Algunas consideraciones del Infierno

 


La existencia del Infierno siempre ha reflejado una preocupación en el hombre, pues… ¿Qué hay allí? ¿Una cohorte de bestias imposibles, encargadas de castigar a los pecadores o un concepto metafísico que procura desalentar las malas acciones?

Desde los foros literarios, filosóficos o religiosos, todas las sociedades deseaban saber qué sucedía con la muerte. Tampoco faltaron los incrédulos como Cicerón, Séneca o Polibio -verdaderos emblemas políticos de Roma- asegurando que era indispensable la sumisión del pueblo. Y si bien a esta altura nos parece ridículo que un señor deba arder en las llamas porque robó una cabra o maldijo al martillarse un dedo, cualquier crimen deshonoraba la ley divina y la promesa del tormento eterno era una buena solución a los efectos de enderezar el comportamiento.

 

El término deriva del latín tardío, “inférnum o inferus”. Traducciones latinas de las Sagradas Escrituras mencionan el Abismo.

Cristo nombra el Gehena, un fuego eterno de llanto y crujir de dientes. El Gehena era un valle en Jerusalén donde los niños eran sacrificados en hogueras, práctica que anuló el rey Josías. A partir de entonces fue un vertedero que incineraba los restos de inmundicia, cadáveres de animales y peligrosos criminales. Hoy un proverbio dice que la basura arde de día y de noche.

 

Según los precursores del cristianismo, el fuego es el instrumento de castigo. San Agustín aseguró que ningún mar del mundo suavizaría las llamas del Infierno.

Orígenes de Alejandría,  Lactancio y San Juan Damasceno tomaron aquello como un simple un juego de metáforas y cuestionaron la penalidad eterna.

Lo cierto es que la idea del Infierno cristiano, rica en descripciones y excursiones, parece consolidarse en la Edad Media, porque la doctrina del tormento perpetuo fue propuesta por el Concilio de Letrán de 1215, un siglo antes de “La Divina Comedia” del Dante.

  

El Pentateuco niega su existencia, mientras que la cábala estima unos siete Infiernos regidos por Samael, el arcángel de la muerte y Eisheth Zenunim, una devoradora de almas.

 

De un lugar de pena eterna habla el Corán. El Antiguo Testamento alude a una morada de los muertos y no habla de tormentos.

 

Socinianos, luteranos y calvinistas rechazan el adoctrinamiento, pero admiten el castigo del Infierno.

 

El Evangelio de Mateo incluía el concepto del Más Allá, del Juicio Final y del Infierno. Por su parte, el Apocalipsis de Pablo describía un deseable Paraíso y un Infierno abundante en suplicios.

 

La tradición árabe cuenta un viaje de Mahoma al reino de Lucifer. Mahoma explica que Dios incendió el Infierno a lo largo de 70 mil años, dejándolo al rojo vivo. A continuación, emblanqueció sus cimientos. Repitió la operación y quedó negro y tenebroso. Desde entonces, el Infierno es un fuego intenso, sin producir llama alguna.

 

Los griegos anticiparon las idas y vueltas al Inframundo con desparejos resultados, esto es, Pélope resucitó y fue copero en el Olimpo, Orfeo quiso rescatar a Eurídice y no pudo, Heracles arrancó a Alcestis más bella que nunca. Hipólito obtuvo la ayuda de Asclepios, pero Zeus, harto de resurrecciones, fulminó a Asclepios con sus rayos

 

El descenso a los Infiernos es mencionado en el Evangelio de Nicodemo, aunque carece de autoridad. Sin embargo, en una carta de San Pedro, Cristo iluminó las tinieblas y visitó espíritus encarcelados que esperaban la muerte.

Los primeros padres de la Iglesia suscriben este Evangelio, pues para que el buen ladrón acompañase a Cristo al Paraíso, este necesitó ir al Infierno y arrebatárselo a Lucifer.

 

La creencia del Infierno seguirá obsesionando los siglos venideros. Ahora, una cosa es la fábula y la verdad y otra someter la inteligencia en lo que asombra y aquello que no comprende. Alguien podrá enunciar que antes que una institución dedicada a la penitencia y el escarmiento, el Infierno es un estado de ánimo… ¡Y no le faltan argumentos! La ausencia del ser amado es la agobiante sensación de que uno está perdido, desvaneciendo, como una chispa en la oscuridad.

 

UBICACIÓN DEL INFIERNO

 

Los sabios de la antigüedad clásica creían que en los ínfimos sótanos echaban raíces el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento, cuyas ramas superiores rozaban el Trono de Dios.

 

San Agustín declara que sin una revelación divina, el Infierno es un misterio, pero no ha impedido que hubiese ponencias y lo situaran en el aire, en el sol, en el Valle de Josafat, en los polos, en las antípodas, en los volcanes, el Lejano Oriente, en islas inexploradas e incluso fuera del mundo.

Plutarco de Queronea coloca al Infierno en dos rincones… Igual que Homero, en el país de los cimerios, al norte del Ponto Euxino y en el espacio sublunar. Este último se repite en las obras de Filón de Alejandría, el Libro de Enoc y los Testamentos de los Doce Patriarcas.

 

Heráclides Póntico fue más severo y dispuso que el Infierno esté justamente en el Cielo.

 

Dante lo ubica en el interior de la corteza terrestre, saturado de criaturas y detalles propios de la mitología pagana. Sus contemporáneos comparaban a Lucifer como un gusano, en virtud que a veces abría la tierra y se precipitaba en ella.  

 

Milton tiene una opinión diferente. El Paraíso ocurre en los tiempos de Adán y Eva, así que resulta incongruente que estuviese en el centro de la Tierra.

Es más, la distancia entre el Infierno y el Cielo distaría 3 veces el recorrido del centro terráqueo a la extremidad polar, estimado en 990.000.000 leguas. El resultado dicta entonces que para llegar hasta el Infierno, Lucifer necesitó unos 9 días, equivalente a 1.2OO leguas por segundo en caída libre. Esto significa que las regiones infernales están demasiado lejanas, tal vez en una dimensión inconcebible al razonamiento humano.

 

Aubry de Trois-Fontaines advierte que los condenados son lanzados a la boca del Etna. Gregorio Magno vio arrojar al Papa Juan en las islas Lípari y San Símaco al alma de Teodorico. Similares testimonios dieron Aimoino de Fleury y Cesáreo de Heisterbach.

En realidad, los volcanes son extractores del Infierno. De allí escapa el tufo, el hedor y el intenso calor, como sucede en las pizzerías. Quizá estas sean obras del diablo, más si consideramos el estilo que adornan sus paredes. Bueno, es hora de enviar a los decoradores de pizzerías al Infierno, sin multas ni juicio previo. 

 

San Brandán navegó lejos de los límites del mundo y divisó una isla ígnea en la que demonios, en forma de herreros, martilleaban sobre yunques a las almas candentes. 

 

En el Huon de Bordeaux, un poema francés del siglo XIII, el Infierno es una isla llamada Moysant y en el Otinel, permanece escondido bajo la Tartaria.

 

Naturalmente, no escasean entradas comunes y estables y las extraordinarias y accidentales. Los sótanos, cámaras sépticas y demás podredumbres también son puertas del Infierno.

 

Conforme los griegos, a las regiones infernales se acceden a través de una caverna al sur de la península de Mani, camino al cabo Tenaro. Por allí se coló Heracles y asaltó al perro Cerbero.

 

Los romanos hablaban de la entrada en un cráter cercano a Cumas, la misma ruta usada por Eneas para descender al reino de los muertos.

 

Por orden de su rey, quien reclamaba el tributo de Lucifer, el caballero Hugo de Auvernia alcanzó en el lejano Oriente una puerta que conducía al Infierno.

 

En Irlanda, el pozo de San Patricio arrastra al Purgatorio y al Infierno.

 

Puerta famosa es la que coloca Gervasio de Tilbury, cerca de Pozzuoli. Aclara que es de bronce, justo en el fondo del lago y por ahí se ingresa directo al Infierno.

 

La religión musulmana cuenta que 7 puertas conducen a 7 Infiernos bien distintos entre sí y se llaman Gehennem, Ladha, Holiham, Haoviat, Sair, Sacar y Géhin.

 

H. Bosch, un pintor del Renacimiento, jura que el Infierno tiene 9 puertas, a saber, 3 de bronce, 3 de hierro y 3 de roca diamantina y son protegidas por el pecado, la muerte y unos perros convenientemente feroces.

 

De algún modo secreto, el condenado alcanza a percibir que el pánico terminar en el Infierno no radica en la inhospitalidad o rigurosidad de los incesantes tormentos, sino en la certeza de no salir jamás. El condenado no tiene ni rastros de posibilidad.

 

Un Infierno dolorosamente poético es menos atractivo que un Paraíso en el cual la literatura imposible funciona con un simple chasquido de dedos. 

 

CONCEPTOS GEOGRÁFICOS

 

La extensión siempre estuvo discutida, al fin y al cabo conviene que sea adecuado para alojar a tantísimas almas, ¿no? En un viejo poema anglosajón, Cristo ordenó a Lucifer medir el Infierno y dictaminó que del fondo a la puerta había unas 100.000 millas.

 

Para el jesuita Cornelio Lapide, el Infierno mide 200 nudos de longitud y si bien la milla es una medida de velocidad, tampoco parece demasiado. Después de todo, los réprobos no deberían aspirar a la comodidad. ¡Y no lo merecen!, habrá pensado Lapide, contándose salvado…

Por otra parte, un teólogo alemán calculó que una milla bastaría para albergar unas 100 mil millones de almas, de manera que estarían apretadas como los usuarios del ferrocarril Sarmiento.

 

En general, los lugares chicos tienden al desagrado. Ni hablar si nos referimos al Infierno donde dudamos la nula privacidad, ya que la privacidad es sinónimo de libertad. Y puesto que en el Paraíso, el deleite estará dado por quien nos acompañe, en el Infierno, el tormento será la vecindad de personas poco recomendables.

 

El padre Benito Noydens menciona una república desordenada, atestada de horror y confusión y lo endosa a los demonios que desconocen el orden, razón suficiente para que abunde la impiedad y la tiranía. 

 

En Dante hay ciudades amuralladas de hierro, castillos con torres en llamas y fosos hediondos. Su aspecto es el de un cono invertido, en cuyo eje descansa Jerusalén. Separado entre pasadizos que bordean, el Infierno está dividido en nueve círculos que descienden del pecado leve hacia el más grave.

 

Swedenborg declara ciudades celestiales e infernales y que, comparadas con las nuestras, tienen doble altura en el Cielo y triple en el Abismo.

 

Otros establecen una Babilonia infernal, perpetuamente incendiada y barrida por aguas turbias y protegidas en un cielo de hielo y bronce. Hay plantas venenosas y animales monstruosos para mejor tormento.

 

La capital del Infierno es Pandemónium y más que una ciudad, es cuartel privado de Satanás. Esta construcción es considerada una criatura que responde a las órdenes de Satanás, es decir, con una palabra aparecen y desaparecen habitaciones, se abren o cierran puertas, etc.

El Pandemónium representa el mayor lujo del diablo. Desde sus altas torres se divisa el Infierno. Además de las habitaciones principales están las de Asmodeo, Abaddon, Mammón, Belial, Leviatán, Mefistófeles, Belcebú, Astaroth. Todos ellos son antiguos Serafines y Querubines, que, después de la Caída, fueron ministros y alcahuetes de Satanás. Pese a sus esfuerzos por conservarlo, el Pandemónium revela un aspecto ruinoso. Dicha descripción se repite en casi todas las construcciones infernales.

 

El paisaje del Infierno dispone de una hidrografía interesante, entre los cuales se cuenta el río Estigia, el Cocito, el Aqueronte, el Flegetonte y el Leteo. 

 

Estigia es un río fangoso, consagrado al odio y separa al reino de la luz de las tinieblas. Dante lo intuye en el quinto Infierno, donde violentos, insensibles y ociosos son ahogados sin descanso.

Los mitos cuentan que el río Estigia posee propiedades que inmuniza cualquier parte del cuerpo sumergida. Tanto, que Tetis bañó a su hijo Aquiles y logró hacerlo invulnerable, salvo el talón por el que lo sujetó y que sería su único punto débil.

 

Las divinidades usaban el río Estigia para realizar juramentos. El dios en cuestión juraba ante Zeus. Si juraba en falso le esperaba un castigo horroroso, esto es, debía aguantar un año sin respirar, tampoco podía comer ni beber.

Finalizado ese tiempo, pasaba otros 9 años sin participar de reuniones y kermeses que organizaban el resto de los dioses en las sociedades de fomento.

 

Sin embargo, en Arcadia es una fuente. Sir James Frazer observó que su caudal brotaba de una roca y se perdía en la tierra. Sus aguas son venenosas, quiebran el hierro y varios metales y es imposible llenar ninguna vasija o recipiente sin romperlo. Solo resisten los cascos de los caballos. Aparentemente, Alejandro de Macedonia murió envenenado por estas aguas.

 

El río Cocito rodea el Tártaro y lo forman las lágrimas penetrantes y afligidas de los malvados.

 

Aqueronte es el río que utilizan las almas para llegar al reino de los muertos. Es lento, negro y profundo, de aguas amargas y orillas imprecisas, recubiertas de cañaverales. Los romanos sitúan en las cercanías del Polo Sur.

 

El Flegetonte es un río de sangre hirviente que agita el corazón violento de los blasfemos.

 

El río Leteo es apacible pero de caprichosas sinuosidades y lo custodia nada menos que Medusa. Cada condenado procura mojarse en sus aguas y despistar un poco el efecto de los dolores físicos y espirituales… Porque el Leteo es el río del olvido.

 

DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO SEGÚN LAS SOCIEDADES

 

En Egipto, morirse tenía algo de burocrático. Tras la muerte, el alma estaba obligada a atravesar escabrosos senderos hasta la Sala del Juicio, un tribunal de 42 jueces, tutelado por Osiris.

Las acciones del difunto eran pesadas por el dios Anubis. Si resultaban positivas, gozaba del reino de Osiris. De lo contrario, el corazón del difunto -que representaba la conciencia y la moralidad- era arrojado a Ammut, la devoradora de los muertos y acababa con él. Esto constituía una segunda muerte y el término de su aspiración inmortal.

 

La topografía del Infierno egipcio -denominado Duat- incluía lagos, desiertos, islas y colinas de donde podía surgir “la carne de Isis”, una cabeza que amenazaba con desbaratar la travesía del alma. También acechaban seres hostiles como serpientes o demonios con nombres del orden del “El que mira hacia atrás y procede del abismo”.

El alma los derrotaba utilizando sus nombres secretos o recurriendo a conjuros. En este sentido, los familiares depositaban amuletos de escarabajos sobre el corazón del muerto, que impedían testificar en su contra durante el Juicio de Osiris.

 

El Infierno griego es el Hades, con senderos en los que las almas se extravían. Lo interesante es que el alma ingresa llevando consigo nada más que educación y crianza, algo que oportunamente terminará beneficiando o perjudicando.

Un alma ordenada y sensata -dice Platón- camina sin miedo, pero la que estuvo ligada a su cuerpo, marchará con violencia y recibirá resistencias. Las almas de los criminales son evitadas y vagan periodos indeterminados, en perpetua soledad e indigencia.

 

Según Platón, es un arrabal esférico y situado en el cielo, dispuesto por cavidades en las que confluyen el agua, la niebla y el aire. Al parecer, una mezcla de aquel sedimento que cayó y formó el mundo terrestre.

La depresión más profunda es el Tártaro y está recorrida por ríos de agua y otros de fuego. Los vientos son tremendos porque acuden los ríos del mundo y desde él refluyen en mares, lagunas, ríos y fuentes.

 

El fresno Yggdrasil despliega sus raíces a varios niveles, que, uno encima del otro, conforman la cosmología nórdica.

El nivel superior está ocupado por el Asgard, residencia de los dioses, Vanaheim, de los dioses menores y el Alfheim, de los elfos. Acá viven los que mueren en batalla, una suerte de Cielo o Paraíso.

En el medio, Midgard y Jötunheim. El primero es el mundo del hombre, enanos y elfos y el segundo es un espectáculo frío y montañoso de gigantes.

En la parte inferior, Niflheim, el último de los 9 mundos, una vez que el hombre supere la región de la muerte. Helada y brumosa, al norte del vacío en la que se originó el mundo, la región nórdica es bastante fantasmagórica.  

 

Conforme la mitología, el primer elemento creado fue el gigante Ymir, nacido de la fusión del frío de Niflheim y el fuego de Muspelheim, en medio del abismo que los separó inicialmente.

 

Gobierna Hel, hija de Loki y Angrboda, secundada de Nidhogg, dragón alimentado de las raíces del fresno Yggdrasil. Es neblinoso y de noches duraderas. Sobre ríos atronadores, un puente de oro conduce a un territorio de cárcel o expiación. Muy por debajo de la gigantesca oscuridad, Helheim, el destino de los muertos. Próximo a Helheim está Náströnd, un submundo con vista al norte y un mar envuelto con el veneno de las serpientes. Acá, asesinos, perjurios y adúlteros sufren toda clase de tormentos.

 

El Infierno degrada a una apariencia espectral y deforme, pero la muerte no es el ocaso de la existencia, sino una crisis que puede dar un giro repentino, sin suprimirla totalmente. De ahí que los muertos subsistiesen en comunidad con los vivos, aunque con aspecto sombrío.

 

Durante el Ragnarök, conflicto que resolverá el destino de la humanidad, el dragón Nidhogg atormentará a los sobrevivientes, sin contar los que ya ocupan el Infierno, en un aburrimiento que promete ser interminable... Cabe sospechar que el tormento de los nórdicos será el embole.  

 

Los hindúes no compartían ningún descenso metafísico de los cuerpos, tampoco los pueblos de Asia y Tartaria, como los turcos y mongoles.

 

Viajeros medievales circulaban noticias de escombros ardientes del que egresaba extraños humos. De acuerdo a esas características, imaginaron una atmosfera ciega, interrumpida por relampagueos y torbellinos de llamas o acaso el resplandor de crisoles ensordecedores. 

 

El Infierno dantesco se relaciona con la expulsión paradisíaca. La divinidad discute con Lucifer, el ángel más hermoso y decide echarlo a patadas. Enorme descenso provocó una grieta en la tierra y a Lucifer atorado en el punto más estrecho. Este suceso, el confinamiento de Lucifer, explica el lamento de los atormentados que entienden la nula probabilidad de huir.

A decir verdad, Dante plantea un sistema penal, un conjunto de criterios que somete los vicios y las pasiones humanas. El Infierno regula la condena por oposición al carácter de la culpa, supóngase, al ladrón le amputan la mano, al blasfemo le cortan la lengua, etc. La mirada medieval reconoce un signo disciplinario en la pena y cierta función intimidatoria y preventiva sobre el otro, algo absolutamente claro en la jerarquización del mal y la comisión de los pecados. O sea, en todos los casos, el pecado viene a alterar la justicia y al amor, porque trasgrede el orden y por eso la concepción del delito es un pecado y la pena es básicamente una penitencia.

 

En la obra de Milton, el Infierno aparenta una esfera rodeada de una triple bóveda de fuego devorador y colocado en el seno del caos y la noche indefinida. Sus violentos aires helados -atacados por tempestades y diluvios de granizos- anuncian que el frío infernal produce efectos semejantes al fuego. Es un aire sobrecogedor, que quema y abrasa.

Custodian la entrada una mujer con cola de serpiente y una jauría encadenada a la cintura. Tal monstruo ha nacido de la mente de Satanás y en cuyo poder recaen las llaves del Infierno. Otra figura es un espectro sin miembros, indómito y aterrador como las Furias y es la muerte, hija de Satanás y del pecado.

Milton regala un detalle contradictorio… El Infierno es chico, pero Lucifer mide 40.000 pies. ¿Cómo resuelve Milton este inconveniente? No lo hace. Nosotros intuimos que caminando despacio, agachados, tratando de no tropezar. En especial las víctimas de los infieles, temiendo romperse los cuernos.

 

Para otros autores es una horrorosa cocina de almas que sirven de aperitivo a los demonios. Como los dibujitos animados. Y qué falta de atención, ¿no? Encima que soportamos torturas, un día lo presentan a usted adentro de un puchero…

 

Un trovador francés fue invitado a un banquete infernal. Pilatos y Belcebú dieron la bienvenida a obispos, abades y clérigos. Todos se sentaron a la mesa.

Ninguna corte tuvo tan pomposos e insólitos manjares… Los manteles eran de piel de usureros y las servilletas de piel de viejas prostitutas. Algunos platos consistían en usureros mechados, ladrones y asesinos guisados, alcahuetes en salsa verde, herejes asados, lenguas frías de abogados y demás exquisiteces. El vino era un zumo de injurias. Eso sí, nadie se animó a repetir el plato.

 

Agrego unos Infiernos menos conocidos, digo, en caso de toparse con algunos de ellos.

 

En la mitología japonesa, el Infierno es el Yomi-tsu-Kumi, “país de las tinieblas”, Soko-no-Kumi, “país profundo” o Ne-no-Kumi, “país de las raíces”.

 

En Japón es el Tsigofaka.

 

Los chamanes de la estepa lo llaman Mang Taar.

 

Viniendo para América, los mayas conocieron nueve cavernas subterráneas regidas por los Bolon ti ku, excepto el último, Mitlan, a manos de Ah Puch o Hunhau.

 

Entre los aztecas, el Infierno –o Mictlán- lo administraba Mictlantecuhtli y su esposa Mictlecacihuatl.

 

Quizá haya otro Infierno… Pasado un buen tiempo, el condenado se instala en los tormentos recibidos, los incorpora a sus hábitos y termina consolándose en la peregrina idea de que nada ocurrirá. Justamente ahí abandona la comodidad y cae hacia otra cosa peor… Recibe suplicios imprevistos. Que no han sido calculados. Ese es el Infierno.

El señor castigado por sus pecados, al menos sabe por qué está en el Infierno. Arde en ríos de fuego con una convicción envidiablemente dichosa, esto es, el universo debe tener algún propósito edificante… En algún sitio estará esperando Dios o la mujer amada. Pero no. Usted ignora por qué está allí, cuáles son sus culpas, ni qué planes divinos están cumpliéndose.

 

Por eso el Infierno tiene que ser, antes que nada, injusto. Un verdadero Infierno está ayuno de todo indicio de previsibilidad.  

 

POBLACIÓN INFERNAL

 

Además de Lucifer y un imponente ejército de demonios, el Infierno concentra a los penitentes que intentan reparar sus faltas cometidas. Domina un relieve hostil, de tinieblas, ciénagas, ríos ardientes, lagunas putrefactas, etc. Sus estructuras jamás alcanzan el Paraíso, pero consuela saber que Lucifer también es un prisionero del Infierno. 

 

Bien, pero el hombre moderno, ansioso de mediciones exactas, desea saber qué posibilidades concretas tiene de salvarse. Se supone que el Juicio Final será en el valle de Josafat, no lejos de Jerusalén y Cristo dictará las sentencias en lengua siríaca, así que a seguir esperando.

 

En 1274, el Concilio de Lyon y Florencia fundó el purgatorio. Allí van los que no son malos del todo y tratan de beneficiarse mediante oraciones y actos piadosos. Vamos, ¡una antesala vip del Infierno!

 

Julien Loriot, sacerdote del siglo XVIII, consultó a un resucitado y le dijo que 1 de cada 60 mil muertos va al Paraíso, 3 al Purgatorio y 59.996 almas al Infierno. 

 

Juan Crisóstomo calculaba no más de 100 elegidos en toda Constantinopla.

 

Podríamos realizar una cuenta aproximada. Habrá que sumar el número de almas humanas de los que murieron en tiempos adánicos y luego restarles la cantidad de los que ya fueron al Paraíso y al Purgatorio. Claro, el asunto es que todos los días muere gente y entonces la cuenta se nos va un poco al carajo.

 

¿Y cuántos demonios ocupan el Infierno? La cifra varía según la fuente.

 

Consumado el momento de la Caída, se subleva el 10 % de la hueste celestial, es decir, la décima parte de los ángeles respalda a Lucifer… Y quien lo declara no es una persona, sino legiones.  

En el Infierno habitan las almas de los réprobos, también demonios y monstruos que colaboran en las torturas y los suplicios. En realidad, una parte demoníaca habita el Infierno, porque otra transita la esfera del aire, que es donde capturan las almas.

Al Infierno pasan a beber agua, apolillar un rato, recibir órdenes, mirar partidos de Independiente, etc.

 

Algunos teólogos calculan cerca de 10.000 billones. En el siglo XIII, un cardenal de Tusculum fue anoticiado de 133.306.668 y el libro de Enoc plantea que no superan los 200.

 

Santo Tomás negó que los demonios personifiquen el caos y la confusión, precisamente, de ahí la división del trabajo y la necesidad de una jerarquía inferior y superior entre ellos.

Los Evangelios de Mateo y Lucas afirman que el príncipe del Infierno es Belcebú y en antiguas versiones es Satanás y en otras actuales, Lucifer. Dante sospecha que Belcebú, Satanás y Lucifer son el mismo señor.

 

En el libro mágico de Johann G. Faust, un alquimista del Renacimiento, el rey es Lucifer, Belial el virrey y Satanás, Belcebú, Astaroth y Plutón sus gobernadores.

A los demonológos y ocultistas les apasionaba imaginar escalafones o cuántas legiones tendría Lucifer al mando. De hecho, Jacques Collin de Plancy escribió un diccionario que detalla un séquito compuesto por regentes, príncipes, generales, gobernadores, cancilleres, tesoreros, jefes de policía, ejecutores de sentencias, maestros de ceremonias, jefes de cocina, coperos, ayudas de cámara, director de los teatros, superintendente de las casas de juego.

 

Las legiones forman un colosal ejército. Los demonios son activos y su militancia opuesta a las intenciones del Cielo. En la leyenda de María de Antioquía, aldeanos ven desfilar al rey de los demonios en un carro ardiente, seguido por una numerosa falange de caballeros y nobles que han sido condenados. 

 

Pedro el Venerable comentó que una turba de guerreros diabólicos atravesó un bosque durante una noche de invierno.

 

Los teólogos no admiten la sabiduría de los demonios, basados en que su intelecto se ofuscó después de la Caída. De modo que si el conocimiento de un demonio supera al humano, tampoco resulta inferior a un ángel de Dios. 

 

Los demonios conocen los secretos de la naturaleza, pero, ¿conocen los del alma humana? ¿Son capaces de penetrar en la conciencia y espiar pensamientos y afectos humanos? Las opiniones están divididas.

Algunos pensaron que si tuviesen esa facultad, el hombre quedaría a merced de las sugestiones y las tentaciones. Otros que no pueden leer el alma y que apenas leen pequeños signos de la conducta para argumentar poderes que no son tales. Orígenes creía que los demonios se jactaban de conocer el futuro mediante los aspectos y movimientos de los astros y esto dio el invento de la astrología.

 

Todo el universo camina las veredas del presente. El ayer y el mañana no existen, más que en la mente de los fraudulentos. Volver a ser aquel que dejamos atrás, lo mismo que prometer ser quien aún no somos, bueno… Antes que diabólicamente dramático, parece ofensivo. Nadie tiene acceso al pasado, presente, ni futuro. Ni siquiera lo saben los ángeles celestiales. Y esto es fundamental para gozar del arte y disfrutar de los milagros, que, como bengalas luminosas, estallan en el cielo… Que dicho sea de paso, no son demasiadas. 

 

RAPTOS DIABÓLICOS

 

Había una vez un clérigo que cantaba muy bien. Entonces, un exorcista lo increpa y le dice, “usted no puede cantar así. Un mortal jamás alcanza esas bellas notas.” Al verse descubierto contestó, “tiene razón…” Y lo fulminó.

 

Los demonios no solo llevan el alma… Para ahorrar trámite, raptan alma y cuerpo, sin esperar a que el condeno muera. Ocurre cuando el tipo en cuestión es demasiado malo o el demonio está apurado.

 

Cesario de Gertenbach cuenta que un señor jugaba a los dados con un demonio y perdió. Antes que pudiese reclamar por una revancha, el hombre desvaneció. Al abrir los ojos sintió un violento olor a azufre y comprendió que estaba en el Infierno.

 

Toda burocracia -aunque infernal- tiene equivocaciones… A veces ni se fijan a quién agarran. Cuando murió el emperador Enrique II, unos demonios apresaron su alma, metamorfoseada en un oso. Después resolvieron liberarlo… Acaso los osos y demás animales sean inimputables, porque la maldad es un acto propio del hombre. Lo mismo que la aplicación de penas.

 

Gregorio Magno relata que el noble Esteban visitaba Constantinopla. De repente enfermó y a los días murió. Los demonios lo condujeron frente a un jurado infernal, pero en medio del asunto oyó que se habían equivocado de hombre. Luego de unas disculpas, regresó al mundo de los vivos y Esteban el herrero murió en su lugar.

 

De las historias de gente enviada y devuelta, la siguiente es mi preferida.

 

Thomas de Cantimpré narró que unos demonios arrebataron el alma de un niño desobediente. El arcángel Miguel se apiada, desciende al Infierno y lo envía al Paraíso. San Pedro se opone y ordena que devuelvan el alma al Infierno. Pues, nada cuesta imaginar la perplejidad del niño, mientras lo conducen de un lado a otro como bola sin manija.

 

Hay entre nosotros una fórmula mágica, “pelito pa’la vieja”, que otorga al que la recita el derecho a no cambiar de situación. Una medida de no innovar. Desde el punto de vista jurídico, la expresión reclama el privilegio de mantener el estado de cosas, por supuesto, favorables al que realiza este reclamo obsecuente.

 

Hubo un conde mundano y gran pecador, soberbio con Dios y cruel y despiadado con el prójimo. De muy buena posición, muchas riquezas, sano y fuerte, no pensaba en morirse ni en qué las cosas le faltasen. Tampoco que sería juzgado por Dios.

Una tarde de Pascua, un hombre a caballo entró en su palacio y ordenó al conde seguirlo hasta la puerta... Allí esperaba otro caballo, que, de inmediato, lo transportó por los aires. Toda la ciudad vio el espectáculo... Desapareció con un último alarido de terror y fue al Infierno para siempre.

 

Parece fácil irse al Infierno como inquilino perpetuo, en cambio, muy difícil como un simple invitado. Sin embargo, muchos visitaron el Infierno como el caso de la Virgen María, el arcángel Miguel y un grupo de ángeles, tal reseña un apocalipsis griego.

En la Edad Media fue San Pablo, preocupado por la salvación del pecador y un pueblo que había olvidado los preceptos y amonestaciones divinas.

 

Dios suele ceder con pequeñas distracciones a los atormentados...

 

Una leyenda a finales del siglo IV relata la visita de San Pablo y el arcángel Miguel al Infierno. Al ver el sufrimiento rogaron misericordia y Dios concedió a las almas la gracia de no sufrir tormento desde el alba del sábado hasta la mañana del lunes.

Por su parte, San Pedro Damián cuenta que cerca de Pozzuoli hay unas aguas pestíferas donde vuelan unos pájaros espantosos, solo visibles desde la noche del sábado a la mañana del lunes. Jamás se alimentan y no es posible cazarlos. Probablemente se traten de las almas de los condenados que disfrutan del consuelo divino.

 

No siempre interviene Dios, a veces un ángel comisionado a los efectos de guiar al condenado en cuestión. Ejemplo, San Furseo, monje irlandés del siglo VII, al tercer día de su enfermedad fue arrastrado por dos ángeles y precedidos por otro que cargaba una espada centelleante y un escudo luminoso a presenciar las penas infernales.

 

En el siglo XIII, un conde de Geulch ofreció una recompensa al que informase la situación de su padre, fallecido poco tiempo atrás. Un valeroso caballero ofreció sus servicios y bajó al Infierno con la ayuda de un nigromante. Una vez que lo encontró le hizo saber que las penas le serían aliviadas si restituía a la Iglesia unos beneficios que había usurpado injustamente.

 

La visita puede realizarse en espíritu o corporalmente. En el primero se refiere a una visión y en el segundo a una auténtica peregrinación. Las visiones afectan a los que padecen sobreexcitación mental o se hallan extenuados tras una larga enfermedad y mientras el alma viaja errante por su cuenta, el cuerpo permanece en un profundo letargo, un estadio análogo a la muerte.

 

Alberico, hijo de un barón de la Campania, sufrió un desfallecimiento temporal en el cual, guiados por San Pedro y dos ángeles, Alberico visitó el Infierno y el Paraíso.

 

Hugo de Auvernia, Guarino el Mezquino y el caballero Owen, fueron al Infierno en cuerpo y alma, tal vez recordando a Odiseo y Eneas.

 

A lo mejor una amenaza impresa en un pasquín o publicada en las redes sociales, no sea tan eficaz como una amenaza verbal. Usted advierte a un niño, “si no tomas la sopa, viene el hombre de la bolsa” y entonces el niño apura a tomarla de mala gana, temiendo la aparición del hombre de la bolsa. ¿Por qué? Y porque el mal prometido siempre debe arrastrar una señal de inminencia. Así que no importa el rigor del castigo, sino la certeza y proximidad de su ejecución.

Lo mismo ocurre con los interrogatorios al delincuente, que, presionado ante las preguntas y los cachetazos, el tipo se quiebra y confiesa sus crímenes. No calcula que el precio del alivio será el advenimiento de una terrible condena. A diferencia de un niño, que sabe distinguir el peligro inminente, el criminal tiene su mente ociosa y no sabe reaccionar a tiempo.  

 

Sin caer en un consuelo pobre, el condenado puede hallar alivio en el Infierno, gracias a un poder de adaptación. Al cabo de mil años ardiendo, empieza el acostumbramiento. Por eso es esencial divisar en el horizonte de un gran dolor, un carácter sorpresivo. Toda sorpresa es bien recibida. Todo cambio es bueno.

 

Aun así, la gente sigue pecando, quizá porque el mal no sea una promesa de Infierno, sino una de las tantas maniobras oscuras del poder. 

 

CASTIGOS INFERNALES

 

Al cabo de 3 días y 3 noches de padecimiento en el abismo persa -9 mil años nuestros- el réprobo entona una súplica y si suena convincente, Ormuz perdona el pecado y lo libera del Infierno.

 

Para el brahmanismo, el Infierno es el Antantap, minado de perros rabiosos y feroces insectos. Se recuesta al condenado en unas ramas de espino y unos cuervos se lanzan picos de hierro, continuamente.

 

En la religión zoroástrica, todos están sometidos a reformar de situación, de ahí que el zoroastrismo sea un juicio sobre la moral que reniega la predestinación. Primeramente los demonios atormentan al difunto mientras le recuerdan pecados y debilidades cometidas en vida. Más tarde, el alma cruza el Puente Cinvat, convenientemente vigilado por dos feroces perros de cuatro ojos. La superficie del puente depende de la frialdad del observador –en este caso, Rashn- quien imparte justicia. Rashn juzga si sube al Cielo o cae al Infierno. Entonces, si ha sido malvada, dicho puente se estrecha hasta volverse como el filo de un cuchillo. Acto seguido, viene el demonio Vizaresh​ y arrastra el alma ante la presencia de Ahriman y recibe un castigo infinito.​ En cambio, si los buenos pensamientos, palabras y acciones fueron muchos, el puente será ancho como para que el alma cruce. Finalmente, la diosa Daena y un tribunal le conceden el Paraíso eterno.

 

Un ermitaño pasó largo tiempo en soledad, tanto, que cuando murió, no fue recibido en el Paraíso porque había vivido sin noticias del mundo.

 

Como cualquier institución, el Infierno presenta vacíos legales, digamos, caprichos jurídicos que habilitan salir definitivamente… Salvo que uno haya cometido la imprudencia de espiar a Lucifer en calzoncillos, porque después será tarde y quedará adentro para siempre. Para el caso que fuese, la única finalidad es mostrar a los vivos algún signo de las inenarrables torturas a las que se ven sometidos.

 

Ser Lo, un maestro de filosofía en París, cuenta que uno de sus alumnos era soberbio y vicioso. Murió y al tiempo se le apareció al maestro y le dijo que estaba condenado. Para que entendiera la atrocidad del Infierno, sacudió un dedo sobre la palma del maestro y una gota de sudor perforó la mano de lado a lado, como atravesado por una saeta ardiente.

 

Otra historia nos hace advertir que si algo sobra en el Infierno, es la imaginación para el castigo.

 

El monje Alberico descubrió una serpiente amarrada con cadenas y multitud de almas suspendidas en el aire. Observó que cuando expelía las vomitaba encendidas, como destellos en la oscuridad.

Alberico también contó que arrojaban tiranos a unos hornos en llamas, en lagos de metal fundido a los homicidas y en cazuelas de bronce, estaño y plomo fundido –prolijamente mezclados con azufre- a los devotos que consentían el libertinaje de sus párrocos. A los deudores los obligaban a nadar en lagos con culebras y escorpiones y al traidor directamente se lo ahogaba. El ladrón cargaba al cuello unos aros o collares imposibles de sostener. A través de una escalera de metal incandescente ascendían y descendían quienes no renunciaban al sexo durante los domingos... Condena absolutamente innecesaria y detestable, añadiré en defensa de estos últimos.

 

Lucifer es la causa del mal en el mundo, suscitador del pecado y corruptor perpetuo de las almas, asimismo, el Infierno reprende a condenados y demonios, a torturados y torturadores y esto convierte a Lucifer en un agente que reprime el mal y lo expía.

Ahora, no cabe en la vida ni en la mente humana acto ni pensamiento cruel y miserable que los demonios no recuerden. San Agustín advirtió a un demonio cargar un libro en el que estaban prolijamente apuntados los pecados de la humanidad. 

 

Cada tanto, el diablo golpea, sofoca o rapta a quienes enseñan irreverencia frente a las reliquias o se burlan de los rituales sagrados como las misas. En los cuadros, la representación de Lucifer es la de un señor asentando nombres de feligreses que faltan el respeto adentro de las Iglesias. San Aicardo recuerda un hombre cortarse el pelo un domingo y el diablo, agazapado en un rincón de la casa, anotaba el pecado en un pergamino.

 

El pecador indigno es enviado directo al Infierno, pero Lucifer anticipa la venganza divina y lo castiga aún vivo.

Algunos ejemplos. Lucifer ahogó a los asesinos del obispo San Régolo, al de San Godegrando se lo llevó en persona. A una mujer que quiso arrastrar al pecado a San Elías la convirtió en un animal grotesco. Liquidó a bastonazos al papa Juan XII, justo cuando Lucifer gozaba los placeres de una de sus concubinas. ¡Y conste que el pontífice ya había transado su alma con el diablo!

 

Fray Felipe de Siena relata la historia de una mujer que pasaba largas horas acicalándose, hasta que Lucifer la desfiguró por vanidosa y murió de vergüenza y miedo. 

 

El monje Wettin fue guiado por un ángel a unos montes de fenomenal altitud y belleza. Parecían hechos de mármol fino, rodeados por un río de fuego. Entre sus ondas alcanzaba a vislumbrarse sumergida una multitud de condenados, asimismo, otros tantos eran torturados de infinitos modos.

El ángel trató de calmar a Wettin y explicó que había un castillo tétrico y lúgubre del que siempre emanaba un denso humo. Ahí encerraban a los monjes pecadores en sarcófagos de plomo y los torturaban todos los días, excepto uno. Wettin suspiró aliviado, creyendo que su visita coincidía con ese día de descanso que tomaban los demonios. Pero lamentablemente el mal no hace excepciones, ni tiene días feriados.

 

Antiguamente, el réprobo era ajusticiado a climas muy extremos, que, por sucesión, resulta espantoso. Lo sacaban de un lecho de fuego devorador, solo para arrojarlo encima de montones de hielo. Este suplicio se repetía una y otra vez… Aguantarse las bajas temperaturas no parece un detalle superfluo, sobre todo considerando la carencia de frazadas y guantes de lana, que se conjetura proverbial en el Infierno.  

 

Los diablos ofician de carceleros y verdugos. Su labor consiste en rustir, hervir y desollar y descuartizar a las almas. Este oficio tiene sus subdivisiones y sus grados, del mismo modo que los torturados eran distribuidos los torturadores, según el castigo que se les había asignado y del mismo modo que cada culpa tenía sus propios diablos instigadores, tenía también sus propios diablos vengadores. Pero los vengadores, ¿sufrían el castigo que su maldad merecía? ¿Eran torturados al tiempo que torturaban? Los diablos no sufren las penas infernales porque de ser así, entonces se dedicarían de muy mala gana a la labor de la tentación y la tortura. 

 

Ciertos condenados no eran admitidos en el Infierno y debían penar en lugares extraños. Judas Iscariote está navegando eternamente sucedido por unas furiosas olas. Caín está encerrado en un barril de hierro lleno de clavos por dentro, rodando sin descanso por una isla desierta.

 

Cierto noble llamado Túndalo cayó enfermo y estuvo casi tres días muerto. Apenas su espíritu abandonó el mundo, siguió a un ángel luminoso hasta un oscuro y terrible valle en el que encontró almas quemándose en carbones ardientes. Desde un cielo de hierro caían homicidas y cuando el calor les penetraba, derretían los cuerpos como la grasa. Pronto recobraban su estado original, solo para reanudar el suplicio.

Lejos de aquel horroroso paisaje había una montaña de la que almas insidiosas y pérfidas eran lanzadas del fuego al hielo o a la inversa. Adelante otro valle, tan lúgubre que no se distinguía el final, excepto un puente que únicamente cruzaban los elegidos.

El ángel quiso que Túndalo pasara, pero advirtieron un puente más extenso y angosto que el anterior y en torno a él, una bestia que infundía terror al verla. Sus ojos eran voraces y en las fauces cabían un ejército de 9 mil guerreros. Del vientre, que gestaba torbellinos de llamas y humo, vomitaba gritos humanos, en un incendio inextinguible.

Túndalo tuvo miedo y lloró un rato hasta que, de pronto, estaba del otro lado. Abrió una puerta y vio un prado de flores, suaves aromas y pájaros de toda especie. Tras un muro de plata, una multitud de almas. Allí no había noche ni tristeza. En asientos cubiertos de oro y piedras preciosas se sentaban los castos y los mártires. Por último, un árbol enorme en el que hombres y mujeres reposaban gozosos, glorificando a Dios.

 

Después de estas visiones, el ángel despide al alma de Túndalo y le insta a que cuente lo que había visto. Túndalo despierta y así lo hace.

 

La salvación en la Edad Media iba ligada a la idea de viajar. El hombre medieval se veía a sí mismo como un viajero, un peregrino entre este mundo, lleno de tentación y arrebatos pasionales y el Paraíso, que es el reino de Dios y los seres celestiales. Debido a un sentimiento de culpa que provenía del Pecado Original, se trataba de mantener un cuerpo puro. Si fallaba, el alma sería condenada con castigos eternos en el Infierno o temporales en el Purgatorio.

Frente a la paradoja, la gente buscó salvarse haciendo peregrinaciones a Tierra Santa. Sin embargo, las carreteras estaban en mal estado, había amenazas de asalto y probabilidad de caer enfermo y entonces el peregrino quería sentir lo que Cristo y demás mártires habían sufrido.

 

Hay quienes buscaron separarse de la sociedad y dedicarse a Dios, mostrando al resto de los fieles las normas de conducta adecuada y lograr la salvación, como los ermitaños, ascetas y monjes.

Desde luego, siempre parece más sencillo maravillar con prodigios revelados y amedrentar con penas durísimas a los imprudentes.

 

ÚLTIMAS CONSIDERACIONES

 

Michael Burt explica que los apellidos referentes al agua son demonios, supóngase, Drinkwater, Bevilacqua, Boileau, etc.

 

Lucifer es capaz de adoptar la apariencia de fiera, serpiente, escorpión, tortuga. El Papa Silvestre II tenía un perro… El diablo. Al propio fausto también como un perro negro, con ojos rojos o acaso en llamas. Cuentan que San Eleuterio revivió a un niño que Lucifer mató transformado en león. San Patricio exorcizaba moscas y reptiles. En San Basilea mandaron a la hoguera a un gallo ya que había puesto un huevo… Un gallo que pone un huevo, positivamente es hazaña del diablo.

 

El diablo se deleita en cosas importantes y su mayor pasión es la construcción, de hecho, la muralla alzada por orden de Adriano, entre Inglaterra y Escocia, fue obra suya. El puente de Schellenen en Suiza, el puente sobre el Danubio en Ratisbona, el puente del Ródano en Aviñón, también es obra del demonio. Se dice que diseñó las iglesias de Colonia y Aquisgrán, al igual que la abadía de Crowland en la actual Inglaterra.

 

Una vez desafió al arcángel Miguel para ver quién construía sobre un monte de Normandía la iglesia más bella. El arcángel Miguel venció, pero el diablo se lució. El milagro no estaba tanto en la obra terminada, sino en el tiempo concedido. A veces una noche bastaba. En el medio de una noche, el diablo trasladó desde regiones remotas los materiales necesarios para la construcción... Los grandes pedazos de granito, las losas y bloques de mármoles e incluso afanó las columnas de antiguos templos paganos.

Sin descanso cortaba, cincelaba, pulía, descortezaba, escuadraba, estribaba, ensamblaba, pintaba, esculpía hasta llegar el día y el primer rayo de sol encendía sobre los pináculos las esferas de oro bruñido y hacía centellar los vidrios decorados de los ventanales.

 

Cualquier edificación requiere fuerza y al diablo se le reconoce la agilidad y destreza. Posee las artes del malabarista y del acróbata y no hay tarea que no sepa concluir hábilmente.

Las construcciones diabólicas reflejan algo sobrenatural. Es que el diablo las deja inacabadas para que ningún mortal pueda completarlas, ni repararlas.

 

Los creyentes proclaman que las falsas religiones fueron inventadas por el diablo, pero que además suscita las herejías del hombre... Impulsa todas las discordias, sugiere las conjuras, madura las rebeliones, prepara la escasez, promueve las guerras, sienta en el trono a los malvados, consagra a los antipapas, dicta los libros perniciosos, provoca incendios, naufragios, muertes, robos, escándalos y destrucción. Respecto al oro se rumorea que es una de las fuerzas que promueven no solo a las guerras, sino a la historia y que por ello los papas siempre intentan apoderarse de la mayor cantidad posible.

 

Resulta obsceno imaginar que el pecador y el diablo logren burlar las intenciones divinas y salirse siempre con la suya. No cabe la eternidad infernal en los planes de un Dios omnipotente y bondadoso, porque eternizar el tormento es eternizar el mal y él no puede querer esa eternidad para su Universo.

Así y todo, conocemos las historias de pactos demoníacos, Simón el Mago, San Cipriano de Antioquía, Teófilo, Fausto, etc., que cambian su alma por unos deseos terrenales. La desmesura entre lo ofrecido y el precio a pagar nunca empequeñece la valentía del hombre que llevan al límite la idea del libre albedrío. ¿Y entonces?

 

Mire...

 

Swedenborg dice que los que desean ir al Paraíso se la pasan suponiendo que conviene rezar todo el tiempo, obrar de acuerdo a los mandatos divinos y seguir los consejos triunfalistas de los imbéciles. Pero el Paraíso recién comienza con el otro. Por eso Borges entiende que el Infierno representa el olvido de Dios. El olvido es el peor Infierno al cual uno puede estar condenado.

 

El mismo espíritu cerril que lleva a un ladrón a matar, a robar, a delinquir, es decir, la simpleza con la cual lo condujo a ser un criminal, mañana lo lleva a conjeturar que será bien recibido en el Paraíso, solo porque minutos después se arrepiente del daño ocasionado. Y si bien la idea resulta piadosa, esto es, que la marginalidad conduce al crimen o a un estado de fe, es innegable un gravísimo componente de estupidez en algunos sujetos.

 

Swedenborg cuenta que camino hacia el Cielo hay una región intermedia donde las almas suelen juntarse a charlar con ángeles y demonios. Al rato viene el momento culminante en el cual se define la compañía eterna. Si en el alma rige una conducta malvada, seguirá a un demonio, de lo contrario, a un ángel. Y esto rebate esa idea trasnochada de que existe una acumulación de faltas, póngale, un día se copió en un examen, no cedió un asiento en el colectivo, se olvidó de un cumpleaños, tuvo un sueño erótico, etc. y entonces usted cree que irá al Infierno por todo eso. No, no.

Swedenborg rechaza que las condiciones de ultratumba sean una condena o recompensa. Para Swedenborg, el Cielo y el Infierno no son más que decisiones.

 

Yo adhiero plenamente. Conozco amigos que decidieron caminos miserables y sé que se sentirían incómodos en el Cielo, en la vecindad de lo bueno, de lo hermoso, de lo sublime, de lo noble, de lo inteligente. Prefieren reunirse con canallas de su misma clase y gustan de las expresiones más ruines que el universo puede ofrecer. 

De manera que, ¿por qué pensar que esta gente se sentiría a gusto en el Cielo, al lado de tantas almas buenas, nobles e inteligentes?

 

Me parece que la excelencia, la belleza y la bondad es un asunto de complejidad intelectual. No alcanza con postular una actitud ética, ni ser un devoto ferviente. El otro siempre excede, nos empuja a pensar y déjeme decirlo… A ser cada vez más comprensivos con la diferencia. Por eso es necesaria la inteligencia… Porque al Infierno van los estúpidos.

 

Ignacio

 

18 de Agosto de 2021