El filósofo Henri Bergson quiso demostrar que lejos del carácter estático e inflexible de los símbolos, la existencia humana es duración y no un continuo espacio-tiempo. En la duración resiste nuestra conciencia, sin ataduras a determinismos ni condicionamientos diarios. Sin embargo, medimos
el tiempo y lo proyectamos sobre el espacio, pero en verdad somos una mutabilidad perpetua.
El tiempo de la modernidad
es un período mecánico, un tiempo en el cual se hace coincidir el movimiento de
objetos y personas en un espacio determinado, similar a las agujas del reloj. Dicho
procedimiento iguala a todos en instantes, que, como unidades o fragmentos,
desfilan a un paso uniforme. La conciencia no percibe así el tiempo, sino como
rememoración del pasado y anticipación del futuro. Únicamente la conciencia
enlaza lo acaecido y lo que sucederá. Es una experiencia que Henri Bergson
considera duración.
Las investigaciones de Bergson
sostienen que fuera de la duración, el pasado y el futuro no existen. La unidad
del ser desaparece. Se desintegra en una sucesión de instantes discontinuos. En
la duración, el instante posee una repercusión diferente. Algunos se desvanecen
sin dejar huella y otros perduran, incidiendo en el futuro. Pasa en el
remordimiento, cuando el ayer no deja de condicionar el presente. Entonces, no
es posible recobrar el tiempo perdido, pero sí mantenerlo vivo. El ayer acompaña
y engrosa el presente con lo que recoge en su trayecto.
Cuanta mayores costumbres
adquiridas, mayor mecanicismo habrá en la conducta. Y si no, ¿por qué el tiempo
es útil a los efectos de la ciencia? Porque teoriza y realiza modelos orientados
a registrar regularidades y periodicidades... Más o menos lo que hacen los
horóscopos.
Bergson propone distinguir
memoria y percepción. La memoria posibilita que los recuerdos nos acompañen a
cada rato. Están allí, apoyándose sobre un presente que amenaza absorberlos. Por
supuesto, la cotidianeidad exige una pequeña colección de recuerdos para tolerar
la rutina.
La percepción está
encargada de ese proceso, lo cual explica que el cerebro recoja partes de la
conciencia, fuente de los actos que expresan la personalidad y visión del universo.
Permite el tránsito del presente, de lo inmediato, del instante. Por su parte,
la memoria se ocupa del pasado, siempre fundido con la existencia.
Bergson concluye que la
memoria es espíritu y la percepción, movimiento. El espíritu desborda los
límites del tiempo, lanzándonos directo al futuro y en resistencia a la
materia.
Para Gaston Roupnel, otro
filósofo galés, un acto es una decisión instantánea. La vida no es una
contemplación pasiva, sino hallar la realidad en un instante. A diferencia de
Bergson, la realidad del tiempo es el instante y la duración, una construcción
sin realidad absoluta. Está hecha desde el exterior por la memoria que quiere
revivir situaciones, pero nunca comprenderlas.
Dentro de las rarezas, mencionemos un barrio
en el cual el tiempo marcha al revés, al
pasado...
Los
cigarrillos crecen en los ceniceros.
Las leyendas se transmiten de generación en
generación, pero son los hijos quienes las cuentan a sus padres.
Lejos de caerse, el pelo
crece con mayor fuerza.
Las
historias de amor empiezan por el hastío.
Los
atorrantes salen borrachos de su casa y regresan sobrios la noche anterior.
Los
vidrios rotos recuperan su estado original.
Las casas abandonadas no son
usurpadas por manejos irregulares de los gobiernos, sino habitadas por viejos fantasmas.
Excompañeros de la primaria vuelven a ser los chicos
de 8 o 10 años que alguna vez fueron.
Aquel singular barrio vive un tiempo,
ayunos de sucesiones y exactitudes circunstanciales… En la
eterna ilusión de construir su propio destino.
En una rueda de mates y facturas se debatía la modificación
del pasado. Uno de mis amigos estableció que los desplazamientos temporales no
son abordables como cuestiones cartográficas. Otro agregó que jamás retornamos
a ningún sitio. Un tercero dijo que los viajes en el tiempo provocarían que las
personas nunca estén al momento que se las necesite.
Pero, ¿quién no acarició con volver a empaparse en
las sabias palabras de un abuelo, adentrase en los yuyales y terrenos baldíos
del barrio de la infancia, rescatar un juguete perdido, salvar a los amigos de
la escondida, refugiarse en la ternura del primer amor, etc.? Ninguna maniobra heroica,
poética o sagrada iguala a la posibilidad de recuperar un pedazo de su vida.
***********
Heráclito
de Éfeso opinaba que ningún hombre se baña dos veces en el río, aludiendo a que todo pasa y cambia.
Según la mirada de Heráclito, somos y no somos los mismos de ayer.
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de
Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos
el griego
que se mira en el río. Su
reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río
prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda,
y sin embargo hay algo que se queja.
¿Hacia dónde fluye el tiempo?
Para Heráclito, las aguas de los ríos nacen en
el pasado. Miguel de Unamuno invierte el modelo y asegura que provienen del
futuro. Y no está mal esa concepción poética del tiempo… El manantial tiene
origen en el futuro. Las aguas nos atraviesan y detrás nuestro, el pasado.
Platón desarrolló una teoría circular en los
cuerpos celestes y sirvió para que magos y adivinos postulasen que el destino era
regido por los astros. Dado que las posiciones planetarias se repiten, la
historia también se repetirá. Al cabo de los siglos, veremos nacer a los mismos
señores, además de cumplirse los mismos destinos.
El estoicismo afirmaba que la historia ardía en una
pira y renacía de las cenizas. Los pitagóricos necesitaban la repetición de la
historia para comprender la finalidad del universo.
Los megáricos sugieren el
carácter irreversible del tiempo y entonces, lo que no sucede ahora se
convierte en falso, es decir, en imposible. Marco Aurelio retoma el argumento y coincide en
que el único momento es el presente. Aunque los dioses regalasen mil años de
vida. El presente nos constituye y morirse es perder el presente. Nadie pierde
el pasado ni el futuro. A nadie le quitan lo que no tiene.
Un tratado budista, el Visuddhimagga, consagra
el instante como realidad. La vida dura lo que dura una idea y da el ejemplo del
carruaje. Al andar, la rueda toca la tierra en un punto irrepetible.
Schopenhauer decía que la voluntad es presente. Pasado
y futuro son conceptos de encadenamiento que produce la conciencia.
El eterno retorno es una concepción filosófica
del tiempo y postula que la historia no sucederá una, sino varias veces. Miles
de veces estuvimos aquí y miles de veces regresaremos. Obviamente, preferible
una historia cíclica, a una historia de aniquilación. Aun aceptando que nos
encantaría transitar los tiempos, pero una cosa es visitar el ayer y otra
condenarse a repetir la historia.
Para que el eterno retorno funcione, conviene no
saber que está volviendo. Aquel que aspira a revivir una situación por segunda
o decimoquinta vez, requerirá la erosión del olvido o algún organismo encargado
de borrar recuerdos. De lo contrario, continuará arrastrando viejas deudas y
rencores de un señor que ya ha sido. Al cabo de los siglos y repeticiones,
teñirá de aburrimiento cada movimiento, con ese resoplo de fastidio, típico de empleado
público… Tantas madrugadas se reproducirá la brutal escena de la guillotina,
que acabaremos entablando amistad con el verdugo.
La pulsión del regreso no
difiere a la supervivencia. No deseamos morirnos en la rutina que nos
constituye. Lo que queremos es recuperar la inmortalidad de niño y no es posible.
El
universo está modificándose, disfrazándose, reemplazándose y somos una
constante de la degradación cósmica.
La geografía china es inmensa, no
perderse en laberintos de ríos, canales y múltiples
dialectos configura una auténtica proeza. Los ejércitos avanzan sin hallar
enemigos. Los informes marchan con lentitud y los ministros ignoran la posición
de sus tropas. En general, jamás regresan y de regresar,
el príncipe cambió al bando rival … O pasó a mejor vida.
Li regresó tras larga ausencia y estuvo a punto de
perderse. Cansado de dar vueltas, advirtió un hogar humilde y el rostro amargo de Su Ling, una mujer cansada
de recibir noticias de resignación y
pobreza.
Li pasaba
jornadas enteras sentado en el patio de su casa y al anochecer comía en silencio junto a su familia. Le gustaba
emborracharse y pelearse con los parroquianos. Eso sí, se acostaba temprano y
jamás le tocaba un pelo a su
esposa Su Ling… Hasta que habló.
—Marido mío, ya no
procedes como antes de tu partida.
Él
respondió no recordar cómo procedía antes
de su partida.
Hü era un mercader y a sabiendas que las mujeres
dejaron de esperar a sus maridos, adquirió la
costumbre de yacer con todas, especialmente con Su Ling. Pero la noticia de que
Li había vuelto alertó al mercader. No
obstante, Su Ling deseaba que Li fuese un impostor. Esperaba a un marido, otrora,
más ardoroso.
Li
T’ieh-kuai visitó el
pueblo. Al anochecer, encendió un fuego
azul y cocinó unos ingredientes secretos
que despertaban la inspiración. Un
joven se aproximó y
preguntó qué era la vida. Li T’ieh-kuai hizo beber un poco del caldo a un
gato negro. El gato murió y dijo
que el sentido de la vida reside en no saber qué es la
vida. Su Ling no tardó en
preguntar…
—Un hombre regresó a mi casa. ¿Es el que
se fue hace 30 años?
Revolvió el caldero y en los vapores mágicos vio al verdadero Li, muerto a días de haberse ido a la guerra. Li T’ieh-kuai intuyó la equivocación del que había
regresado. Comparó penas y
dichas y el final de los destinos. Apagó el fuego y regaló una sentencia…
—Los únicos
hombres que regresan son los hombres que jamás se han
ido.
Su Ling
retornó a su casa y compartió una larga vida junto a Li. Más adelante, la muerte arrasó con todos. Hoy no
subsisten ni señales de aquel pueblo.
Recordaba algunos viajes o pequeñas excursiones
de niño y el entusiasmo del viaje en la vuelta, porque el motivo de la alegría consistía
en regresar a casa.
Los amantes no pueden regresar, pero desean
regresar. Ahí está el asunto. Entre el deseo y la oportunidad, la solución sería
regresar a otra parte. El que pretende reubicar antiguas novias tendrá que
hallarlas en nuevas novias. Esa parece la única forma noble de enamorarse.
***********
El Dr. Brown invita a Marty a ser testigo de su
último invento… Un auto capaz de realizar viajes temporales. Por desgracia,
unos terroristas asesinan al Dr. Brown. Marty logra rajar a toda velocidad,
pero esa huida lo arroja a la juventud de sus padres. Mientras prepara el
regreso al presente, Marty deberá ser discreto y no afectar el curso de los
acontecimientos.
Así arranca Back to the future.
Transcribo unas hermosas palabras de Samuel
Butler que describen la resistencia de la cultura al paso del tiempo…
Habremos perdido hasta la memoria de
nuestro encuentro ... Y sin embargo nos
reuniremos, para separarnos y reunirnos
de nuevo, allí donde se reúnen los
hombres
muertos… En los labios de los vivos.
El presente es un tiempo
que se afianza y suspende entre el pasado y los inciertos umbrales del mañana.
Todavía podemos cambiar de opinión o hacer algo al respecto. En cambio, el
pasado tiene ocupado su lugar en la historia. Son eternas cicatrices y toda
acrobacia por borrarlas, será perfectamente inútil.
El verso borgiano advierte los estigmas de
la modernidad…
Antes
de la agonía,
el
infierno y la gloria nos están dados;
andan
ahora por esta ciudad, Buenos Aires,
que
para el forastero de mi sueño
(el
forastero que yo he sido bajo otros astros)
es
una serie de imprecisas imágenes
hechas
para el olvido.
Borges plantea una dramática batalla contra el
fluir del tiempo. Su acción pretende detener y recuperar un tiempo dirigido
a la inevitable fugacidad. Como parte de una ilusión del pasado, los
rieles de los tranvías aún pueden ser vistos. Subrayan una historia y un
presente que resiste la extinción. Sin embargo, los tentáculos del progreso continúan
modificando drásticamente su aspecto físico y demográfico.
Construir mundos es una respuesta a la realidad,
el problema es que dentro del repertorio de opciones que ofrece la modernidad,
acarrea el riesgo de sepultar los rasgos diferenciales de la identidades
urbanas, barriales o campesinas. Los personajes, la tradición y las historias
pasadas trazan un rasgo cultural que ha sido arrasado por beneficios tenebrosos
e irreconocibles… La globalización ha hecho que la identidad del barrio fracase,
una y otra vez, ante el caos de la metrópolis.
Nuestra arquitectura mental descansa en la
ilusión de viajar a través del tiempo. Nada cuesta vislumbrar las preferencias
entre el que se muere por conocer el futuro y el que reposa su mirada en el
pasado.
En vistas de anticipar lo que depara el futuro
podrían evitarse accidentes domésticos, aprobarse los más rigurosos exámenes
académicos, postularse con exactitud los datos meteorológicos, retirarse a
tiempo de discusiones banales, etc. Naturalmente, todo conocimiento previo
resguarda al incauto de peligros, al perezoso de situaciones ingratas e instala
al ansioso en los arrabales de la comodidad.
Por lo demás, hartos de una fatigosa
previsibilidad y ayuno de un propósito que estimule al misterio de la
trascendencia, la humanidad estará condenada a colapsar en un par de décadas…
La gente trabajaría entre bostezo y bostezo, sin temor al despido. Cerrarían
las apuestas en ausencia de números perdedores. El amor perdería su virtud
poética y la salvación valdría un puñado de palabras vacías.
Desde el determinismo y del modo más funcional, nuestras
conductas alimentan el futuro. Ahorramos para evitar imprevistos. Estudiamos
para conseguir mejores trabajos. Tenemos hijos que prolongan la descendencia.
Las conductas generan castigos o recompensas. La justicia actúa sobre el
futuro.
El
maestro Wu Chang enseñaba que
nos alimentamos de sucesos que son vísperas de
esperas. El tiempo que pasamos esperando es infinitamente superior al que
ocupan los sucesos esperados. Wu Chang negaba la virtud del goce sin tensiones
previas. ¡Los alivios posteriores le parecían inconcebibles!
Al
interior del harén del
Ciervo Celeste, los Loyang bebían unos
licores mientras los placeres avecinaban. Más tarde,
hermosas bailarinas danzaban, incendiando el ánimo de
los visitantes. Envuelta en una leve túnica, la
cortesana Kóu Hei recitaba poemas en un
lenguaje atrevido.
En la
antesala de venideros placeres, los hombres eran invitados a retirarse. Unos
guardianes les informaban que sus placeres no estaban en el futuro, sino en el
pasado.
Lo interesante del futuro es ese carácter
indescifrable y cuyas combinaciones resultan intimidantes.
Roguemos que el universo no funcione conforme a
ninguna planificación... Nunca sabemos de qué lado despiertan las divinidades…
***********
¿Qué ventaja despierta el pasado? ¿La
posibilidad de remover situaciones vergonzosas? ¿Vengarse de los traidores?
¿Borrar las noches que hemos llorado un desamor? Si tuviésemos que suprimir los
momentos desagradables, incómodos, intolerables, penosos, apremiantes, etc...
¿A cuántas páginas quedaría resumida nuestra biografía?
Muchos aprovechan las visitas al reino de los
sueños. Vaivenes de imágenes y símbolos construyen la ilusión de haber vuelto a
la infancia o a un afecto que ha decidido navegar otros planos… Esta conducta
onírica promete más que la revelación de números para jugar a la quiniela.
Desde luego, al despertar se ingresa a una breve desesperación que consiste en revisar
que ningún sueño enganchado en las sábanas. Recuérdese la rosa de Coleridge… Rescatar
esa flor que ha sido vista en el Paraíso. Ciertamente no ocurre tal cosa, pero
haberlo soñado denota un gesto de belleza.
¿Dónde estuvo Dios cuando te fuiste?
¿Dónde estuvo el sol que no te vio?
Cómo no pudiste entender nunca
que yo daba todo dando mi amor
¿Quién te hizo seguir otro camino?
¿Quién deshizo así
tanta ilusión?
Soy una canción
desesperada
que grita su dolor y tu traición
Una aventura incomparable es el regreso al
barrio… Pero la nostalgia tiene que vencer a dos enemigos muy poderosos. El
primero, la mudanza. Mudarse implica dejar atrás a los amigos de la cuadra, las
kermeses en los clubes, el fiado en el almacén, los teléfonos públicos, el
aroma de los árboles, la oscuridad de los zaguanes, la calesita del parque, los
carnavales en la avenida, el pregón de los afiladores de cuchillos, etc.
Mudados los vecinos, ¿cómo localizarlos y reubicarlos en el barrio? Hay que
desalojar al nuevo inquilino y luego abolir las reformas hechas en la
propiedad, supóngase, demoler una pared que antes no estaba, restituir muebles
y colocarlos en la misma disposición. En fin, no es sencillo.
Normalmente, la gente prefiere irse a un barrio
mejor y no ser testigos de su decadencia. Y aquí viene el segundo enemigo, aún
más temible… El deseo de bienestar se ha encargado de asfaltar e iluminar la
vía pública, talar árboles, aumentar el espacio con edificios, plazoletas y
supermercados chinos, instalar cámaras de seguridad, contaminar con nombres de
expresidentes recientes a monumentos, puentes, ministerios y avenidas, etc.
Para reconocer los rasgos diferenciales del barrio, los vecinos deben ejercitar
la memoria con precisión de cirujano, ¡porque la destrucción de sus cosmogonías
es imparable!
Son pocos
los niños que pueden jactarse de haber completado un álbum de figuritas. En un
sentido místico, una oscura resolución parece advertir tales esfuerzos. Por su
parte, los comerciantes niegan saber algo, mientras aumentan sus ventas con
paquetes de figuritas que solo conducen al desengaño. Los expertos eligen razonar
que la causa está en las figuritas… Las figuritas imponen sus propias reglas.
Pablito
dilapidaba tiempo y capital en una última figurita. La estrategia de comprar en
diferentes kioscos no daba resultado, así que se dispuso a consultar entre los
malandras del potrero, a irrumpir barridas otoñales y husmear en la
feria de los jueves. Revisó el metegol y las mesas de billar del club, apostó
carreras de bicicleta hasta la esquina, dio vueltas baldosas flojas y bordeó cordones
por si algún desprevenido…
Ni noticias. La última figurita del álbum
se emperraba en negársele.
Una
mañana izaban la bandera del colegio y Pablito atendió
en la presencia de un compañerito nuevo… ¿Y si tenía la ansiada figurita? Esperó
al recreo y encaró hacia el bufete, al patio techado, al
salón de actos y ni rastros. ¿Fue una
ilusión? De pronto lo vio salir del baño. Tras una breve charla, hurgó los
bolsillos del guardapolvo y extrajo la figurita, reluciente. ¡Por fin!
Concluida
la transacción y de vuelta en casa, la examinó y comprendió
todo... No era un jugador de fútbol, un boxeador ni un
automovilista. Se trataba de mandinga. ¡El diablo! Espantado, la tiró
a la basura. Al día siguiente, estaba entre las
repetidas. Trató de destruirla y no se rompía.
Trató de quemarla y no ardía.
Quiso dilapidarla en los juegos y la ganaba sin despeinarse. A punto de
rendirse, disfrazó la figurita entre unos billetes que
ofrendó a la parroquia.
Pasó
una semana y el cura murió en extrañas
circunstancias… Fue la última
vez que Pablito coleccionó figuritas… Y siendo justos, a
desconfiar de la inocencia de los juguetes.
Las
nuevas doctrinas transformaron al determinismo humano en un fenómeno biológico,
económico
y social. El sujeto moderno aspira a la estabilidad económica, al
reconocimiento social y que, sumando los avances de la medicina, resiste el
deterioro mucho más
que sus antepasados. No obstante, nada explica el destino de los juguetes y
convengamos que los caballitos de madera, los baleros o una foto de la primaria
no son cosas que se olvidan en la mesa del comedor, arriba de la heladera o
tirados por el patio…Pero, ¿por qué se pierden? ¿Qué causas esconden detrás?
Yo tengo
un par de teorías… O se pierden durante las mudanzas o los padres deciden
regalarlos a medida que sus hijos crecen. Ambas situaciones deberían ser
penalizadas. ¿Qué es eso de regalar los juguetes? ¡Los juguetes de los niños son
sagrados! Por lo demás, habrá que pensar en qué momento se corta la cadena de padres
que regalan juguetes y si terminan almacenados en algún deposito.
Desde
hace años
hay gente dedicada a vender objetos de la infancia. En general, los precios superan
a los juguetes actuales porque tienen la delicada y bellísima
cualidad de retroceder en el tiempo. Por eso los compradores son aquellos que
los extraviaron, en un mundo que parecía mejor que este. Y por eso, lejos de
representar una inversión o un signo de ostentación, coleccionar
antigüedades es una
forma de preservar el pasado.
Los
juguetes de hoy en día
no provienen de atanores, conjuros, ni estimulan la anécdota. Son hijos de la indispensable codicia de empresas
que hacen de cualquier vulgaridad en los medios de comunicación, el juguete más
ansiado para un niño.
***********
El
pájaro Goofus Bird construye el nido al revés, vuela para atrás y le importa más saber de dónde vino que
adónde va.
Cada regreso acarrea una finalidad
encriptada y no basta con regresar por regresar. El regreso es una maniobra
digna de los que buscan el santo grial. El que regresa tiene motivos importantes,
de lo contrario, no intenta regresar.
Hay otros regresos que son apenas
sombras de regreso. ¿Qué virtud poética tiene comprobar
que la esquina donde besó por primera vez a una chica
han puesto una pizzería y que ella es hoy una señora
casada? ¡Es espantoso! Volver al colegio y verlo más
chico y al borde del abandono, no recordar los apellidos de sus excompañeros
y que probablemente los profesores y antiguas autoridades estén
muertos.
Las personas decentes
recomiendan no volver a ningún sitio, pues los tiempos
marchan hacia adelante. Eso es lo que fundamenta la entropía… El universo tiende a nivelar en una dirección
y no hay manera de regresar hacia atrás. Asimismo, turbios
intereses señalan el rumbo del presente a los que prefieren
recorrer otras direcciones.
Un cuento de la dinastía Tang.
Wang Chu
era un joven al que la familia de Ch’ienniang aceptó como futuro yerno. Sin embargo, Chang Yi
accedió a que un alto oficial
solicitara la mano de Ch’ienniang,
olvidando el antiguo juramento. Muy bien, Wang Chu inventó unos negocios fuera del país y abandonar a Ch’ienniang, en vez de verla
casada con otro. Antes que perseverar en un amor que carecía de esperanza.
A las
pocas millas, cayó a noche. Wang Chu amarró la
embarcación y fue a descansar, pero oyó pasos y preguntó…
—¿Quién anda a
estas horas de la noche?
—Soy yo, soy Ch’ienniang.
Ch’ienniang
dijo que su padre había sido
injusto y no quería
resignarse a la separación. Temía que, solitario y en tierras recónditas, cayera al suicidio. Por eso resolvió seguirlo y desafiar la reprobación del pueblo y la ira de sus padres. Llenos de
felicidad, siguieron viaje a Szechuen.
Hubo
momentos dichosos, pero las noticias de la familia demoraban y Ch’ienniang
confesó su tristeza.
—Tienes un buen corazón de hija y estoy contigo. Transcurrieron
cinco largos años. Dudo
que sigan enojados con nosotros. Volvamos a casa.
Cuando
atracó en la ciudad, Wang Chu comentó a Ch’ienniang
que prefería ir solo, pues no sabía en qué ánimo los sorprendería. Al avistar la casa, Wang Chu vio a su
suegro y explicó lo
sucedido. Chang Yi miró extrañado…
—¿De qué hablas?
Hace cinco años que Ch’ienniang está recostada,
sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.
—No miento. — respondió Wang Chu. —Está bien y espera a bordo.
Chang Yi
envió dos doncellas y vieron a Ch’ienniang sentada, ataviada y contenta.
Maravilladas, volvieron con la noticia y aumentó la
perplejidad de Chang Yi. Entre tanto, la Ch’ienniang
enferma oyó las novedades y sintió librarse del mal. ¡Había luz en
sus ojos! Se levantó, se
vistió frente al espejo y sin decir
palabra, corrió directo
a la embarcación. Cerca
de la orilla, la Ch’ienniang
a bordo vio venir a la otra. Ambos cuerpos se fundieron en un abrazo y hubo una
Ch’ienniang, joven y bella como
siempre. Sus padres lloraron de alegría y
ordenaron a los sirvientes guardar silencio y ahorrarse comentarios.
Por más de cuarenta años, Wang
Chu y Ch’ienniang vivieron juntos y
felices.
Sometida a los estrictos juicios de la razón, nadie
vive en el pasado, nadie vivirá en el futuro. Ningún mal puede arrebatarnos el
presente… Excepto la muerte.
El secreto es no regresar en
compañía. Las parejas no comparten un idéntico deseo. Una
parte emprende el regreso y otra estimula ese deseo por regresar. Son dos cosas
distintas.
Para regresar es
imprescindible que el punto de partida esté fijo, que no se mueva. Pero sabemos
que el universo está en continua expansión, ergo, el punto de partida. Quiere
decir que los puntos de partida no son inmutables… Regresamos a
cualquier lugar, menos al que partimos.
Es casi un hecho que nadie ha
logrado volver. Nos exigen que olvidemos el pasado y vayamos hacia adelante,
que progresemos y saquemos un crédito para comprar una casa, un
auto o una licuadora. Bueno, nosotros no olvidamos el pasado. Quien nos haya
olvidado jamás puede considerarse nuestro amigo o aspirar a novia.
Y si no volvemos a vernos nunca más, llevaremos en nuestro corazón
el deseo del regreso. Un deseo por reencontrar a los seres queridos que
partieron, una pelota que cayó en el techo de un vecino, un
deseo de seguir amando a quien ya nos soltó la mano… Reencontrarnos detrás de una palabra, un abrazo o una mirada. Así
que invito a pegar la vuelta y marchar donde marca los latidos del corazón.
Pensaba en la traición
de Chang Yi
al entregar a su hija, sabiendo que amaba a Wang Chu. Me parece que las
traiciones amorosas nunca alcanzan la duración suficiente para completarlas. En verdad, un
amor profundo es una suerte de referencia de todas las posibilidades, incluidas
sus traiciones. Es un ideal de armonía
temporal en que el presente prepara el alma. ¡Lo que ocurre es que queremos que
nuestras relaciones perduren! De ahí
que el amor precise un mínimo
de coincidencia y un mínimo
de novedad para pulir el espíritu.
Algo que intervenga sobre el pensamiento para que la conciencia se afirme y
progrese a partir de ese amor.
Maurice Maeterlinck dice que, si un amor no es
parte de su destino, lo que modificará su vida será
la conciencia que hallará
en el fondo de ese amor. Si a usted lo han traicionado, lo que importa no es la
traición, sino
el perdón que la
traición hizo
nacer de su alma. Cuando la traición
no sobrepasa la confianza y no inquieta los cimientos amorosos, entonces la
traición quedará en un incidente menor.
***********
La publicación finaliza y comprendemos que perdimos retazos de vida. Demasiados. A lo largo del camino y como
sombras de una vela, acompaña el recuerdo de fracasos académicos, amores
truncos, pésimas experiencias laborales, traiciones y noches de insomnio.
Imagínese
un DeLorean, listo para emprender un viaje temporal… ¿Qué año pulsar en el
panel de control? ¿Pasado o futuro? Además de vernos más viejos de lo que ya
somos, el futuro tiene una noticia que empañará el viaje… Enterarse que todas
las fuerzas, cósmicas y divinas, están saboreando nuestra destrucción.
¿Y
el pasado? ¿Qué enciende el reencuentro con la niñez, los juguetes, el cariño
de los abuelos, los dibujitos animados después de la escuela, los amigos del
barrio, la efervescencia adolescente, el primer beso, etc.? No se trata de
regresar y exigir explicaciones, saldar cuentas pendientes o antiguas
injusticias. Tampoco un modo de retrasar la vejez. No, no. Es recuperar en el
otro lo que uno ha perdido. El pasado es un viaje a la querencia y entonces ahí
el viaje adquiere otro significado, más luminosamente prometedor, agregaría.
Los viajes temporales están vinculados al destino.
Sobre todo, a la esperanza de comulgar con alguien que trae consigo algo de
nuestro barrio, de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestras tardes de
manchas congeladas y escondidas, de las cartitas amorosas que atesorábamos, de
los machetes que espiábamos bajo nuestros pupitres, etc., etc.
La espera tiene cualidad de lo eufórico, de ansiedad
y víspera, pero si el otro no viene, la luz que iluminaba ese tiempo, se
transforma en algo insoportable... Aristóteles decía que el pasado no podía ser
transformado, lo que fue, fue y ni los dioses pueden alterarlo. Sin embargo,
cuando ocurre un hecho no previsto, ese hecho resignifica el pasado. Lo ilumina
con una luz distinta y de inmediato, lo modifica. Por eso la espera es el valor
más sagrado y noble del espíritu, pues ayuda a soportar una vida. Después
resulta que la espera ha sido completamente en vano, pero notará que los
primeros 30, 40 o 50 años no estuvieron tan mal esperando al mesías o a la
mujer más hermosa del mundo.
Tiene sentido buscar la anomalía... No importa qué
actividad realice, astronauta o recolector de basura, a la larga todos ingresan
en el bucle de la monotonía. En un universo como este, que siempre ocurre lo
estúpido con mayor frecuencia, vale la pena hallar la belleza del amor y el
arte. El resto es mercantilismo, conviviendo con lo usual. ¿Qué es lo usual? Y
que los comerciantes remarquen para cubrirse de los fenómenos económicos. Que
los políticos usen a la gente. Que sea vital ganar una copa de fútbol. Etc. ¿Qué
es lo anómalo? Que un autor nos conmueva con sus libros o que una mujer, además
de bella y deseable, compañera, amiga y confidente, nos conmueva a través de
pensamientos inteligentes.
Nuestro
cuerpo y mente están propulsados hacia lo que no es y desear lo que aún no
sucede, pero si tengo que elegir, elijo la imposible espera del pasado… Todavía
aguardo en andenes a trenes que desaparecieron, exnovias que fueron a brazos
ajenos, amigos que han muerto… Lo poco de bueno que hay en mi interior está preparándose para encuentros
que jamás sucederán.
Buenas noches.
Ignacio
Miércoles 5 de junio de 2024.