Las pocas alegrías que nos quedan en el tintero...

 

Situemos una línea de tiempo imaginaria y proyectemos una felicidad con miras hacia el futuro. Una felicidad esperanzada o si usted lo desea, una esperanza aplazada, diferida.

 

Auguste Villiers de L'Isle-Adam, autor francés del siglo XIX, escribió un cuento corto que ayuda a pensar la felicidad a futuro.

 

Al caer la tarde, Pedro Arbuez D'Espila, gran inquisidor de España, visitó una catacumba subterránea. Allí estaba prisionero Aser Abarbanel, un judío de Aragón, acusado de usura e impiedad por los pobres. Aser había sido sometido a torturas diarias por más de un año, negándose a abjurar de su fe. Dirigiéndose al condenado, Pedro Arbuez D'Espila le recomendó dormir tranquilo, pues a la mañana sería quemado en la hoguera. Lo abrazó y se retiró a sus aposentos.

 

De vuelta a la soledad, Aser descubrió que la puerta del calabozo estaba entreabierta. Vaciló unos segundos, temiendo las torturas que esperaban si era atrapado. Pero vio una esperanza, en las horas de peor dolor y preparó el escape hacia el milagro. Exhausto por el sufrimiento y hambriento, Aser fue abriéndose camino entre pasillos oscuros y hediondos, vieja galerías y gritos humanos. Al final de un corredor había una pequeña puerta, abrió y delante suyo, un jardín… ¡Era la libertad! Apenas hizo unos pasos, una sombra le cerró el camino. Ahí estaba Pedro Arbuez D'Espila, el gran inquisidor, contemplándole como el pastor que ha encontrado a su oveja descarriada. Aser comprendió que la huida fue parte de una tortura premeditada… La esperanza. El inquisidor, con acento de reprobación y una mirada de consternación, murmuró al oído de Aser…

 

— ¿Cómo, hijo mío! ¿Deseabas dejarnos en la víspera de tu salvación? —

 

Algún día seremos un cuento y entonces, nuestro desafío será imprimir unos párrafos que permitan construir una bella historia. Después de todo, hacemos lo que sea por demostrar que hemos existido. La felicidad en la trascendencia.

 

El hombre tiende al reencuentro, quiere recuperar un momento perdido. Desde luego, un reencuentro imposible, porque el objeto que produjo la felicidad ya no existe. Está perdido para siempre. De ahí que la felicidad se constituya como deseo, un anhelo que buscamos para darle sentido a nuestra vida.

 

La felicidad como destino no difiere del encuentro imposible. Al contrario, la felicidad a futuro es anhelo del pasado, donde nos creímos dichosos. Un artista que desea la felicidad póstuma de sus poemas, se engaña. La trascendencia está lejos de la magnitud esperada… Hay una distancia entre lo que uno busca y lo que encuentra. Y convendrá advertir o siguiente… El futuro ratificará –en un sentido u otro- el efecto que tuvo el presente.

 

Proyectar la felicidad en el futuro es escapar a las dificultades del presente y un error muy frecuente, confundir felicidad con esperanza.

 

La esperanza incita al engaño, a creer que nos irá bien. A tener fe. ¡Error! La fe no alcanza para ser feliz. El filósofo Immanuel Kant postula que la fe es creer que todo sucederá porque tienen que suceder. O sea, para tener fe basta la existencia de una justicia divina. Al igual que la esperanza, la fe requiere la renuncia del pensamiento. Es un salto al vacío en la ilusión de que algo o alguien evitará o abatirá nuestra desgracia.

 

Dios parece ser el gran artífice de las esperanzas, pero una cosa es no creer en Dios y otra es pensar en él.  Porque la creencia se detiene ante el misterio y acepta una respuesta demasiado compleja de demostrar. El pensamiento, en cambio, nos pone en movimiento. Una creencia no puede ser refutada, un pensamiento sí. No se puede discutir con el creyente o el fanático, sí con quien piensa.

 

***********

 

La fe implica creer sin cuestionar y eso es peligroso. La creencia, aceptar sin poner a prueba. La esperanza, por su parte, quedar inmóvil a la espera de que algo suceda. Actitudes que suelen atentar contra la vida.

 

Borges hablaba del soborno celestial. Él se resistía pensar que, de existir el cielo, Dios fuese tan tonto para salvar a una persona, solo por considerarse un creyente. Bueno, la fe no alcanza para salvar a nadie. La fe sin actos es vacía. Si alguien lograse evitar el infierno, no será porque conservó una fe inquebrantable, sino porque sus acciones fueron nobles. Le garanto que un cielo prometido, en tanto foro de máxima felicidad, será menos deseable que morirse en Troya a causa de la mujer más hermosa.

 

El proceder habitual para ser felices está en la esperanza, en otras palabras, sostener la felicidad a futuro. Nos prometen ser felices más adelante, concretado nuestros sueños. ¿Y si ello no ocurre? ¿Y si algo falla? Claramente, una utopía. La consecuencia jamás estará a la altura de lo soñado.

 

La esperanza y la fe son similares, ambas requieren una creencia sin pruebas. La fe es una fuerza que empuja a renunciar a la razón, a aquello que nos hace humanos. Por supuesto, solo el hombre es capaz de alcanzar la fe. Los animales no la necesitan, carecen de la idea de la muerte, no sienten culpa por lo que han hecho, ni temor a qué les depara el futuro.

 

Felicidad, esperanza y fe son inventos de la especie humana. André Comte-Sponville afirmaba que la felicidad nos hace humanos porque su dificultad nos distingue de los dioses y su aspiración de los animales. Nunca seremos felices porque somos imperfectos, siempre nos faltará algo. Jamás dejaremos de perseguir la felicidad porque sabemos que algún día moriremos.

 

André Comte-Sponville describe tres características de la esperanza.

 

En principio, la esperanza nace de la ausencia. Es un anhelo que alude a lo que no tenemos, un ansia que surge a partir de la falta. Teniendo en cuenta que no se goza en la carencia, es lícito postular que esperar es igual a desear sin disfrutar. Sin embargo, correremos el riesgo de confundir esperanza y deseo que, aunque son nociones que guardan relación, de ningún modo son sinónimos. La esperanza es apenas una máscara del deseo. Acaso, la más incierta.

 

Por lo general, la esperanza involucra exclusivamente al evento que no ha ocurrido. Ejemplo, usted acompaña a un amigo a rendir un examen decisivo. Mientras toma un café en el bar de la facultad, se aferra a la esperanza de que pueda sortearlo sin inconvenientes. Este escenario alude al presente. Ahora, póngale que no puede esperarlo y lo llama más tarde a su casa para saber cómo le fue en el examen. Aquí, la esperanza refiere a una situación del pasado. En suma, la segunda característica indica que la esperanza no constituye tiempo, sino el desconocimiento.

 

¿Qué hacer para que nuestro amigo apruebe el examen? Absolutamente nada. Esa es la tercera característica que señala André Comte-Sponville… Un deseo cuya resolución no dependerá de nosotros. Por eso la esperanza se ordena desde lo que no tenemos, lo que no sabemos y lo que no depende de nosotros... Esperar significa desear sin disfrutar, sin saber y sin poder.

 

Pensemos a una pareja en el marco del abandono. Todo iba fenómeno hasta que él decide marcharse. Ella creyó que volvería y jamás renunció a esa creencia. Durante años alimentó la esperanza que algún día sonaría el timbre de su casa, anunciando el regreso. Hasta acá se cumple la primera característica según André Comte-Sponville, esto es, desear lo que no se tiene y, por contigüidad, lo que no puede disfrutarse.

 

Sin embargo, ella no se encerró en su habitación a llorarlo, sino que mantuvo el trabajo, pagó sus cuentas, visitaba regularmente a sus amigos, etc. En apariencia, continuó viviendo, aunque no pudo amar a nadie, ni planificó, porque no hubo un sueño que guiara su destino. Y esa es la condena del melancólico… Transitar un extenso y oscuro pasillo que, hacia adelante, conduce a la locura y hacia atrás, a lo perdido. Ella recorre en un presente desbordado de angustia por la falta de sentido. Encerrada en ese cruel limbo, suelta las riendas de su vida, obsesionada con un retorno que no se producirá. Finalmente queda sola, aislada del mundo para desoír a quienes intentan convencerla de que abandone la espera.

 

¿Ella supo de antemano que jamás regresaría? No, prefirió ignorarlo. Más allá de la fe y de la certeza, de algún modo fue llenando ese vacío que provocaba las falsas alegrías y asuntos de tercer orden.

 

Negó la realidad, aferrándose a la esperanza. No consiguió lo que deseaba porque, en definitiva, no dependía de ella, sino de él.

 

***********

 

Podríamos sugerir un contexto aún más grave, que es la internación de un ser querido y dos familiares sentados en la sala de espera de la terapia intensiva del hospital. En un momento, el médico se acerca y les comunica el estado del paciente y que deben tener fe. Los familiares agradecen y deciden aceptar el consejo profesional… No van a perder la esperanza. Ellos esperan que el paciente se recupere, aunque eso está en manos del médico o de Dios. Lo mismo para circunstancias más leves, supóngase, el test de embarazo, el deseo de un triunfo deportivo, la ilusión de conseguir entradas para un recital o el anhelo de que no llueva el día de una fiesta. Vale decir que la esperanza impide el placer de lo que no tenemos, no sabemos si pasará y -como si no fuera poco- que nos paraliza. Dado que la esperanza no depende de nosotros, ¿podemos hacer al respecto? ¿Cómo sentirse dichoso sin disfrutar de lo que ama y encima, sabiéndose desorientado e impotente?

 

Julio Cortázar dijo que la esperanza era la única emoción que no pertenece al hombre. Es la vida defendiéndose. ¿De qué? Bueno, de las cosas que no nos gustan, pero que aun así deberemos admitir. Nada peor puede sucederle al que ha perdido un amor que quedar esperanzado, para ello, resulta indispensable aceptar que perdió algo muy importante. Y si no, ¿quién va a tomarse el trabajo de olvidar a alguien que puede volver? Pero claro, quedarse esperando al que no volverá es una tragedia. Tal vez conviene renunciar a la ingenuidad y reconocer que, la esperanza lejos de ser un sentimiento noble, es la causa misma de nuestro dolor. Visto de esta manera, la esperanza nos retiene en un estado de profunda desdicha. De existir una chance de ser feliz, lejos estará en la esperanza, pues esa oportunidad va unida a la desesperación.

 

Sir James Frazer analizó la conducta de algunas tribus y determinó que aquel que desea algo, debe comportarse como si ya lo hubiera conseguido. Para Sir James Frazer, la esperanza atrae lo deseado. Falso. No es cierto. Quien desea mucho tiene mayor posibilidad de conseguirlo, pero no porque la esperanza sea cautivadora. No, el deseo pone al sujeto en movimiento, dirigiéndolo hacia lo que quiere conseguir.   

 

La esperanza es una variante del deseo, caracterizada por la ignorancia y la impotencia. Es la que encauza a que los hombres y mujeres adultos al desinterés, a suspender la vida y en varios casos, a establecer una tranquilidad económica en reemplazo del amor.

 

En comparación al filósofo Platón, Baruch Spinoza sostuvo que lejos de una carencia, el deseo es una potencia. El deseo moviliza a los que no se anclan en el silencio, ni en ninguna pulsión de muerte, es energía libidinal empujando al logro de los sueños.

 

Dédalo era un arquitecto e inventor ateniense, pero asesinó a su sobrino y lo rajaron de Atenas. Una vez que llegó a la ciudad de Creta, ofreció sus servicios al rey Minos. Minos estaba casado con Pasífae y para afirmar su derecho al trono, construyó un altar en honor al dios Poseidón, donde sacrificaría al primer toro que apareciese del mar.

Una mañana emergió de las aguas un toro blanco y Minos quedó tan impresionado por su belleza que no pudo matarlo. La promesa incumplida enfureció a Poseidón y castigó a Pasífae, haciéndola enamorarse del toro. Enloquecida, Pasífae pidió ayuda a Dédalo, quien fabricó una vaca hueca de madera. Pasífae se ocultó en el interior del falso animal y el toro blanco copuló con ella. De la unión bovina nació el Minotauro, un monstruo cuerpo de hombre y cabeza de toro.

Muy bien, Minos ordenó encerrarlo en el célebre laberinto, un reducto difícil de escapar que Dédalo había construido. El inconveniente era que el monstruo se alimentaba de carne humana, así que cada tanto inmolaban a seis jóvenes y siete doncellas para saciar su hambre.

Teseo, príncipe de Atenas, se ofreció a ponerle fin a brutal tributo. Viajó hasta Creta y lo recibió Ariadna, hija de Minos. La muchacha se enamoró de Teseo y le propuso ayudarlo a salir del laberinto, a cambio, el héroe debía casarse con ella y llevársela a Atenas. Teseo aceptó y entonces Ariadna ató un ovillo de hilo a la puerta del laberinto. Teseo avanzó en los dominios del Minotauro y lo mató a golpes. Recogió el hilo y salió del laberinto. Poco después, Teseo y Ariadna partieron rumbo a Atenas.

 

Enterado de lo sucedido, Minos arrojó a Dédalo al laberinto que él mismo había diseñado y para que la pena fuese mayor, lo encerró junto a su hijo Ícaro. Sin embargo, Ícaro no quería morir. Recorrió cada pasillo, tropezó en cada esquina y empujó cada puerta sin éxito. Ni bien la fe empezó a flaquear, surgió una nueva sensación… Dédalo diseñó un par de alas de cera para que su hijo escapara. El desenlace de la historia ya es conocido.  

 

Ícaro comprende que no hay salida, que es inútil seguir intentándolo, pierde la esperanza y aparece otra cosa… La desesperanza. Ese estado que no es una entrega a la muerte. Por el contrario, intuyendo que no hallará la puerta, siente la necesidad de encontrar una nueva solución.

 

La esperanza nos induce al camino de la ilusión al terreno del desengaño, del temor al desengaño a la fe y de la fe al dolor de la realidad. Ese es el verdadero laberinto sin salida. Tras perder la esperanza, Ícaro quedó libre de angustia, dispuesto a escapar. Desoyendo los consejos de su padre, voló tan alto, que el sol derritió la cera de sus alas. Cayó al mar y murió.

La historia de Ícaro no tuvo un final feliz, pues a diferencia de Teseo, Ícaro no esperó que lo rescataran del laberinto.  

 

La esperanza no promete felicidad. Entre la felicidad y la esperanza hay una zona de exclusión. Nadie es feliz en la ilusión. El costo de la felicidad es la desesperación. Expresar desesperación remite al arrebato pleno de angustia, por otro lado, alude a la pérdida de esperanza. Quizá el mejor consejo sea hacerse cargo del deseo, insistir y disfrutar de lo conseguido.

 

***********

 

Muchas personas deambulan del anhelo al aburrimiento. Transitan su vida sin poder cortar ese circuito de frustración que no deja lugar a la felicidad presente. Entonces, apelan a la promesa de una felicidad futura. Un territorio incierto y desagradable, ciertamente.

 

No está mal tener expectativas, al fin y al cabo, la felicidad se gesta en el esfuerzo, en el recorrido, en la entrega, en cada paso que nos acerca a lo deseado. Ahora, creer que seremos felices al final del camino es un pensamiento mágico… Un gesto de autoengaño.

 

Enrique Anderson Imbert narra la historia de un señor que muere y se vuelve fantasma. Es un espectro consciente que se dedica a esperar la muerte de sus seres queridos pensando que sentirá la felicidad de reencontrarse. Durante la espera, el fantasma acompaña a su esposa y a sus tres hijas, aunque no perciben su presencia. Cuando murió la esposa, su fantasma fue invisible para él y para sus hijas. Luego murieron las hijas y sucedió lo mismo. Al comprender que no estarían juntos, ni siquiera después de la muerte, voló hacia la noche y desapareció para siempre.

 

El fantasma tenía la esperanza de ser feliz más adelante, en esa incerteza que depara el más allá. Sin embargo, adelante no está la dicha, sino la muerte. Por eso conviene desplegarse en este tiempo, plagado de ayeres y futuros potenciales. Es aquí y ahora. Alcanzar la felicidad en el presente. Hallar el placer de amar lo que se tiene y la alegría de desear lo que se ama, sin refugiarse en ninguna esperanza.

 

Schopenhauer analizó la esperanza del deseante y observó una tendencia oscilatoria del dolor al hastío y entonces recomendó postergar el objeto de la felicidad. Yo no estoy de acuerdo porque además de agigantar la distancia del deseo y el placer, se establece una forma de infelicidad.  

 

A la espera le corresponde el principio de realidad, el pensamiento que indica cuál es el momento para dar un paso determinado. ¿Quién se arroja en paracaídas, antes de llegar al aeropuerto? Lo que está en juego es una aptitud de madurez, es decir, una intervención del estímulo que esté a la atura de la respuesta.  

 

La espera inteligente soporta la ansiedad, enfrenta la impaciencia y contiene el desborde de los impulsos. La postergación, en cambio, elude el compromiso, la responsabilidad y el esfuerzo que demanda el intento de ser feliz.

 

A veces fingimos esperar, cuando en verdad vamos aplazando. Se ingresa a un círculo en el cual dilatamos lo que decimos necesitar y quedamos enredados en un nudo doblemente doloroso. Al desplazar el tema hacia adelante, nos jugamos la esperanza absurda de que ser felices, apenas alcancemos lo mismo que acabamos de aplazar.   

 

La espera puede alojar la dicha. La postergación, la anula por completo, porque es gozosa. Con esa doble cara que tiene el goce, que por un lado satisface y por el otro, lastima.

 

Fíjese cómo operan las esperas amorosas en el ámbito del llamado telefónico. Suena el teléfono y siempre es una tía, un amigo, una encuesta. Nunca el ser amado. Y usted los odia. Esa intromisión en la espera desata un odio irrefrenable, por no tratarse de quien deseamos. Todo aquel que esté por debajo, será objeto de un odio profundo e irracional.  

 

La espera evita la responsabilidad de hacernos carga de un deseo. ¿Y a qué precio? A la imposibilidad de obtener el goce que genera el obtener lo que se deseaba.

 

**********

 

Una última historia.

 

Balder fue hijo del dios Odín y la diosa Frigg. Cuenta el mito que alcanzó la mayoría de edad rápidamente, permitiéndole codearse con las demás divinidades. Era gentil, atento y luminoso. Tenía la facultad de verlo todo, excepto su propio destino. En realidad, al igual que nosotros, los dioses nórdicos atravesaban la vida sin certezas.

 

El caso es que Balder era muy amado, menos Loki. Loki lo odiaba. Cierta vez, Balder soñó su muerte, así que Frigg le prometió que las cosas jamás lo lastimarían. Y dado que los seres vivos e inanimados lo amaban, hierro, fuego, agua, animales, árboles juraron respetarlo, incluso las enfermedades que pudiesen causarle algún mal.

 

Conscientes de su invulnerabilidad, los dioses se divertían arrojándole objetos a Balder. Pero Loki urdió un plan. Tomó la forma de una anciana y visitó el palacio de Odín. Frigg la recibió y en medio de una charla amistosa contó que lo único que dañaría a Balder era un muérdago que nace al oeste del Valhalla. Con ese dato en mente, Loki urdió la muerte de Balder.

 

Los dioses continuaban con Balder, hasta que Loki se acercó a Höðr y le entregó un arco y una flecha hecha con muérdago del Valhalla. Dado que Höðr era ciego, Loki guio el disparo… La flecha atravesó el pecho y Balder murió en el acto. Frigg sintió cómo la angustia la invadía y rogó al resto de los dioses que fueran a los dominios de Hel, reina del inframundo y rescatasen a su hijo. Hermod se ofreció y Odín le prestó a Sleipnir, un caballo veloz de seis patas y que conocía el camino hacia el reino oscuro y lúgubre de Helheim. La travesía duró nueve días. Para cruzar el río Gjöll, límite del inframundo, Hermod cruzó un puente de cristal y oro, aguantado por un solo cabello.

 

Tan pronto ofreció sus respetos, Hermod solicitó la liberación de Balder. Hel cuestionó el motivo y Hermod respondió que sin Balder, la felicidad en el Asgard había desaparecido. La reina del inframundo le propuso conseguir que las cosas vivas y muertas llorasen por él. Eso sí, bastaría que uno solo se negara para condenarlo. Naturalmente, la esperanza encendió el ánimo de los dioses, convencidos que nada ni nadie se negaría a llorarlo. Enviaron mensajeros a recorrer el mundo y en una cueva oscura estaba una giganta llamada Thokk. La giganta sentenció que no tenía razones para llorar a Balder y las esperanzas desaparecieron… Balder no volvería jamás. Una lágrima negada pudo más que el llanto del universo entero. Desde entonces, la tristeza se quedó en el mundo.

 

Algunas versiones aseguran que Thokk era uno de los tantos disfraces que Loki utilizaba para cometer maldades. Otros que Thokk era una criatura sin sentimientos, revelando el poder de la estupidez. Siempre basta un malvado o un acto de insensibilidad para destruir la esperanza del que sufre un desamor, el impaciente que espera un llamado o el que convierte a sus pensamientos en el tesoro más importante del universo. El que está frente a la maldad o la estupidez, no tiene esperanzas.

 

Un acto de maldad resulta más perdonable, cuanto menos estúpido el planteo. Ejemplo, si una mujer quiere abandonarme, prefiero que sea malísima. De este modo, muy pronto dejará de dolerme. El valor de la ruptura equivale al grado de estupidez, de intolerancia, de malevolencia o de vulgaridad ejercida. Y entonces, uno deja de sufrir y no desea a esa persona. No quiere que vuelva. No porque esté enojado, sino porque su pasión comienza a apagarse. La pasión, ante la maldad y la estupidez, se apaga. Quien comete golpes bajos, no puede pretender ninguna esperanza de ser deseado.

 

Nos atraviesa un mundo que llora por dioses perdidos y anhela otros por venir. Odín ha muerto y Balder no regresará del infierno. Aser Abarbanel no escapará a la hoguera, tampoco Ícaro de la impiedad del mar. Pareciera que solo queda deambular entre la esperanza y lo inexistente. Mirar para cualquier lado, dejarnos pensar por otros, cumplir ideales ajenos, etc. En suma, tener una vida inauténtica, como argumenta Heidegger.  

 

Somos los retazos melancólicos de un propósito que salió mal.

 

A lo mejor habrá que construir un universo personal, maravilloso y diferente donde haya lugar para nuestros deseos. Aun sabiendo que no existe el cielo y aceptando que todo no se puede. Acaso, ¿quién no ha perdido un amor, un proyecto de trabajo, la juventud, un familiar o un amigo?

 

Caminamos a través del mundo con nuestras ausencias a cuestas. Todos somos un poco el mejor verso que vamos a escribir… Con las pocas alegrías que nos quedan en el tintero. 

 

Buenas noches

 

Martes 9 de setiembre de 2025

 

Nacho