaba la siguiente idea… ¿Y si esta
nueva oportunidad fuese un sueño? Apenas volteó para comprobar si le seguía,
Eurídice se convirtió en una columna de humo. Trató de apresarla entre sus
brazos, mientras lloraba y rogaba perdón a los dioses por su falta de
confianza, pero el silencio respondió a sus súplicas… La sombra pálida de
Eurídice regresó a la muerte.
Poco después de aquella tragedia, regresó al Inframundo, pero Caronte
le negó el paso. Orfeo se retiró a los montes para cantar y tocar la lira en
memoria de su amada, hasta que unas mujeres tracias se sintieron despreciadas
por él y despedazaron sus miembros. Su cabeza y su lira fueron arrojadas al
mar, cerca de la isla de Lesbos. Una serpiente quiso comerse la cabeza, pero
Apolo la transformó en roca. Por su parte, el alma encontró a la de Eurídice en
el Inframundo y desde ese momento son inseparables.
Lejos del crepúsculo, en la misteriosa puerta que separa al mundo de
los mortales, Orfeo quiere contener las ganas de ver el rostro de su amada, pero
hay un aviso fatal. Cede a último momento y al darse vuelta, una sombra retorna
a la oscuridad... Y todo está perdido.
A pesar que su cabeza vagó por las aguas, Orfeo juró cantar versos
apasionados hasta el fin de sus días. Cantar para que viva lo que parece muerto
y así aliviar las penas del hombre.
Me parece que todos vivimos con el sufrimiento a cuestas. Claro, usted
me dirá que puede elegir la dicha, digamos, elegir caminos luminosos, pero es imposible
que la tristeza no lo alcance en algún momento. Nuestra propia finitud ya es
una mala noticia y ni hablar del amor, porque el amor aumenta su intensidad en
la ausencia… ¿Qué es eso? ¿Cómo alguien puede sentirse feliz, escuchar música, leer
un libro, etc., si el otro no está a su lado? Yo no puedo.
En general, esa clase de gente tiende a ocultar sus verdaderos
padecimientos, enmascarándolos con posturas supuestamente dichosas. Por eso lo
único que puede hacer es tratar de aligerar la tristeza. Zafar no va a zafar,
ya que siempre invade. Eso sí, puede convivir con ella y aprender a suavizar
los caminos del desaliento, de la indiferencia, del olvido.
En el Infierno existe una inmensa profundidad que impide tales cosas,
quiero decir, la oscuridad está muy apartada de la luz y eso a nosotros nos hace
pensar que nadie se conmueve en el Infierno.
Sin embargo, seguimos escribiendo en el Infierno, un poco afantasmados,
un poco desanimados, creyendo que emocionaremos a Hades y este nos liberará bajo
alguna extraña condición… Pero a lo mejor es uno de los tantos trucos del
diablo.
5 de Julio de 2021
Nacho