La angustia

 


La historia dice que el hombre quiere resistir los efectos del tiempo y siempre fracasa en todos sus niveles. El pasado ha desaparecido, el futuro no existe y en el presente solo hay enfermedades, nostalgia, muerte de seres allegados, separaciones, traiciones, envejecimiento, etc.

 

¿Puede el dolor irrumpir y afectar el fluir diario? Claro que sí, pero, ¿por qué es inútil resistirse al dolor? Según la religión budista, porque el sufrimiento nos constituye.

 

Por expreso deseo de sus padres, Siddhartha vivía en palacio en un estado de dicha constante. En aquel foro, el príncipe conocía el lujo y el placer y estaba alejado de las desgracias y penurias que aquejaban al mundo.

Para evitar que algún día mirase más allá de su jaula de oro, Suddhodana, su padre, llenaba las dependencias reales de hermosas mujeres, variados placeres y entretenimientos. Pero el príncipe empezó a sentir curiosidad por lo que habría afuera y un día abandonó las murallas. Antes, Suddhodana mandó limpiar las calles, pintar las fachadas de los edificios y conducir a las afueras de la ciudad a los enfermos, ancianos y tullidos que pudiesen estropear la visión de lo que Siddhartha. Fue en vano.

 

En las dos primeras salidas, Siddhartha contempló la decrepitud en un hombre que caminaba con la ayuda de un bastón y entonces pensó en los dolores que padecía un enfermo.

En la tercera salida vio un cadáver y fue perturbador. El joven príncipe nunca había sido expuesto a la muerte. Confuso y apesadumbrado, regresó a palacio preguntándose si valía la pena vivir.

La cuarta salida fue su encuentro con un mendigo que había dejado los goces mundanos, pero de buena manera pedía limosna Aquello dio una nueva perspectiva a Siddhartha.

 

Siddhartha comprendió que la vida es una escuela y que la oportunidad de ser un poco dichosos está en resolver cómo vivir con las pequeñas cosas de la cotidianeidad.

 

El futuro y el pasado carecen de sentido, hasta que la pluma del poeta viene a unir con líneas de capricho los sucesos y les asigna su expresión en el presente.

 

La enseñanza de Siddhartha podría escribirse así… Lo que está escrito, sucede. Lo que tiene un nombre, existe.

 

1

 

Pese a su prestigio, el tribunal ateniense halló culpable a Sócrates por corrupción de jóvenes y descreencia en los dioses y lo condenan a muerte.

La noche previa a su ejecución recibe la visita de Critón, un hombre muy rico e influyente, pero elige no escapar y acepta la cicuta. Sócrates le explica que fue juzgado por las autoridades más distinguidas de Grecia y aplica una defensa sobre el peligro de la justicia bajo el criterio de la multitud. Para Sócrates, la opinión de la plebe es sensible a la manipulación -y en un acto de histeria colectiva- que un inocente sea ejecutado injustamente.

 

Cerca del amanecer, ruidos del exterior... ¿Son los pasos del verdugo o los pasos de los condenados, yendo a morir? Critón presiente el final de su amigo, pero, ¿de qué manera envestir en conceptos, algo que excede al conocimiento?

 

En un pueblo ancestral de la península malaya, la gente no moría sino que adelgazaba conforme la luna menguaba y engordaba al llenarse. Tales procedimientos favorecieron un alarmante descontrol poblacional La ausencia de muerte supone el amontonamiento.

 

El príncipe le comentó al rey el dilema maltusiano, a saber, seremos demasiados si nadie muere. El rey contestó que la inmortalidad era una cosa buena. Sin embargo, el príncipe estaba angustiado pues comprendió que la inmortalidad convierte al heredero en un personaje absurdo. No existe sucesión entre los inmortales y un príncipe está condenado a no ser rey.

 

La cuestión fue presentada ante el Señor de las Profundidades y la divinidad oracular se pronunció a favor de la muerte. Desde entonces, los hombres han dejado de rejuvenecer, como rejuvenece la luna.

 

Transcribo otra historia.

 

Cerca del archipiélago de Oceanía, en las islas Carolinas, algunos habitantes desconocían la muerte, mientras que otros la retrataban como un breve sueño Morían el último día de la luna menguante y revivían con la luna nueva, con el efecto similar al de un sueño reparador.

Una noche intervino un espíritu maligno y mediante un hechizo consiguió que no despertasen jamás de aquel increíble sueño.

 

La angustia es un mal indicio para el aspirante a la inmortalidad.

 

¿Por qué prestar atención al cruzar la calle, comer alimentos saludables, practicar deportes y consultar al médico, si vamos a reventar como sapos? Es que angustia pensar la muerte.

Angustia entender que lo que hoy somos, mañana no seremos. Que aunque organicemos una fiesta inolvidable y nos meemos de risa, en el fondo, esperamos un cambio verdaderamente revolucionario.

 

Lo humano carece de un ciclo natural y sin embargo, todavía creemos que morimos en el ocaso de nuestra vitalidad. Podemos morirnos en cualquier momento y si no fuese poco, también las personas que queremos.

 

Están los que prefieren confiar en que nada les ocurrirá. Apartan a la muerte de la discusión y van a trabajar, obtienen créditos, ahorran para las vacaciones, compran muebles, es decir, el consumo insufla de objetivos que imprimen un sentido a la vida.

 

Desde sus espacios, el poder establece un propósito existencial, pero rápidamente eclosiona en contacto con la ansiedad de hallar un sentido. Las verdades existenciales nos sobrepasan y denuncian el modo en que son postuladas como irrefutables. Probablemente son intencionales para velar los desperfectos de la humanidad.  

 

En un universo cruel y hostil, donde para el poder nada parece fallar, la angustia coloca el análisis de nuestras limitaciones entre paréntesis

 

2

 

En términos generales, la angustia irrumpe en oposición a la felicidad.

 

Foucault analizó cómo encerraban a los enfermos mentales en los manicomios, a los criminales en las prisiones, el encuentro de la sexualidad y vio una aparente normalidad en los discursos sociales. ¿Por qué? ¿Angustia la anormalidad?

 

Para que funcione este modelo de sociedad basado en el bienestar, debe relegarse a los que no consumen. Al fin y al cabo, el dinero también deposita cierta incerteza sobre el mañana Supóngase que consigue un trabajo que provee un beneficio material a corto y mediano plazo. ¿Y qué sucederá cuando deje de ser productivo? ¿Seguiremos lamentando los momentos y las oportunidades en las cuales no fuimos productivos?  

 

Las evidencias demuestran que al mercado de consumo le estorba la improductividad. Se trata de promover la importancia de trabajar y dedicarse a algo, pero en realidad lo hacemos para no ser excluidos de las estructuras actuales. Para no ser un anormal.

 

La angustia es una instancia previa a la decisión. Claro que después habrá miedo, culpa, arrepentimiento, alegría, etc., pero ya no habrá angustia.

Según Kierkegaard, lo que angustia es la responsabilidad de la conciencia frente a una decisión, digamos, puedo decidir entre varias alternativas y sin embargo, decido por una sola. Llegado el caso, sin hacerlo. La no decisión ya es una decisión.

 

¡Qué extraordinaria paradoja! Se impone decidir y angustia su posibilidad. ¿Por qué? Y porque uno puede decidir mal. Una decisión incorrecta agudiza la angustia.

Y no hay escapatoria. No sirve especular, cambiar de opinión, trabajar, festejar. Listo. Al entender que no lo podemos todo, mayor vecindad habrá con la angustia.

 

Los quechuas creían que durante los eclipses, el mundo era muy vulnerable y cualquier demonio podía destruirlo. Entonces hacían ruido y tocaban los tambores y música de comparsa para que las fuerzas hostiles se distrajesen mientras duraba en fenómeno.

 

Hay una pelea entre voluntad y conciencia, hija del pensamiento griegoLa vida es una tragedia. Hagamos lo que hagamos, todo concluye.

 

La cultura moderna, de la enajenación y diversión sin sentido, insensibiliza la conciencia y presenta la tragedia como un género cinematográfico. Por eso la verdadera comprensión parece ajena y distante, hasta que muere alguien del entorno y entonces se experimenta la angustia.    

Su cuestionamiento anuncia las limitaciones y guía a un estado de reflexión. En cierto punto, una conciencia es plena luego de una experiencia relacionada con la angustia.

 

Sin embargo, nos rodeados de cosas y al percibirlas tales, sentimos un vacío y caemos en un aburrimiento existencial. Heidegger sostiene que la angustia es ontológica, pues no es una cuestión a resolver, sino que hace a la condición humana. Ni se cura, ni se combate Se asume y se resignifica.

 

Delante de la angustia, todo carece de presencia, peso, valor. Nos quita del centro y tiñe la mundanidad de un aspecto fantasmagórico. De nuevo, ¿sirve el dinero que logramos con esfuerzo en el trabajo, si todo culmina?

La nada revela que las cosas enflaquecen. Pierden espesura porque en definitiva, al ser finitas, no son nada. Precisamente, la angustia nos posiciona en un foro diferente con las cosas. Las desinfla. Las vuelve superfluas.

 

Nada mejor que sumergirnos en la cotidianeidad y seguir creyendo que nos realizamos en los vínculos con las cosas, cánones y prácticas morales dictadas por las instituciones, etc.

El argumento productivo posterga al hombre y lo posiciona en una duermevela Cuando quiere darse cuenta, ya es demasiado tarde.

 

3

 

La angustia detiene, nos expulsa del mundo. Fuimos arrojados a darle sentido a las cosas y quizá únicamente el amor calme nuestra mortal condición.   

 

Es difícil imaginarse una madre que sufre la muerte de su hijo, no solo porque compartió su infancia, el primer día de clase, vacaciones en la playa, etc., sino por la historia que el hijo jamás escribirá.

En casos puntuales, hay padres muy valiosos para la sociedad, digamos, habiendo perdido a sus hijos organizan campañas de concientización o asociaciones que estudian y combaten enfermedades. Son actos de extrema nobleza y generosidad que ayudan a comprender si puedo devolver el dolor de la pérdida, en una propuesta que edificante para los demás… Respuesta, es que el amor siempre es el otro.

 

Entre los gitanos que vivían en Bulgaria, la muerte aparecía bajo formas amables, gratas y aún tentadoras. En ocasiones, una hermosa bailarina que extendía los brazos hacia su víctima en el momento más frenético de la danza. Otras veces un músico que tocaba en su cítara unos aires melancólicos y convidaba a viajar al otro mundo.

 

En los meses de verano, la muerte era visible, comía con las familias más poderosas y contaba historias de personajes ilustres. Todos rendían homenaje o le hacían obsequios valiosos. Tan deseable aparecía, que muchos entregaban gustosos la vida a cambio de un breve contacto.

 

Los gitanos y gitanas jóvenes empezaron a morir desmedidamente. Tan ocupada la muerte en aquellos decesos, que no encontraba tiempo para llevarse a los viejos y a los enfermos. El poder del pueblo estaba seriamente resentido Escaseaban los guerreros, los trabajadores vigorosos y los vientres fértiles. Cada primavera, la muerte se llevaba a los más jóvenes y a los más hermosos.

 

El héroe Lug, valiente, agudo y poseedor de una salvaje energía venérea, comprendió el funesto poder que tiene la belleza cuando sirve a las fuerzas de la destrucción. Una noche citó a la muerte en un bosque sagrado que crecía en la ladera de una antigua loma. Ella acudió bajo la forma de la más hermosa de las mujeres.

 

Lug comenzó a amarla ardorosamente pero, para sorpresa de la muerte, efectuó unas maniobras que había aprendido de unos taoístas chinos que conoció en una caravana. Aquellos le habían enseñado la destreza prodigiosa de prolongar la cópula indefinidamente, sin desembocar en las desaforadas culminaciones que los gitanos consideraban fatales y urgentes.

 

Acostumbrada la muerte a llevarse a los hombres a caballo de su último espasmo, trató de conducir a su compañero hasta el ápice del goce, pero no lo logró. Lug, hablando por entre sus dientes y tensando los músculos, le dijo

 

Puedo estar en el penúltimo escalón durante toda la existencia, puedo dar todos los saltos menos el definitivo, puedo galopar a toda velocidad y detenerme exactamente al borde del abismo.

 

Después, recordando unas astutas manipulaciones que aconsejaban los sabios taoístas, Lug logró que la muerte perdiese el equilibrio y cayera indefensa en territorios de placer. Recuperado su aspecto verdadero y horripilante, el héroe la miró con ojos de fuego y le gritó

 

El amor y la pasión son más fuertes que la muerte. Ya no los uses como armas y vuelve a tus antiguos procederes de senectud, corrupción y enfermedad.

 

La muerte rio con dientes de calavera.

 

El amor y la pasión son la muerte y tú, Lug, amas porque mueres y mueres porque amas.

 

Lug cayó fulminado, pero la muerte no volvió a ser hermosa en aquellas tribus y en consecuencia, volvieron a morirse Todos, menos los que aman, que son inmortales.

 

Alrededor de la muerte hay dos posturas, esto es, la referida a la transición hacia el más allá y otra que lo niega del modo más rotundo.

Pero, ¿es posible hablar desde la experiencia? ¿Cómo hablar en primera persona, justamente, si la muerte representa el fin de toda experiencia?  

 

Al interior de la observación crítica, el organismo humano cumple un ciclo, aunque en sus análisis no aparece la interpretación de verdades existenciales.

El discurso de científico niega los hechos indemostrables, les basta saber que la materia tiende a la descomposición Lamentablemente, los milagros no son pruebas suficientes para la ciencia. Ni siquiera la fe es compatible en la medicina, solo para los que escriben versos o cantan en los coros de las iglesias.

 

Infinidad de religiones describen un acceso a la dimensión del Más Allá.

 

Supongamos que un señor sufre un accidente y como ha sido bueno, recibe el Paraíso. Muy bien, ¿en qué condiciones estará el señor? ¿Previo o posterior al momento de haber muerto? Un creyente eufórico gritará, es que no hay cuerpos, solo almas. De acuerdo, ¿explíqueme cómo distingue un alma de otra? ¿No será que el Más Allá es una colección de categorías conocidas en vida?, digo, las doctrinas mencionan buenos yendo al Cielo y malvados al Infierno.

 

Si la conducta determina el cambio de plano, evidentemente las instituciones celestiales e infernales no son concepciones divinas, sino normas que manipulan la conciencia en el más acá.

 

4

 

La angustia está tensada entre una razón que entiende la finitud y un fuerte deseo de que la vida continúe infinitamente. Sin embargo, las grandes cuestiones existenciales son omitidas. Tal vez la historia se entienda en la que la cultura de lo cotidiano tranquiliza, hace olvidar que vamos a morir. De ahí que reflexionar y tomarse las cosas seriamente esté considerado una pérdida de tiempo.

 

La dedicación de los antiguos por perpetuar la memoria, a pesar que no contaban con los recursos adecuados de la época, representa la acción civilizada del pueblo que resiste el olvido.

Facultado de una anomalía cósmica, el olvido es un agente que borra nombres, datos y registros, al tiempo que acrecienta el desorden y la confusión. Cualquier descuido reabre la herida y problematiza nuestro eternidad, porque la fugacidad es la esencia íntima del hombre La muerte de un padre duele, las rupturas de pareja duelen, el fracaso laboral duele, mudarse de barrio duele. Sin lugar a dudas, nadie transita un dolor por lo que no ama. Mejor todavía, la sensibilidad es el gesto refinado de los buenos amantes.

 

La muerte es una experiencia del otro, por ende, cementerios y demás prácticas rituales nos acercan a ella y a inferir que nosotros también seremos enterrados, honrados y recordados u olvidados. Cabe añadir que los cementerios simbolizan nuestro futuro destino, por eso suscitan un sentimiento ambiguo de respeto y angustia.

 

Pero así como pirámides, torres de piedras, cuevas, piras funerarias, fueron los hijos de su tiempo, la tecnología del último siglo facilita la experiencia del ausente con información, símbolos y fotografías de toda índole. Es interesante analizar el impacto de la muerte sobre una sociedad digitalizada y la reconversión del dolor en función de una memoria que ya no necesita imaginar, sino reproducir.

 

Después de la muerte viene el momento del duelo, el proceso psicológico que enfrenta la persona después de una pérdida. Si bien está claro que su intensidad y características varían en función del vínculo, la instancia que produjo la pérdida y la historia previa, cualquier objeto de apego provoca un duelo.

 

Aunque asociado a la muerte, los duelos se extienden en las rupturas de pareja, cambios de domicilio, despidos laborales, enfermedades, etc. En general, la potencia de un duelo desacelera con el tiempo y en ocasiones, desencadena una profunda incertidumbre, una inmovilidad anímica en que ninguna explicación parece razonable. Es que no es sencillo lidiar con la noticia de un ser querido que ha desaparecido de los horizontes del alma.

 

Un cuento de Swedenborg.

 

Los ángeles comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. A los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y asumen que no han muerto. Los objetos domésticos eran iguales La mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unas tardes de la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron a interrogarlo. Melanchton les dijo

 

-He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.

 

Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad.

 

Un atardecer, sintió frío. Recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar, otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como algunos no tenían cara y otros parecían muertas, acabó por aborrecerlos y temer. Entonces escribió un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.

 

Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía pavor de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Les hacía tragar que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo y este los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal y a veces antes.

 

Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los demonios lo llevaron hacia los médanos y que ahora es sirviente del Infierno.

 

Una típica reacción es la negación. La negación es una reacción común que acompaña a la pérdida. No es inusual que ante una desaparición haya una sensación de incredulidad y posturas actorales que fingen una entereza emocional, como si no hubiese pasado nada.

 

La negación puede ser sutil y darse de un modo difuso o abstracto. Estará en nosotros restarle importancia y gravedad a la pérdida o directamente no asumir que la muerte sea fatalmente irreversible, despiadada y absurda.

 

5

 

El adelanto significativo del duelo es asumir la pérdida, ese instante en cual la persona empieza a contactarse con la realidad de la ausencia. Habitualmente en la manifestación de la tristeza, la nostalgia, tendencia al aislamiento, pérdida de interés por lo cotidiano, etc.

 

El problema son sus antagonistas, la tristeza y depresión. La depresión es una conducta muy maníaca, destructiva y antisocial, siente que la vida es injusta. Pero a diferencia de la depresión, que es algo bien patológico, la tristeza es el camino a seguir viviendo, a pesar de ella. 

 

Todos compartimos una unión doble con el otro, puesto que el vínculo modela, articula y dinamiza cosas de uno, cosas del otro y cosas en común. Lo vemos entre los padres y sus hijos, hermanos y hermanas, el maestro y el alumno, jefe y empleado, etc.

En el caso de la amistad y la pareja, agreguemos una complicidad que permite aludir al otro en ausencia, ejemplo, distinguir su voz en un llamado telefónico, conjeturar cómo reaccionaría en una situación, etc.

Ahora, cuando una pareja termina, continúa la presencia del otro ilusorio, ¿entiende? Revive el pasado, una y otra vez y no lo deja en paz. Aligerar el recuerdo es una tarea durísima.

 

Algunos opinan que eso es el olvido, pero me parece que el precio del goce es doloroso, pues quien tenga la piel tan gruesa para no sufrir, la tiene también para el disfrute.

 

La ausencia es un fantasma, como el padre de Hamlet. Pero, ¿cómo extirpar un fantasma que ha decidido no aflojar su presencia? Quizá la sublimación artística sea una buena forma de admitir la pérdida. Al fin y al cabo, ¿no es el arte un modo de inmortalizar la lucha contra el olvido?

 

La diosa Hera se la tenía jurada a Heracles y urdió el siguiente plan… Le convenció que su esposa Mégara lo engañaba con su sobrino Yolao. Cegado por los celos, la asesinó a ella, a sus propios hijos y a Yolao. Al despertar y descubrir horrorizado lo que había hecho, sintió enloquecer y viajó hasta Delfos. El oráculo aconsejó someterse a Euristeo durante doce años y cumplir doce trabajos. Solo así redimiría su crimen y librarse del remordimiento que lo atormentaba.

 

Y habría redención, más no el olvido. La espantosa escena no se borraría de la memoria de Heracles. Tampoco para Mégara, una sombra contemplando a sus hijos muertos, quemados en el suelo.

.

La locura de Heracles sirvió para ocultar su dolor, porque el dolor detiene la presencia de la muerte. Nadie muere de dolor, más bien convive con él. Padecer un dolor evidencia que se le da batalla a lo que ha perdido.

Por su parte, Mégara fue invadida de melancolía, ese recuerdo pertinaz que mata cuando ya no se logra abolir la ausencia física. A decir verdad, los recuerdos acentúan la condición del ausente.       

 

La muerte activa un mecanismo de impotencia y responsabilidad por la pérdida y así, la mente queda atrapada en un limbo de constante reclamo y frustración personal.    

 

El siguiente paso es intentar adormecer la conciencia mediante evocaciones imperfectas, justificaciones desesperadas, arrepentimientos tardíos e ineficaces, etc. En fin, se trata de desmontar el Paraíso perdido y no admitir que uno era dichoso.

 

Bueno, los únicos Paraísos no vedados al hombre son los Paraísos perdidos.

 

6

 

Una nueva pareja, ¿ayuda realmente a superar el vínculo anterior?

 

Bastante conocida es el “un clavo saca otro clavo”. La frase significa que un nuevo vínculo elimina el recuerdo del anterior… No lo haga. No compre consejos elementales, porque si usted disfruta de amores pequeños, en efecto, un clavo nuevo sacará al clavo viejo.

En cambio, si un amor nos está arrastrando de manera contundente, lo que hará el clavo nuevo será meter al otro más adentro. Más difícil de extraer de su profundidad.

 

¿Por qué está mal enamorarse sin haber superado una tristeza? Porque sin que se dé cuenta irá trasfiriendo a la nueva relación no solo lo bueno, también viejos reclamos. Justamente, porque uno no arrastra si no experiencias.

Sacarse de encima la pérdida y gestionar una dicha urgente en otra relación, es como saltar de bote a bote sin ganas de mojarse. Hay que mojarse y nadar lejos del primer bote. Hacerlo en diferente condición, habiéndose sacado de encima todo lo que cargaba de la anterior relación.

 

¿Por qué el universo parece mal confeccionado? Porque sufrimos. Pero, ¿qué dicen ante un amor que no encaja en el plan divino? “¡Habiendo tantas mujeres!”. Lo mismo en la muerte de alguien querido… “Y bue, todos los días muere gente”.

Estas frases populares quieren justificar el desajuste cósmico. Y por supuesto, ni siquiera con torpe eficacia lo consiguen. 

 

Para alcanzar la comprensión del dolor de una pérdida habría que analizar seriamente a quién pierdo. Fíjese, ¿qué virtud resalta en la relación con el otro? Respuesta, el espacio que ocupa en su vida, pues no todas las ausencias revelan lo que perdimos.

De modo que debe ser insustituible y sentir que es especial para ese otro y a la inversa, pues el amor no es encerrar al otro en el último círculo de su conciencia, asimismo una química que enciende su cuerpo y lo incendia. Obviamente que la fe poética, las acciones sustitutivas y la incredulidad estarán al servicio de aquel otro que vendrá mañana, con silenciosas y oscuras intenciones de reemplazo… Sin embargo, me parece muy difícil erradicar al ser amado que continúa alimentando las llamas del corazón.

 

El vínculo amoroso entre un otro real y un otro construido hace que no sepamos claramente qué parte nos tiene enganchados... La parte real, la parte ilusoria o un poco y un poco. Yo me animo a sospechar que todo al mismo tiempo. Después de todo, el amor es un acto ilusorio que requiere un otro en alimento, no se construye sin una pizca de ilusión.

Naturalmente, el tema es que si la ilusión es una conducta previa al conocimiento, de inmediato suponemos que el otro no es un otro, sino alguien que encaja exactamente en un andamiaje de aspiraciones propias. 

 

La bella expresión “amar es dar lo que no se tiene a quien no es” es la acuñación poética del amor sin condiciones, del aquí y ahora, a la par de un otro que merece todo de nosotros. Por ende, resulta absurdo exigir a una cualquier nueva pareja lo que no le dio la última. ¡Error!

 

El universo está colmado de ausencia -que lo sustenta- y señores que cargan ideales, fantasías y unas ganas increíbles que la mujer amada sea Pampita. Por eso no son raras las desilusiones.

Ahora, ¿Cuántas veces habrá oído, “pensé que eras distinto”? ¿Acaso de dónde sale eso? Del Frankenstein que la sociedad construye del otro.

 

La separación, el rechazo, el abandono son pésimas noticias… No hay un argumento jurídico, divino ni razonable que evite el desamor, así que habrá que admitir que no ser Pampita no es motivo suficiente para que no lo amen. Es más, muchos desprecian a Pampita, precisamente, porque es Pampita.

 

7

 

La ausencia del ser amado indica la enojosa tarea de lidiar con sueños truncos y un vacío que se traduce en decepción, irritabilidad, reclamos, etc. Enojosa porque nadie desea la ausencia.   

 

Los indicios son potentes, como esperar que un padre regrese de trabajar y darnos cuenta que las horas traspasan las barreras del tiempo. Estos y otros detalles tienen que convencer.

Al principio no lo harán, pues la realidad es el acceso subjetivo a una variante de significados. Por eso la ausencia se abastece de alucinaciones y delirios, supóngase, cree oler su perfume, suena el teléfono mientras se baña o su rostro se imprime en todos lados.

 

El duelo exige como premisa transitar el Infierno, hasta que no duela demasiado. Tomará unos matiensos junto a los demonios, jugará al chinchón con Lucifer, sacará a pasear a Cerbero, etc., O sea, continuará en el Infierno, pero sin mayores tormentos que la partida de los seres queridos… Que no es poca cosa.

El que está en el Infierno abandona esa mirada trágica de un mundo que ha terminado, pues, en efecto, el mundo ha terminado.

 

¿Qué pasa con la melancolía y qué pasa con la depresión? En la melancolía uno está atrapado y no sale jamás del Infierno. Es un prisionero perpetuo. En la depresión, alcanza la puerta pero no desea egresar… Da vueltas alrededor. Se asoma, escucha cómo están las cosas afuera y regresa a la oscuridad. Cada tanto tiene ganas de huir, pero nunca abandona enteramente el Infierno.

 

Sin embargo, en sus esfuerzos por querer ascender al mundo exterior, el depresivo recibe una particularidad, esto es, algo que tenía y ya no tiene y algo que no tenía y ahora tiene. Vamos, estoy hablando de la oportunidad de ser alguien diferente a partir de la pérdida. 

Lo que pasa es que está muy instalada la idea de que al perder, solo perdemos y habría que contemplar la probabilidad de renacer en algo todavía mejor y no andar por la vida resentidos, ensombreciéndolo todo y transformándonos en unos sujetos detestables y pesimistas. ¿No vio esa gente que se regodea, que parece disfrutar de la negatividad? Bueno, un asco.    

 

En algún momento, la realidad debería producir una reacción, por ejemplo, el diagnóstico de una enfermedad supone explorar las opciones de un tratamiento. Incluso aunque no haya cura definitiva, al menos se transita la enfermedad en la víspera de un milagro científico.

Paradójicamente, siendo el amor un conflicto sin solución, algunos necesitan una señal que los haga egresar del incómodo círculo en que todo está que sí, pero no. Que no, pero sí.

Para ello se establece un pacto social en el cual el matrimonio parece ser la solución adecuada y la verdad es que a la larga son generadores de conformismo. 

 

¿Sabe quién tiene la culpa? La institucionalización de la esperanza, una de las creaciones más viles del hombre. Que no es lo mismo que la espera, en tanto no impera improductividad de ningún orden. Como el náufrago que espera lo que llega de afuera. Está atento a lo que trae el mar y no al servicio de la isla.

Obviamente, al principio siente esperanza, quiere ser rescatado. Pero en la pasividad del tiempo, la esperanza del náufrago cambia a una actitud de espera y a construir su propio espacio.

         

Conozco parejas amigas en las que usted no percibe actos de violencia, apuros económicos, ni indicios de infidelidades, pero ansían algo que los despabile de la monotonía conyugal. Años de casados y que, desgastados, hastiados uno del otro, sostienen la esperanza de un milagro que les evite pecar y sobre todo, contravenir los mandatos del matrimonio. Ejemplo, el nacimiento de un hijo. Y por Dios que no estamos en rebeldía con la construcción de una familia, pero no mezclemos la concepción de una criatura con los incendios de la pasión.  

 

La modernidad insiste en viejas prácticas y no observa la realidad… Que podrán sentirse muy enamorados, anotar cuándo van a casarse, cuántos hijos tendrán y sin proponérselo, la pareja se disuelve en un devenir contradictorio, envuelto en esas oscilaciones propias del amor.

¿Y qué sucede? Florece la indignación del que no acepta que se lleven puesta una institución antiquísima y tan sagrada. O sea, no se entristece por el otro, sino por el fracaso rotundo del proyecto.

Esto revela cuán arraigado están los dictados patriarcales. Hacen creer a los hombres que las mujeres enloquecen con proyectos matrimoniales, entonces se dedican a ofrecer proyectos. Un tipo no sabe si le va a gustar a la mina, pero tiene proyectos. Además, tiene una solvencia económica que avala ese proyecto. ¡Listo! ¡La mina compró el proyecto! ¡Y eso está mal! Al ratito, a los meses, al cabo de un año, a la relación le queda el crédito, nomás. Poco a poco, ella se da cuenta que el tipo no era como imaginaba y ya es tarde para cambiarlo. Solo resta la resignación –y una vez más- triunfa la institución sobre el deseo.

Evidentemente, se trata de poner en relieve unos resortes y engranajes que exige el mandato de la prosperidad. Bueno, conviene no deslumbrarse con gestos burgueses. 

   

Resulta interesante cómo se mantiene viva a la ilusión. Volviendo al ejemplo del náufrago, la civilización es un fantasma olvidado y aun así, espera regresar a ella.

Claro, pero una espera tiene valor cuando es deseante, no consoladora. La esperanza tiene espíritu de nobleza, no cabe duda, aunque funciona como alegoría de lo inalcanzable.

 

La existencia está arrojada hacia una espera. No hacemos otra cosa, más que esperar. Y apenas ocurre lo esperado, se produce una nueva espera.

 

Tal vez haya eso… Una infinidad de esperas. Una de ellas nos trajo aquí, a estos tiempos, como un milagro que hará olvidar por un rato la tristeza.

 

Mientras tanto, mientras un milagro comienza a despertarse, seguimos esperando que sea el que nos cambiará la vida para siempre.

 

8

 

El duelo supone un estado de calma asociado a la comprensión racional y emocional de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes a la vida humana. Similar a una herida que cicatriza, lo que implica seguir viviendo con ello.

Al final, ¿puede lo finito conocer lo infinito? No. A lo sumo percibir el infinito como contraste de lo finito… Lo infinito es lo que no tiene fin, lo que no termina. Sin embargo, lo infinito no es lo opuesto a lo finito, sino una ligera certeza de que -como siempre hay límites- significa que puede haber algo más.

 

Tenemos que pelearnos con nuestra aspiración a la eternidad. Si yo pienso que algo me va a pertenecer para siempre, entonces voy a sufrir. ¿Por qué? Porque voy a estar pendiente de perderlo. Si voy a estar con alguien creyendo que es eterno y estoy siempre pendiente de que esa eternidad se cumpla, estaré a la expectativa de que ante cualquier movimiento que suceda, esa eternidad pueda derrumbarse.

Dicho de otra forma, nada con aquello que me relaciono dura para siempre. Entonces, si estoy con alguien, preocupándome en qué momento esa relación termina, la relación me perturba. Si me perturba, me genera dolor. Si me genera dolor, soy infeliz. Lo que pasa es que es ridículo concebir un amor privado de riesgo.    

 

Este es un problema estructural de los vínculos, o sea, todo vínculo estructurado en términos de dependencia es perturbador.

Por lo tanto, rechacemos a la pareja que se percibe en términos románticos del orden de la completitud y esas cosas que dicen los horóscopos. No a la idealización del amor, ya que es lo primero que genera frustración.

 

Ahora, ¿y cómo relacionarse con el otro? ¿No existe la pareja? El amor es una construcción, pero lo que se construye no tiene que ver con idealizaciones ni novelas románticas, sino con un camino en común. El amor es un camino en el cual la dependencia resquebraja el camino. No puede vivir pendiente que la pareja se rompa, que un día un amigo lo cague o que su novia se enamore de otro tipo.

 

Me parece que transitamos la vida como quien transita una ruta y lo cierto es que uno suele cruzarse gente. A veces, el trayecto hace que nos crucemos con ese otro, quiero decir, usted va para acá, el otro va para allá, pero hay una parte del trayecto que comparte con el otro.

Habrá azar o destino, ¿quién sabe? Lo que no hay es dependencia mutua. Algo maravilloso nos colocó en este tramo del camino. Ese compartir no supone exigencias, reclamos ni apropiación, sino simplemente marchar juntos por ese tramo.

 

Mientras sigamos negando la ausencia de dolor como el camino a la felicidad, toda nuestra relación con la tristeza será más bien actoral y poco creíble y en ocasiones, volverse violenta. 

 

En la tristeza se entrega una parte de sí mismo. Es el período que transcurre entre dos muertes, esto es, la muerte real y la del fantasma. La única condición es estar dispuesto a ceder una parte propia para finalizar la tristeza. De lo contrario, si no suelta y no quiere morir en esa entrega, entonces no puede nacer en eso otro que la tristeza le permite tener y que no tenía antes. 

 

En medio de la tristeza, los dioses no existen, los muertos ya no regresan y los que dejan de amar, tampoco. El destino del universo depende de qué actitud vamos a tener de cara al dolor que causa una pérdida o una ausencia. Ninguna lágrima es suficiente, pero hay que hacer algo y evitar que el olvido nos evapore para siempre.  

 

A mí me gustaría romper ese concepto fatalista de la tristeza. Sea causa de una muerte o un vínculo que ha concluido… Somos a partir de lo que perdemos.

La tristeza nos constituye y está bien que exista la posibilidad de perderlo todo. Eso hace que dupliquemos la energía en buenos deseos, emociones, inteligencia y sueños para comenzar a sanar y mejorar. Es que las personas deben jugarse las fichas más altas, precisamente, en congruencia con el dolor. Digo, no solo cuando todo está fenómeno. Hay que estar también en las malas.  

 

Va a ser imposible no perder personas o virtudes en la vida… Que no lastime un amor, que no muera un ser querido. Así de amargo es el camino de la vida, pero ojalá tengamos el suficiente coraje y entusiasmo para transitarlo como corresponde.

 

Estoy seguro que cómo uno transita sus tristezas, depende que nuestro destino vaya a tener o no un sentido.

 

Por un destino con un sentido que justifique los pasos en la vida y que aquel que se alimenta de nobles ilusiones, no muera de ingratas realidades. Mi mayor deseo sería encontrarme en algún café con la mujer más hermosa y dibujarle una sonrisa en el rostro…. Eso representaría una prometedora ventaja y un indicio de que no todo está perdido.

 

Nacho

 

21 de febrero de 2022