El egoísmo humano impide demoler los límites del pensamiento y
atravesar terrenos naturalizados como intransitables. Tal vez la muerte sea uno
de ellos.
La muerte suscita un dolor insoportable, en principio
arruina cualquier expectativa de perpetuidad y para peor, afecta a
todo el mundo. Ese es el asunto. Tarde o temprano nos
espera la muerte, pero también a las personas que amamos.
Morirse es una noticia sumamente intensa y se la desalienta con visitas
al médico, alimentos sanos, rutinas de ejercicios físicos, etc. Sin embargo, su
aspereza esconde un detalle esencial en el arte… Si nadie
muriese no habría sobre qué escribir, componer, pintar o cincelar. Acaso, ¿qué
ocurre en las películas? La intensidad del amor recién se verifica en la última
escena, con la muerte de uno de los protagonistas.
Borges afirmaba que si una cara de la moneda llevase acuñada la
muerte, seguramente en la opuesta estaría el amor. No le falta razón, al fin y
al cabo, ambas caras encuadran las acciones humanas. Añadiría de un modo
trágico, porque tenemos apetito de amor eterno, aunque no hay garantía de que
esto suceda.
El sati era un rito que obligaba a la viuda a inmolarse con los
restos de su marido, mientras estos ardían en piras funerarias. Varios autores
vinculan esta creencia con la inmolación de Sati, esposa del dios Shiva. Tales
prácticas fueron prohibidas hacia mediados del siglo XIX cuando colonias
británicas ocuparon India. En adelante, su fomentación quedaría castigada bajo
pena de muerte.
El origen es impreciso, probablemente de una tradición entre
escitas y tracios que consideraba honroso morir sobre la tumba de su amante.
Cicerón advertía que para una sociedad poligámica no era extraño que las viudas
entablasen feroces luchas y demostrar quién amaba más a su marido.
Según textos sagrados como el Rigveda, no era importante que la
viuda muriese incinerada. En el Mahabharata, ninguna debía sobrevivir a su
marido, así que se inmolaba orgullosa en la hoguera.
En cuanto a los hindúes, alentaban las inmolaciones para que las viudas no anduviesen reencarnándose infinitamente.
Asimismo, la viuda constituía una carga en la familia del difunto y lo que era una libre elección, después se convirtió en una imposición
social, pues además de perder al marido, la viuda perdía el respeto y apoyo de
toda la comunidad.
El sati ayuda a reflexionar los mecanismos del
poder y sus modos de imponer la verdad y cómo modelan la voluntad y el falso
convencimiento de que las personas eligen correctamente.
¿Qué significa ser libre de acción y
elección, si en realidad nos formamos virtud a un modelo cultural determinado? ¿Qué aspecto moral obliga a realizar lo que
hacemos? ¿Por qué la identidad es una construcción
de costumbres que son imposibles desprenderse? Son preguntas que convendría
contestarlas en algún momento.
2
Para que una historia romántica sea cautivante, conviene que el protagonista
muera… Nada más noble que
entregar la vida por el otro. Ahora, ¿somos capaces de semejante valentía?
Derrida sostiene que la muerte es un acontecimiento de absoluta
prioridad del yo. Claro, no estaría mal que ambos muriesen juntos, pero en
realidad morimos solos. Lo que pasa es que la muerte está incluida en los
preceptos del amor ideal.
El amor ideal es la aspiración del sujeto a un estado de plenitud
-desde luego, irrealizable- porque el otro jamás encaja en lo que uno desea. La
idealización es la negación del otro. Si dijese, “mire, amo las mujeres jóvenes, de belleza escultural y carácter
sumiso”, proyectaría lo que espero que el otro sea.
La conciencia tiende a elaborar estas cosas y niega lo evidente… El amor ideal no
existe, porque la otredad es una marea de objeciones, contrastes, traumas,
sueños, etc. De lo contrario, mi relación ya no sería un otro, sino con una
Barbie o una muñeca inflable.
Sin embargo, varios relatos han construido ideales en la
subjetividad afectiva. Sin ir más lejos, el caso de Shakespeare, cuya famosa
historia demuestra que el amor verdadero es el amor imposible.
El relato de Romeo y Julieta parece cumplir con la premisa y si
bien cada quien interpreta al amor a su antojo, habría que analizar seriamente si
somos capaces de morir por el otro.
Figúrese, usted no resiste la ausencia del otro y entonces decide
quitarse la vida, arrojándose desde el Leúcade. Eso indica un ensimismamiento.
Es como el llanto de un niño cuando le quitan su juguete. Por supuesto, la
comparación es pésima, pero así piensan algunos.
A la gente le encanta presumir amar a la otredad y exclama, “ay, si me dejas, me mato”, “sin fulana, mi
vida carece de sentido”, etc. Son frases autorreferenciales. Ninguna
menciona a la otredad, en tanto sujeto independiente, sino un objeto de pertenencia,
carente de autonomía.
Por lo tanto, si hay amor a la otredad, entonces morir por amor
debería ser una actitud despojada de egoísmo. Justamente, porque el otro está
por encima mío. Ahí el esquema se invierte y no es Romeo y Julieta. Tampoco
arrojarse a piras funerarias, salir corriendo al registro civil o jurar
fidelidad eterna a los santos. Es más, ni siquiera con una sensación de
carencia.
A ninguno de nosotros no nos falta nada, aunque este recurso
milenario de que “a uno le falte algo”
continúa dando buenos resultados.
Hablar de la diferencia es hablar de la lucha que entablan los
dictados sociales, cosificándola, domesticándola, reinventándola como
un producto para el consumo.
Yo creo que si el otro nos excede, entonces ningún formato de
vínculo resulta suficiente. Por eso el amor está en permanente peligro.
Históricamente se ha recubierto el horror de lo distinto, lo
anómalo, lo inferior, tal como los locos, los enfermos, la delincuencia, los
esclavos, etc. Ahora, este procedimiento permite esclarecer los motivos por los
cuales –entre los recién mencionados- la sociedad mantiene la versión de que la
mujer es un ser carente en múltiples aspectos. Y ojo, ni la Biblia se salva.
Vamos, sea sincero, ¿nunca se preguntó qué hubiese pasado si en lugar de Adán,
el primer ser humano hubiese sido Eva?
3
Los banquetes eran eventos centrales en la cotidianeidad del hombre
griego. Primero estaba el momento dedicado a la comida y luego venía el
simposio, lo que hoy sería la sobremesa.
A diferencia nuestra, que mientras sirven helado, recordamos viejas
anécdotas, en el simposio griego desarrollaban un tema y se lo enfocaba desde
varios ángulos y con singulares argumentos. O sea, se discutían temas
importantes, no las causas del porqué echaron a un tipo del Masterchef.
Cuentan que Platón escribió “El Banquete” alrededor del año 416 a. C. y
corresponde a la victoria de Agatón en un certamen de dramaturgia.
El relato comienza cuando Aristodemo encuentra a Sócrates yendo a
la casa de Agatón y entonces, una vez en el banquete, cada uno de los invitados
pronuncia un discurso sobre el amor.
El primero pertenece a Fedro, quien resalta el amor en pos de una
vida virtuosa. Asegura que ninguna acción es bella ni transcendental, cuando
avergüenzan al ser amado. El héroe prefiere ser visto por todos, desertando o
deponiendo sus armas, antes que hacerlo frente a los ojos del ser amado.
Tampoco abandonar al amado y no ayudarlo si se hallara en peligro, porque solo
los que aman están dispuestos a morir el uno por el otro.
Fedro menciona tres ejemplos que ilustran esta idea del amor,
sinónimo de valentía y sacrificio.
Admeto, rey de Feras, se enamoró de la hermosa
Alcestis. El problema fue que su padre decidió casarla con un hombre cuyo carro
fuese tirado por un león y un jabalí bajo el mismo yugo.
Parecía imposible y gracias al dios Apolo, Admeto
logró la hazaña exigida. Sin embargo, había olvidado un
sacrificio a Artemis. Despechada, la diosa llenó el lecho nupcial de
serpientes, en señal de que Admeto no viviría demasiado.
Imagínese, ¿no? Admeto volvió a pedir la ayuda de Apolo y con
un engaño obtuvo el siguiente arreglo…
Apolo hizo prometer a las Moiras que Admeto viviría a condición de que otra
persona muriese en su lugar.
Muy bien, pasaron los años y llegó la muerte para
anunciarle el momento de la partida. Admeto trató de hacerse el desentendido. Y si no, ¿qué
hacemos cuando estamos en una fiesta y vienen a buscarnos? No queremos irnos
porque sospechamos que la noche nos tiene reservado algo grandioso. Y no. No.
En general no pasa absolutamente nada.
El caso es que Admeto fue a la casa de sus
padres -ya ancianos- creyendo que estarían felices de morir en su lugar, pero
lo echaron a patadas. La única que se ofreció fue su esposa Alcestis.
- Yo muero por él. Lo amo y quiero que el
pueblo lo aproveche y reine por mucho tiempo. -
Conforme a lo acordado, Alcestis entregó la
vida por su marido y descendió al Inframundo, donde reinaba el dios Hades junto
a su mujer, la diosa Perséfone. Ahora bien, impresionada por aquel gesto de
amor, Perséfone resolvió regresarla al mundo de los vivos.
En este relato de amor surge el concepto del sacrificio. Alcestis
toma el lugar de Admeto y satisface la petición de la muerte. Aquí la
sustitución no es metafórica, Alcestis ocupa el lugar de su amado del modo más
estricto de la palabra.
4
El segundo mito ha sido contado en otra publicación y es el de
Orfeo y Eurídice.
Orfeo
era hijo del dios Apolo y Calíope, una de las musas. Fue uno de los 50
argonautas que acompañaron a
Jasón en la búsqueda del vellocino de oro. Luego de aquella
aventura, regresó a
Tracia y se enamoró de la ninfa Eurídice, pero una serpiente la mordió y cayó sin vida.
En actitud descarada, Orfeo ingresó vivo al
reino de los muertos. Y la verdad es que a los dioses griegos no les gustan los
piolas. Así que consintieron que Eurídice volviese a la vida, a condición de
abandonar el Hades sin mirar hacia atrás. Justo cuando estaban por lograrlo,
Orfeo volteó un instante, solo para comprobar espantado cómo su amada se disolvía
en el aire.
Orfeo no tuvo el coraje de morir por Eurídice. Al contrario,
descendió vivo al Hades para llevársela y así burlar a la muerte. En Orfeo no
hay decisión al sacrificio ni a la entrega, sino una completa prioridad de sí
mismo.
El amor tiene gradaciones, matices que escapan la comprensión.
Vamos camino a la solución de un enigma que siempre se revela inasible. De modo
que el otro nunca es un otro, sino lo que uno prioriza en función de su propia
necesidad. Orfeo decidió priorizarse a sí mismo... Pero, ¿cómo? ¿No era que el amor
tiene que ver con el otro? ¿Y
qué tendría que haber hecho Orfeo? ¿Morirse para permanecer con Eurídice? Y... Sí. ¿Por qué no?
La diferencia impone una distancia
y en
este mito, la mirada tiene un papel
crucial… Los dioses se encargaron de sepultar a
Eurídice en las profundidades del Hades, pero también fue el horror de Orfeo
frente a lo incomprensible. Al fin y al cabo, bastó una mirada suya para que
Eurídice acabase afantasmada.
Según la psicología, la
diferencia es identificada a través del horror, una manera muy frecuente de
interpretar lo que se presenta como extraño… El hecho de que el aspecto de Eurídice haya
cambiado, dimensiona con mayor fuerza su diferencia. A partir de ahora,
Eurídice es demasiado otro, tanto, que para Orfeo le parece inalcanzable.
Yo quisiera decir
esto… La mitología produce al interior del discurso, unas fisuras y unos
simbolismos que son irreconocibles a los mecanismos habituales de la verdad.
Cuando la realidad no prometa ser eficaz, es necesario que el mito impacte con
todas sus alegorías. Justo en esos foros, donde merodea el pensamiento vulgar y
ordinario.
El mito de Eurídice
evidencia un dato fundamental para el hombre…. La mujer amada es reina de las
sombras, la oscuridad y del silencio. Es imposible traspasar ese umbral. Así
que aquellos mortales que deseen acceder a sus enigmas tendrán que entregar la
vida… La vida bien vale el secreto del amor.
5
Fedro cuenta el tercer mito, que es el que más me gusta y tiene como
protagonista nada menos que a Aquiles.
Aquiles
fue el guerrero más hábil, valeroso y amado de toda la antigüedad clásica. Era
invencible gracias a que su madre Tetis lo bañó en las aguas del río Estigia.
Posee la capacidad de correr a gran velocidad, tiene resistencia al daño y es capaz
de resistir los rayos. Cuentan algunos que fue entrenado en el Olimpo por el
mismísimo Zeus, pero son datos que conviene desconfiar.
El
asunto es que Tetis sabía de antemano que Aquiles destacaría como héroe y que la gloria estaba atada a su perdición. Por eso cuando él decide partir a Troya, le
advierte que no tomase ninguna venganza por amor.
Aquiles
amaba a Patroclo y entre ambos había una relación erótica y pedagógica... Una
transmisión de aprendizaje que superaba lo corporal y bordeaba el alma.
Muy
bien, en cierto momento de la batalla, Héctor liquidó a Patroclo. ¡Calcule!
Enfurecido por el dolor, Aquiles salió tras Héctor y lo mató. Así vengó a su
amante Patroclo, sellando su destino para siempre.
Respecto
a lo que sucedió luego, Paris logró matar a Aquiles, disparándole una flecha
envenenada en su talón… Pero esa es otra historia.
Los dioses honraron a
Aquiles por su acto heroico, enviándolo a la Isla de los Bienaventurados, la
residencia de las almas de héroes muertos en combate.
En la antigüedad se
recompensaban los actos de valentía, sobre todo cuando es el amado quien
demuestra su afecto por el amante…
Antes que cediera la
palabra a Pausanias, Fedro concluyó que Alcestis fue vanagloriada al morir por
amor, pero Alcestis era amante de Admeto. Orfeo prefirió no morir y rescatar a
Eurídice del Hades.
En cambio, la acción
de Aquiles vale más, porque él era amado. Siendo el héroe amado de Grecia y pudiendo
tener los hombres y mujeres que se le antojaban, vengó la muerte de Patroclo. Incluso
entendiendo cuál iba a ser su destino… Priorizó su vida.
Aprendan los que
regalan osos de peluche y chocolatines.
6
¿Por qué el mito de
Aquiles es el mejor? Porque aparece la distinción de amante y amado.
Entendemos que el amor
es relación de paridad, aunque el deseo implica que ocurran diversas
situaciones. Sabemos en principio que amante es el que ama y amado el que deja
amarse. Ahora, ¿se puede ser amante y amado al mismo tiempo? Seguro, el tema es
entender qué está en juego en cada uno de esos roles.
El amante desea algo
del otro. Está poderosamente atraído por el otro y sin embargo, no sabe
de qué se trata. Eso sí, algo le atrae del otro. Habrá quizá una vaga idea,
pero en el fondo, ese otro tiene algo que usted no termina de entender. Es más,
está buscando algo que todavía no sabe, pero sospecha que el otro posee. Si ese
otro tiene justo lo que cree que estar buscando, bueno, llámese dichoso... A los
filósofos y a los poetas les parece milagroso.
En general, uno no
sabe lo que busca y mientras las personas desfilan por su vida, intenta
corporizar eso que imagina que el otro tiene. O sea, en un punto casi no
importa quién es el otro, lo importante es el deseo que espera colmar.
Naturalmente, lo que
acabo de decir es una porquería y falta algo peor… Y es que nadie sabe qué es
eso que desea colmar. Si fuese sencillo averiguarlo, listo, bastaría con
realizar una proclama, redactar un edicto o empapelar las ciudades con carteles.
Hasta acá el amante…
¿Y el amado?
El amado no sabe bien
por qué lo desea el otro. Es más, si lograse confirmar los verdaderos motivos,
seguramente saldría rajando. ¡Y no es para menos! Al sentido común le parece
más lógico que un señor confiese estar enamorado de fulanita, que jurarse enamorado
de los ojos azules de fulanita o porque fulanita es pechugona o porque fulanita
tiene buenas caderas, etc.
Cuando se dice que el
amado no sabe lo que tiene, no es que fulanita ignora que a un señor le gustan
sus ojos, sino que ella no puede entender que sea eso lo que genere atracción.
Es que el deseo excede a fulanita y aquello que el señor trama en su mente.
¿No vio que
muchos suelen enamorarse de una forma de expresarse, de reírse, de pensar, de
caminar, etc.? A cualquiera de nosotros le parece una boludez y no lo es,
justamente, porque el amor nunca cierra en términos razonables.
La actitud de Aquiles
es decisiva como el sacrificio de Alcestis, pero la diferencia es que Aquiles acepta
su trágico destino. En otro punto, Alcestis vuelve a contraponerse a Aquiles,
dado que Alcestis estaba desde un primer momento en la postura de amante. Por
lo tanto, el sacrificio de Aquiles adquiere mayor admiración porque pasa de
amado a amante.
Una historia.
La
muerte es precio muy alto, pero el único válido si uno quiere una vida junto al
otro. Si ese es precio, entonces tan caro no será... La vida no vale nada sin
amor.
Algunos
detractores opinan que las mujeres hermosas nacieron para hacernos sufrir. Para
ellos, la belleza impone su voluntad, sometiendo al alma del hombre en sus
tentadoras redes.
Dolor,
incertidumbre, miedo, tristeza. El amor tiene un precio. Los días no
transcurren, sacudimos los sueños al despertarnos, la ausencia no afloja… Todo
construye un universo muy oscuro, imposible de soportar.
La
leyenda revela una llave –quizá celestial, quizá infernal- que augura a los
señores el triunfo que tanto estaban esperando… Dicha llave les dará el corazón
de la mujer amada. Sin embargo, en los arrabales de la mundanidad y el apuro
descubren, no sin poca torpeza, que pagan con años de vida el desencuentro y el
fracaso. Cada mala decisión es un paso hacia el final... La muerte.
Las
contradicciones obligan a transitar caminos que no prometen llevar a ningún
lado y en los cruces, aparecen cientos de dudas, irremediablemente, porque lo
que enamora es la duda.
Esto
explica la costumbre de escribir cartas de amor. Como un exiliado ateniense,
deposita allí sus esperanzas, confiando en que el otro las leerá… Pero toda
carta de amor es indicio de una ausencia. Al no hallar el objeto de su amor,
pronto cae en la melancolía, que es materia prima de la poesía.
El
enamorado hurga las palabras exactas que expresen lo vivido y de inmediato, el
recuerdo de la ausencia hace palpable la distancia. Una sombra alargada,
alejándose silenciosamente, para desaparecer por completo en el olvido.
Un
pesimista señalaría que morir por el otro supone un acto de suma entrega. Es
como intentar saltar de un precipicio, es decir, si uno piensa a fondo,
probablemente no lo haga. Sin embargo, la lógica no sirve en cuestiones del
corazón... La fidelidad es la entrega y debe ser total.
Así
pues, resulta que la llave estuvo siempre en las manos de aquel hombre
solitario, un poco viejo y bastante cansado de este mundo tan cruel.
Las penas
de amor son determinantes. Una mujer hermosa es capaz de resignificar la vida
del hombre y con su partida, pulverizarla. Los ultra pesimistas gritan a coro
que en el esfuerzo reside la recompensa. Por eso no les gusta que el enamorado
consuma demasiada vida, detrás de llaves que nunca serán suyas o que a lo mejor
nunca las vaya a necesitar.
No
importa, el amor vale más.
La
muerte advierte a los enamorados que el amor es un instante nomás, pero en el
amor, un instante es eterno. Un abrazo, un beso, una mirada, un roce de manos.
Esas cosas se llevan hasta la muerte.
El
precio del amor puede costar una vida entera… ¿Y quién se atreve a pensar que
es demasiado caro? Es verdad que al final del camino espera la muerte,
triunfante. Es verdad que una sombra pronto seremos. Pero la muerte no es el
final de una historia de amor… Los que se aman, no mueren jamás.
Es interesante
observar las posturas en el amor y la manera en la que cada miembro de la
pareja cristaliza la significación de la entrega. Si es del orden de “lo que sea menos tal cosa”, entonces esa
entrega no deja de ser un modo de preservarse. Si la entrega no tiene reserva
ni límites, entonces el goce será infinito y la muerte, apenas un
paréntesis.
Ahora, morirse y darse
vuelta para ver si su novia lo sigue... Morirse para ver si el recuerdo de un
ex amor continua vigente… Morirse para ver si su ansia de justicia está viva...
Morirse para saber si sus amigos todavía lo recuerdan... Etc.
En definitiva, si vivir
consiste en darse vuelta a cada rato y comprobar que uno no está solo, a lo
mejor habrá que pensar si no estaremos tan muertos, que ni siquiera la muerte
tendrá que estar allí, justo cuando pretendamos escapar de ella.
Nacho
13 de Diciembre de
2021.