La pulsión del regreso

 


El filósofo Henri Bergson quiso demostrar que lejos del carácter estático e inflexible de los símbolos, la existencia humana es duración y no un continuo espacio-tiempo. En la duración resiste nuestra conciencia, sin ataduras a determinismos ni condicionamientos diarios. Sin embargo, medimos

el tiempo y lo proyectamos sobre el espacio, pero en verdad somos una mutabilidad perpetua.

 

El tiempo de la modernidad es un período mecánico, un tiempo en el cual se hace coincidir el movimiento de objetos y personas en un espacio determinado, similar a las agujas del reloj. Dicho procedimiento iguala a todos en instantes, que, como unidades o fragmentos, desfilan a un paso uniforme. La conciencia no percibe así el tiempo, sino como rememoración del pasado y anticipación del futuro. Únicamente la conciencia enlaza lo acaecido y lo que sucederá. Es una experiencia que Henri Bergson considera duración.

 

Las investigaciones de Bergson sostienen que fuera de la duración, el pasado y el futuro no existen. La unidad del ser desaparece. Se desintegra en una sucesión de instantes discontinuos. En la duración, el instante posee una repercusión diferente. Algunos se desvanecen sin dejar huella y otros perduran, incidiendo en el futuro. Pasa en el remordimiento, cuando el ayer no deja de condicionar el presente. Entonces, no es posible recobrar el tiempo perdido, pero sí mantenerlo vivo. El ayer acompaña y engrosa el presente con lo que recoge en su trayecto.

 

Cuanta mayores costumbres adquiridas, mayor mecanicismo habrá en la conducta. Y si no, ¿por qué el tiempo es útil a los efectos de la ciencia? Porque teoriza y realiza modelos orientados a registrar regularidades y periodicidades... Más o menos lo que hacen los horóscopos.

 

Bergson propone distinguir memoria y percepción. La memoria posibilita que los recuerdos nos acompañen a cada rato. Están allí, apoyándose sobre un presente que amenaza absorberlos. Por supuesto, la cotidianeidad exige una pequeña colección de recuerdos para tolerar la rutina.

La percepción está encargada de ese proceso, lo cual explica que el cerebro recoja partes de la conciencia, fuente de los actos que expresan la personalidad y visión del universo. Permite el tránsito del presente, de lo inmediato, del instante. Por su parte, la memoria se ocupa del pasado, siempre fundido con la existencia.

Bergson concluye que la memoria es espíritu y la percepción, movimiento. El espíritu desborda los límites del tiempo, lanzándonos directo al futuro y en resistencia a la materia.

 

Para Gaston Roupnel, otro filósofo galés, un acto es una decisión instantánea. La vida no es una contemplación pasiva, sino hallar la realidad en un instante. A diferencia de Bergson, la realidad del tiempo es el instante y la duración, una construcción sin realidad absoluta. Está hecha desde el exterior por la memoria que quiere revivir situaciones, pero nunca comprenderlas.

 

                                        Dentro de las rarezas, mencionemos un barrio en el cual el tiempo marcha al revés, al pasado...

 

Los cigarrillos crecen en los ceniceros.

 

                                                     Las leyendas se transmiten de generación en generación, pero son los hijos quienes las cuentan a sus padres.

 

                   Lejos de caerse, el pelo crece con mayor fuerza.

 

Las historias de amor empiezan por el hastío.

 

                                     Los atorrantes salen borrachos de su casa y regresan sobrios la noche anterior.

 

                                           Los vidrios rotos recuperan su estado original.

                   Las casas abandonadas no son usurpadas por manejos irregulares de los gobiernos, sino habitadas por viejos fantasmas.

                                                        Excompañeros de la primaria vuelven a ser los chicos de 8 o 10 años que alguna vez fueron.

 

                                     Aquel singular barrio vive un tiempo, ayunos de sucesiones y exactitudes circunstanciales                                         En la eterna ilusión de construir su propio destino.

 

En una rueda de mates y facturas se debatía la modificación del pasado. Uno de mis amigos estableció que los desplazamientos temporales no son abordables como cuestiones cartográficas. Otro agregó que jamás retornamos a ningún sitio. Un tercero dijo que los viajes en el tiempo provocarían que las personas nunca estén al momento que se las necesite.

 

Pero, ¿quién no acarició con volver a empaparse en las sabias palabras de un abuelo, adentrase en los yuyales y terrenos baldíos del barrio de la infancia, rescatar un juguete perdido, salvar a los amigos de la escondida, refugiarse en la ternura del primer amor, etc.? Ninguna maniobra heroica, poética o sagrada iguala a la posibilidad de recuperar un pedazo de su vida.

 

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Heráclito de Éfeso opinaba que ningún hombre se baña dos veces en el río, aludiendo a que todo pasa y cambia. Según la mirada de Heráclito, somos y no somos los mismos de ayer.

 

Somos el tiempo.  Somos la famosa

parábola de Heráclito el Oscuro.

Somos el agua, no el diamante duro,

la que se pierde, no la que reposa.

 

Somos el río y somos el griego

que se mira en el río.  Su reflejo

cambia en el agua del cambiante espejo,

en el cristal que cambia como el fuego.

 

Somos el vano río prefijado,

rumbo a su mar.  La sombra lo ha cercado.

Todo nos dijo adiós, todo se aleja.

 

La memoria no acuña su moneda.

Y sin embargo hay algo que se queda,

y sin embargo hay algo que se queja.

 

¿Hacia dónde fluye el tiempo?

 

Para Heráclito, las aguas de los ríos nacen en el pasado. Miguel de Unamuno invierte el modelo y asegura que provienen del futuro. Y no está mal esa concepción poética del tiempo… El manantial tiene origen en el futuro. Las aguas nos atraviesan y detrás nuestro, el pasado.

 

Platón desarrolló una teoría circular en los cuerpos celestes y sirvió para que magos y adivinos postulasen que el destino era regido por los astros. Dado que las posiciones planetarias se repiten, la historia también se repetirá. Al cabo de los siglos, veremos nacer a los mismos señores, además de cumplirse los mismos destinos.

 

El estoicismo afirmaba que la historia ardía en una pira y renacía de las cenizas. Los pitagóricos necesitaban la repetición de la historia para comprender la finalidad del universo. 

 

Los megáricos sugieren el carácter irreversible del tiempo y entonces, lo que no sucede ahora se convierte en falso, es decir, en imposible. Marco Aurelio retoma el argumento y coincide en que el único momento es el presente. Aunque los dioses regalasen mil años de vida. El presente nos constituye y morirse es perder el presente. Nadie pierde el pasado ni el futuro. A nadie le quitan lo que no tiene.

 

Un tratado budista, el Visuddhimagga, consagra el instante como realidad. La vida dura lo que dura una idea y da el ejemplo del carruaje. Al andar, la rueda toca la tierra en un punto irrepetible.

 

Schopenhauer decía que la voluntad es presente. Pasado y futuro son conceptos de encadenamiento que produce la conciencia. 

 

El eterno retorno es una concepción filosófica del tiempo y postula que la historia no sucederá una, sino varias veces. Miles de veces estuvimos aquí y miles de veces regresaremos. Obviamente, preferible una historia cíclica, a una historia de aniquilación. Aun aceptando que nos encantaría transitar los tiempos, pero una cosa es visitar el ayer y otra condenarse a repetir la historia.

Para que el eterno retorno funcione, conviene no saber que está volviendo. Aquel que aspira a revivir una situación por segunda o decimoquinta vez, requerirá la erosión del olvido o algún organismo encargado de borrar recuerdos. De lo contrario, continuará arrastrando viejas deudas y rencores de un señor que ya ha sido. Al cabo de los siglos y repeticiones, teñirá de aburrimiento cada movimiento, con ese resoplo de fastidio, típico de empleado público… Tantas madrugadas se reproducirá la brutal escena de la guillotina, que acabaremos entablando amistad con el verdugo.

 

La pulsión del regreso no difiere a la supervivencia. No deseamos morirnos en la rutina que nos constituye. Lo que queremos es recuperar la inmortalidad de niño y no es posible. El universo está modificándose, disfrazándose, reemplazándose y somos una constante de la degradación cósmica. 

 

La geografía china es inmensa, no perderse en laberintos de ríos, canales y múltiples dialectos configura una auténtica proeza. Los ejércitos avanzan sin hallar enemigos. Los informes marchan con lentitud y los ministros ignoran la posición de sus tropas. En general, jamás regresan y de regresar, el príncipe cambió al bando rival O pasó a mejor vida.

 

Li regresó tras larga ausencia y estuvo a punto de perderse. Cansado de dar vueltas, advirtió un hogar humilde y el rostro amargo de Su Ling, una mujer cansada de recibir noticias de resignación y pobreza.

 

Li pasaba jornadas enteras sentado en el patio de su casa y al anochecer comía en silencio junto a su familia. Le gustaba emborracharse y pelearse con los parroquianos. Eso sí, se acostaba temprano y jamás le tocaba un pelo a su esposa Su Ling… Hasta que habló.

—Marido mío, ya no procedes como antes de tu partida.

 

Él respondió no recordar cómo procedía antes de su partida.

 

Hü era un mercader y a sabiendas que las mujeres dejaron de esperar a sus maridos, adquirió la costumbre de yacer con todas, especialmente con Su Ling. Pero la noticia de que Li había vuelto alertó al mercader. No obstante, Su Ling deseaba que Li fuese un impostor. Esperaba a un marido, otrora, más ardoroso.

 

Li T’ieh-kuai visitó el pueblo. Al anochecer, encendió un fuego azul y cocinó unos ingredientes secretos que despertaban la inspiración. Un joven se aproximó y preguntó qué era la vida. Li Tieh-kuai hizo beber un poco del caldo a un gato negro. El gato murió y dijo que el sentido de la vida reside en no saber qué es la vida. Su Ling no tardó en preguntar

—Un hombre regresó a mi casa. ¿Es el que se fue hace 30 años?

 

Revolvió el caldero y en los vapores mágicos vio al verdadero Li, muerto a días de haberse ido a la guerra. Li Tieh-kuai intuyó la equivocación del que había regresado. Comparó penas y dichas y el final de los destinos. Apagó el fuego y regaló una sentencia

—Los únicos hombres que regresan son los hombres que jamás se han ido.

 

Su Ling retornó a su casa y compartió una larga vida junto a Li. Más adelante, la muerte arrasó con todos. Hoy no subsisten ni señales de aquel pueblo.

 

Recordaba algunos viajes o pequeñas excursiones de niño y el entusiasmo del viaje en la vuelta, porque el motivo de la alegría consistía en regresar a casa.

 

Los amantes no pueden regresar, pero desean regresar. Ahí está el asunto. Entre el deseo y la oportunidad, la solución sería regresar a otra parte. El que pretende reubicar antiguas novias tendrá que hallarlas en nuevas novias. Esa parece la única forma noble de enamorarse.

 

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El Dr. Brown invita a Marty a ser testigo de su último invento… Un auto capaz de realizar viajes temporales. Por desgracia, unos terroristas asesinan al Dr. Brown. Marty logra rajar a toda velocidad, pero esa huida lo arroja a la juventud de sus padres. Mientras prepara el regreso al presente, Marty deberá ser discreto y no afectar el curso de los acontecimientos.

 

Así arranca Back to the future.  

 

Transcribo unas hermosas palabras de Samuel Butler que describen la resistencia de la cultura al paso del tiempo… 

 

Habremos perdido hasta la memoria de

nuestro encuentro ... Y sin embargo nos

reuniremos, para separarnos y reunirnos

de nuevo, allí donde se reúnen los hombres

muertos… En los labios de los vivos.

 

El presente es un tiempo que se afianza y suspende entre el pasado y los inciertos umbrales del mañana. Todavía podemos cambiar de opinión o hacer algo al respecto. En cambio, el pasado tiene ocupado su lugar en la historia. Son eternas cicatrices y toda acrobacia por borrarlas, será perfectamente inútil.

 

El verso borgiano advierte los estigmas de la modernidad

 

Antes de la agonía,

el infierno y la gloria nos están dados;

andan ahora por esta ciudad, Buenos Aires,

que para el forastero de mi sueño

(el forastero que yo he sido bajo otros astros)

es una serie de imprecisas imágenes

hechas para el olvido.

 

Borges plantea una dramática batalla contra el fluir del tiempo. Su acción pretende detener y recuperar un tiempo dirigido a la inevitable fugacidad. Como parte de una ilusión del pasado, los rieles de los tranvías aún pueden ser vistos. Subrayan una historia y un presente que resiste la extinción. Sin embargo, los tentáculos del progreso continúan modificando drásticamente su aspecto físico y demográfico.

 

Construir mundos es una respuesta a la realidad, el problema es que dentro del repertorio de opciones que ofrece la modernidad, acarrea el riesgo de sepultar los rasgos diferenciales de la identidades urbanas, barriales o campesinas. Los personajes, la tradición y las historias pasadas trazan un rasgo cultural que ha sido arrasado por beneficios tenebrosos e irreconocibles… La globalización ha hecho que la identidad del barrio fracase, una y otra vez, ante el caos de la metrópolis. 

 

Nuestra arquitectura mental descansa en la ilusión de viajar a través del tiempo. Nada cuesta vislumbrar las preferencias entre el que se muere por conocer el futuro y el que reposa su mirada en el pasado.   

 

En vistas de anticipar lo que depara el futuro podrían evitarse accidentes domésticos, aprobarse los más rigurosos exámenes académicos, postularse con exactitud los datos meteorológicos, retirarse a tiempo de discusiones banales, etc. Naturalmente, todo conocimiento previo resguarda al incauto de peligros, al perezoso de situaciones ingratas e instala al ansioso en los arrabales de la comodidad.

Por lo demás, hartos de una fatigosa previsibilidad y ayuno de un propósito que estimule al misterio de la trascendencia, la humanidad estará condenada a colapsar en un par de décadas… La gente trabajaría entre bostezo y bostezo, sin temor al despido. Cerrarían las apuestas en ausencia de números perdedores. El amor perdería su virtud poética y la salvación valdría un puñado de palabras vacías.

 

Desde el determinismo y del modo más funcional, nuestras conductas alimentan el futuro. Ahorramos para evitar imprevistos. Estudiamos para conseguir mejores trabajos. Tenemos hijos que prolongan la descendencia. Las conductas generan castigos o recompensas. La justicia actúa sobre el futuro.

 

El maestro Wu Chang enseñaba que nos alimentamos de sucesos que son vísperas de esperas. El tiempo que pasamos esperando es infinitamente superior al que ocupan los sucesos esperados. Wu Chang negaba la virtud del goce sin tensiones previas. ¡Los alivios posteriores le parecían inconcebibles!

 

Al interior del harén del Ciervo Celeste, los Loyang bebían unos licores mientras los placeres avecinaban. Más tarde, hermosas bailarinas danzaban, incendiando el ánimo de los visitantes. Envuelta en una leve túnica, la cortesana Kóu Hei recitaba poemas en un lenguaje atrevido.

 

En la antesala de venideros placeres, los hombres eran invitados a retirarse. Unos guardianes les informaban que sus placeres no estaban en el futuro, sino en el pasado.

 

Lo interesante del futuro es ese carácter indescifrable y cuyas combinaciones resultan intimidantes.

 

Roguemos que el universo no funcione conforme a ninguna planificación... Nunca sabemos de qué lado despiertan las divinidades…

 

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¿Qué ventaja despierta el pasado? ¿La posibilidad de remover situaciones vergonzosas? ¿Vengarse de los traidores? ¿Borrar las noches que hemos llorado un desamor? Si tuviésemos que suprimir los momentos desagradables, incómodos, intolerables, penosos, apremiantes, etc... ¿A cuántas páginas quedaría resumida nuestra biografía?

 

Muchos aprovechan las visitas al reino de los sueños. Vaivenes de imágenes y símbolos construyen la ilusión de haber vuelto a la infancia o a un afecto que ha decidido navegar otros planos… Esta conducta onírica promete más que la revelación de números para jugar a la quiniela. Desde luego, al despertar se ingresa a una breve desesperación que consiste en revisar que ningún sueño enganchado en las sábanas. Recuérdese la rosa de Coleridge… Rescatar esa flor que ha sido vista en el Paraíso. Ciertamente no ocurre tal cosa, pero haberlo soñado denota un gesto de belleza.  

 

¿Dónde estuvo Dios cuando te fuiste?

¿Dónde estuvo el sol que no te vio?

Cómo no pudiste entender nunca

que yo daba todo dando mi amor

 

¿Quién te hizo seguir otro camino?

¿Quién deshizo así tanta ilusión?

Soy una canción desesperada

que grita su dolor y tu traición

 

Una aventura incomparable es el regreso al barrio… Pero la nostalgia tiene que vencer a dos enemigos muy poderosos. El primero, la mudanza. Mudarse implica dejar atrás a los amigos de la cuadra, las kermeses en los clubes, el fiado en el almacén, los teléfonos públicos, el aroma de los árboles, la oscuridad de los zaguanes, la calesita del parque, los carnavales en la avenida, el pregón de los afiladores de cuchillos, etc. Mudados los vecinos, ¿cómo localizarlos y reubicarlos en el barrio? Hay que desalojar al nuevo inquilino y luego abolir las reformas hechas en la propiedad, supóngase, demoler una pared que antes no estaba, restituir muebles y colocarlos en la misma disposición. En fin, no es sencillo.

 

Normalmente, la gente prefiere irse a un barrio mejor y no ser testigos de su decadencia. Y aquí viene el segundo enemigo, aún más temible… El deseo de bienestar se ha encargado de asfaltar e iluminar la vía pública, talar árboles, aumentar el espacio con edificios, plazoletas y supermercados chinos, instalar cámaras de seguridad, contaminar con nombres de expresidentes recientes a monumentos, puentes, ministerios y avenidas, etc. Para reconocer los rasgos diferenciales del barrio, los vecinos deben ejercitar la memoria con precisión de cirujano, ¡porque la destrucción de sus cosmogonías es imparable!

 

Son pocos los niños que pueden jactarse de haber completado un álbum de figuritas. En un sentido místico, una oscura resolución parece advertir tales esfuerzos. Por su parte, los comerciantes niegan saber algo, mientras aumentan sus ventas con paquetes de figuritas que solo conducen al desengaño. Los expertos eligen razonar que la causa está en las figuritas Las figuritas imponen sus propias reglas.

 

Pablito dilapidaba tiempo y capital en una última figurita. La estrategia de comprar en diferentes kioscos no daba resultado, así que se dispuso a consultar entre los malandras del potrero, a irrumpir barridas otoñales y husmear en la feria de los jueves. Revisó el metegol y las mesas de billar del club, apostó carreras de bicicleta hasta la esquina, dio vueltas baldosas flojas y bordeó cordones por si algún desprevenido Ni noticias. La última figurita del álbum se emperraba en negársele.

 

Una mañana izaban la bandera del colegio y Pablito atendió en la presencia de un compañerito nuevo ¿Y si tenía la ansiada figurita? Esperó al recreo y encaró hacia el bufete, al patio techado, al salón de actos y ni rastros. ¿Fue una ilusión? De pronto lo vio salir del baño. Tras una breve charla, hurgó los bolsillos del guardapolvo y extrajo la figurita, reluciente. ¡Por fin!

 

Concluida la transacción y de vuelta en casa, la examinó y comprendió todo... No era un jugador de fútbol, un boxeador ni un automovilista. Se trataba de mandinga. ¡El diablo! Espantado, la tiró a la basura. Al día siguiente, estaba entre las repetidas. Trató de destruirla y no se rompía. Trató de quemarla y no ardía. Quiso dilapidarla en los juegos y la ganaba sin despeinarse. A punto de rendirse, disfrazó la figurita entre unos billetes que ofrendó a la parroquia.

 

Pasó una semana y el cura murió en extrañas circunstancias Fue la última vez que Pablito coleccionó figuritas… Y siendo justos, a desconfiar de la inocencia de los juguetes.

 

Las nuevas doctrinas transformaron al determinismo humano en un fenómeno biológico, económico y social. El sujeto moderno aspira a la estabilidad económica, al reconocimiento social y que, sumando los avances de la medicina, resiste el deterioro mucho más que sus antepasados. No obstante, nada explica el destino de los juguetes y convengamos que los caballitos de madera, los baleros o una foto de la primaria no son cosas que se olvidan en la mesa del comedor, arriba de la heladera o tirados por el patio…Pero, ¿por qué se pierden? ¿Qué causas esconden detrás?

Yo tengo un par de teorías… O se pierden durante las mudanzas o los padres deciden regalarlos a medida que sus hijos crecen. Ambas situaciones deberían ser penalizadas. ¿Qué es eso de regalar los juguetes? ¡Los juguetes de los niños son sagrados! Por lo demás, habrá que pensar en qué momento se corta la cadena de padres que regalan juguetes y si terminan almacenados en algún deposito.

 

Desde hace años hay gente dedicada a vender objetos de la infancia. En general, los precios superan a los juguetes actuales porque tienen la delicada y bellísima cualidad de retroceder en el tiempo. Por eso los compradores son aquellos que los extraviaron, en un mundo que parecía mejor que este. Y por eso, lejos de representar una inversión o un signo de ostentación, coleccionar antigüedades es una forma de preservar el pasado.

 

Los juguetes de hoy en día no provienen de atanores, conjuros, ni estimulan la anécdota. Son hijos de la indispensable codicia de empresas que hacen de cualquier vulgaridad en los medios de comunicación, el juguete más ansiado para un niño. 

 

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El pájaro Goofus Bird construye el nido al revés, vuela para atrás y le importa más saber de dónde vino que adónde va.

 

Cada regreso acarrea una finalidad encriptada y no basta con regresar por regresar. El regreso es una maniobra digna de los que buscan el santo grial. El que regresa tiene motivos importantes, de lo contrario, no intenta regresar. 

 

Hay otros regresos que son apenas sombras de regreso. ¿Qué virtud poética tiene comprobar que la esquina donde besó por primera vez a una chica han puesto una pizzería y que ella es hoy una señora casada? ¡Es espantoso! Volver al colegio y verlo más chico y al borde del abandono, no recordar los apellidos de sus excompañeros y que probablemente los profesores y antiguas autoridades estén muertos.

Las personas decentes recomiendan no volver a ningún sitio, pues los tiempos marchan hacia adelante. Eso es lo que fundamenta la entropía El universo tiende a nivelar en una dirección y no hay manera de regresar hacia atrás. Asimismo, turbios intereses señalan el rumbo del presente a los que prefieren recorrer otras direcciones.

 

Un cuento de la dinastía Tang.

 

Wang Chu era un joven al que la familia de Ch’ienniang aceptó como futuro yerno. Sin embargo, Chang Yi accedió a que un alto oficial solicitara la mano de Chienniang, olvidando el antiguo juramento. Muy bien, Wang Chu inventó unos negocios fuera del país y abandonar a Ch’ienniang, en vez de verla casada con otro. Antes que perseverar en un amor que carecía de esperanza.

 

A las pocas millas, cayó a noche. Wang Chu amarró la embarcación y fue a descansar, pero oyó pasos y preguntó…

—¿Quién anda a estas horas de la noche?

—Soy yo, soy Ch’ienniang.

 

Ch’ienniang dijo que su padre había sido injusto y no quería resignarse a la separación. Temía que, solitario y en tierras recónditas, cayera al suicidio. Por eso resolvió seguirlo y desafiar la reprobación del pueblo y la ira de sus padres. Llenos de felicidad, siguieron viaje a Szechuen.

 

Hubo momentos dichosos, pero las noticias de la familia demoraban y Ch’ienniang confesó su tristeza.

—Tienes un buen corazón de hija y estoy contigo. Transcurrieron cinco largos años. Dudo que sigan enojados con nosotros. Volvamos a casa.

 

Cuando atracó en la ciudad, Wang Chu comentó a Chienniang que prefería ir solo, pues no sabía en qué ánimo los sorprendería. Al avistar la casa, Wang Chu vio a su suegro y explicó lo sucedido. Chang Yi miró extrañado

—¿De qué hablas? Hace cinco años que Chienniang está recostada, sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

—No miento. — respondió Wang Chu. Está bien y espera a bordo.

 

Chang Yi envió dos doncellas y vieron a Chienniang sentada, ataviada y contenta. Maravilladas, volvieron con la noticia y aumentó la perplejidad de Chang Yi. Entre tanto, la Chienniang enferma oyó las novedades y sintió librarse del mal. ¡Había luz en sus ojos! Se levantó, se vistió frente al espejo y sin decir palabra, corrió directo a la embarcación. Cerca de la orilla, la Chienniang a bordo vio venir a la otra. Ambos cuerpos se fundieron en un abrazo y hubo una Chienniang, joven y bella como siempre. Sus padres lloraron de alegría y ordenaron a los sirvientes guardar silencio y ahorrarse comentarios.

 

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Chienniang vivieron juntos y felices.

 

Sometida a los estrictos juicios de la razón, nadie vive en el pasado, nadie vivirá en el futuro. Ningún mal puede arrebatarnos el presente Excepto la muerte. 

 

El secreto es no regresar en compañía. Las parejas no comparten un idéntico deseo. Una parte emprende el regreso y otra estimula ese deseo por regresar. Son dos cosas distintas.

 

Para regresar es imprescindible que el punto de partida esté fijo, que no se mueva. Pero sabemos que el universo está en continua expansión, ergo, el punto de partida. Quiere decir que los puntos de partida no son inmutables Regresamos a cualquier lugar, menos al que partimos.

 

Es casi un hecho que nadie ha logrado volver. Nos exigen que olvidemos el pasado y vayamos hacia adelante, que progresemos y saquemos un crédito para comprar una casa, un auto o una licuadora. Bueno, nosotros no olvidamos el pasado. Quien nos haya olvidado jamás puede considerarse nuestro amigo o aspirar a novia. Y si no volvemos a vernos nunca más, llevaremos en nuestro corazón el deseo del regreso. Un deseo por reencontrar a los seres queridos que partieron, una pelota que cayó en el techo de un vecino, un deseo de seguir amando a quien ya nos soltó la mano Reencontrarnos detrás de una palabra, un abrazo o una mirada. Así que invito a pegar la vuelta y marchar donde marca los latidos del corazón. 

 

Pensaba en la traición de Chang Yi al entregar a su hija, sabiendo que amaba a Wang Chu. Me parece que las traiciones amorosas nunca alcanzan la duración suficiente para completarlas. En verdad, un amor profundo es una suerte de referencia de todas las posibilidades, incluidas sus traiciones. Es un ideal de armonía temporal en que el presente prepara el alma. ¡Lo que ocurre es que queremos que nuestras relaciones perduren! De ahí que el amor precise un mínimo de coincidencia y un mínimo de novedad para pulir el espíritu. Algo que intervenga sobre el pensamiento para que la conciencia se afirme y progrese a partir de ese amor.

 

 Maurice Maeterlinck dice que, si un amor no es parte de su destino, lo que modificará su vida será la conciencia que hallará en el fondo de ese amor. Si a usted lo han traicionado, lo que importa no es la traición, sino el perdón que la traición hizo nacer de su alma. Cuando la traición no sobrepasa la confianza y no inquieta los cimientos amorosos, entonces la traición quedará en un incidente menor.

 

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La publicación finaliza y comprendemos que perdimos retazos de vida. Demasiados. A lo largo del camino y como sombras de una vela, acompaña el recuerdo de fracasos académicos, amores truncos, pésimas experiencias laborales, traiciones y noches de insomnio.

 

Imagínese un DeLorean, listo para emprender un viaje temporal… ¿Qué año pulsar en el panel de control? ¿Pasado o futuro? Además de vernos más viejos de lo que ya somos, el futuro tiene una noticia que empañará el viaje… Enterarse que todas las fuerzas, cósmicas y divinas, están saboreando nuestra destrucción.    

 

¿Y el pasado? ¿Qué enciende el reencuentro con la niñez, los juguetes, el cariño de los abuelos, los dibujitos animados después de la escuela, los amigos del barrio, la efervescencia adolescente, el primer beso, etc.? No se trata de regresar y exigir explicaciones, saldar cuentas pendientes o antiguas injusticias. Tampoco un modo de retrasar la vejez. No, no. Es recuperar en el otro lo que uno ha perdido. El pasado es un viaje a la querencia y entonces ahí el viaje adquiere otro significado, más luminosamente prometedor, agregaría.

 

Los viajes temporales están vinculados al destino. Sobre todo, a la esperanza de comulgar con alguien que trae consigo algo de nuestro barrio, de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestras tardes de manchas congeladas y escondidas, de las cartitas amorosas que atesorábamos, de los machetes que espiábamos bajo nuestros pupitres, etc., etc.  

 

La espera tiene cualidad de lo eufórico, de ansiedad y víspera, pero si el otro no viene, la luz que iluminaba ese tiempo, se transforma en algo insoportable... Aristóteles decía que el pasado no podía ser transformado, lo que fue, fue y ni los dioses pueden alterarlo. Sin embargo, cuando ocurre un hecho no previsto, ese hecho resignifica el pasado. Lo ilumina con una luz distinta y de inmediato, lo modifica. Por eso la espera es el valor más sagrado y noble del espíritu, pues ayuda a soportar una vida. Después resulta que la espera ha sido completamente en vano, pero notará que los primeros 30, 40 o 50 años no estuvieron tan mal esperando al mesías o a la mujer más hermosa del mundo.

 

Tiene sentido buscar la anomalía... No importa qué actividad realice, astronauta o recolector de basura, a la larga todos ingresan en el bucle de la monotonía. En un universo como este, que siempre ocurre lo estúpido con mayor frecuencia, vale la pena hallar la belleza del amor y el arte. El resto es mercantilismo, conviviendo con lo usual. ¿Qué es lo usual? Y que los comerciantes remarquen para cubrirse de los fenómenos económicos. Que los políticos usen a la gente. Que sea vital ganar una copa de fútbol. Etc. ¿Qué es lo anómalo? Que un autor nos conmueva con sus libros o que una mujer, además de bella y deseable, compañera, amiga y confidente, nos conmueva a través de pensamientos inteligentes.

 

Nuestro cuerpo y mente están propulsados hacia lo que no es y desear lo que aún no sucede, pero si tengo que elegir, elijo la imposible espera del pasado… Todavía aguardo en andenes a trenes que desaparecieron, exnovias que fueron a brazos ajenos, amigos que han muerto Lo poco de bueno que hay en mi interior está preparándose para encuentros que jamás sucederán.

 

Buenas noches.

 

Ignacio

 

Miércoles 5 de junio de 2024.