
En esta ocasión, nuestro pensamiento está situado en el Sudario de Turín, Santo Sudario o Santa Sábana, considerado la mortaja de Cristo. A grandes trazos, el sudario es un tejido de lino en que puede apreciarse a una persona con ambas manos cruzadas y apoyadas sobre la ingle. Las huellas son débiles y parduscas, además de diversas manchas de color carmín, insinuando salpicaduras de sangre. Los especialistas calculan la altura del sujeto amortajado entre el 1,70 y 1,85 m.
Contemos que la condolencia de parientes y amigos del condenado significaba la crucifixión, así que los soldados se encargaban que las ejecuciones fuesen observadas a la distancia y en absoluto silencio. En cuanto a las ejecuciones, los judíos aplicaban lapidación y empalamiento a idólatras, pecadores y blasfemos. A los ladrones y asesinos los ejecutaban fuera de la ciudad y enterrados en las cercanías del valle de Cedrón.
Los romanos tuvieron un criterio diferente, esto es, privaban a los allegados del entierro, lo que implicaba una penalidad adicional. Para reclamar el cuerpo del finado había que solicitar permiso a los funcionarios, por cierto, Suetonio aclara que esta burocracia excluía a sediciosos, traidores y demás malandras.
Las tradiciones judías eran severas y algo supersticiosas… Prohibían que el ejecutado permaneciese exhibido durante la noche, ni siquiera al peor de los criminales. Era una deshonra para la familia, sumado a que temían que las impurezas del insepulto entrasen en contacto con otras personas, animales u objetos.
Desde el ocaso del viernes a la finalización del sábado, el Sabbat limitaba cualquier actividad. Téngase presente que el clima tampoco ayudaba a demorar los fenómenos putrefactivos. Ahora, dando por sentado que Jesús murió la tarde de un viernes, el amortajamiento de Jesús recién debió ocurrir el domingo… ¿Qué hicieron con el cuerpo de Jesús?
José de Arimatea consiguió que Pilato cediese el cuerpo de Jesús para su sepultura, en tanto, Nicodemo compró aceites y esencias en el mercado. Bajaron a Jesús de la cruz y lo envolvieron en una túnica, pues procuraban cortar las hemorragias y facilitar las tareas de purificación y amortajamiento. Una vez en el sepulcro, los sacerdotes colocaron una pesada roca en la entrada y una guardia para alejar a los curiosos… Medidas inútiles, como bien sabemos.
La costumbre funeraria establecía lavar al difunto en agua tibia y ungirlo en sustancias aromáticas. Después, envolvían el cuerpo en una sábana y a la cabeza en un paño. Los brazos y las piernas se ataban con pequeñas tiras de tela y evitar enojosos movimientos post mortem. Sin embargo, otras fuentes opinan que Jesús no fue lavado, porque los judíos creían que la sangre formaba parte del cuerpo y no podía separarse por la acción violenta de la muerte.
El Evangelio de San Lucas relata que María Magdalena, Salomé y la madre de Santiago volvieron al sepulcro y lo hallaron abierto. En su interior, dos ángeles aseguraban la resurrección de Jesús. Las Santas Escrituras nada dicen sobre un lienzo manchado con sangre, solo que Pedro vio un pedazo de tela, perfectamente doblado.
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El Mandylion refiere al lienzo de Edesa o imagen de Edesa, una pieza de tela cuadrada o rectangular en la que se habría grabado el rostro de Jesús. También llamado Tetradiplon, “doblado cuatro veces”.
Eusebio de Cesarea, padre de la historia de la Iglesia Cristiana, nos transmite las peripecias de Abgar V, rey de Edesa…
El rey Abgar padecía lepra. Un día imploró ayuda a Jesús, a cambio de hospitalidad. Muy bien, este lavó su rostro en agua, lo secó en una tela y allí quedaron sus rasgos. Luego, el apóstol Tomás visitó Edesa con aquella tela, por cuya milagrosa virtud, Abgar sanó de inmediato.
La historia de Abgar propone ligeras variantes.
Ananías, pintor de la corte, regresa a Edesa con una carta de Jesús. El rey Abgar lee la carta y al oprimirla en su cara, la enfermedad desapareció.
Una versión más.
El rey Abgar deseaba conocer al obrador de milagros, así que despachó a Ananías para retratarlo, pero ante el brillo que emanaba Jesús, no consigue dibujar un solo trazo. Jesús tomó un poco de agua, enjuagó su rostro y lo presionó al lienzo en blanco. De pronto, algo parece impreso… Una imagen que curaría al rey Abgar. Desde entonces, el Mandylion es el primer icono milagroso de la historia.
Juan Calvino aporta serias dudas al tema. Para Calvino, el Mandylion de Edesa y el paño con el cual Verónica enjuagó el sudor y la sangre de Jesús, son la misma cosa.
El sucesor de Abgar V impuso el paganismo y persiguió a los cristianos. Hizo construir un nicho en las murallas de la ciudad y ahí escondió el Mandylion. Más adelante, con la restauración del cristianismo, una feroz tormenta asoló Edesa, dejando al descubierto el nicho que protegía a la reliquia.
El Mandylion desaparece en el siglo VII, tras la conquista sasánida de Edesa. Una leyenda árabe cuenta que fue arrojado a un pozo, donde descansa la Gran Mezquita. Los cristianos juran que el general bizantino Juan Curcuas intercambió el Mandylion por un grupo de prisioneros musulmanes.
Hacia el siglo X, el Mandylion aparece en Iglesia de Santa María, Constantinopla, cerca del palacio imperial y en la capilla de la Virgen del Faro. Estaba junto a la Santa Lanza, parte de la cruz, el brazo derecho de San Juan Bautista, las sandalias de Jesús, la corona de espinas, un clavo, el manto púrpura, la caña de junco e incluso la carta de Cristo al rey Abgar V.
El Mandylion estuvo en Constantinopla hasta que los Cruzados la desvalijaron, llevándose cientos de tesoros a Europa. Muchos sugieren que fue vendido a Luis IX y alojado en la Sainte-Chapelle de París…
Robert de Cléry anota en su diario al Mandylion dentro de un relicario, pero las medidas no concuerdan… Mide poco más que una toalla. Lo describe como una tela de 8 pies de largo, es decir, la mitad del que tiene el Sudario de Turín. ¿Y si Robert de Cléry se confundió y en realidad vio el sudario doblado? Bueno, vaya uno a saber...
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La crucifixión era un suplicio infamante, reservado a esclavos y ladrones. Los antiguos textos hablaban del dios crucificado, aunque ninguna imagen mostraba a Jesús. Esto cambiará en los siglos V y VI y recién a partir del siglo VII aparecen menciones del Santo Sudario. San Braulio añadió que las Escrituras no indican que el Santo Sudario haya sido conservado y tildó de supersticiosos a los que confiaban en su autenticidad.
El obispo Arculf recuerda besar el sudario en un viaje a Tierra Santa, sin embargo, el rey Luis VII cree haberlo visto en Constantinopla… ¿Cómo llegó ahí? Están los que apuntan a Romano I Lecapeno, un emperador bizantino. Por ese entonces, el pueblo veneraba el sudario los viernes en la iglesia de Santa María de las Blanquernas.
Durante la Cuarta Cruzada, una flota veneciana saqueó Constantinopla. Los francos metieron los carros en las iglesias y en tres días robaron todo. Entre las reliquias afanadas, el biógrafo Geoffrey de Villehardouin enumera cabeza y antebrazo de San Juan Bautista, las cabezas del apóstol Tomás y Esteban, una espina de la corona, el dedo que Tomas introdujo en el costado de Jesús, dos crucifijos hechos con madera de la Santa Cruz y el cinturón de la Virgen María.
Los historiadores infieren que el pillaje de los Cruzados evitó que Mehmed el Conquistador y un ejército de 200.000 otomanos borrasen todo indicio del cristianismo.
Uno de los jefes de la Cuarta Cruzada, Otón de la Roche, rajó con el sudario a un castillo, en Besançon. Otón de la Roche facilitó el sudario a la iglesia de San Esteban, enmarcado en oro y pedrería, pero sucede un incendio. Desaparece el sudario de Besanzón, no sin antes exhibir una copia en la catedral de Saint-Étienne… Una convención ordenaría deshacerse de la falsa reliquia en 1794.
Geoffrey de Charny estaba casado con Juana de Vergy, descendiente de Otón de la Roche. Geoffrey declara tener el sudario, sin revelar su procedencia. En verdad, Juana lo heredó y cuando Geoffrey muere, dona el sudario a una pequeña iglesia y pronto cosecha miles de peregrinos.
Viene la Guerra de los Cien Años y temiendo las intrigas palaciegas, el sudario regresa a manos de Margarita de Charny, nieta de Geoffrey. Disipadas las hostilidades, los sacerdotes exigen el sudario, pero Margarita está en la indigencia y a cambio del castillo de Varambon, vende el sudario a Ana de Lusignan, esposa del duque Ludovico de Saboya. Como castigo, Margarita recibe la excomunión y huye de este relato.
Los duques de Saboya guardaron el sudario en un cofre de plata. La Santa Capilla de Chambéry recibió el cofre para ser exhibido y venerado. Mientras tanto, el Papa Julio II autorizó su culto público, siempre que no se lo reconociese como una reliquia auténtica. Lamentablemente, un nuevo incendio arrasó la sacristía de la Santa Capilla -aunque gracias al cofre- el sudario no sufrió graves daños. Unas monjas remendaron con lino blanco las 16 huellas de plata fundidas a lo largo del lienzo.
Una leyenda dice que, en una batalla contra los persas, el sudario soportó agua y fuego y los persas huyeron. Quizá esa eficacia de alejar influencias malignas y enemigos haya convencido a Ludovico de Saboya de la prueba tangible del favor celestial. De hecho, Hitler acarició el sueño de apoderarse del sudario, aunque el Papa Pío XII logró ocultarlo en el santuario de Montevergine, en los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
A fines del siglo XVI, Manuel Filiberto de Saboya, ordenó trasladar el sudario a Turín y desde entonces, descansa en una capilla diseñada por el arquitecto Guarino Guarini.
El sacerdote Sebastián Valfrè restauró el sudario, mejorando los parches cosidos por las monjas. Hacia 1868, la princesa María Clotilde de Saboya colaboró en otras reparaciones.
El rey Víctor Manuel III y la princesa Elena se casaron en la basílica de Santa María y siendo justos, la celebración resultó bastante pobre. Tal vez por ese motivo el obispado accedió a una nueva exhibición del sudario. El abogado Secondo Pia fotografió el sudario y ocurre algo… Al obtener los negativos, descubre la imagen de un hombre, porque el sudario tomó el negativo de un cuerpo amortajado. El sudario continuó en la Catedral de Turín, protegido en un cristal antibalas y las amenazas de incendios. Sin detenerse, los fieles pasaban delante suyo. En tanto, las huellas en el sudario parecían coincidir con las señales que daban las Santas Escrituras sobre los calvarios de Jesús.
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Los sacerdotes del Sanedrín eran inflexibles con los supuestos mesías, pero sus facultades no los habilitaban para dictar una sentencia de muerte. Esa tarea la llevaba a cabo un representante de Roma.
Sigamos aquella dolorosa jornada.
Alertados por Judas, soldados romanos y sacerdotes irrumpieron en el huerto de Getsemaní y arrestaron a Jesús. El primero en interrogarlo fue Anás, luego vino el turno de Caifás. En medio de escupitajos y golpes, lo acusaron de blasfemo y dejaron que Poncio Pilato tomara cartas en el asunto.
El problema es que los romanos desconocían las transgresiones judías, tampoco comprendían el sentido de la blasfemia. Por otra parte, a Pilato le parecía débil el argumento de matar a un hombre, solo por proclamarse hijo de Dios. Pilato creyó descubrir una salida más amable al recordar que Jesús provenía de Galilea, territorio de Herodes Antipas. Después de un rato, Herodes se cansó de humillar a Jesús y lo envió de regreso con Pilato.
Un comedido sugirió la tradición de indultar presos y entonces, Pilato propuso elegir entre Jesús y Barrabás, un ladrón de cartel. Naturalmente, el Sanedrín encendió el ánimo a favor de Barrabás. Pilato aceptó el voto popular y ordenó flagelar a Jesús.
El proceso de la flagelación -o azotamiento- ofrece diversas interpretaciones. En principio suponía un castigo inhumano, reservado a los esclavos o habitantes de las provincias del imperio que no gozaban de la ciudadanía romana. Estaba prohibido imponerlo a los ciudadanos romanos.
La flagelación constituía una forma de apretar al sospechoso, una sanción por delito o un castigo añadido a la crucifixión. Se descarta un modo de recabar información, ya que Pilato había interrogado a Jesús y obtuvo las respuestas. Por otro lado, la flagelación era complementaria a la sentencia de crucifixión, es decir, los lictores azotaban al inculpado mientras cargaba la cruz. Esto no ocurrió en el caso de Jesús, que fue flagelado antes del recorrido hacia el Gólgota.
Los romanos desnudaban la cintura del reo y ataban sus manos a una columna baja, de manera que la espalda quedase encorvada. Los lictores usaban el flagellum, un látigo de mango corto y 3 correas de cuero de 50 cm., cuyas puntas insertaban piezas de plomo, hueso o hierro para que produjese terribles daños corporales. Las correas golpeaban espalda, tronco y muslos, pero también se enroscaban en el rostro, el pecho y el vientre, infligiendo hematomas, heridas cortantes y sacando trozos de piel.
En el derecho hebreo fijaba como 39 el número máximo de golpes, no se azotaba a nadie más allá de ese número. Flavio Josefo explica que eran 13 los golpes, porque el flagellum tenía 3 correas y se contaban 3 golpes por vez. Aun así, el derecho romano no limitaba la cantidad de latigazos, salvo que era necesario dejar vivo al flagelado. Claro, a veces los lictores se cebaban y el flagelado moría en medio de un charco de sangre.
Finalizada la flagelación, los sirvientes se burlaron de Jesús, poniéndole una corona de espinas y vistiéndolo con un manto púrpura en alusión a los atuendos imperiales.
Lucas señala que Pilato planeaba soltarlo tras el flagelo… ¿Y por qué lo mandó a la cruz? Quizá haya intentado sensibilizar a la muchedumbre, mostrando a un hombre agraviado y maltratado. Sin embargo, Caifás modificó la acusación de herejía a rebelión política, esto es, todo el que se hace rey va contra el César. Esta astucia de Caifás insinuaba lo poco que importaba el yugo romano sobre Judea… Y Pilato no tuvo más alternativa que ordenar la crucifixión.
Están equivocados los que afirman que Jesús arrastraba la cruz entera. Lo que cargaba era el patibulum, el poste horizontal. El patibulum iba sobre las espaldas, atado a ambos brazos extendidos. Pesaba alrededor de 50 kg, ninguna pavada. Para colmo había que recorrer 600 o 700 m. hasta el estipe, descalzo y flagelado, en un terreno de piedras irregulares. El estipe era el poste vertical de la cruz y estaba siempre fijo. Cuando el condenado llegaba, clavaban sus manos al patibulum e izado mediante sogas al estipe.
El Dr. Barbet experimentó con cadáveres y vio la inconsistencia de las palmas. Los clavos desgarran las palmas del crucificado. Seguramente clavaron en la muñeca, que es la marca que aparece en el sudario. Además, descubrió que las manos no tenían pulgares y concluyó que un clavo en la muñeca produce la inmediata retracción del pulgar.
La asfixia provocaba la muerte por crucifixión. Un hombre crucificado experimentaba una contracción muscular que perjudicaba los músculos de la respiración. Una vez que el aire llenaba los pulmones, el condenado no conseguía exhalar. Necesitaba afirmarse sobre los pies –y aún no lo hemos dicho- se clavaban al estipe. Todo indica que el pie izquierdo de Jesús se clavó encima del empeine derecho al estipe.
En ocasiones, el estipe tenía el sedile, una maderita a la altura de los pies para descansar, aunque en verdad prolongaba el suplicio del condenado un par de días más. Ahí viene el tormento… Para tomar aire, el condenado debe incorporarse al clavo que atraviesa las heridas de los pies, pero deja colgarse nuevamente, pues el dolor resulta insoportable. La debilidad acaba por consumir al crucificado… Y si la muerte demoraba, los soldados quebraban sus piernas de un mazazo.
El soldado Longinos lanceó el costado derecho del Jesús y brotó sangre y agua.
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En el sudario hallaron signos de carbonización y marcas de agua, producto del incendio ocurrido en la capilla de Chambéry. Cerca de la parte media, diversos tonos revelan la impronta frontal y dorsal de un cadáver. A la altura de los hombros aparecen las escoriaciones del estipe y laceraciones de azotes, la corona de espinas y heridas de clavos en la muñeca izquierda. También la planta del pie derecho y la herida de la lanza.
Los análisis hematológicos descartaron una astucia pictórica, aunque no existen trazos de putrefacción. Es probable que el cuerpo estuviese envuelto un tiempo para la formación de la imagen, pero no tanto para ceder al efecto de la descomposición.
El examen de pólenes, restos de polvo y esporas identificados sobre el lienzo sugiere la hipótesis del paisaje de Palestina y regiones de Oriente Medio.
La autenticidad requería extensas muestras del sudario y gracias a la fórmula del carbono-14, bastó recortar apenas una esquina. Calcúlese el tamaño de una estampilla. El fragmento fue sometido en destacados laboratorios de Suiza, Inglaterra y Estados Unidos y dictaminaron que el período de datación oscila entre los años 1260 y 1390. Sin embargo, los investigadores más audaces advirtieron que el sudario padeció innumerables contaminaciones ambientales y que bien podría remontarse a la época de Jesús… Las voces eclesiásticas todavía sostienen la veracidad de la supuesta reliquia.
Un incendio en 1997 volvió a atentar contra el sudario, pero la rápida actuación de los bomberos evitó graves daños.
La historia del hombre tiene siglos de interrupciones. Como páginas de un cuaderno en blanco. Fíjese, las reliquias son claras en la Cuarta Cruzada, sin olvidar que los testimonios del sudario remiten al siglo VI. Significa que las reliquias son muy posteriores. Es un perfecto anacronismo pensar que Pedro y Juan hayan tenido veneración por las reliquias. No me parece. Ni siquiera me parece que comprendían el concepto de reliquia.
A lo largo del tiempo realizaron estudios químicos, físicos, biólogos, arqueólogos, académicos y periciales. La conclusión continúa sin satisfacer, porque la crónica del sudario es un laberinto, bifurcándose a través de infinitos senderos, donde ninguna alternativa elimina a las demás.
Pascal advierte que a la fe se la tiene que juzgar con las categorías adecuadas. No se puede encuadrar ni abordar una rima de Rubén Darío desde el criterio de un empleado estatal. Por eso, el sudario es un reto a la inteligencia y, ante todo, un esfuerzo por captar con humildad el profundo mensaje que transmite a nuestra vida.
A esta altura de la ciencia, es menester recordar que para reinos que no son de este plano no hacen demasiada falta las cosas que sí son de este plano. Entonces, corriendo a un lado los avances tecnológicos, creo que a ninguno de nosotros nos interesa saber qué relación tiene ese lienzo con la santidad de Cristo. En todo caso, lo que queda es un recuerdo de aquella situación en la cual Jesús fue envuelto con una sábana y cómo a partir de ella se fundó una civilización, cuya premisa es el amor.
Antes de finalizar, llamo a reflexionar acerca de la religiosidad amorosa. El amor es devoción, entrega, sufrimiento y, sobre todo, milagroso. Anótese eso, por favor.
Sabemos que los recuerdos no están ni en las cartas ni en los objetos, sino en los sentimientos.
Para aquellos, vaya el recuerdo de una idea, de un sentimiento, de cierta forma de trascendencia que tiene más que ver con el amor… Las dudas que la razón no alcanza a vislumbrar, solo son percibidas con el alma y el corazón.
Jueves 27 de marzo de 2025
Nacho