Según Robert Graves, la diosa Hera estaba avergonzada debido a la fealdad de su hijo Hefesto, así que lo arrojó desde el Olimpo. Recuérdese que esta costumbre era bastante
frecuente en la antigüedad. Hefesto cayó al mar y fue rescatado por Tetis y Eurinome. En el interior de una gruta marina, Hefesto instaló una fragua y realizó variedad de ornamentos y objetos maravillosos.
Pasaron largos años y la
diosa Hera se cruzó con Tetis, quien llevaba un delicado broche hecho por
Hefesto y entonces decidió llevárselo al Olimpo donde dispuso una fragua con
veinte fuelles, además de conceder a Afrodita en matrimonio... Y aquí hay dos
versiones. Una dice que temiendo el conflicto entre los dioses, Afrodita se
casó con Hefesto. La otra que Hefesto retuvo a Hera en un trono mágico y a
cambio de su liberación exigió la mano de Afrodita.
El caso es que después de
una breve reconciliación, Hefesto reprochó a Zeus de haber colgado a Hera del
Cielo por motivos de rebeldía. A Zeus no le gustó este desaire y arrojó a
Hefesto una vez más desde el Olimpo. La caída duró todo un día… Y no tuvo tanta
suerte. Golpeó la tierra en la isla de Lemnos -y aunque inmortal- terminó con
ambas piernas rotas. Zeus lo perdonó y admitió su estancia en el Olimpo, solo
que ahora debía usar unas muletas doradas.
Hefesto amaba a Afrodita
y entre tantos obsequios fabricó un ceñidor mágico que la hacía verdaderamente irresistible.
Tuvieron tres hijos, a saber, Fobos, Deimos y Harmonía. Sin embargo, Graves
cree positivamente que eran hijos de Ares, el dios de la guerra. Claro, Hefesto
no estaba enterado de la infidelidad, hasta que una noche los amantes se
quedaron dormidos y Helio –el dios solar que todo lo ve- batió el cuento a
Hefesto.
Muy bien, Hefesto forjó
una red de caza de bronce, similar a una telaraña pero irrompible y la ató
secretamente a los postes de la catrera matrimonial. Hefesto se hizo el gil y
explicó Afrodita que debía atender unos trámites en la isla de Lemnos.
Apenas supo de la partida
de Hefesto, Ares apresuró a intimar con Afrodita -pero, ay- quisieron
levantarse y quedaron enredados en la red, desnudos y sin poder escapar.
Hefesto hizo llamar a los
dioses para que fuesen testigos de su deshonor. Acto seguido anunció que no
liberaría a su esposa hasta que le devolviesen los valiosos regalos de bodas
que había pagado. Zeus no quiso saber nada con andar devolviendo regalos e
incluso declaró a Hefesto que había sido torpe en revelar públicamente esta
clase de conflictos.
El dios Poseidón se
ofreció a controlar que Ares cumpliera con el pago de los regalos. Hefesto
aceptó a condición de que ante un potencial incumplimiento, Poseidón pasaría a
ocupar su lugar bajo la red. Naturalmente, como a Poseidón le gustaba Afrodita,
dijo que el mismo pagaría la deuda y se casaría con ella.
Finalmente, el dios Ares
fue puesto en libertad y volvió a Tracia y Afrodita a la ciudad de Pafos, a
renovar su virginidad en las aguas del mar.
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Las convenciones
dictan que amor y deseo sean consideradas emociones inseparables y en realidad son
profundamente diferentes. Justamente, esa falta de diferenciación permite a la
infidelidad establecer sus matices.
El amor y el deseo
tienen origen en la niñez. Los adultos acostumbran a minimizar el afecto
infantil sin importar la importancia que produce sobre el niño, pues este
destrato dejará marcas que condicionarán sus futuras elecciones de vida.
Durante la
adultez buscamos ese rasgo que remite a los amores primarios. En consecuencia,
convierte al encuentro en un reencuentro. Reencuentro con algo amado y perdido.
A veces, anhelado. Con aquello que fuimos o quisimos ser.
El poeta Discépolo
escribió, «Si pudiera como ayer, querer
sin presentir».
Los adultos conocen
de antemano las condiciones, prejuicios y conductas que amenazan las relaciones
de pareja, que en algún momento el deseo tiende a menguar y ser la víctima de
una infidelidad o que ellos mismos la realicen.
Peor todavía,
saben que nadie muere de amor y por ende, nada justifica arrojarse bajo las
ruedas de un tren. Desde luego, salvo que usted esté muy loco o transite el
amor desde la incredulidad como hacen los niños, porque diré que ninguna instancia
se vive con tanta potencia e indefensión como la infancia.
Fíjese que un
niño enamorado es vulnerable. Sufre. Lo mismo frente a un juguete que considera
inalcanzable, pues, movilizado en su adquisición, asume los papeles más
canallescos. Llora delante de una juguetería, hace berrinches o se comporta mal
y no saluda a un tío, etc. En general, los padres resuelven comprarle una cosa
diferente, naturalmente, lejos de aquello que deseaba.
Hablemos de
un juguete negado o un amor ausente de nuestros horizontes, el único consuelo
es construir el milagro a partir de la espera. Una espera que no debe ser ni
tan breve que genere el apresuramiento, ni tan extensa que sea desoladora.
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En la escena
romántica suele darse la siguiente afirmación… “Te juro que te voy a amar para siempre”. Caramba, ¿qué mayor anhelo
que un amor eterno?
El primer
obstáculo es declarar algo que resulta incomprobable, por más ganas que quiera
ponerle. Entrega su vida y un buen día lo abandonan. ¿Y qué hace? Porque hay
sujetos que echan a perder verdaderas historias de amor, mientras intentan que
otras duren eternamente.
Aceptemos que
este deseo surge al inicio de toda relación. Es inevitable. Conocemos a una
persona y lanzamos las mejores cartas. Nos mostramos inteligentes y
comprensivos, más de lo que realmente somos. Es decir, tratamos de convencerlo
de que a nuestro lado nada mejor habrá de pasarle. En ocasiones se revela la
impostura. Y no importa. Como diría Lacan, amar es dar lo que no tenemos a
quien no es.
Obviamente,
están los que eligen la tranquilidad y confiar que el amor durará para siempre,
pero nada garantiza que ello ocurra, pues si algo carece el amor es de estabilidad.
Sin embargo,
los peores son los poco interesados en establecer una pareja. Argumentan que les
gusta disfrutar el momento porque, en fin… “¿Quién
les quita lo bailado?” Y lo dicen una
vez, dos veces y hasta tres, pero a la cuarta protestan. Se indignan.
Pregúntese, ¿en
qué momento pasaron de ese estado de desinterés, a una angustia que se tranquiliza
con la aparición del otro? Respuesta, a partir del momento en que se juegan
cuestiones que van más allá de la seducción y la ansiedad por concretar el
encuentro. En el preciso instante en que nace el deseo de ser amado y ser reconocido
como alguien especial.
El deseo es
una manifestación irregular que busca la satisfacción inmediata de la tensión.
El amor, en cambio, pretende constancia en el tiempo. Las cuestiones amorosas
no son resueltas como en el ámbito del erotismo. Una vez satisfecho el deseo,
puede soportarse la ausencia del otro… Hasta que se produzca un nuevo
encuentro.
Por el
contrario, el amor requiere la presencia del amado, ahora, después -y si fuera
posible- toda la vida. En suma, el otro es indispensable.
¿Y cómo se entrelaza
el tema de la infidelidad con los asuntos del amor y el deseo?
La
infidelidad es una circunstancia inesperada, como si el otro hubiese transgredido
una manera natural de relacionarse. De ahí que asome una sensación de traición.
El que es víctima de una infidelidad no logra comprender. Trata de hallar una
explicación que no le servirá para entender lo sucedido ni aliviará su dolor, porque
la fidelidad no es un acto natural, sino el resultado de una decisión que requiere
de un enorme trabajo.
El mundo
occidental percibe a la infidelidad como un dato sorprendente y sin embargo, resulta
más difícil ser fiel que no serlo. ¿Y por qué? Porque la fidelidad debe
enfrentar la fuerza de un deseo que no se detiene, por más enamorados que
estemos. Es una lucha interna contra las tentaciones que se presentan a diario,
pues cada uno considera que su relación es lo mejor que le ha pasado.
Recién
dijimos que la sensación que produce una infidelidad es la sorpresa, pero de
inmediato se instala un dolor tremendo en el centro del amor propio.
Dentro del
marco de la infidelidad, el amor revela un quiebre. Y entonces aquel que se
postulaba como una totalidad para el otro, pronto comprende que era apenas una
ilusión.
La fantasía
del enamorado consiste en descubrir alguien que lo complete, le haga sentirse
cuidado, protegido y deseado. De modo que la infidelidad, además de dolor, provoca
desconcierto, pues no encuentra motivo que justifique un engaño.
A veces cuesta
entender que el único motivo de una infidelidad sea la existencia de un deseo
que no se satisface nunca. No obstante, algunos justifican la infidelidad
porque algo les falta en su pareja y esto representa una defensa ante la
angustia de saber que nadie tiene comprada la fidelidad del otro.
Quedarse con que
un señor engañó a su mujer fue porque algo no funcionaba en la pareja, bueno, abre
de par en par las puertas al error. Por más que la pareja funcione a la
perfección, la verdad es que a todos nos falta algo.
Me parece que
ahí está el verdadero desafío… Construir un vínculo con la carencia propia y
ajena y además perdure en el tiempo, que no es poca cosa.
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¿Es posible
amar y encima ser infiel?
Damos por hecho
que la infidelidad responde a una crisis de pareja. El infiel cree detectar en
otra relación un fundamento para separarse, aunque teme que su infidelidad sea
descubierta, pues no siempre se desea terminar con la pareja. Y ahí está el
asunto.
El tercero en
discordia espera una separación que quizá no tenga lugar y entonces deberá
decidir si continuar con los encuentros clandestinos o cortar la relación y
hacer su propio camino… Quiere decir que el amor no garantiza la fidelidad,
pero tampoco el deseo.
Habría que replantear
la teoría de que la infidelidad es hija del desamor. Que el amor atrae a la
fidelidad, casi como una añadidura. Bueno, falso. Sucede que se insta a creer
que el enamorado encadena su deseo al amado de un modo permanente y la realidad
demuestra que los deseos no se dejan atrapar fácilmente. Al contrario, continúan
su incansable recorrido. Por eso, a lo mejor el problema de la infidelidad no
esté entroncado en sus causas, sino en la naturaleza del deseo.
Abordamos en
una publicación el tema de los celos y cómo allí se desarrolla un carácter
posesivo. Muchos desean que el otro le pertenezca, que no mire a nadie más y nadie
lo toque.
Estos pensamientos
hacen de la infidelidad, una interminable angustia. En ese sentido y para evitar
la infidelidad, el sentido común construye la teoría de que el amor excluye al
engaño y da por sentado que si usted es amado puede quedarse tranquilo… Básicamente
porque nos regimos a través de un principio, esto es, el que ama no traiciona.
¡Error! El amor escapa a las premisas del universo, pues carece de naturalidad.
Las relaciones humanas son construcciones y en la cultura en la que se vive,
también juega su influencia.
De acuerdo a ciertas
religiones, un señor está casado con 2 mujeres, otro tiene un harem entre 50 y 100
concubinas, como si tratase del mismísimo Emperador Amarillo. ¿Y por qué 1.000
y no todas? Porque aún en estas culturas habrá una norma que establezca un
límite y le dirá a un señor que puede estar con una mujer, con 2 o con 100,
pero no con todas.
Asimismo, en
el ápice de las prohibiciones sociales aparece el incesto, señalando que
algunas personas están prohibidas. Nuestra cultura abarca a padres, hermanos,
hijos y abuelos; etc.
En las parejas
se vislumbra un anhelo de posesión. Dos partes se conocen y se atraen, lo cual
estimula y alimenta su deseo, hasta que se produce la concreción. Más tarde
aparece esta desesperación por detener el momento. Así ocurre en nuestra
cultura, aunque es seguro pretenda manejarse con códigos diferentes de los
habituales.
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Existen
acuerdos sanos y acuerdos que suponen un padecimiento insoportable. Desde luego,
de forma explícita o implícita, cada quien es dueño de manejar su deseo con
libertad.
Actualmente, la
práctica del poliamor facilita relaciones entre más de dos individuos. Y a
pesar que resulta `provocador a nuestras costumbres, si es un pacto en el que
nadie sufre, habrá que reconocer su funcionamiento. En cuanto a que el amado
esté con alguien más, bueno, algunos eligen enterarse. Otros, en cambio,
ignorarlo.
En tanto un
pacto no lastime, será respetable. Podrá no estar de acuerdo, que no le gusta, no
lo convence o que ni loco haría algo semejante. Estará en su derecho, pero ello
no quita el derecho de que los demás elijan.
El amor busca
el goce en el vínculo y la estabilidad, mientras que el deseo sigue un impulso
que, una vez satisfecho, desaparece para reaparecer con la misma persona o quizá
con otra.
Ahora bien,
pese a que sus reglas sean diferentes, uno de los dos sufrirá. Por ejemplo, el
que se relaciona con alguien que ya tiene pareja, dicen que el problema no es
suyo porque están solos y no traicionan a nadie. O sea, el problema es del otro
con su pareja.
Sin embargo,
puede ocurrir que una persona se enamore de ese otro que proponía pasarlo bien,
lejos de los compromisos de la pareja. Ahí comprobará que el problema era realmente
suyo, porque en algún momento quedará enganchado con este particular modo de
relacionarse y el otro comience a temer que todo salga a la luz y no sepa cómo
cortar el vínculo.
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La fidelidad como
parte de una elección personal, introduce el concepto del libre albedrío, tanto
para ser fiel o no serlo. Sin embargo, la libertad no es más que un engaño,
pues toda elección está condicionada. Toda elección de pareja está condicionada
por una historia y modelos de familia.
Nosotros elegimos
conforme a un modelo relacionado con eventos ocurridos durante la primera
infancia. Y dichas elecciones jugarán en favor o en contra de los modelos, pero
siempre se tendrán en cuenta. Alguien puede tener una pareja que no sea más que
una repetición del modelo familiar o una pareja similar a la anterior -o por el
contrario- que nada tenga que ver con ello. Pero habrá algo, para un lado o
para el otro, condicionando sus decisiones. Y desde luego, la infidelidad no
escapa a esto. Por eso no siempre el que engaña a su pareja busca degradarla o
humillarla, aunque en muchos casos se lo viva así.
Y entonces… ¿Se
elige la infidelidad? No hay una elección completamente libre. Nadie surge de
la nada. Todos devenimos de una construcción en la que intervienen la historia,
la biología y la cultura. Cada uno se ha criado en algún lugar y desarrolla un
sentir, una conducta y una forma de considerar su deseo. Y esto no quita responsabilidad
a nuestros actos, porque somos responsables hasta de lo que soñamos.
¿Puede
reintentarse el vínculo de la pareja, después de una infidelidad? En general,
ser engañado produce un tremendo dolor. Sentir cómo se ha dañado la confianza depositada
en el otro. Quiere decir que la infidelidad es una herida al amor propio y deja
heridas que jamás curan totalmente. De manera que habrá que aprender a convivir
con el hecho de no lograr ese sueño tan ansiado… Ser todo para el otro.
Dadas las
condiciones de la infidelidad y las cualidades del sujeto, hay parejas que tras
un largo proceso, logran salir adelante. Otras no tienen ganas de intentarlo y
se separan de inmediato. El orgullo es tan importante para ellos, que les anula
el criterio y la observación de los problemas de una pareja.
Para reconstruir
la pareja después de la infidelidad requiere de una profunda sinceridad y
reconocer si es posible perdonar el engaño y restablecer la confianza. Sin
embargo, a veces el dolor no cesa. Por eso no es sano sostener una familia a
cualquier precio. Siempre es mejor una buena separación a una mala convivencia.
Nacho
Miércoles 15
de Marzo de 2023