El enamoramiento

 


El amor es un punto de llegada… Un sentimiento edificado con la arcilla del tiempo. ¿Por qué un punto de llegada y no de partida? Porque el enamoramiento genera un trastorno de la percepción. Cortázar lo describía como un rayo que caía del cielo y

fulminaba. Para Ortega y Gasset, un estado inferior del alma, una tontera transitoria. 

 

Ahora bien, si planteamos el amor como necesidad artística, es imprescindible el conocimiento y el esfuerzo. En cambio, si vamos por una sensación placentera, entonces tal experiencia no revela una cuestión azarosa, algo con lo que tropezamos sin querer. Claro, a veces la búsqueda del amor implica encontrar una aventura. Y al revés… Cuando ansiamos la aventura, un amor nos lleva puesto.

 

Recuerdo una cena de amigos en San Telmo, épocas en las que además de pintoresco, era un barrio tranquilo. En fin, el caso es que propusimos revelar algo que haya sido determinante en sus vidas.  

Naturalmente, de inmediato aparecieron historias de todos los colores, póngale, encontrar plata tirada en la vereda, reencuentros inesperados, aprobar exámenes sin haber estudiado, accidentes menores, la adquisición del primer automóvil, etc. La historia que más me gustó estaba relacionada con el amor.

 

Resulta que este muchacho regresaba del trabajo. Muy bien, tomó el colectivo de siempre y en un tramo subió una chica muy linda. En general, estos hechos nunca vuelven a repetirse y no fue la excepción. Lo interesante de la historia es que ya tiene unos cuántos años y todavía se confiesa enamorado. Como si aquella belleza continuara latiendo en su mente.

 

¿Significa que existe el amor a primera vista? Por supuesto, aunque podrá objetarse, ¿y qué hacemos con el tiempo transcurrido? Es que el amor se reconoce mirando hacia atrás, pues el pasado se ilumina con la luz del presente. Es un hecho que resignifica lo que está ocurriendo ahora.

 

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Todo amor tiene un origen. ¿Y dónde aparece? En el enamoramiento.

 

El enamoramiento es el escalón que inicia la construcción amorosa, aunque tiene sus particularidades.

Primero, enamorarse causa ilusiones. De hecho, siempre lo formula la persona que está ilusionada con el progreso de la relación, resaltando la importancia del otro.

¿Y qué es una ilusión? La ilusión es un trastorno de la percepción –o lo que es igual- la captación deformada de un objeto. Ejemplo, una puerta entreabierta despierta la sensación de alguien que ha ingresado o marchado. Distinto es hablar de alucinación, que es la percepción sin objeto. En ese caso sería imaginar a una persona parada, allí, donde no hay nada.

Quiere decir que en la ilusión es preciso un objeto mediador. En la alucinación, ninguno. Ambos fenómenos trastornan la percepción, pero son totalmente diferentes.

 

Parece ridículo confundir una puerta con una persona, aunque no para la libido que mensura todo y percibe al objeto amoroso bastante lejos de lo que dicta la realidad. De ahí que el enamorado se sienta pequeño y vulnerable ante la presencia de su objeto amado, el cual ha sido sobredimensionado por él mismo.

 

¿Nunca vio algo distinto de lo que era? Las emociones o sensaciones recientes suelen desencadenar ese tipo de ilusión... Conocemos a alguien en una fiesta y decimos, “listo, ¡me enamoré!”  Más tarde nos damos cuenta que habíamos sentido otra cosa.

Las palabras más razonables serian, “siento que te amo” y no estaríamos mintiendo. Es lo que siente. Todavía no se ama, porque amar requiere tiempo y conocimiento. No se trata de buscar un tesoro, sino de conocer a alguien.

 

Si usted imagina que el amor salta de sujeto a sujeto como los piojos, corre el riego de no tener pareja nunca, porque el amor sucede o no sucede y si sucede, es intransferible.

 

Dedicarse a construir un amor es placentero, además porque mientras intenta parecerse más o menos a lo que el otro vio en su ilusión, bueno, uno mejora. A los que solo se aferran a la ilusión, no les sirve el amor. Asoma el amor y creen que la ilusión ha culminado.

 

Amar implica someterse a una instancia superior y nunca más indefensos que cuando nos estamos enamorando.

 

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Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

 

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.

La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.

 

¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,

la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,

la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,

los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

 

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

 

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se

levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.

 

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

 

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.

(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

 

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

 

“El amenazado”, Jorge Luis Borges.

 

La fe poética considera al amor un sentimiento sublime, pero bajo la lupa del racionalismo, la incredulidad y el cinismo, las consideraciones amorosas tambalean.

En el poema, Borges tiene una visión pesimista del enamoramiento, basado en la ruptura que provoca sobre la cotidianeidad. Le molesta esa fractura que el amor ejerce en su rutina… Es que uno ya no es el mismo, gracias a Dios. ¿Por qué? Porque el amor crea dependencia.

 

Enamorarse implica aceptar que dependerá de lo que haga el otro. Incluso de aquello que no hiciere. Bastará que no asista a una cita, que no atienda el teléfono o que prefiera salir con sus amigos para sentirse angustiado. Cada una de estas omisiones será interpretada como un gesto de rechazo.

 

El enamoramiento detiene la atención en una sola persona. En consecuencia, ese otro adquiere para la conciencia del enamorado una fuerza de realidad incomparable. Existe a toda hora para nosotros. Está siempre ahí. Los demás seres serán poco a poco desalojados de la conciencia. Semejante exclusivismo dota al objeto amado de cualidades portentosas.

 

Precipitado a ese estado de angustia causado por amar al otro, el enamorado siente que puede dar luchar, que todavía puede resistirse un poco. Después, no. Conforme avanza la desproporción entre la atención prestada al ser amado y al resto de los mortales, el enamorado entiende que ya está perdido. Que no hay manera de evitar el enamoramiento. Listo. Perdió.

 

Sin embargo, en lugar de andar indignándose y mortificarse de gusto, puede resignificar la angustia en un lenguaje poético del alma. Expresar la angustia y la ausencia con los materiales nobles del pensamiento. Convertir al ser amado en una razón de vida, acaso la más importante. Al fin y al cabo, eso es el otro… Una fuente de inspiración.  

 

El amor es tiempo y espacio. A diferencia de la amistad, que puede sobrevivir y nutrirse en la distancia, el amor requiere de periodicidad y contacto, se alimenta de cosas diarias, de los detalles, de las palabras. Su ausencia produce desaliento y angustia y mejor aún, presencia y ausencia redefinen el concepto del tiempo y su medida.

 

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Durante la práctica de la hipnosis, la voluntad del hipnotizado reposa en manos del hipnotizador. Pierde capacidad de decisión y acata la voz del hipnotizador. Con el amor sucede lo mismo. El que ama queda en un completo estado de indefensión. Ni siquiera está consciente de lo que quiere, lo único que le importa es cumplir el deseo del otro. Trata de ser lo mejor posible, aunque implique modificarse, ¿y por qué no? El amor brinda cualidades proteicas. Uno cambia por amor.

 

El otro es aquel que emociona, que comprende, que desvela, que escucha, etc. De manera que no le interesa ceder. Entonces, ¿debo escalar el Himalaya? Muy bien, alcanzaré la cima del Himalaya y guay… No porque quiera escalar el Himalaya, lo que me gusta es la compañía del otro. El tema es que tarde o temprano, esa incondicionalidad del enamorado afloja. Se desinfla. Recupera un poco de amor propio, porque debe tener un fin, de lo contrario la relación con el otro es ilusoria.   

 

El enamoramiento establece una inexactitud y falsedad sobre la percepción del otro. Primero se deslumbra, luego proyecta y después suaviza ciertos detalles y actitudes que no agradan.

Por eso enamorarse supone una tarea estimulante, llena de promesas y juramentos, pero el amor es difícil. De nuevo, amar es saltar hacia una nueva etapa que consiste en estar cerca del otro. Un salto que permitirá conocer realmente cómo somos con el otro y cómo es el otro con nosotros.  

 

Ahora, esto es clave… ¿Nos enamoramos de quién queremos? Según la psicología, en el amor elegimos lo inevitable, es decir, existen muchas personas en las cuales encontrar lo que amamos, porque eso que amamos lo construimos de chicos.

Son rasgos que necesitamos reencontrar y que tienen que ver con la mirada de una madre, la voz de un padre, el gesto cómplice de un abuelo, en fin, personas que nos han hecho sentir queridos y contenidos.

El inconveniente aparece en el momento que hablamos de un rasgo que denota violencia, maltrato, indiferencia, ya que el otro puede maltratar y amar al mismo tiempo. Porque convengamos que hay amores sanos y amores enfermos y la diferencia es que un amor sano le puede salvar la vida. Un amor enfermo, destruirla.

 

Hemos dicho al cansancio que todo encuentro amoroso, no es más que un reencuentro. Usted se enamora de la mujer más hermosa y aunque lo quiera negar, lo deslumbra el reencuentro con algo que estaba escondido en el fondo de su ser.

A veces se reencuentra con lo que nunca se tuvo. Ejemplo, una persona descubre que somos comprensivos porque lo que necesita es comprensión. 

 

Lo que hace una persona enamorada es entregarle un poder. Y creo que habla bien del otro cuando, aun teniendo la posibilidad de destruirnos, no lo utiliza.

 

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El amor es una mezcla entre la libertad y lo inevitable. Allí se juega una elección en la cual supuestamente no interviene el azar. Pues, no nos enamoramos de cualquier persona, sino de las que tienen algún rasgo que lo enamoran. Ese rasgo de amor se instituye desde pequeño y está relacionado con afectos familiares, amistades o algo que siempre soñó.

 

Hay un rasgo que transita sobre algunas personas y enamoran. Entonces vamos a enamorarnos de las que ostenten ese rasgo, al punto de que si hiciéramos una lista y pensamos, seguramente encontraremos el rasgo. Y no importa que haya diferencias entre una persona y otra. Ese rasgo que enamora es inevitable. Pero, ¿sabe qué es evitable? Estancarse en ese amor, porque quizá ese rasgo lo tiene alguien que me hace mal… Estoy enamorado, pero me lastima. Estoy enamorado, pero me miente. Estoy enamorado, pero me engaña. Etc. Vale decir que no puede evitar que una persona le atraiga, pero sí la libertad de decidir si construirá un vínculo con ese otro.

 

¿Interviene el azar o el destino? Si vamos por el lado del azar, solo intervienen en su vida personas que tienen aquel rasgo que lo enamoran. El destino, en cambio, es un dedo que señala un camino trascendental, una bengala luminosa estallando en el cielo. 

¿Y qué rasgo debe tener para enamorarme? Bueno, ahí entra a pesar la historia, porque el enamoramiento no es una cuestión genética, sino histórica. Están los que han acuñado rasgos en la infancia y los consideran importantes, pero también los que nunca lo tuvieron y quisieran que el otro tenga.

¿Puedo manipular mi mente y decidir de quién me quiero enamorar? Se puede trabajar un poco, pero no manipular como quien desea dominar el mundo. 

 

Tengo para mí que el amor a primera vista aparece bastante después. Cuando observa a una persona, lo que sucede primero es reconocer que se puede enamorar de ese otro. Eso es lo que reconocemos. ¿Y por qué? ¿Qué es lo que reconocemos? Un rasgo. Un rasgo que recorre a cada uno de nosotros y es condición fundamental para el amor.

A lo mejor ignoramos cuál es, porque está escondido en el inconsciente, llámese una mirada, una sonrisa, una actitud de vida, un modo de reflexionar, etc. Y puede ser bueno o malo, porque de chico nos enseñan cómo amar. Los gestos del amor comienzan en casa, a través de los comportamientos de nuestros padres. Incorporamos un rasgo que consideramos bueno o malo y nos enamoramos de la persona que posee ese mismo rasgo. Lo que pasa es que el amor es una emoción muy idealizada... O sea, ¿y qué ocurre si ese rasgo que lo enamora es de un sujeto indiferente, desleal, miserable, etc.? A veces hay que descubrir ese rasgo a tiempo antes de seguir construyendo vínculos que más adelante lamentaremos.

 

Le juro que estar enamorado es tremendo, porque nos vuelve más débiles. El enamorado no tiene recursos para extorsionar. Teme perder lo que ama. Nuestra dicha o tristeza depende de lo que haga el otro. El amor se lleva nuestra atención y justifica la vida, si es un buen amor… Y pierde sentido, cuando es un amor enfermo.

 

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Hay quienes necesitan percibirse amados de un modo concreto. Y entonces, ¿cada cuánto conviene aclararlo? En verdad, lo molesto son las frases hechas que establecen ciertos gradientes leguleyos a la hora de amar. Además porque ni los autores más ilustres de la literatura han gastado tiempo en semejantes prolijidades.

 

A continuación, algunas de ellas.

 

“Te quiero pero no te amo”. Frase que sirve para cortarles el mambo a los que quieren ganarse a mina a fuerza de fingir amistad o compañerismo.  

 

“Para amar necesito estar enamorado”. Sirve para revelar que por usted no siente absolutamente nada. 

 

“Dame un tiempo”. Es una frase que permite dejar a una persona en estado espera mientras se surte a otra.

 

“Tengo miedo de engancharme”. Es porque al otro no le gusta y como no quieren lastimarlo, utilizan esa frase para que deje de molestar.

 

“Quiero estar con usted pero no puedo”. Similar a la anterior, con el agregado que el otro posiblemente ya esté saliendo con alguien.

 

"¿Me amas o me querés?". Y cuando se consulta la diferencia en la pregunta, el otro se indigna como si la respuesta hubiese sido canonizada en el Concilio de Trento.

 

En fin, cosas así.

 

Sin embargo, a una mayoría le encanta armarse esta suerte de códigos personales, de clasificar sus emociones como libros en una estantería. Y lo peor de todo es que debe estar de acuerdo con esas clasificaciones, supuestamente razonables. 

 

¿De qué modo resolver estas cuestiones de definición? Habría que inventar un sistema para medir el amor, similar a las empleadas para determinar la superficie de un terreno, la capacidad cúbica de una gaseosa, la temperatura actual de una región, etc. Con ello se acabarían las frases ñoñas del orden de "te quiero hasta el cielo", "te quiero como las flores al sol", etc.

 

Imagínese una tabla con valores positivos y negativos.

 

Valores negativos cercanos al valor 0. Significa que solo saldrían con usted bajo la orden de un juez.

Valores negativos, muy lejos del valor 0. Ni aunque le apunten con un revolver. 

Valor 0. Señal de indiferencia.

Valor 1 al 10. Es la misma simpatía que se tiene por un amigo.

Valores que están entre el 11 al 20. Depende de las ganas que tenga para soportar una salida con alguien que no le gusta demasiado.

Valores que están entre el 21 al 30. Aparición de un pequeño interés, pero nada serio.

Valores que están entre el 31 al 40. Ansiedad. Necesita saber si el otro siente algo por usted y entonces averigua nombre, de qué barrio es, pide el número de teléfono a un conocido, etc.

Valores que están entre el 41 al 50. No ve la hora de verlo.

Valores que están por encima de 51 en adelante. Zona roja. Enloquecimiento por el otro, razón más que evidente para la intervención de la policía, bomberos y el loquero.

 

Ahora, ¿por qué importa tanto saber cuánto lo quieren?

 

Yo prefiero saber cuánto me hacen percibir que me quieren. Son dos cosas distintas. Recibir una carta de amor es más potente a que le digan "te quiero", 4 o 5 veces al día. No digo que me molesten las expresiones diarias de afecto, pero creo que las cartas tienen algo... Tienen un tiempo. Ahí aparece la dedicación. El otro se ha tomado un tiempo para contarme lo que siente.

 

Berkeley decía que las cosas existían cuando eran percibidas. Y yo sé que me quieren cuando lo percibo. Si no lo percibo, bueno, entonces deberé comprender que no me quieren.   

   

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Retomo los versos de Borges. ¿Por qué dice que el amor es una amenaza? Porque el deseo arremete contra el amor propio. Pero también porque el enamoramiento es un período pasajero. De lo contrario, el enamorado estaría condenado a vivir sin voluntad, ni poder de decisión.

 

¿Por qué seguir juzgando que el amor es un trastorno? El problema es el espejismo de la completitud, que logre saciar cualquier apetito de eternidad. Es la ilusión que genera el enamoramiento, pero como la perfección no existe, ese maravilloso momento se desploma y ocurre una segunda instancia, previamente a la construcción amorosa… La desilusión.

 

En la desilusión, el enamorado percibe que el ser amado tiene cosas que no le gustan. Ya no es aquel ser perfecto que creyó al principio, que no colma sus anhelos y entonces, se desilusiona. Aborda un estado de absoluta crueldad y juzga todas y cada una de sus falencias. Por eso el primer indicio es el enojo, un deseo de terminar la relación, pues no resultó como esperaba. Luego viene una sensación de vacío e incompletitud.

 

Pensemos, ¿y cuál es el inconveniente de finalizar una relación, simplemente porque el otro no es perfecto? Es que si tuviésemos que interrumpir un vínculo cada vez que descubrimos algo que no nos gusta, estaríamos siempre solos. Y no es que esté mal vista la soledad, el asunto es que denota un efecto de su intolerancia a las diferencias. O sea, usted no se banca los defectos de nadie.

 

Cuando la relación resiste los asaltos de la desilusión, de inmediato viene la tercera fase, que es el amor.

 

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Para alcanzar al amor lidiaremos contra la desilusión, lo cual no implica pagar cualquier precio. Recordaremos lo que nos enamoraba al principio, aunque no todo y cosas que disgustaban, aunque no todas. Es el momento de una reinterpretación de virtudes y falencias y entonces la relación adquiere madurez y sustentabilidad, porque estará presente el deseo de permanecer juntos en ese proceso de conocimiento y aceptación de diferencias.

 

En los amores maduros no se juega la necesidad, sino el deseo. El que ama no puede vivir sin su pareja, pues a su lado resuena un mundo diferente. Es el deseo lo que mueve a estar con una persona y no cualquier otra. No es lo mismo deseo que necesidad. Guarda con eso. Por deseo, una mina es capaz de elegir a un tipo que la haga soñar. Por necesidad, otra prefiere a un señor que le brinde una cierta tranquilidad económica.

 

Sabemos que el otro tiene cosas que no gustan y por ende, no hacen feliz. En este punto conviene advertir que algunos esperan un gesto de incondicionalidad, algo que parece maravilloso. Sin embargo, incondicional significa sin condiciones, es decir, amar aunque el otro me pegue, me engañe, me humille, etc. De modo que una relación sana precisa como condición fundamental la no violencia.

 

Para terminar.

 

Cada relación amorosa atesora un misterio por resolver, pero es innegable que la gente está fuertemente ligada a lo que impone las variables del consumo y el progreso. Las personas devoran películas, obras de teatro, literatura romántica y quieren lo mismo, pero terminan relacionándose con otros sujetos que no condicen con lo deseado. Creen que el amor consiste en resignarse lo menos posible y no es así. El universo nos habla a través de sus señales. Lamentablemente son pocas.

 

Ya lo he dicho en otra ocasión, pero me parece que el amor es un viaje sin brújula. El enamorado es un pasajero en permanente peligro, justamente, porque ignora qué destino le aguarda. ¿Hacia dónde vamos? ¡Qué sé yo! Vemos. Lo importante es que este viaje lo hagamos juntos.

 

El enamorado primero descubre que su cotidianeidad ha sido modificada… Ya no logra conciliar el sueño, trata de buscar al otro en rostros extraños, todas las canciones parecen citarlo, etc. Al final se da cuenta que está extraviado en un mundo que no es el suyo, sino que pertenece al otro. Por eso el amor es el otro. Amar es transformar la inteligencia en una herramienta de acceso a un conocimiento superior.

 

Añadiría algo más… Hay una persistencia en el enamorado que atraviesa las arenas del tiempo, sin que desvanezcan los sentimientos. El amor congela la impaciencia, pues la espera forma parte del enamoramiento. Al fin y al cabo, el amor habla de alguien que resulta indispensable en nuestras vidas.

 

Dedicado a la mujer más hermosa del mundo para que sepa cuánto la quiero, cuánto la amo y cuánto la adoro. Sinceramente espero que lea esto así se deja de embromar y seguir pensando que estoy enojado con usted. Todo lo contrario. Usted es la última persona sobre el universo con la cual podría enojarme. Usted es la única estrella sobre el firmamento de mis sentimientos.

 

Ignacio

 

23 de Enero de 2023